123. Oymyakon
Vuelve a nevar sobre la nieve de Oymyakon. Un manto blanco cubre todo el pueblo. En Oymyakon, si te paras en mitad de la calle, el frío te entra por los poros de la piel y la sangre se congela. Del corazón te empiezan a crecer carámbanos y te conviertes en estatua de hielo. Por eso, en Oymyakon, la vida nunca se detiene. Abrigados con sus gorros y sus anoraks, los pocos niños que logran sobrevivir al parto se pasan las horas tirando piedras a los manules que corretean por los tejados, bajo el continuo ladrido de los huskies, mientras sus madres recalientan la sopa con la que se desentumecen los huesos. Los viernes todo el mundo hace el amor y el calor que desprenden los cuerpos mantiene caldeados los hogares durante el fin de semana. A veces deja de nevar. Es entonces cuando los habitantes de Oymyakon miran esperanzados al cielo, buscando una gaviota, una golondrina, un mísero pájaro que anuncie la llegada de la primavera, pero solo encuentran la sonrisa maliciosa del niño que agita la bola de cristal de nuevo. Y enseguida vuelve a nevar sobre la nieve de Oymyakon.