87. Las páginas pasadas.
Cuando papá se fue se llevó la mitad de mamá que no se ve. La otra mitad se quedó varada en la cama, rodeada de cajas de pastillas, unas llenas, muchas vacías. Papá marchó rápido, apenas tardó seis meses. Y sin papá, casi sin mamá y sin alegría en casa, comencé a cumplir años de tres en tres. De los seis pasé a los nueve, y a los doce mamá se rindió. No dejó ninguna pastilla. La abuela se apiadó de mí, pero ella también parecía cumplir años más rápido de lo que decían los calendarios, y en sus últimos meses apenas se levantó. Yo era su radio, su asistente, su cocinera. Por suerte, entre todo lo que perdió no estaba su sonrisa. Reíamos, aunque sin querer me llamara como a mamá.
La última tarde dio un respingo y señaló un viejo libro con el lomo, las tapas y las hojas rojas. Solté sus manos heladas para recogerlo de la estantería, pero al regresar a la cama ya no respiraba. Lo dejé en su pecho, bajo sus manos, y así fue enterrada.
Hoy, mi nieta ha subido del sótano con un polvoriento libro rojo. Dice que mis manos están frías.
Es tremendo, Alvaro. No puedo ni comentarlo como debiera porque me toca donde más me duele ahora, en el alma, pero no quiero dejar de decirte que es un texto que hace sangrar (sobre todo al que ya está herido)
Buen relato. Saludos
Agradezco tu sentido comentario, Manoli. Muchos ánimos, sea lo que sea lo que te haya herido.
Alvaro, nos relatas una historia familiar llena de dolor y de pérdidas, donde ese libro rojo sirve de testigo a la hora de partir, generación tras generación.
Muy buen relato. Te deseo mucha suerte-
Besos.
Muchas gracias Pilar, y ¡mucha suerte de vuelta!
Qué bueno, paisano, me alegro mucho de esa merecida mención. Abrazos.