Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

MAY52. NO HUBO NUNCA FLORES, de Julio Olmos de Prada

Tomasa, la de los ojos acuosos, la del pelo enmarañado, la que aúlla en las noches se inclinó sobre la niña custodiada por una corte de sobresaltados aldeanos. El miedo deambuló petrificando el grito en aquellos rostros expectantes.
En este secarral distante y casi inhabitable, abandonado de la mano de Dios, no hubo nunca flores, y la dama de la visión sólo pidió dos cosas, que honraran el lugar y que cada primer día del mes de mayo se la rememorara con una ofrenda de flores.
Tras un silencioso alboroto, la niña quedó tendida, acurrucada y doliente mientras la turba hechizada, liderada por la visionaria, imploraba al cielo ofreciendo la flor de aquel inmaculado jardín.
A la mañana, sobre la lápida de la niña no hubo lágrimas… tampoco hubo flores.

MAY51. EL COLECCIONISTA DE FLORES, de Gabriel Bevilaqua

Me daba lo mismo que mis víctimas fuesen guapas o espantajos, lo importante era que tuviesen tatuada una flor. Con frecuencia, en la playa se me presentaba el bello inconveniente de debatirme entre varias candidatas. En esos casos privilegiaba los méritos artísticos del tatuaje y la región impresa del cuerpo: no hay piel para una flor como la del bajo vientre.
Tras unos pocos años, la única flor que me faltaba para completar mi jardín era una rosa azul. La búsqueda se volvió prolongada e infructuosa. Hasta hubo un momento en que estuve a punto de abandonarla, mas todo llega… Aunque nunca pensé que una compañera de trabajo tan pacata pudiese ser su poseedora.
Seducirla me resultó más sencillo de lo que esperaba, pero cuando iba a drogarla la rosa desapareció de su brazo. Ella se percató de mi sorpresa y procedió a mostrarme como la flor reaparecía en su vientre, sólo para volver a esfumarse. Supe que si quería la rosa, tendría que quedarme con la mujer.
Y eso hice, aunque el precio fue demasiado alto. Ella no le había vendido su alma al diablo para compartirme con otras flores.

MAY50. FLORES MUERTAS, de Rafa Heredero García

Había sucedido a la vista de todos sin que supieran evitarlo y ahora recordaban con nostalgia el tiempo no tan lejano anterior a aquel día en el que el poeta de guardia, buscando la inspiración en un jardín, lanzó el primer aviso, extrañado por la escasez de rosas. Desde entonces, y de forma constante e imparable, estas habían ido desapareciendo hasta extinguirse, y aunque nadie quiso reconocerlo, tampoco se pudo ocultar la resignación ante la evidencia de un mundo que parecía haber perdido la poesía. No hubo dudas ya cuando se decidió evitar ese vacío irreversible llenando parques, campos, bosques y jardines con carteles que exhibían fotografías de altísima resolución de todo tipo de rosas desde donde se derramaba  mediante ingeniosos artilugios su perfecto aroma artificial, y tímidas voces empezaron a explicar convencidas todas las ventajas que ofrecía este arreglo, incapaces o quizá temerosas de adivinar la cadena de consecuencias que implicaba esta condena.
Un día, una pareja de enamorados que necesitaba la confirmación de lo que repetían sus ojos, dio la alarma, sorprendidos por las pocas margaritas que podían deshojar.

MAY49. EL ÚLTIMO VIAJE, de Carmen Andújar Zorrilla

Murió solo, lo enterraron sin nadie que acompañara su último viaje. No hubo flores, no hubo rezos, por no haber no hubo ni nombre en su lápida. Los días, los meses, los años pasaron y allí seguía aquella tumba anónima, sin nombre, sin que nadie supiera que en ese lugar yacían los restos de una existencia humana, de la que solamente quedaba piedra y polvo. Lástima, aquel escritor no publicaría nunca la mejor novela de su vida.

 http://carmenandujarzorrilla.blogspot.com.es/

MAY48. FLORES INTERIORES, de José Manuel Molina Monclova

La suave brisa acariciaba las jóvenes hojas de los arboles que estaban en el jardín, sus juguetonas risas llegaban a mis oídos para alegrarme el corazón y arrancar una sonrisa de bienestar a mi alma.
No hubo flores que contemplar en el jardín, todas estaban floreciendo antes en mi interior para explotar y esparcirse por los jardines para alegrar la vida a todos los seres con la calma necesaria para sentarse a tomar un respiro.

 http://sapereaude-semanu.blogspot.com/

MAY47. SIN FLORES, de Alfred Comerma Prat

Esta vez no había llevado flores, solo estaba ahí , para cerciorarse de que el trabajo estaba bien hecho.
No era nada personal, se decían, es un trabajo que depura sus células muertas de una forma taxativa.
Contemplaba las caras llorosas, los pañuelos recogiendo lágrimas, más de desamparo que de dolor.
Reconoció que la primera vez, sintió un impulso, que le hizo llevar un ramo de flores, para descargar su conciencia un poco, eso le delató.
Ahora no llevaba flores a los entierros, su sola presencia bastaba, como advertencia a los interesados.

 http://alfredcomermaprat.blogspot.com.es/

MAY46. NO HUBO FLORES, de Òscar Pareja Bañón

Llegué a la orilla con la esperanza de que él estuviera allí. Me había imaginado ese momento un millar de veces en mi cabeza. Mientras nadaba, pensaba que él vestiría su traje de gala y sus manos, cubiertas de suaves guantes blancos, sujetarían un ramo de flores que me entregaría tras fundirnos en un beso apasionado tras encontrarnos. Sí, seguro que estaría  esperándome ansioso por nuestro inicio de vida en común, después de muchos sacrificios. Yo había perdido mi encantadora voz y, parte de un pasado, que ya no me ligaría al fondo del océano. Él había renunciado a la corona, a una princesa de verdad, con una dote especial para su familia. Juntos marcharíamos para iniciar una nueva vida en la montañas nevadas del Norte.
       Al llegar a la arena, mis escamas se vuelven piel. Al fondo, diviso su sombra. Me acerco torpemente – es la primera vez que corro con mis dos nuevas piernas-. Conforme me aproximo se dibuja una pareja besándose. Él lleva su traje de gala y un ramo de flores. Ella no soy yo. Una lágrima congela mi alma. Vuelvo al mar y desciendo hasta que mi última burbuja de aire desaparece formando un corazón roto.

MAY45. NO HUBO ROSAS DE SABOR CARMÍN, de Sara Snezha Pozo Rodríguez

En una noche cerrada, las personas corrían de aquí para allá, llovía y los coches queriendo refugiarse rápidamente en sus garajes corrían y sus pies cubiertos de agua y barro recorrían toda la calzada. Mientras tanto él seguía allí esperando a su mujer con su paraguas y una rosa que la había comprado en un puesto a una gitana.
Su mujer no había aparecido todavía, los pétalos de la rosa lloraban lágrimas en forma de gota salada… él se temía lo peor. Los pétalos eran de un rojo intenso que hacía juego con los labios de su mujer, vestidos de un rojo carmín, que se puso esta mañana al salir de su casa para ir a trabajar… Los paraguas de diferentes colores, caminaban sin descanso esquivando a los demás, bajos, altos, redondos, cuadrados… parecían tener prisa pero él, sin embargo, seguía allí, esperando a su mujer… Cuando se dio cuenta de que su mujer a la que amó tantas veces en su cama, a la que juró ante el cura el día 5 de enero de 1976 que la amaría tanto en la salud como en la enfermedad… Esos labios no eran para él, después de esa noche ya no hubo más flores…

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MAY44. EL FIN DE LA PRIMAVERA, Juan Enrique Nebot Garcia

Caí de la nube, con el resto de mis hermanas. Después de pasar por varias capas atmosféricas, por fin divisamos tierra. Me despedí de ellas con un “hasta luego”, todas éramos muy conscientes de que algún día, más pronto o más tarde, nos volveríamos a encontrar allí arriba.
Nada más topar con el suelo, fui absorbida por las raíces de lo que parecía ser una planta. Allí dentro, me volví a encontrar con algunas de mis hermanas que también habían corrido mi misma suerte. Acto seguido me fraccioné en varias partes, y cada una de ellas emprendió un camino diferente. Algunas fueron al tallo, haciéndolo más firme y vigoroso; otras a las hojas, dotándolas de un bonito verde; y otras fueron al “capullo”, para brotar la flor que llevaba dentro. Estas últimas, fueron sin saber que serían desaprovechadas, ya que desde hace unos años, y gracias al cambio climático, ya no hay abejas que polinicen las flores, ni tampoco pájaros que limpien de parásitos a los elefantes, ¡ni tampoco alergia! Ya no hay flores. Ya no hay primavera.

 cupitaru.blogspot.com

MAY42. NO HUBO FLORES, de Susana Gil Sena

Como cada jueves de marzo, su mirada de agua observaba a través de la ventana, daba igual que el sol hubiera venido a verla para calmar su frío, no importaba que la lluvia adormeciera con su danza aquellas tardes de primavera, ella solo esperaba.
 Hacía más tiempo del que ella misma podía recordar que se había convertido en un hábito esperar en marzo, esperar que aquel muchacho de ojos alegres y pelo trigueño le trajera siete dalias blancas que acariciarían el ansiado recuerdo de su amor de juventud.
Antonio había sido el amor desesperado de sus años de rebeldía, junto a él aprendió el color que tienen los besos cuando se cierran los ojos, a dormirse con la melodía de los latidos de un corazón fatigado después de las batallas del amor… y sin embargo había tenido que vivir junto a Carlos, un marido cómodo para la vida.
Pese a que habían tenido vidas distintas, separadas torpemente por consejo de su familia, él nunca había dejado de mandarle aquellas siete dalias, cada jueves de marzo durante los últimos 60 años.
Hacía dos meses que Antonio había fallecido, y aunque ella seguía esperando, aquel jueves no hubo flores.

MAY40. DE OTRA MANERA, de Lydia Leyte Coello

No hubo flores. La pareja, tan implicada en el estilo de vida alternativo, se negó a verlas morir en sus manos. La novia, cubierta con un sutil velo de encaje antiguo, portaba una rama leñosa, de la que pendían alegres cintas de algodón con cuentas de cristal. El novio, con un sombrero panamá trenzado a mano por indios guatemaltecos, de Comercio Justo, adornaba la solapa con un clavel de papel pinocho rojo estridente. Tampoco hubo iglesia, ni sacerdote, ni juez. Juraron su amor entre amigos y familiares ante el sol del ocaso, el único oficiante en el que creían. Permanecieron largo tiempo abrazados, con los pies desnudos mecidos por el dulce oleaje del Atlántico hasta que la luna rasgó la oscuridad. La luz de las velas iluminó el espacio. Extendieron manteles de lino en la playa y una fila de oferentes fue depositando los platos del menú, adornados con conchas y algas marinas comestibles, como si fuesen dones ofrecidos a la diosa Atenea. Ensalada de lentejas con tofu…, aliños orientales…, kefir y fresas…, miel de castaño… Solo el escéptico padre de la novia rompió la armonía. En un aparte, se zampó un bocadillo… con carne.

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