14. Níveo (Miguel Ibáñez)
En la sombra del avión sobre la acera los pasajeros no tienen miedo. Solo por necesidad miramos al suelo, pero luego volvemos a él. Es solo un lapso breve el que estamos en elevación.
Enrique salía a la terraza, camuflado entre los aires acondicionados que colonizaban todas las fachadas del barrio, al que se le suponían descampados. Los veranos no necesitan hacer aspavientos para hacerse notar, se intuye el calor por la ausencia de brisa, y los atascos por las sombrillas que sobresalen en las ventanillas de los coches. El papel de los bocadillos sacia el hambre de contenedores blancos que el ayuntamiento ha puesto. Un tipo imprimió bajo techo las letras en mayúsculas; papel, cartón, vidrio. Quizás esté en la playa, la crema solar a medio secar entre los pelos caprichosos de su espalda. Una A con esta tipografía vimos juntos alguna vez, probablemente hecha en el mismo lugar. Radiología. Nunca sabemos para qué sirven nuestros actos, pensaba. O creo que pensaba mientras inflaba una pelota de Nivea. La tengo en el trastero, ignoro deliberadamente como se le va el aire un poco cada día, vaciándose de ti en silencio. Desde que volviste a la tierra.
Parece que estamos condenados a que los momentos placenteros, asimilables con volar en libertad, sean escasos; pero pertenecemos al suelo, ese que nos obliga por la ley de la gravedad a estar anclados a la tierra, a soportar el calor del verano, o cualquier impedimento de los muchos, pequeños y grandes, que la vida nos impone; una vida que nunca valoramos del todo hasta que no la vemos amenazada, hasta que no vemos que podemos perderla como se pierde una relación. En realidad no sabemos nada de nada, somos unos eternos aprendices de todo, mientras la existencia transcurre sin tregua.
Un relato que habla de enfermedad, de alegrías que fueron y poco a poco se desinflan, de un sentido de la vida que solo se intuye, de batallas que tenemos perdidas. Una historia cargada de existencialismo, narrada con pinceladas breves y frases que podrían ser, cada una y por sí mismas, microrrelatos individuales, que sin embargo se enlazan para extraer conclusiones. Soledad, enfermedad y desamor confluyen en una historia cuajada de recuerdos, en la que se concluye que nada es para siempre.
Tus relatos, ricos en detalles, siempre son diferentes, como si viniesen de un mundo más evolucionado, con la virtud innata de hacer pensar. Se aprende y se disfruta mucho con ellos.
Un abrazo grande y suerte, Miguel