Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

192. TOMILLO, de Tomillo 2

¿Que si tengo tomillo para echarle a la salsa de la carne? ¿Tú por quién me tomas? Claro que tengo tomillo; tomillo de la sierra de mi pueblo. Tomillo de ese que huele de verdad y que sabe a tomillo, a campo, a sierra, a monte, a bosque. Tomillo de ese que no se parece en nada al tomillo que venden en bote en cualquier supermercado.
¿Qué vas a querer que preparemos para el postre? ¿Eso que tanto nos gusta? Por mí bien, perfecto. Quiero abrazarte hasta que me duelan los brazos. No hay nada más dulce que abrazarnos hasta que nos cansamos.

191. MONTE CORONA, de Yedra 2

He corrido más de doce kilómetros, pero no puedo terminar sin asomarme  al mirador de  la Ermita de San Esteban  y ver la puesta de sol en el mar desde allí.
Se esconde despacio y el agua cambia sus azules por rojos y naranjas, dejándose acariciar por los rayos  sin pudor alguno, la imagen va  adentrándose en mi espíritu, sosegándolo, aliviando los pesares que me acompañan desde hace meses.  Tan metido estoy en las brumas de mi alma, que no me di cuenta que la noche,  ha cubierto el Monte Corona por entero.
No pasa nada, me digo,  no hay más que seguir el sendero.
Algo he debido de hacer mal, y no soy capaz de encontrar la salida. No tengo miedo, presiento que  las sequollas, los robles, las hayas…  me protegen. Pero si tengo frío.
Una pequeña luz me sobresalta., es una llama, como de candil, se mueve indicándome que la siga. No veo a nadie, tan solo la llama y un aroma a flores. La sigo y en poco tiempo, justo cuando comienzan las luces del alba, reconozco el camino de salida.
Desde la entrada, tiritando aún, sonrío a la llama que se extingue:” Gracias Anjana.”

190. LAS ENSEÑANZAS DEL BOSQUE, de Cárabo

       Considero un auténtico privilegio los frecuentes viajes a la aldea de mis abuelos. Gracias a la singularidad del paisaje, compruebo en primera persona cómo el aire puro domina a la contaminación; cómo el estrés cede paso al sosiego; cómo el bullicio se transforma en silencio, a veces roto por los inocentes mugidos, cacareos y trinos. Me reconforta olvidar por un instante la obligación diaria de permanecer aferrado a las nuevas tecnologías y perderme en un bosque cercano para compartir experiencias con un solitario búho.
         -“Buenas tardes, Herodoto “– le saludo educado, convencido de que puede interpretar mis palabras aunque yo no sepa ulular. Le apodo así en recuerdo a un amigo periodista que firma sus crónicas utilizando ese pseudónimo, porque siempre atento a las conversaciones y escenas que acontecen a su alrededor, el entrañable búho sería capaz de relatar fielmente la idiosincrasia del entorno y sus gentes. Sin embargo, ya no sucederá. En mi última visita al bosque, encontré vacío el hueco de la encina centenaria donde moraba.
         -“Mucha suerte en tu emocionante aventura, Herodoto”-, exclamé apenado junto a la rambla de agua que fechas antes sobrevoló, sigiloso, en busca de otras historias con las que enriquecer su ilimitada sabiduría.

189. MIRADAS PERDIDAS, de Eco

A primera hora de la mañana de aquel día de septiembre, después de desayunar, salió de la casa donde esos días se alojaba para intentar pensar con calma en todos los silencios que últimamente le brindaba su esposa, cuando él le preguntaba sobre su estado de indiferencia conyugal, sobre las miradas perdidas que le dedicaba, las caricias invisibles y los sentimientos ausentes que tenía hacia él, hallando el eco de su propia voz como respuesta.
Cerró la puerta del hostal, y  sin mirar apenas hacia donde se dirigían sus pies,  fue caminando con el corazón acelerado y pasos que demarcaban soledad, sin apenas ganas de darlos. No reparó en el camino que había iniciado, se fue adentrando en aquel bosque de hayas, inundado por un lado, de una alfombra inmensa de hojas, marrones y de amarillos intensos y también por una niebla cada vez más densa. De pronto paró, vio a su izquierda un tronco de un árbol, invadido por un cojín de hiedra; se sentó encima de él y cerró los ojos. Después de unos minutos los volvió a abrir y descubrió que ese bosque estaba más vivo que él y que necesitaba comenzar de cero para ser feliz.

188. POKOMU, de Tronco 2

Era un ciempiés. Se llamaba PoKomu. Le encantaba pasear por el bosque. Su madre le advertía:
–Ten cuidado, hijo, eres demasiado confiado.
–Mami, es que me encanta saludar a todo lo que me encuentro en mi camino: animales, rocas, plantas y como tengo tantas manos-patitas, pues ¡tengo muchos amiguitos!
Un día se hizo un ovillo sobre sí mismo y rodaba por una pendiente, chocando entre piedras y ramas, gritaba y gritaba: ¡Ole y ole!
Tanto alboroto, llamó la atención de un petirrojo, llamado Roi. Este se acercó y le dijo:
–Sube a mi espalda. Agárrate a mis plumas.
–Mami, me reñirá.
–Tranqui.
Roi elevó su vuelo y planeando casi tocaron las nubes, rozaron las copas de los árboles y desde allí arriba los dos veían todo el bosque, los riachuelos, las montañas a lo lejos…
Una vez en el suelo, su amigo se alejó batiendo sus alas. PoKomu estaba trastornado. Pasó su madre y le preguntó:
– ¿Qué te ocurre hijo?
– ¡He visto el bosque desde el cielo! Es precioso, mami. Gracias por haberme traído a este mundo.
– ¡Qué imaginación tienes… hijo! Te voy a dar… cien, quinientos, mil abrazos con mis manos-patitas.
Y una lagrimita cayó a la tierra.

187. ESQUIZOFRÉNICO, de Alcorce

En mis paseos por el bosque suelo recoger raíces de los diferentes tipos de árboles que salen a mi encuentro.
Del mismo modo que trozos de madera que aparecen tirados al lado del riachuelo.
Siempre estuve enamorado de la tierra obteniendo las mejores calificaciones escolares en asignaturas como Botánica y Ciencias Naturales.
Luego, ya en casa, me entretengo horas y horas en formar con ellas figuras humanas y de animales.
No pretendo obtener beneficio económico sino única y exclusivamente placer por lo que me resulta muy gratificante.
Esperando mi turno en la consulta del sicoanalista le propondré presentar mi método ante la Oficina de Patentes de Alicante y, caso de que me la rechace, me veré obligado a tenerle que acompañar mañana al cementerio.

186. ÓSCULO, de Alcorce

Hastiado de mi vida en la ciudad opté por irme a vivir al bosque.
Aquel y no otro era el momento de cambiar:lo tenía decidido.
Hallándome en la cuarentena no estaba dispuesto como hacen una mayoría de personas en sacrificar la primera mitad de mi vida para desperdiciar la segunda.
Así que me construi una pequeña cabaña en medio de un frondoso bosque y, rodeado de ardillas y mariposas de inmediato me instalé.
Pasaron varias semanas y aquéllo era vivir.
Estando en contacto con la naturaleza, la fuente seca de mi inspiración comenzó a brotar agua en forma de ideas.
Falta me hacía pues la escritura nos resulta a los escritores tan imprescindible como el aire que respiramos.
Mas, como no dura mucho la alegría en casa del pobre, una espléndida mañana de domingo el ruido ensordecedor de la máquinas talando los árboles del bosque acabó de cuajo con mi sueño.
Mis gritos de protesta de nada sirvieron.
Recogí mis enseres y regresé a la ciudad, no sin antes ofrecer un tierno beso a mi cabaña: tan sólo ella sabía lo que yo callaba.

185. ÉRAMOS POCOS Y APARECIÓ EL HOMBRE, de Arrendajo

A punto de expirar el otoño, una tormenta colosal acabó con la sequía que amenazaba la armonía del bosque y, entre otros, se animaron las lombrices que esponjaron la tierra. La diosa diana procedió al recuento de los daños y reparó en que un rayo irrumpió en la espesura y acabó con un abedul, partiendo en dos su vistoso tronco plateado.
En primavera, una pareja de mirlos eligió la parte de árbol que quedó en pie para anidar. La hembra depositó cuatro huevos y, luego, ahuecó su plumaje para calentarlos. Mientras, el macho se desvivía a la busca de insectos y lombrices. A su vez, una ardilla, que se las prometía felices emboscada en una rama próxima, inspeccionaba todo.
Vieron la luz cuatro polluelos hambrientos y sus padres les buscaron gusanos, en algún momento sin turnarse. La espía lo aprovechó y se los zampó. Aún se relamía en el instante en que sintió una zarpa y, sin pausa, la dentellada de un zorro. El raposo huía con la presa, ajeno al acecho de un lobo, cuando un cepo le seccionó una pata. Enseguida, apareció el hombre que interceptó la cadena por un inútil “trofeo” y la estratagema lupina se arruinó.

183. LOS ROBLES, de Melojar

Siempre me han gustado los robles. Será porque toda mi vida han estado ahí, saludándome por la mañana y arrullando mis sueños. Sus ramas frondosas y llenas de nudos  que  dibujan paisajes fantasmagóricos fueron testigos de  mis juegos infantiles y de mis escarceos juveniles. A su sombra empezó y acabó todo y a su  sombra he llorado durante años mi indecisión.
¡ Cuántas veces he querido ser madera de roble para aguantar fríos y vientos, ser dura y resistente como ella para que nada me dañara.¡
Será de los robles de lo único que sentiré despedirme. Lo único que echaré de menos.
Mañana marcharé  a una residencia de ancianos. La misma en la que solicité plaza el día que supe que Lola estaba allí.
Esta tarde cerraré con fuerza mi maleta, la fuerza que no tuve hace casi sesenta años cuando Lola me pidió que dejara atrás prejuicios y convencionalismos y la acompañara. No fui capaz.
Como los robles crecí muy lentamente. Espero que no sea demasiado tarde.

182. BESO, de Nube

Me gustaría, te quiero, sí acepto, perdóname, no te suicides… lo siento. Estaba tirada en el sofá cuando te fuiste, por eso te escribo esta carta. Vos me enseñaste que aunque no haya nubes en el cielo, puede ser un día deprimente en el bosque, ahora me veo al espejo y los recuerdos me vuelven…
Pinté las paredes una de cada color, porque me dijiste que cuando murieras te gustaría ser un arcoíris en la otra vida. Sé que eres muda, pero yo aún te veo amor mío… hasta que el amarillo sea lo último que vea te seguiré viendo. También te quería recordar que tengo el vestido blanco todavía guardado en el placar y que pienso en ello todo el tiempo, la monotonía irrepetible.
 Yo sé que no quisiste lastimarme, por eso me escribes esta carta… pero no puedo vivir sin ti, así que me despido yo también, me corto la boca hasta morir y caigo en el sofá del bosque.

181, AGOSTO Y DESPUÉS… SEPTIEMBRE, de Laurisilva

Como cada noche, en el estanque dorado, donde se reflejaba la belleza de la luna, Juan esperaba impaciente a Isabel. Ella recorría aquel bosque en bicicleta. Tenían dieciséis años y unas ganas locas de amarse. Los ojos de Juan se iluminaban al verla bajar por el sendero lleno de vegetación. El reflejo de la luna permitía entrever la figura delgada y joven de Isabel. Cuando llegaba hasta sus brazos, parecía que los planetas dejaban de girar entorno al sol para centrarse en ellos todo el universo. Pasaron los treinta días más hermosos que jamás hubieran disfrutado. Su familia recogía las maletas, rebuscaban por todas las habitaciones de aquella casa rural alquilada durante ese mes de agosto. El mes más romántico y mágico que habían vivido unos adolescentes que soñaban con hacerse mayores.  Aquella noche, Isabel no volvió al estanque dorado. Juan la esperaba, sentía que volvería, pero no sucedió. Isabel había regresado a la rutina con su familia. Llegó Septiembre, empezaron las clases. A Isabel la invadía un sentimiento de tristeza inusual.  Le preocupaba algo. No coincidían las fechas. Tenía que callarse y esperar. Dentro de unas semanas llamaría a Juan. Este mes iba a ser muy largo.

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