63. Libertad condicional
Cuando hacemos el amor se me olvida de lo que está hecho el mundo, y huyo hasta sus orígenes.
Allí, agazapado, descubro el fuego que te aturulla, construyo pirámides de caricias, desembarco exhausto en América, compongo el primer motor de explosión en tu ombligo, y también el primer ordenador, para saber en qué piensas cuando suspiras. Me abrazo como un mono a tu rascacielos, me ovillo en tus redes sociales y hasta te invito a que le des a me gusta.
Pero luego gimes, gimo, gemimos… y entonces comprendemos que nuestro corazón pronto dejará de volar libre. La gigantesca mano, esa que le da cuerda a los relojes y a los coches, a los peatones y a las palabras, entrará otra vez sigilosa por la ventana, sin que podamos hacer nada para impedirlo.
Y sentiremos ese crujido triste y metálico en la espalda.