68. Miedo a la oscuridad de sus ojos (Salvador Esteve)
De niño la amaba en silencio, un sentimiento que el tiempo no supo aplacar. En la distancia fue una constante en mi vida, una punzada en mi memoria. Nadie pudo salvar la comparación con su sonrisa, el careo con sus ojos. La he buscado, la he encontrado y la he dejado escapar muchas veces. En su ausencia rumiaba su imagen, mas su presencia paralizaba mi ánimo. Nunca perdonaré mi miedo, mi dañina cobardía. He navegado por el desierto con la soledad del vencido.
Ahora, recluido en esta residencia, cuando la existencia cansada ya quiere reposar, deambulo ausente intentando retener mis recuerdos. Cuando, de repente, como un regalo del destino, tan solo a unos metros la veo. Ella, tan hermosa como siempre, observa el atardecer desde la ventana, su rostro refleja la paz que siempre anhelé. Es mi última oportunidad, ya nada tengo que perder, un no de sus labios tan solo precipitaría mi muerte. Arrío la bandera del temor, pues ya no puedo ni quiero huir. Me acerco y con el coraje que nunca tuve cojo su mano. En un instante se desvanece y, temblando, comprendo horrorizado que siempre fue una ilusión, un espejismo de mi sed de amor.
Hola, Salvador. Vaya micro tan enigmático y profundo que nos traes. En un principio nos haces creer en alguien que tiene idealizada a una persona por la que siente un amor enfermizo, pero cuando la ve de cerca, preso de miedo y cobardía, es incapaz de dirigirse a ella. Su vida transcurre en una insufrible indecisión. La sorpresa nos espera al final, cuando creemos que todavía le queda una oportunidad a este eterno enamorado para declararse a su amada, ya que la suerte la vuelve a poner ante sus ojos y él esta vez (aunque viejecito y en la residencia) está decidido a no dejarla escapar. Pero ¡oh, desencanto!, se confirman sus miedos, todo era una ilusión que se desvanece al intentar alcanzarla.
Lo he leído varias veces y me sigue pareciendo una adivinanza. El título hasta me ha hecho pensar en alguien enamorado de la muerte. Suerte con esta original y críptica propuesta. Un abrazo.
No quería hacerlo tan enigmático, Juana, pero igual me he pasado, ja, ja, ja. Ciertamente, el protagonista tiene una necesidad enfermiza de abrazar el sentimiento del amor. Su mente le brinda una imagen, y su miedo e inseguridad le lleva a vivir una existencia de continua ilusión. Muchas gracias por tus palabras. Un abrazo.✍
El ser humano tiene algo de lo que carecen otros seres vivos del planeta: cuando le surge una necesidad y no encuentra la forma de satisfacerla, fabrica su propia solución a medida.
Tu protagonista buscaba una compañera ideal que completase su propio ser, al que consideraba inacabado sin fusionarse con alguien semejante. Nunca halló a esa media naranja, porque la perfección no existe, solo puede ser producto de la imaginación. Toda una vida de miedo al contacto le hizo vivir con ansiedad, ante una inalcanzable creación que no era más que humo.
Un relato que bien podría emparentarse y enriquecer la leyenda de «El rayo de luna», de Bécquer.
Un abrazo y suerte, Salvador
Exactamente, Ángel, ansiedad y miedo ante su propia creación. Como tú bien dices, humo en los rescoldos de su imaginación. Que compares mi humilde relato con un texto de Bécquer es para mí un regalo. Muchas gracias y un abrazo.✍
Nos podemos perdonar la cobardía, la procrastinación a la felicidad, el miedo al rechazo. Pero una vida al compás de la ilusión de nuestra mente es una realidad difícil de aceptar. Muchas gracias, Juan, tus palabras siempre son un obsequio. Un abrazo.✍