07. LA REBELIÓN DE LAS SOMBRAS
Desde siempre he sabido lo que hacían. Decía a todos que mantuvieran las luces encendidas, que no se descubrieran sombras. Se reían de mí.
Las veía arrastrarse separándose de los objetos a los que debían su existencia. Provocaban escenas trágicas que nadie podía explicar entre gritos de desesperación. A mí me dejaban en paz.
Me enviaron al terapeuta para sanar mi fobia. Entré al despacho del galeno. Le pedí como a todos que encendiera todas las luces. Se rio con desprecio afirmando socarrón que en un par de sesiones estaría curado.
Dejó únicamente alumbrando la lámpara de pie detrás de su sofá. Proyectaba una larga sombra, su sombra. Tal como había presenciado mil veces, mientras el psiquiatra me desgranaba su erudita perorata, la sombra se separó de él.
Lo observó con detenimiento y comenzó a ascender por sus zapatos, pantorrillas, rodillas, muslos, vientre, pecho. Cuando llegó a su garganta presionó con deleite. El susodicho fue consciente en ese momento del horror y quiso gritar. Demasiado tarde. Ahí se quedó aterrorizado, asfixiado.
Salí de la consulta encogiéndome de hombros. La sombra me observó tranquila remoloneando satisfecha en el sofá.