96. NEGRO COMO EL CARBÓN (Toribios)
Se habla siempre de los años felices de la infancia, pero se olvidan los días negros. Esos en que se une la rabia con la culpa. Era verano y Negri correteaba por la calle ajeno a la desgracia. Goyo y yo lo habíamos adoptado cuando apareció por el barrio salido de dios sabía dónde. Esa mañana hacía casi un año que teníamos perro a medias. Le dábamos de comer huesos y sobras, y tenía su refugio en el sótano. Tuvo que ser, Benilde, la carbonera. Y es que los días negros lo son a conciencia. Hasta el cielo se oscureció de pronto con nubarrones de tormenta. Y llegó la orden horrísona: “Traedme ese perro, que me lo han pedido”. Así emergió, áspera y tajante, la voz de Beni, y así obedecimos como almas benditas Goyo y yo a la demanda. Aún hoy me pregunto por qué. Quizás fue ese respeto reverencial que se tenía aún a los mayores. O el apoyo implícito de nuestros padres a su causa. El caso es que me pasé la tarde viendo llover tras la ventana. Y los goterones en los cristales tenían la misma cadencia que mis lágrimas.
La verdad es que de repente, al leer tu relato, he aparecido en mi infancia, con el Rubio y Sara, la Setter irlandés (o así la recuerdo yo) que tuvimos un verano recogida en una cabaña y a la que escondíamos cuando aparecían los laceros. Empezó el cole y nos la arrebataron, jamás supimos más de ella. Lloré, ignorante todavía de lo que significaba la muerte, como no había llorado por nadie. Gracias Antonio por revolver en los recovecos de mi memoria. Mucha suerte!!
Abrzsss!!
Me alegra saber que compartimos sentimientos. Se ve que la infancia es un territorio en el que todos hemos habitado.
Ese primer animal al que damos toda nuestra amistad y nos hace madurar en sus cuidados cuando te lo arrebatan, claramente te joden la vida, y esa imagen de la ventana y la lluvia entristece y mucho. Bravo, y suerte.
Gracias, Manuel. Es verdad lo que dices.
Tu relato traslada a otra época y de qué manera!
Muy buena propuesta.
Suerte, paisano.
Gracias, Yolanda. Eran tiempos de perros y laceros.
Triste y negro, muy bien captado el ambiente y la época. Suerte, compi.
Gracias, Raquel. Felices tiempos aquellos, a pesar de algunos sinsabores.
Nunca he tenido un perro a pesar de encartarme los animales y de desearlo desde que nací. Es una de mis grandes frustraciones. Siempre ha habido alguien con quien convivo, con mayor poder que yo, que se ha negado en rotundo. Pero de pequeño recuerdo muchos perros callejeros, de los que, en parte, era benefactor, o lo intentaba, a uno lo salvé de ahogarse en una fuente, a otros les llevaba mi merienda, o comida a escondidas, hasta les quitaba las garrapatas. Por eso puedo imaginar la tristeza, paralela a la lluvia de tu protagonista, por eso y por tu buena prosa.
Un abrazo y suerte, Antonio
No podía faltar tu glosa, amigo Ángel, a menudo tan meritoria o más que el propio cuento,hasta el punto de ser en sí otro relato. Era así, efectivamente, aquel mundo de perros callejeros que tú y yo conocimos.
La negrura campa feliz a sus anchas en este relato tan bueno como triste.
Lo bueno, si triste… Ah, no que eso era para lo breve… Gracias, Edita, por tus palabras.
Quién no tuvo una infancia marcada por un perro y en el caso de los que pasábamos casi todo el tiempo en la calle no era raro que adoptaramos uno callejero. Nostalgia de tiempos que ahora son impensables.
Un abrazo y suerte
Me has llevado a esa infancia con ese perro vagabundo, y esa negrura de carbón y lluvia la has dibujado a la perfección. Gran relato, suerte y un abrazo, Antonio.