57. Libertad emocional
Salté como pude del camión. Los ladridos de los pastores alemanes que intentaban darme caza, aceleraron mi marcha. Esquivando las ramas de los últimos abetos de aquel gélido y tenebroso bosque, llegué hasta un pequeño pueblo. Entré reptando bajo la oxidada reja del primer local que vi.
Ya en el interior, sin llegar a separar mi rostro del suelo, pude ver unas botas negras de cuero que completaban aquellos temidos uniformes negros con un par de runas en la solapa derecha. La voz grave de uno de ellos, exclamó algo en alemán. No entendí nada. El soldado me ofreció su mano para poder incorporarme. Al darle temblando la mía, la pupila de sus ojos se expandió al descubrir la serie de seis números tatuada en mi antebrazo izquierdo.
Me incorporé como pude, sintiendo un miedo aterrador que mis lágrimas expresaban sin poder evitarlo. A continuación, me llevaron a una sala para interrogarme. Ante mí apareció un oficial que, bajo la gorra negra adornada por el brillo de un águila y una calavera, me sonrió gratamente guiñándome un ojo.
-Así es como conocí a vuestro abuelo, niños.
Una mujer que sobrevivió al infierno, milagrosamente, si tenemos en cuenta que, dentro del régimen de terror nazi, estuvo a merced de las SS y ella era judía. De ello quedó un legado en sus entrañas. No sabemos si escapó o si fue liberada en un gesto de compasión, el caso es que pudo contarlo y tener descendencia. El guiño de un ojo y el desenlace habla bien de quien en principio parecía verdugo.
Un saludo y suerte