45 NUEVO DOMICILIO EN LA LINDE DEL BOSQUE (Rosalía Guerrero Jordán)
La conocí una gélida noche de noviembre al salir de un pub. Sentada en un bordillo, abrazaba con sus brazos las piernas que mostraba su somero vestido blanco. Me miró de soslayo, como retándome a que la llevara a casa.
Sin mediar palabra, le tendí mi abrigo. Después comenzó a caminar a mi lado.
—No creas que me voy con cualquiera —me dijo al subir al coche.
No respondí, pero recuerdo que sentí un escalofrío. Le pregunté su dirección y arrancamos.
Durante todo el trayecto no dejó de mirarme. Mantuve la vista fija en las calles que se abrían ante nosotros, mientras sentía su mirada clavarse en mí como un aguijón envenenado. Inmóvil en el asiento de al lado, parecía una muñeca antigua de ojos vidriosos.
La dejé en los confines de la ciudad, cerca de la arboleda, y regresé a casa tan rápido como el temblor de mis manos me permitió.
Varias veces más nos encontramos y la llevé a casa. Siempre de noche, siempre a solas, a pesar del miedo irracional que me inspiraba.
No sé por qué lo hice. Quizás me recordaba demasiado a la pobre chica que encontraron muerta en la linde del bosque.
Si la mítica chica de la curva produce pavor, la de tu relato no causa menos. Un alma atrapada en el último trayecto que hizo, que recorre una y otra vez sin que su destino prematuro pueda cambiarse, en un bucle fatal. Lo más curioso es la relación que tiene algo de tóxica y mucho de peculiar, entre ella y quien una y otra vez la acompaña, a pesar del miedo que siente.
Un saludo y suerte, Rosalía
Muchas gracias por tus palabras Ángel.
Un saludo.