38. Luces de sábado
Un tren se acerca a la estación. En el vagón oscuro viaja Nosferatu. Las sombras del pasado que retorna atrapan al trágico Mitchum. Sin embargo la joven y ambiciosa Eva Harrington no las percibe cuando medra entre bastidores. Su refinamiento dista de la cólera de Ethan Edwards, tan inabarcable como los territorios por donde cabalga condenado a que se le cierren todas las puertas. En cambio, una se abre en la soleada Florida para dos músicos travestidos que huyen a ritmo de hot. También huye Antoine Doinel hasta alcanzar la playa en la que rompe una ola que salpica a todos. Por el Swinging London paseamos impulsivos y joviales junto al fotógrafo que revela algo sórdido tras las apariencias. Nada de aparente tiene la suerte de Johnny, pura conciencia de los estragos bélicos, contada por un superviviente de otros aquelarres, Trumbo, Dalton Trumbo. Afortunadamente nos quedan los sueños, el lugar en que un perdedor gana y por un instante puede reinar, aunque rueden cabezas. Ya anochece y, seducidos por el clarinetista miope, contemplamos absortos el puente de Manhattan en contrapicado sobre cuyo pretil se encienden centenares de luces.
En las salas de cine la oscuridad es el elemento necesario para dar protagonismo a la luz del proyector, lo cual es todo un contraste, ya que, hábilmente estudiada, refleja en una pantalla blanca sueños, odios, ambiciones, amor o violencia, en resumen, lo mejor del séptimo arte.
La ciudad que nunca duerme, aunque a intervalos periódicos, como todos los lugares de esté planeta, pueda parecer a oscuras y dormida, es, con sus luces nocturnas, lo más semejante a un lugar de proyección de sueños, no solo de cine, un genial clarinetista miope es también un genial cineasta enamorado del corazón de esa urbe que, aunque pertenezca a un país, es un poco patrimonio de todos.
Un recorrido a través de una ciudad y una cultura que forma parte de nuestras vidas, con sus luces y sombras.
Un saludo, José Luis. Suerte