17. Las mejores vistas
Como cada domingo, Antonio pone rumbo al viejo faro. Está a poco más de un kilómetro pero, a su paso, le lleva un tiempo. Al llegar dedica un rato a meter las botellas y las latas vacías en la bolsa de basura, deleitándose con el aroma de las madreselvas que crecen salvajes por todo el perímetro. Después rodea la vieja mole. Afortunadamente hoy no hay pintadas, limpiar la última le costó muchísimo. Pasa sus arrugados dedos por las grietas, le alegra ver que en algunas están brotando margaritas. Coge una y la prende en su solapa.
Tras concluir la minuciosa inspección, decide subir. Aunque la puerta desapareció hace años, ha de esforzarse para pasar por debajo de la cadena. Sube lentamente los ciento seis escalones y llega casi sin aliento, pero la ausencia de cristales ayuda a que el viento le recomponga. Por fin, se sienta a contemplar el mar y a observar a las gaviotas. Allí arriba es la persona más feliz del mundo.
Suspira, sin saber que aquel será su último atardecer. Su hijo Manuel, preocupado por la tardanza del viejo farero, le encuentra en el suelo, inerte, con la palabra paz escrita en su rostro.
Encontrar la paz es haber hallado la plenitud. Tu protagonista tenía en su actitud contemplativa su mejor recompensa. Marcharse en armonía con el entorno y con la propia vida es la consecuencia de haber hecho las cosas bien, de no dejar cuentas pendientes, de unirse a la naturaleza con sosiego y en concordia. Bien está lo que bien acaba, aunque sea en un edificio destartalado.
Un abrazo y suerte, Sara
Gracias Ángel, muy cierto todo lo que dices. Este hombre parece reconciliado con la vida, con el continuo cambio de las cosas y también con la muerte. Mucĥas gracias y un abrazo!
Desde luego que unas vistas maravillosas, Sara, como tu relato. Y cuidado al mínimo detalle, repleto de sensaciones y emociones. Muy bueno.
¡Abrazo!
Se hace querido este viejo farero que su ocupa de su lugar de trabajo hasta el final. Morirse contemplando el mar debe dejar un rictus de paz como el que le quedó.
Bello y conmovedor.
Muchas gracias Rosa, por leer y comentar. Este hombre parece que ama su faro por encima de todo, aunque ahora esté tan destartalado cono él. Un abrazo!
Muchísimas gracias Aurora por tu generosa opinión!! Si te ha emocionado un poco, me doy por satisfecha!! Un abrazo enorme de vuelta
Un bello recorrido por los últimos momentos de un hombre que definen toda una vida. Me gusta esa descripción meticulosa de los detalles que casi nos hacen ver el mar y sentir el viento. Saludos y suerte, Sara.
Muchas gracias Antonio, te llamas como mi protagonista (y como mi padre). Me alegra mucho que te haya transportado al mar y al viento, de las mejores cosas que me podrías decir. Un abrazo grande
Precioso, Sara, has reflejado perfectamente la belleza causada el deterioro: tu faro tiene el aire decadente de Venecia. Incluso la muerte del farero es hermosa. Muy chulo.
Por cierto, si eres tú la Sara finalista en REC con «Ding dong», mucha suerte para el lunes.
Un abrazo y suerte.
Muchísimas gracias, Rosalía! Sí, he intentado reflejar la belleza del deterioro y como el farero está en paz con ella, así que me alegra mucho que te haya llegado el mensaje. Y sí, soy yo la de «Ding Dong», ¡qué ilusión más grande tengo pase lo que pase, estoy como una niña! Muchas gracias
No es para menos! Ánimo y a por la anual!
Muchas gracias Rosalía!!!!
Tiaaaaaaaaaaaa!!!! Que has pasaoooooooooo!!!
No he podido escucharlo y lo miro ahora y guau!, que subidón!!!
Superenhorabuenaaaaaaaa!!!
¡¡No me lo termino de creer!! Muchísimas gracias Rosalía!!
Me ha gustado mucho tu historia y en especial los contrastes que haces entre lo decrépito y la belleza de la naturaleza que al final parece que es la que gana en ese entorno olvidado y aparentemente solo visitado por los gamberros. La figura del protagonista como hilo conductor muy bien lograda. Mucha suerte
Muchas gracias Liliana, es cierto, la naturaleza siempre gana. Y quien la entiende y la acepta, como este farero, gana algo también. Muchas gracias y un abrazo!
Me gusta ese cuidado que pone tu protagonista en embellecedor de alguna manera, y sin saberlo, su propia tumba. Una tumba, por cierto, preciosa. No es mal sitio morir en el lugar donde se es feliz. Es como si quisiese que su alma disfrutase de esa felicidad eternamente.
Un abrazo, y mucha suerte, Sara.
Muchas gracias Rafa por leer y comentar. Y sí, coincido contigo en que Antonio se ha despedido del mundo en el mejor lugar posible. Un abrazo!
Qué preciosa imagen final la que se lleva tu personaje, así como los lectores: la cara del anciano iluminada de paz, con una margarita en la solapa. Me encantó.
Muchísimas gracias Jesús, por leer y comentar. Antonio ha sido muy afortunado, se despide del mundo de la mejor de las maneras. Un abrazo!