12. Olas contadas
Que la temperatura del agua esté a unos 13 grados centígrados y el color del cielo de un gris marengo que amenaza desastre, no es el escenario ideal que yo había montado en mi cabeza cuando me apunté, entusiasmada, a la escuela de surf.
Tampoco soy capaz de cumplir con el consejo principal de la primera lección: Mirada siempre al frente, en dirección a la playa y las piernas firmes sobre la tabla.
Y, muy importante: NO contéis las olas. La Vuestra, la Buena, llegará.
Demasiadas pelis de surfers hawaianos bronceados, surcando enormes olas azul turquesa espumeante al ritmo de los Beach Boys.
¿Cuántas son demasiadas?, me pregunto, mientras ‘Surfin’ U.S.A’, suena en mi cabeza, martilleando mis pensamientos. Pero sigo en el agua, temblequeando, agarrada como una lapa a mi tabla protectora. Que no me salva de un nuevo revolcón en dirección al fondo del océano. Y vuelta a la orilla.
Al agua, patos. El profe me mira, animoso. Estoy de pie en la tabla. Viene una ola enorme y… ‘Yeah, everybody’s gone surfin’…