63. ORACIÓN (Blanca Oteiza)
Reconozco que fui a regañadientes, no le veía ningún atractivo. Pasar una tarde de finales de julio entre animales, haciendo de niñera, mientras las amigas estarían bañándose en la playa.
Entramos al zoológico como dos turistas más rodeadas en una marabunta de gente. Las hordas nos iban dirigiendo, ahora los chimpancés, después los leones y más tarde las aves exóticas. Decidí hacer un alto en la heladería, más que nada porque la niña se empeñó en tomar un cucurucho de vainilla y me chantajeó a gritos que se iba a chivar a su madre de lo mal que la trataba si no lo conseguía. Tras una larga fila aguantando el berrinche el ruido cesó en mis oídos y sólo tuve ojos para el joven heladero que sonreía. Dos cucuruchos de vainilla fue lo que acerté a balbucear. No dejé de contemplar al mismísimo dios mientras se derretía en mi mano el helado.
Al día siguiente me ofrecí a mi vecina, que también tenía turno vespertino en el trabajo, para cuidar de su hija. Le propuse el mismo plan, espectáculo de simios, depredadores y guacamayos para terminar en la heladería recreándome la vista, invocando fuerzas para decidirme a darle mi teléfono.
La vida es así de paradójica e inesperada, tanto, que de una situación indeseada puede surgir todo lo contrario. Si los animales del zoo hacen que la magia que tu protagonista ha encontrado tenga correspondencia en ese heladero, siempre les estará agradecida, y a la niña, claro, quién se lo iba a decir.
Un abrazo y suerte, Blanca