96. La Pantera Rosa (Blanca Oteiza)
A mi padre le tocó un 127 en la tómbola del pueblo. Nunca habíamos tenido fortuna en sorteos o loterías. No regresamos en autobús parando en cada población de la carretera serpenteante de la sierra, esta vez, volvimos a la ciudad en nuestro coche nuevo.
Desde ese día los vecinos nos miran tras las cortinas de sus ventanas, desde la puerta del bar o en la acera. Yo no sabía por qué, hasta que mi madre me dijo que no todos los colores gustan a la gente. No lo entendí, a mí me encanta la Pantera Rosa, no hay sábado por la tarde que no me siente frente al televisor, aunque la vea en blanco y negro.
Esta mañana mi padre, cansado de las habladurías del barrio, ha vuelto del trabajo con el coche pintado de blanco. Ahora ha perdido personalidad y pasa desapercibido aparcado en la calle. Además, acabo de cruzarme con la vecina del segundo y no me ha sonreído, como tenía por costumbre desde el verano pasado.
Parece que somos un escaparate para aquellos que no tienen vida propia. Lo malo es que a veces, aunque nos lo propongamos, pesa tanto la presión que acabamos cayendo en su trampa, y como los humanos somos animales insatisfechos… pues primero la crítica es por una cosa y luego por la contraria.
Deseo que siempre puedas hacer aquello que deseas sin que te des cuenta de lo que digan los demás, eso demostrará que estás convencida y feliz con lo que haces.
Un abrazo de septiembre, Blanca.
Muchas gracias Mercedes,
Como dices, vivimos en una sociedad donde nadie se libra de los chismes de otros. Hay que intentar vivir tu propia vida sin importar lo que opinen los demás de ti, o estarás siempre condenado al fracaso e infelicidad.
Un abrazo
Cuando las cosas son distintas a lo que normalmente tenemos, nos convertimos en el ojo de mira. ¡Qué malo es desear lo del vecino! Muy buen relato Blanca.
Besicos muchos.
Muchas gracias Nani,
La envidia es muy mala. Hay que aprender a ser felices con lo que se tiene.
Un beso grande
Un color determinado, tan solo la tonalidad con la que se reviste un objeto, puede producir reacciones en los demás de muy distinta índole. Vivimos en sociedad y deseamos ser aceptados, de ahí la decisión de pintar ese 127, no a todo el mundo le gusta ser el centro de atracción. Los colores también pueden ser bandera de una naturaleza concreta, de deseos escondidos por la misma causa que antes: por el miedo a no ser aceptados por la mayoría. Pasar del rosa al blanco supone sumergirse de nuevo en el magma de lo que no destaca, también, de lo anodino.
Un relato sobre la importancia de los detalles, de lo que pueden ser capaces de producir en otros, de sacar a la luz, incluso, lo que estaba oculto.
Un abrazo y suerte, Blanca
Muchas gracias Ángel, siempre tan acertadas tus palabras.
El protagonista no está preparado para salirse del «rebaño», prefiere ser una oveja más, por eso pinta el coche como tantos otros, para no destacar de la mayoría. Al final los seres humanos tendemos a ir así, sometidos a las directrices que nos marca la sociedad. Lo bueno sería que cada cual no renunciara a sus ideas ni gustos, por el qué dirán.
Un abrazo