43. Lo siento mucho (J. L. Chaparro)
De nuevo miro el reloj que parece devorar los minutos. ¡Maldita sea! Acelero. Una hora y cuarenta y cinco minutos decía el Maps, antes de perder la cobertura, y llevo casi dos horas y media al volante por esta carretera que parece sacada de una novela de Stephen King. «La tía Encarna se ha muerto y alguien de la familia debería ir al entierro», dijo mi madre para ponerme en el compromiso, a mí, que nunca estuve en el pueblo y que ni siquiera la conocía. Por fin aparecen las primeras casas. Aquí debe ser. Todo está desierto. Llego a la iglesia cuando salen los quince habitantes —ayer, por lo visto, eran dieciséis— que acompañan al féretro hasta el coche fúnebre. Me meto los dedos en los ojos hasta que se me saltan las lágrimas. Un vecino se me acerca y mientras me abraza, susurra con tristeza: «Nieto de Braulio ¿verdad? Ya está descansando… el pobre. Lo siento mucho».
Para confusión y vergüenza las de este personaje, que fue a cumplir un papel impuesto, un trámite. algo que nadie puede negar que hizo. El problema es que no acertó con el lugar ni con las persona a la que tenía que despedir, pero ya le va a resultar muy difícil echarse atrás y, lo que es peor, volver sobre sus pasos para llegar al destino auténtico a tiempo. Hay quien se pierde hasta con un navegador. En el fondo, quizá, no es tan grave: ni la tía Encarna ni Braulio van a decir nada.
Humor negro y fino para una historia muy divertida, a la que no le faltan buenos detalles, como esas lágrimas provocadas.
Un saludo y suerte, José Luis
Gracias por tu lectura, Ángel. Así es: un momento delicado para alguien que está donde no debe, en lugar de estar donde tampoco quería. Un saludo.