34. MATERNIDAD
Cuando eras una niña te gustaba disfrazarte la noche de los muertos. La primera vez, aún casi bebé, me pediste ir vestida de calabaza. Recuerdo la tormenta que nos sorprendió en la calle, el fieltro naranja empapado. Unas horas más tarde, los espasmos de la tos sacudiéndote entera, la fiebre que no cedía y mis intentos desesperados de conjurar la enfermedad invocando a la luna.
Los años siguientes las cosas no fueron a mejor: las arañas de mentira cosidas a tu túnica de brujita o cada herida simulada con maquillaje sobre tu piel me hacían consciente de tu fragilidad.
Desde que entraste en la adolescencia, vivo en un Halloween permanente. Las fiestas a las que te invitan son aquelarres satánicos, si me hablas de amigos divertidos yo imagino fieras devorándote las entrañas, sospecho que las discotecas son antros donde te ofrecen las pócimas más letales y las calles de regreso a casa se convierten en laberintos oscuros plagados de peligros.
Pero la peor pesadilla toma cuerpo en mi mente cuando en el desvelo de la madrugada marco temblando el número de tu móvil, que siempre me responde con las mismas terroríficas palabras: «apagado o fuera de cobertura».
Los padres también sufrimos lo nuestro, pero es cierto que las madres teméis por los males que pueden acechar a los hijos/as de una manera especial.
Bajo un ambiente de Halloween, en cuya fecha ya estamos inmersos, has dejado constancia de angustias y miedos universales, que se resumen muy bien en la palabra del título, al que van, de forma inevitable, adheridos.
Quisiéramos evitar todo mal a quien tanto bien deseamos. Tener que aceptar todas las potenciales amenazas de la realidad es una dura carga.
Un abrazo y suerte, Asun
¡Ay, Asun, ya lo puedes decir!
Qué bien contado ese temor que tenemos en el fondo las madres, cuando hemos de dejar ir a nuestras hijas (no te puedo decir si un hijo sería igual porque solo tengo niña-adolescente).
Perfectamente ambientado en Halloween.
Un beso.
Carme.
Los miedos de los padres nunca desaparecen, ni siquiera cuando los niños crecen e incluso se independizan. Siempre hay peligros reales que los acechan, y si no, se inventan.
Pero me temo que tu madre protagonista, a tenor de la última frase, si sufrió la pérdida que ha mantenido viva como ha podido, sobre todo en ese día de difuntos, pero que la tecnología, siempre arraigada a la realidad por cruel que esta sea, le vomita aquello que se niega aceptar.
Escalofriante, Asun. Enhorabuena.
Un abrazo