Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

F22. LAS OREJAS MÁS GRANDES DEL MUNDO, de Moral

Tenía las orejas más grandes que había visto en toda mi vida.
—¿Me estás mirando las orejas? —me preguntó sonriendo.
—¡No!… Si.
—Llaman la atención, ya lo sé. No me molesta que las miren.
—Perdone, pero son…
—¿Quieres tocarlas? A veces me lo piden. Puedes tocarlas si quieres.
—No… gracias. Me conformo con mirar.
—Lo digo porque mañana será tarde: me voy, vuelvo al bosque y no regresaré hasta finales de otoño.
—Ya…
—Soy el escuchabosques. Solo paso el invierno en el pueblo.
—El escuchabosques… el escucha-bosques, el escuchador de bosques, el que escucha los…
—No sabes quién soy, ¿verdad?
—Pues claro… ¡No!
—Para que lo entiendas: soy como el forestal del sonido. Catalogo, clasifico y cuido los sonidos del bosque. Que todos se oigan, que no falte ninguno: el murmullo del agua, el canturreo y gorjeo de los pájaros, el aullido del lobo o el zorro, el gruñido del oso, el ulular del búho o el mochuelo, el chasquido de las hojas, el croar de las ranas, el berreo, los bramidos, relinchos, zumbidos, chirríos, graznidos, silbidos, mugidos,… Que todo se oiga donde, cuando y como tiene que oírse.
—Y ¿eso importa?
No me contestó, solo me miró con pena.

F23. LAS SÁBANAS DE HILO, de Castaño 2

Había estado planchando las sábanas de hilo, aquéllas que habían sido bordadas con el objetivo de que sirvieran de acogida en una noche de bodas que nunca llegó. Las lágrimas humedecían aún más la tela rociada para su planchado. El día de la última Nochevieja  había cobijado, un año más, la angustia de la soledad y la tristeza. Era una patética y ficticia parodia de la vida que siempre anheló pero que nunca llegó.
Se bajó del coche y comenzó a caminar entre los lánguidos castaños. Había estado lloviendo y el aire era tan límpido que estuvo a punto de echarse atrás. Sin embargo, pasada esta primera vacilación, continuó su paseo. Llevaba una bolsa de vivos colores en donde había metido el juego de sábanas. Comenzaba a anochecer por lo que eligió el castaño más grande y más retorcido que encontró; sacó las sábanas y las colocó dulcemente sobre los helechos que poblaban la umbría del árbol. De un bolsillo de su abrigo, sacó un frasquito azulado y una botella de agua. Una a una fue ingiriendo las pastillas, se reclinó sobre las sábanas y esperó, mirando cómo la luna escalaba la grada del cielo. Después todo se fue oscureciendo.

F24. LOS OTROS SENDEROS, de Acentor

De niña, el bosque me daba miedo. Procuraba evitarlo, y cuando no me era posible recorría el sendero deprisa, con la vista clavada en el suelo, ajena a cualquier sonido que no fuera el de mi propia respiración. Al fin y al cabo, eso era lo que se esperaba de mí. “No te pares, no te distraigas, no hables con extraños”, me decían. La vida parecía llena de peligros, y el bosque una representación de todos ellos.

Pero todo cambió aquel día en que alcé la mirada, sorprendida por el canto de un pájaro desconocido. Descubrí entonces que el crujido de una rama podía anunciar la presencia de una ardilla, y no una amenaza. Que era el viento el que hacía temblar las hojas en las copas de los árboles, y no el temor. Que la llegada de las nubes no tenía más consecuencia que la lluvia, y que esta no iba a dañarme, sino a llenar de vida cuanto me rodeaba. Que, al explorar otros nuevos, estaba trazando mi propio sendero. Todo lo que soy, todo lo que he sido se lo debo a ese día. El día en que olvidé ponerme aquella estúpida caperuza roja.

F25. LOS PELIGROS DEL BOSQUE, de Lagestroemia

           —Caperucita, coge esa cesta con provisiones y llévasela a la abuelita. Llevas varios días sin ir a verla y ya sabes lo sola y desamparada que está. No te entretengas por el bosque; merodea el lobo y podría comerte. Ataca, sobre todo, a los niños y a los ancianos.

            —Ya voy, mamá  —responde, sumisa, la niña.
            Y así, alegre por volver a casa de su abuelita, la pequeña alcanza las estribaciones del bosque. Allí, se entretiene observando los rojos y blancos de una amanita muscaria, gira la cabeza para guiñar un ojo al verderón serrano que gorjea, sonríe a la lagartija que repta, se sienta en el mullido musgo que tapiza la sombra del enorme roble y se empapa del variado embrujo nemoroso.         
            De pronto, le viene a la memoria el peligro anunciado por su mamá y,  olvidando las mil tentaciones que le ofrece la foresta, reanuda el camino. Siente hambre y tentada está de tomar alguna golosina de las que lleva, pero, desiste.
             Tam, tam, tam.
            —¿Quién es?
            —Soy yo, abuelita, ábreme. Te traigo una cesta con provisiones.
            —Hola hija, ¿qué tal estás?
            —Bien, abuelita, bien, pero estoy hambrienta.  ¿Qué tienes, hoy, para  comer?
            —Estofado de lobo.

F26. LUNA LLENA, de Olivo

   Otra vez ha vuelto a ocurrir. Otra vez se me ha hecho tarde y la noche me ha sorprendido solo, en medio del bosque. Debo caminar deprisa, pero con cuidado de no perderme. Sé que los mayores se cuentan historias escalofriantes ocurridas en estos parajes inhóspitos. Historias que no quieren que los pequeños sepamos, para no asustarnos. Pero yo soy un niño valiente y no le tengo miedo a la oscuridad. Además, por suerte, hoy hay luna llena y es más fácil seguir el camino de vuelta.

         Lo malo, sin embargo, es el castigo que me espera por no llegar a mi hora. Y que otra vez no sabré explicarles a mis padres por qué regreso con la ropa hecha jirones, todo despeinado, y las manos y la boca llenas de sangre.

F27. MADRE NUESTRA, de Oruguita

Madre nuestra que estás en este mundo. Bendito sea tu nombre. Venga a nosotros tus montes y mares. Sáciense tus necesidades, así en la tierra, mar y aire. El oxígeno nuestro de cada día dánosle hoy. Perdónanos nuestros incendios, y poluciones, así como nosotros intentaremos perdonarnos. No nos dejes caer en la tentación de la industrialización excesiva y líbranos de hacerte mal.

F28. PACIENCIA, de Cedro

En un recodo del sendero, y sin previo aviso, te desnudaste y te adentraste en la espesura, arrastrada por el bosque. Hace ya tres años. Empiezo a pensar que igual ya no vuelves.

F29. PERDIDO, de Sendero

Cuando ya todos lo dan por desaparecido soy yo quien insiste en darle otra oportunidad y organizar una batida más para poder hallarle con vida. Él y su mujer son mis mejores amigos y no puedo soportar el disgusto al ver la desesperación de ella, la muda súplica en sus ojos. Cada vez que la miro y la veo así, no lo puedo soportar. Por eso tengo que encontrarle.
La mañana había empezado alegre con los preparativos de las excursión, pero se torció con la tormenta, el frío, la nieve y sobre todo cuando él se perdió en el bosque. Enseguida, en medio del caos, organizamos su búsqueda, pero hasta ahora no hemos tenido suerte. Sólo quedamos unos pocos voluntarios para seguir buscándole por lo que sugiero que nos separamos y así poder cubrir más terreno. Yo me dirijo a una zona escarpada y cubierta por una espesa vegetación que no hemos registrado todavía, y ahí es donde oigo su agónica llamada de auxilio, más parecida a un estertor, pero la ignoro. Sólo quiero asegurarme de que él no va a vivir hasta que lo encuentren los demás. Me gusta mucho su mujer.

F30. QUÉ FUE DE…, de Brezo

Cada día la mujer atravesaba el bosque para ir al pueblo, donde trabajaba como dependienta. Vivía junto a un claro de la arboleda, en una vieja casa de madera que había heredado de su abuela. Recorría el camino sin inquietud: ya no había alimañas por los contornos y los temibles lobos de antaño estaban ahora en una reserva acotada, casi extinguidos.

      A pesar de su madurez avanzaba con brío. Su rostro ajado se iluminaba con un brillo infantil al contemplar las florecillas del sendero; no se atrevía, sin embargo, a arrancarlas y trenzar con ellas un ramillete, como hubiera hecho en otro tiempo, pues acaso fueran una especie protegida.
      Su marido, casi siempre desempleado, la acompañaba a veces. Era leñador pero apenas encontraba más ocupación que olivar las ramas secas y más bajas de los árboles.
      Escrutó la vereda señalizada para los excursionistas que se proyectaba ante sí, y aceleró el paso. Suspiró hondo mientras se estiraba el raído abrigo de paño rojo, ya descolorido, que le quedaba estrecho. Hacía frío y se puso también la capucha; algunos rizos cenicientos pugnaron por escaparse del gorro. Un pensamiento fugaz la sorprendió: “Caramba, cómo ha cambiado el cuento”.

F31. REENCARNACIÓN, de Búho 2

Mientras enciende el último cigarrillo, Fran recuerda la noche en que despertó, parpadeó dos veces, y con los ojos muy abiertos oteó el bosque de hayas en completa oscuridad. Captó un movimiento entre la hojarasca, se lanzó en picado y el ratón cayó bajo sus garras sin rechistar.

Ante el pelotón de fusilamiento, Fran se pregunta qué será la próxima vez que despierte.

F32. SIN MIEDO, de Perenquén

Santiago tenía toda su vida orientada hacia la pendiente que desde su puerta subía a la montaña. Hacia abajo, justo detrás de su casa, empezaba un bosque que lo separaba del resto del mundo. Cuando lo conocí llevaba treinta años sin entrar en ese monte cerrado, aunque todas las mañanas disfrutaba mirando su verdor desde lo alto de la ladera. Me contó que de joven tardaba seis horas en atravesar el bosque para pasar con sus amigos una tarde cada semana. “Una dentellada, un maldito perro salvaje me hizo cogerle miedo al bosque”, me decía señalando su tobillo derecho, aunque yo intuía que me ocultaba algo más profundo que aquella mordedura.
Ahora su casa está vacía. Todo está como si acabara de marcharse: la cama deshecha y el tazón del desayuno todavía en la mesa. Esta mañana, una mujer que pasaba cerca me ha dicho que hace más de seis meses que no ve a Santiago, y que ella sabía que algún día el corazón lo llevaría de nuevo a aquel pueblo. “Ha sabido esperar, ojalá tenga suerte”. No me ha contado más, pero tengo la certeza de que Santiago dejó de tener miedo.

F33. TIEMPOS OSCUROS, de Musgo 7

Cuando los soldados llegaron al pueblo, algunos vecinos se echaron al monte. Éste les daba cobijo y sustento. Con frecuencia, los soldados organizaban batidas provistos de perros de presa para darles caza. Se dice que cada árbol nuevo es el alma de un caído. Así, poco a poco, el bosque se fue extendiendo hasta alcanzar el pueblo. Cuando lo cubrió con su verde manto, los soldados se vieron obligados a abandonarlo para siempre.

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