52 Lo perfecto de lo imperfecto (María Inclán)
En la casa de la cumbre de Camaleño, la cual poseía un espléndido mirador con un banco de madera tallado desde donde se podía divisar toda la magnitud y belleza del paisaje agreste, desde hacía tres años volvía a tener vida por momentos, suspiros, jadeos, susurros…
Cada vez que se citaban, Maríen llegaba con tiempo de antelación para sentarse un buen rato en el banco.
Las ausencias cada vez pesaban más.
Sabía que la encontraría sentada en el banco. Deseaba tanto tenerla en sus brazos. Se besaron con ansia, la tomó en sus brazos y la llevo hasta la puerta de entrada. Sus manos le despojaron de toda prenda que la cubría. La recorrió una y otra vez, le encantaba ver en su rostro el éxtasis que le proporcionaba, no aguanto más y la tomó.
Quedaron exhaustos el uno al lado del otro.
Sonó el teléfono móvil le hizo señal con el dedo sobre el labio de silencio.
- Tardaré tres cuarto de hora. De acuerdo, algo más que te apetezca para cenar.
Marien se fue directa a la ducha y allí lo esperó. Se besaron. Volverían a pasar muchos días, semanas hasta la próxima vez que se pudieran ver.