40. La última morada de Kenzo (Francisco Javier Igarreta)
Kenzo hacía tiempo que no visitaba aquel lugar. Motivos de trabajo le habían llevado por todo el mundo, pero al perder a Masumi sintió la necesidad imperiosa de poder volver a la pequeña casa de la montaña. Allí esperaba encontrar ecos de su voz serena y reminiscencias de sus pasos quedos. No en vano todo aquello era obra suya y pese al relativo abandono conservaba en cada detalle huellas de su sensibilidad zen.
Cuando llegó, la luz invernal del atardecer entraba atenuada bajo los amplios voladizos y, filtrándose a través de los khojis, envolvía la estancia en una suave sombra. En un lateral destacaba el sobrio Tokonoma, realzado por un desplegable de estilo Nihonga. En medio de un tatami, restos de adornos florales componían en un casual Ikebana un elogio a la decadencia.
Una mañana Kenzo quedó ensimismado viendo el sol insinuándose tras los carámbanos que colgaban del alero. Poco a poco su gélida dureza comenzó a fluir en un constante tintineo de gotas de agua. Acompasado con aquel metrónomo, Kenzo perdió la noción del tiempo. Antes de que el sol alcanzara su zenit, Kenzo se disolvió en el Tao.
Un hombre pierde a su compañera y termina fundiéndose, como ella, con la naturaleza.
Un relato enmarcado en la filosofía oriental, que consigue transmitir paz.
Un abrazo y suerte, Javier
Muchas gracias por tu comentario, Ángel. Un abrazo.
Javier, casi me disuelvo yo con Kenzo, de tan zen como ha quedado. ¡Y qué control de la cultura japonesa! Yo, aparte de makis i nigiri, poco más sé. Es bellísimo.
Un abrazo y suerte.
Muchas gracias Rosalía, por tus palabras. Me alegra que te haya gustado. Abrazos.
Creo interpretar que al disolverse en el tao Kenzo acepta la pérdida de su pareja.
Un ejemplo más, de que un objeto, en este caso la casa, puede ayudar a reconciliarnos con el dolor.
Pertenezco a una cultura mediterránea y aquí la muerte se toma de forma tremendamente dolorosa, lástima que no haya aprendido de las filosofías taoistas.
En relato engarzado con bellas palabras japonesas y con un mensaje aleccionador.
Tienes razón Rosa, en general aquí vivimos la muerte como una pérdida irreparable. Sólo los muy creyentes son capaces de encontrarle sentido, acercándose de esa manera a la cultura oriental. Muchas gracias por tu comentario y un abrazo.
Hola Javier. Un relato zen, místico y mágico. Juegas ralentizando el ritmo para que disfrutemos del entorno, de cada detalle, y lleguemos a sentir esa nostalgia del prota, de forma que, cuando se diluye, tanto el relato como Kenzo, lo vemos cómo natural.
Enhorabuena
Muchas gracias Alberto por tu comentario. Me alegro de que hayas disfrutado leyendo el relato. Un abrazo.
Cómo se nota que controlas y te gusta la cultura japonesa. Un ritmo muy suave para una historia muy espiritual de amor y recuerdos. Me gustó. Mucha suerte
Muchas gracias Jesús, por tu comentario. Un abrazo.