95. La vida en los tacones
La abuela está loca. Su voz resuena en el pasillo antes de que vaya a salir: «¡Vigila ese escote!», «¡Niña, ponte otros zapatos!». Desde la adolescencia intento convencerla de que la vida es corta, que los tacones de aguja no deben serlo. Exprimo la noche y acostumbro a recogerme tarde con o sin compañía. Al pasar los treinta, me resistía a cambiar las discotecas por zapatos de baile de salón. A los cuarenta, aún invito a pasar a algún galán bien calzado a casa. La abuela se despierta y es testigo del desencanto de mis zapatillas, pero guarda silencio. El último amante soltó sus sandalias con velcro bajo la cama, mientras el humo de la alevosía se escapaba por la chimenea de madrugada. La abuela, desde ese otro lado del retrato, ya no pregunta al ver el zapato de aguja roto encima de la alfombra.
La vida de una mujer resumida en la longitud de sus tacones, que menguan a medida que transcurre el tiempo y con él sus encantos físicos. Durante años, con la abuela como testigo en persona de tales pruebas; después, con ella también presente, pero desde una fotografía en la pared, por aquello de «la ley de vida», que conlleva un desenlace del que nadie puede escapar.
Si lo he interpretado bien, entre los amantes de tu protagonista llega a haber uno que no se comporta como es debido, entendiendo esa «alevosía» por su parte como «traición» o «deslealtad», según la RAE, al tiempo que ese tacón roto como instrumento femenino de defensa.
(No estoy seguro de si la segunda parte de este pequeño comentario es fiel reflejo de lo que transmites. Si no fuera así, por supuesto, no dudes en corregirme).
Un relato que demuestra que la vida evoluciona o va decayendo, según se mire, algo que puede reflejarse en los objetos que nos acompañan y, sin que nos demos cuenta, tanto dicen de nosotros y nuestras circunstancias.
Un abrazo y suerte, Antonio
La fotografía de tu relato aparece justo al final, pero en su papel de testigo mudo adquiere valor añadido: la presencia de esa abuela, ya ausente, y de sus continuos consejos que fueron desoídos.
En cambio los que cobran protagonismo son los tacones, su altura de vértigo en la juventud, la resistencia de ella a cambiarlos por otros más cómodos y, ligados a esos tacones, los hombres. Hombres que también son retratados por su calzado y que no han sido buenos con tu protagonista, que no han estado a la altura, al menos.
Es curioso que los tacones, que suelen verse como símbolo erótico, pero también lo son de dominación, sirvan en tu relato para trazar una línea de vida, bastante desdichada, por cierto. Los tacones, instrumento de tortura (de pies, columna y piernas) al que esa mujer sigue enganchada, a pesar de los consejos de su abuela y de las malas experiencias. Y es que bajarse a unas cómodas zapatillas, tampoco parece que le haya dado buen resultado.
En fin, un relato al que se puede sacar mucho jugo. Me ha gustado mucho y creo que puede estar entre los seleccionados.
Suerte y abrazo,