42. Omertá
Habíamos llegado a Pequeña Italia al acabar la guerra. Éramos carne de reformatorio hasta que el padrino nos dio trabajo y nos enseñó el modo de vida americano. Cuando murió, Tonino Fiore y yo repartimos la ciudad por barrios. La guerra comenzó cuando dejaron sin fondo de armario a uno de mis hombres. Le llenaron de agujeros su mejor traje cuando lo llevaba puesto. Tonino Fiore tenía unos dientes amarillos por el tabaco y una cara anodina que recordaba a un semáforo en ámbar . Se decía que vivía con una muñeca hinchable y que la explotaba sexualmente. Le cazamos en un motel de Atlantic City, estaba haciéndo un casting a una actriz de serie z antes de lanzarla al estrellato. Tiempo después la chica comentó que besarle era como tomar una infusión de colillas. Nunca le gustó el agua, pero se sumergió en ella con facilidad, aunque ayudó la lápida de mármol que le ataron a la cintura. Le encantaba la pizza de anchoas y acabó siendo pasto de ellas. Era cuestión de tiempo que los hombres de azul llamasen a mi puerta. Mi cara de sorpresa fue sincera: Fiore estaba vivo, mi gente se había equivocado de hombre.
Un relato muy visual, que nos traslada a esos bajos fondos en los que la ley del más fuerte es la que se impone. La lucha por controlar ese submundo solo puede ser violenta y ha de cobrarse sus víctimas, como toda guerra por el poder. El problema es cuando la violencia engendra más violencia y los errores pueden ser fatales, produciendo sorpresas inesperadas.
Un guion que, con voz en off de un narrador que conoce y nos sumerge, sin necesidad de interpretaciones ni vestuario, en ese universo tan particular, podría ser el de una buena película o serie de género negro.
Un abrazo y suerte, Lucas
Como siempre Ángel, gracias por leerlo y por comentar. Abrazo desde Cantabria.