76. La gran tentación
Yo era su favorito a la hora de elegir entre una variedad de cuerpos atléticos y desnudos. Atraído por mis dotes viriles, el anciano deslizaba los dedos con delicadeza como si temiera que el calor de la mano marchitara la erección. De rodillas, sorbía el falo sin miedo a que una bandada de pájaros oscuros migrara hacia sus entrañas en ese líquido que se creía transmitía el pecado original. Yo le ofrecía un placer puro y sin mácula que él no estaba dispuesto a compartir con otros hombres. Celoso, mandó a cubrir cualquier virilidad expuesta en la Santa Sede. En mi caso, pusieron la hoja de parra sobre el pubis vacío y liso para ocultar la mutilación. Bajo la almohada del pontífice, yacía el pene de mármol de Carrara.
Los pecados inconfesables de Su Santidad, exentos del riesgo de la flacidez. Original y bien contado.
Enhorabuena y suerte.
Un beso.
Muchas gracias, por el comentario, Rafa. Yo celebro cada comentario que me llega, porque vale oro que alguien como usted se tome la molestia de ponerme unas palabras que son más que bien recibidas y estimadas.
Muchas gracias de nuevo.
Nunca es molestia, más bien gratitud, comentar un relato que ha llegado a despertar una emoción. Y esa gran tentación lo consigue.
Besos.