61. Lapislázuli
Ahí se hallaba ella que, por aplazar lo inevitable, mecía los pendientes en sus dedos ante la extrañada mirada de él. ¿Sabes que una joya de esta misma piedra, labrada por el orfebre egipcio a quien un faraón se la encargó, viajó por un sinfín de lugares cautivando a todos sus portadores? Lo leí en una novela –remachó complacida.
Ahora regresaban a él aquella imagen y también las palabras, aunque desnudas de ficción. El fulgor azul de esos colgantes había aparecido en la habitación con el sigilo de un tigre al acecho cuyo zarpazo es inminente. Como un autómata recorrió la ciudad portuaria, paseó por los bares de moda, captó a su presa. Esta vez no habría literatura de por medio. Solo anhelaba que, al emerger del revuelto océano, una calma plateada lo devolviera a la orilla exhausto pero sin memoria.