21. Ladrón de recuerdos
Estaban abrazados de cara a la ventanilla, absortos, sin darse cuenta de la presencia de aquel revisor omnisciente que se detuvo en la puerta, los miró sin soltar la cortinilla y guardó silencio para no interrumpir el gesto sublime de sus rostros. La pequeña manta había resbalado hasta el suelo dejando sus piernas entrelazadas al descubierto. Sujetaban, vacíos, los vasos del refresco que poco tiempo antes les había ofrecido. Estaban a punto de llegar al destino y no necesitaba picar unos billetes ya consumidos. Las imágenes, envueltas en un halo fantasmagórico, se deslizaban por la ventanilla. Las pupilas de los dos ancianos se agitaban convulsas empeñadas en proyectar todos sus recuerdos. El revisor se sentó frente a ellos con la gorra de plato sobre el pecho sin dejar de mirar al cristal. Las imágenes eran cada vez más imprecisas hasta que, poco a poco, sus ojos dejaron de moverse. El revisor se incorporó, caló su gorra y esbozó una sonrisa. Cubrió después sus piernas con la manta, recogió los vasos, cerró sus párpados y se alejó mascullando recuerdos.
Igual que esa funesta enfermedad que elimina de los cerebros lo que las personas han sido, a quien quisieron y quien les amó, donde padecieron o fueron felices, este singular revisor, que al principio parece comprensivo y lleno de empatía hacia esa pareja de pasajeros, se alimenta de los recuerdos de otros. No llevará un puñal, ni asesinará en masa, pero no es menos siniestro aunque su delito no sea de sangre.
Original personaje e inesperado final.
Un abrazo, Luis. Suerte
Muy bonito y muy duro. Eso de que robe recuerdos, quiero pensar que para no se pierdan (aunque solo sea con la delicadeza que los ha tratado), pero eso de que se vayan los dos a un tiempo (me hace sospechar). Vamos, una de cal, mucho cal, y otra de arena, mucha arena.
Y ahora que escriban los demás, entre los que me incluyo, si pueden.
En resumen, muy bueno