48. La mariscadora
Como de ordinario, se ha levantado con la claridad que precede al día. Para ella no es festivo. Agarra sus aparejos y sale al encuentro de la bajamar. No debería tener esperanzas, pero ahí están: presentes en el purpúreo horizonte que señala el amanecer. Por eso bautizó como Lázaro a su hijo; para que siempre lograran rescatarlo. Y, sin embargo, no ocurrió así. Hace tiempo que su cuerpo se perdió en aguas muy lejanas. Compartiendo final con el resto de los hombres de la familia. Todos marineros sepultados en la mar. Sabela, la de los “Sen Pegada”; ese es su apodo. Porque no hay huellas; no hay rastro de los suyos en el cementerio. Tampoco hoy, Día de Todos los Santos, lo visitará. Y, para olvidar, busca bivalvos a pie de playa removiendo la arena con el angazo. Hasta toparse con una superficie dura. Prudente, utiliza la sacha para levantar el terreno de alrededor. Después, de rodillas, aparta la arena con las manos y aparece su rostro. Tan sereno, tan hermoso. ¡Lázaro recuperado! Sabela llora. Llora de alivio, de dolor, de alegría. E imagina el aroma de las flores con las que ya podrá honrar la tumba de su hijo.


Una cosa puede llevar a otra. En una búsqueda como terapia para el olvido, puede encontrarse lo que es imposible no recordar. Aunque a efectos prácticos parezca que enterrar a los seres queridos que se fueron no tiene sentido, a efectos psicológicos de despedida y de duelo resulta necesario. Los seres humanos somos así.
Un relato muy humano, con un lenguaje específico de un oficio y muy bien armado.
Un abrazo y suerte, María
Cierto Ángel, si ya es durísima la pérdida de un ser querido, lo es aún más cuando su cuerpo sigue desaparecido. Y hay tantos casos así… porque la ausencia impide hacer el duelo. En esta historia Sabela ha tenido suerte: fue a buscar almejas y navajas y encontró el cuerpo de Lázaro, su hijo. Gracias mil, por ese comentario que nunca falta.
Un abrazo.
Dicen que no hay nada peor que perder a un hijo. Yo prefiero ni pensarlo siquiera, que me agobio. Me alegro de que esta buena mujer haya recuperado al suyo, aunque solo sea para sentirlo más cerca.
Un abrazo, María.
Yo también creo que no hay dolor más grande que ese. Y que nada lo puede apaciguar. Al menos, Sabela ha recuperado su cuerpo. Y, de alguna manera, le trae un poco de paz.
Un abrazo Ana María
Un relato realista y documentado con un final que aporta su pizca de fantasía y romanticismo. Buena mezcla. Un saludo, María.
Gracias por comentar, Antonio. Desde luego que es realista. Ocurre tan a menudo que no podía intentar dejar un final «menos dramático».
Un saludo.
Madre mía que pellizco al corazón. Por un momento la he visto como la figura de la canción de Maná, en el muelle de San Blas, pero no. Aunque dolorosa, le has brindado una serendipia serena, con la que puede sentirse en paz. Duro y precioso a la vez. Mucha suerte.
Muchas gracias por comentar Izaskun. Pues sí, La historia es tan dolorosa que al menos tenía que darle un alivio a esta mujer. Bendita serendipia.
Un saludo
Un relato muy bien escrito en el que después de transitar por la descripción de una realidad muy creíble acaba con un final casi de realismo mágico. Una licencia poética de la escritora para dar paz a su personaje.
Una vida dura la de los marineros y sus familias . Debe ser terrible no poder despedirte de tu familiar cuando el mar se lo queda..
Un saludo
Ese creo yo. La muerte ya es dura de por sí cuando se lleva a alguien que amas. Pero no tener la presencia de su cuerpo, no poder verlo jamás, tiene que ser terrible. Imposible cerrar así la herida.
Un abrazo, Gema.
Me ha encantado, María. Dicen que hay tres tipos de hombres: los vivos, los muertos, y los que van a la mar. Tu micro lo refleja a la perfección, con belleza dentro de las circunstancias dramáticas.
El final es maravilloso, al final Sabela tendrá un lugar donde llorar a su hijo.
Un abrazo y suerte.
Tu relato me huele a mi tierra (gallega), a mar (muy próximo) y sobre todo a sal (de tantas lágrimas vertidas).