OCT109. AL CIERVO, de Begoña Rocandio Díaz
Llevaba tres horas trotando detrás del padre y no se le había borrado todavía la sonrisa que lucía desde su despertar. Mientras el sol asomaba tímidamente entre las hojas, se repetía una y otra vez con orgullo las parcas palabras que le había dicho su padre la noche anterior: “Tienes diez años. Ya eres casi un hombre. Mañana vendrás al ciervo conmigo”. ¡Al ciervo! ¡A nadie en su clase le habían llevado nunca! Tan ensimismado iba, que casi chocó contra la espalda del padre. El primer disparo lo oyó entero, seco, repitiéndose en sordina y penetrando en su pecho y en su vientre. El segundo lo vio, incapaz de separar su mirada de los ojos enormes y aterrados de la cierva, tapándose inútilmente los oídos con sus manos heladas y temblorosas. Un rayo de sol arrancó destellos de arcoíris en el costado sangrante del animal. Miguel no comprendía.
– Pero, ¿está muerto?- balbuceó
– ¡Ya lo ves! ¡Y con dos disparos sólo! – El padre sonreía satisfecho.
Lágrimas silenciosas se deslizaban por la carita del niño. Lloraba por la cierva muerta. Lloraba por su felicidad rota. Y odió a su padre que iba al ciervo. Y odió ser casi un hombre.
Una narración con muy buen ritmo. Has presentado la historia muy claramente, como los cuentos y has transmitido todas las emociones, las primeras, sonrientes y placenteras, el despertar de la niñez y ver que ser adulto a veces es eso, la brutalidad, la insensibilidad hacia los otros seres, y su rechazo. Me has hecho sufrir y se me ha encogido un poco el corazón. Mérito tuyo. Suerte , felicidades y abrazo.
Hola Begoña, denuncia de las actividades de caza. Lo de llevar a los niños a estas cosas a mí tampoco me va mucho. Pobre niño, pobres lágrimas y pobre ciervo claro.
Abrazos u ysuerte
http://montesinadas.blogspot.com.es/
Vaya de entrada, mi repulsa al ejercicio de la caza.
Triste, pero bello alegato contra tamaña injusticia. ¡¡¡Enhorabuena!!! me ha encantado, ya no solo porque tocas un tema que me mueve, si no por cómo lo has narrado.
Gracias, un fuerte abrazo.
Yo no cazo, ni pienso, pero se puede entender cazar en un medio adecuado que se cace para subsistir, para evitar daños a las personas, para alimentarse, etc. Ahora bien, el cazar por diversión, el matar por matar y sobre todo por colgar un trofeo, generalmente grande, salvaje y al cual vas a buscar a su territorio, a veces a miles de kilómetros, no solamente me parece una salvajada, si no una estupidez propia de personas sin ni tan siquiera valores ni clase y que han de demostrar no sé qué a no se quien.
Terrible ese momento en que dejamos de ser niños inocentes y soñadores para toparnos con la realidad de las cosas. Tu texto conmueve y remueve por todo lo que en tan pocas palabras dices en él. Suerte y saludos.
Me entristeció, lloré con el pequeño y por un instante deseé no pertenecer a la raza humana. Me parece que escribes muy hermosamente.
Duro y tristre despertar a la vida el que has urdido para ese niño, Begoña. Has trazado muy bien cómo se rompe una ilusión con la realidad, cómo no se puede regresar al territorio de la infancia nunca más. Es una historia que se lee muy bien y me gustaría destacarte la imagen que has utilizado al contraponer la vida de la luz del sol y los colores del arcoíris con la de la muerte de la sangre de la herida del animal. Y justo ahí has colocado «Miguel no comprendía». Todo un acierto.
Saludos y suerte.
Qué bien lo cuentas, cómo desmenuzas el entrar en el mundo adulto, el de pasar del Bambi al ciervo. Me ha gustado especialmente lo de casi chocarse con la espalda del padre, me parece tan visual como lo cuentas. Felicidades.
Saludos