80. La última noche de Hildegart (María José Escudero)
Murió de madrugada en aquel cuarto que era una celda. Su madre, sentada al borde de la cama, sostenía fríamente la pistola con la que le había asestado cuatro disparos: dos en la frente sudorosa, uno en su vehemente corazón y, el último, sobre el rostro joven y aún desafiante. Después atrancó la puerta, arrancó con furia el teléfono, y esperó.
La mujer, perturbada y atroz, mantenía el pulso firme, la espalda, recta. Impávida y vestida de negro, vigilaba el sueño detenido de su hija como una carcelera, con el mismo delirante afán, con la misma cautela. Ningún gesto de dolor, ningún desasosiego. Igual que un dios ejecutor, así se sentía y así actuó.
La muchacha prodigiosa, concebida y adiestrada para la libertad, reposaba en la sábana sobresaltada con los ojos quietos y la boca blanca. Horas antes, entre cristales, había compartido amargos presagios con el cielo de Madrid. Luego, repasó sus notas, replegó sus alas y, desalentada, apagó la luz. Mientras, desde la penumbra opresora de la estancia, podía escucharse la silenciosa queja de su combativa máquina de escribir.
Casi era verano y hacía calor. Por las calles acechaba el viento enloquecido de la guerra, y todo se olvidó.
El final de una joven prodigiosa, Hildegart Rodríguez, que terminó un camino que tanto prometía casi antes de emprenderlo por la locura de su propia madre perturbada, barrunto de ese «viento enloquecido de la guerra» de otra madre, la patria, que vendría poco después. Cuando leemos y valoramos a los autores conocidos, ni siquiera sabemos de la existencia de personas igual o más válidas, que podrían haber aportado mucho más al bien colectivo, pero a quien se les truncó la trayectoria antes de tiempo. Siempre nos acordamos de Lorca, merecedor de toda admiración, pero hubo otras personas, infinidad de ellas, que fueron olvidadas en vida, simplemente, por el hecho de ser mujer. Bienvenido sea tu texto, de escritura impecable, y tu homenaje, oportuno y necesario.
Un abrazo grande, María José
La historia de Hildegart Rodriguez(1914-1933) y de su perturbada madre siempre me ha fascinado.Parece una obra de ficción y, sin embargo, se trata de una historial real,aunque,lamentablemente, olvidada. Hildegart Rodriguez fue una niña prodigio educada con mano de hierro por su egocéntrica y paranoica madre, para ser libre y liberar a la humanidad(en especial a las mujeres). Pero al reclamar su propia independencia,fue asesinada por su madre que veía peligrar su obsesivo y demente proyecto de perfección. Como tú bien dices, Ángel, Hildegart fue una promesa truncada que pudo haber llegado muy lejos ya que a los diecinueve años era un referente intelectual no solo en España,sino también en Europa.
Mmuchísima gracias por tu comentario siempre amable, siempre acertado. Un beso, Ángel.
Me pasa como a ti, Maria José, ya conocía la historia de Hildegart e incluso recuerdo haber visto una obra de teatro experimental sobre su vida y la pelicula de Fernán Gómez. Muy buen texto el que nos dejas para que no se pierda el recuerdo de lo que representó. Saludos y suerte.
Vaya historia que desconocía, es un poema tu relato, sobre todo conmovedor.
Un abrazo María José y suerte.
Me alegra que, además de disfrutar con la lectura, haya podido aprender.
Gracias, María José.
Un saludo
María José, cuentas con originalidad la dura realidad de sus protagonistas, en forma de homenaje. Suerte y saludos
No conocía la historia real, gracias por haberlo narrado de forma tan amena y magistral.
Suerte y un besote.
Muchísimas gracias Ángel, Jesús, Moli, Margarita, Calamanda y Rosy por acercaros y comentar. Un abrazo para todos.
Hola, María José.
Creo que en el siglo pasado vi la película (Mi hija Hildegart) en un cine de estreno en Gran Vía.
Me gustó, me dejó un sabor agridulce, nada que ver con tu micro.
Suerte, preciosa.