50. La merienda
Luciano desayuna una galleta Maria y dos sorbos de café. Desde que que sabe que va a reunirse con su hermano se le ha cerrado el estómago. Se corta al afeitarse y olvida quitar la etiqueta a la camisa nueva. Cuando llega su hija a buscarle está listo hace media hora, pero vuelve desde el ascensor para coger dos onzas de chocolate.
Apenas oye los discursos. Ve al Raimundo con las alpargatas bajo el brazo para ponérselas al llegar a la escuela, porque al maestro no le gusta que las lleven sucias de barro; le ve liando un cigarro en la fiesta del pueblo y subiendo al tren en su primer día de mili en Burgos.
Los de la Comisión para la memoria histórica le entregan la urna, un certificado de ADN y la ubicación de la fosa común. Él nunca ha sido de emocionarse pero, cuando ve al Raimundo en una caja de zapatos, se quiebra como vara de avellano.
Cuando regresan al pueblo, Luciano quiere ir en el asiento trasero junto a la urna. Su hija le ve por el retrovisor mordisquear una onza de chocolate, la misma merienda que compartían hace sesenta años.
Preciosa eternidad esta que has creado, Lucas. La veremos impresa en papel. Un abrazo.
Belén, qué gusto leerte. Gracias por leerlo y por tu comentario. Abrazaco.
Vaya, tierna y dura a la vez. Alguien robó sin sentido la fraternidad que compartían.
Lo has expresado del mejor modo posible.
Suerte Lucas.
Hola Rosa. Pues si, demasiadas vidas robadas sin sentido. Gracias por comentar, abrazo desde Cantabria.
Vas desgranando una historia entrañable y llena de sentimiento, poco a poco vamos conociendo el motivo por el que Luciana actúa como lo hace. El chocolate es un broche final que lo dice todo.
Muy buena historia, Lucas.
Un abrazo y suerte
(Quería decir Luciano. Es lo que tiene escribir con el móvil)
Hola Ángel. Ya sabes esas pequeñas cosas que se nos fijan en la memoria para toda la vida. Gracias por leerlo, siempre. Ah, a mi también me las lía el corrector, es inevitable.
Lucas, al acabar de leerlo he soltado un taco y varias lágrimas. Por lo que cuentas y como lo cuentas, tu micro merece ir de cabeza al recopilatorio. Ojalá la hubiera escrito yo.
Un abrazo y gracias por regalarnos esta historia.
Rosalía, gracias de verdad por tu comentario. El recopilatorio ya es otra historia, ya sabes el nivel que hay aquí. Abrazo desde la lluviosa Cantabria.
No le sobra ni le falta una sola palabra, una sola coma. Tal y como está escrito y como nos lo has contado está perfecto. Creo que es también muy necesario verlo publicado. Todavía quedan muchos muertos esperando a ser desenterrados y que se les haga un acto digno. Supongo que igual que yo, todos agradecemos tu relato.
Nos leemos
Hola Isabel. El reconocimiento y la dignidad son cosas necesarias y sanas, que no implican reabrir viejas heridas. Muchas gracias por tu comentario, te mando un abrazo XL.
Hola Lucas, un emotivo relato, lleno de ternura que se desarrolla en el largo camino de la memoria histórica trayendo a la más cruel realidad un episodio que podría ser el de muchos. La onza de chocolate y el desayuno te da el marco perfecto para meternos a todos en algo tan cotidiano que al mismo tiempo mantiene la inmortalidad en el recuerdo de los objetos. Suerte. Abrazos
Manuel, hacia tiempo que no pasaba por aquí y no había visto tu comentario. Feliz de que te haya gustado, gracias por leerlo y comentar. Creo que nunca nos hemos visto, a ver si coincidimos en algún encuentro. Abrazo desde Cantabria
Precioso y emotivo, los recuerdos precisos para pintar la historia de los hermanos juntos, hasta que la mili, y luego la guerra, se llevó a Raimundo para siempre.
Me encanta.
Un abrazo.
Carme.
Gracias Carme. Cuando pierdes gente cercana la memoria es el mayor tesoro. Te mando un abrazo desde la lluviosa Cantabria