41. Los ojos de Manuela (Rosy Val)
«Esta tarde les oí hablar en la cocina. Mamá decía que al volver del mercado se había encontrado con el niño de la casona —creo que se refiere a ese que nació tan malito, el que llevaron a curar al extranjero—. Que iba con un señor que trabaja en su casa y que le lleva a todos los sitios. Que se imaginaba —por la funda de violín que llevaba en la mano—, que iban a clases de música. Y hablaron de ti, de lo mucho que te gustaba la música. Igual que a mí. Pero que nosotros no podíamos permitirnos esas cosas. Dijo que tenía mi mirada. Y la tuya. Que sus ojos eran bellos y claros como el día, igual que los míos. Y los tuyos. Entonces mamá se puso a llorar y papá la consolaba. Que no llorase, que nada podían hacer, que los que tenían dinero y abogados eran ellos, que ya era hora de olvidar que habían pasado diez años… qué casualidad, pensé, los mismos que hace que desapareciste tú. Te quiero mi gemelita, buenas noches».
Besa la manoseada foto y la guarda en el cajón junto a las ganas de que un día aparezca.
Las pruebas se acumulan, como en una investigación detectivesca. Las casualidades, que alguien dijo que no existen, son más de una en esta historia, lo que las confirma como certezas, evidencias probadas, en especial, los ojos, que nunca engañan. Las palabras de los padres también son definitivas.
Una criatura fue acogida por unos vecinos adinerados, que podían permitirse pagar un costoso tratamiento en el extranjero que su salud requería, además de clases de música y mayordomo. Probablemente le salvaron la vida y su existencia será, en la medida en que el dinero abunda, cómoda, pero los hijos son únicos, desprenderse de ellos es imposible, de ahí el sufrimiento de la madre, que quizá tuvo que elegir entre salvar la vida del pequeño o perderle para siempre, con el agravante, además, de que vive cerca. Esta realidad no se escapa a la hermana gemela del pequeño que, en su inocencia y aferrándose a una fotografía en la que aún estaban juntos, piensa que algún día volverán a estarlo.
Un relato que habla sobre la desigualdad, esa injusticia y capricho del destino que pone a unas personas en un lugar y a otras en otro, con unas circunstancias que condicionan y de qué manera.
Un abrazo y suerte, Rosy
Hola, Ángel; muchas gracias por tu comentario, pero compruebo, muy a mi pesar, que no coincidimos con el «asesino de mi película». «Culpa mía, seguro», como diría nuestro para siempre y añorado Ximens, por no haber sabido transmitir, con exactitud, lo que quería… 🙁
Gracias de nuevo por el tiempo que le has dedicado. 😉
Un abrazo grande.