Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

680. GOTAS CAEN SOBRE MI CABEZA, de Zorrito

El cielo tornó gris. El viento aumentó su velocidad, se volvió frío y displicente. Las ardillas corrieron a esconderse, los pájaros se ocultaron en sus nidos y la tierra se preparó para el inminente baño de multitudes. Las nubes eclosionaron y empezó a llover violentamente. Llovió y lo impregnó todo de vida. Yo miraba impresionado a través de la ventana del hotel pero esta vez decidí dejar de ser espectador y convertirme en uno más. Me adentré en el bosque y sentí las gotas caer sobre mi cabeza. Noté su humedad penetrando por cada poro de mi piel como diminutas agujas purificadoras. De pronto me detuve y escuché atentamente el sonido de la lluvia. ¿Hay un espectáculo que pueda superarlo? Sentí que me fundía con el medio, que era un árbol, un pájaro carpintero, un zorro. Respiré profundamente y mis pulmones se empaparon de ese olor indescriptible. En cada inspiración sentía como si estuviera aspirando toda la energía del planeta; en cada exhalación como si eliminara todo el mal de mi interior. El paseo duró sólo diez minutos pero fue la experiencia más impresionante que jamás haya tenido.

679. GIGANTES, de Nutria

Cada tarde María y su bisabuela se adentraban al bosque. María cerraba los ojos y escuchaba a su bisabuela mientras notaba un nudo en su estómago. \»Sí, María, de noche los árboles se convierten en gigantes y…\» Y la historia de los gigantes se mezclaba con el olor a tomillo que desprendía la bisabuela y con el olor a hoja húmeda del bosque. María tenia once años cuando vio como tiraban las cenizas de la bisabuela en el bosque. Meses después, los padres de María y ella se mudaron a la ciudad y el recuerdo de la bisabuela se fue desvaneciendo. Mientras tanto, de las cenizas de la bisabuela nació un árbol donde unos pájaros hicieron un nido. Una de las crías voló hasta la ciudad y reposó en la ventana de María. María miró el pájaro y en ese momento, después de muchos, muchísimos años, recordó el olor a tomillo y a hoja húmeda y se le hizo un nudo en el estómago. Miró a su bisnieto que estaba sentado en el sofá, se sentó a su lado y le cogió de la mano. \»Te voy a contar la historia de los árboles que se convierten en gigantes…\»

678. EL SILENCIO DE UN ADIÓS, de Ardilla 9

 Aquella mañana las gotas de agua parecían copos de nieve a medio cuajar, danzantes y temblorosos, arrullados por las suaves ráfagas de viento helado.
La blancura del suelo del lugar, apenas rota por un par de pálidas hojas caídas, brillaba débilmente entre las motas de polvo.
El silencio era terrible, denso como el espeso pelaje de los ciervos e intimidante como la mirada de un oso. El rumor del arroyo se había detenido. 
Enmudecidos los búhos y acallado el cricrí de los grillos, la muerte parecía  fundirse con la vida, de tan grande que era la ausencia de sonido.
Sumergido en un océano de quietud, acariciado por la esponjosa cola de un zorro y mordisqueado por alguna oruga, me sentía anciano: este diciembre estaba acabando conmigo.
Mi tronco, más gris que blanco, más quebrado que vivo, sufría la dentellada del hielo. Me debilitaba rápidamente mientras el pesar atenazaba mis entrañas de madera: mi adiós romperá el hechizo de la paz absoluta. 
Así, la muerte soltará la mano de la vida para llevarme y despertar a este bosque dormido que asiste a mi partida.

677. ¡MÁS MADERA!, de Pequeña Jabata

Era un hombre meticuloso y previsor. Nada quedaba al antojo de un azar incierto que no pudiera controlar. Gozaba de buena posición y contaba con una lujosa finca de cinco hectáreas en medio del bosque, con un chalet construido en roble y cedro.
Cada habitación lucía detalles de madera policromada en el techo y disponía de teléfono, con comunicación al exterior para casos de emergencia. El señor Pérez no deseaba que la tranquilidad del bosque supusiera un problema para su seguridad.
Cada fin de semana, se ataviaba con ropa de caza, tomaba su rifle y pasaba horas deambulando escondido entre los árboles.
Aquel día esperaba agazapado a su presa, pensando en el hueco que decoraría aquella hermosa cornamenta, cuando le sorprendió algo imprevisto: una rama maciza se desprendió desde lo más alto golpeándole en el costado. Cayó aturdido al suelo mientras el arma se le escapaba de las manos y chocaba con el tronco del árbol, disparando una bala en su estómago. Afortunadamente, el señor Pérez disponía de un gran ataúd  hecho con madera de pino.
Y es que la naturaleza tiene una forma muy original y macabra de devolver el daño recibido.

676. REMINISCENCIAS, de Bellota 2

Existen lugares donde nos encontramos más cerca de nuestras raíces primordiales; lugares en que sentimos una paz serena y una sincronización espiritual rayana al éxtasis. Esas sensaciones son, quizás, partes ya olvidadas de nuestra memoria de especie o tal vez recuerdos de antiguas vidas, traspapeladas en nuestra alma como viejas cartas escondidas entre las páginas de un libro descuadernado.
Estas percepciones llegaban hasta Vicente al deambular por bosques frondosos y solitarios y, solo al encontrarse rodeado del más profundo silencio, las imágenes de otros yos, ya extinguidos hace siglos, se mostraban ante sus ojos como instantáneas de un pasado remoto.
Fue en uno de sus vagabundeos por tales espesuras, al adentrarse en un pequeño claro alfombrado de amapolas, cuando le asaltó por vez primera la efímera visión de aquella a la que amó en otro tiempo y en otra existencia. La vio arrodillada recogiendo flores bajo la protectora figura de un roble añejo y, al cruzarse sus miradas, una dulce sonrisa de reconocimento brotó de su rostro.
No os alarméis, pues, cuando paseando entre los árboles, oigáis sus llantos mientras yerra por siempre persiguiendo, sin jamás hallarlo, su amor perdido en el abismo de la historia.

675. ¡AL FIN LIBRE!, de Bellota 2

El exhausto guerrero atravesaba renqueante el Bosque Encantado, con el cuerpo cubierto de heridas tras su victoria contra el poderoso mago que moraba en la Torre del Destino. En su mano portaba el ojo arrancado del hechicero: una inmensa gema que brillaba con una tenue luz enfermiza. Perdido en la espesura, cada paso que daba requería de toda su voluntad para evitar desfallecer y dejarse morir.
Después de caminar sin rumbo durante días, o quizás semanas, finalmente vislumbró entre los retorcidos árboles un oscuro y serpenteante camino. Plantado en mitad del sendero, gritó su alegría a la noche sin luna, mas poco duró su momento de felicidad, pues su aventura y su vida terminaron abruptamente bajo la embestida de un rugiente y brillante dragón.
A la mañana siguiente, todos los periódicos hicieron eco de la noticia en sus portadas:
‹‹Un esquizofrénico paranoide escapó del Hospital Penitenciario durante la noche de ayer, causando en su huida la muerte de un guardia que, según fuentes policiales, fue torturado y mutilado salvajemente. El cadáver del prófugo fue hallado horas después en una carretera comarcal cercana al centro, tras ser atropellado por un camión en una zona boscosa y mal iluminada.››

674. BOSQUE DE UN SOLO ÁRBOL, de Pinos

Cuando el Señor llegó a estas tierras distribuyendo la flora, había agotado su provisión. Miró el páramo donde sin interrupciones, el cielo y la tierra se besaban en lontananza. Le gustó y pensó:- Si más arriba fui barroco, aquí seré minimalista y cubrió el suelo desnudo con pajonales que destellaban bajo el sol y se mecían  al viento.
Pero su ayudante, un angelito desfachatado preguntó:-¿ al hombre, le gustará?
-Sí, el hombre que enviaré aquí amará la libertad y el espacio abierto; además le pondré un bosque… de un solo árbol.
Y creó al ombú, el árbol que puntea la desolación de nuestra pampa.
El ombú extendió su copa para albergar a los pájaros viajeros; las vizcachas y las mulitas cavaron madrigueras entre las raíces; al tranco corto de su caballito criollo llegó el gaucho, con los ojos preñados de distancias y el alma henchida de viento.
Sentado a su sombra, pulsó su guitarra y acompañó el canto de los pájaros
Del hornero aprendió a hacer su rancho, un hornito de paja y barro que pronto se alegró con las risas de su china y de su guagua.
Así nació una raza  que el Señor complacido, bendijo.

673. LA BÚSQUEDA, de Hoja Natural

Llevaba varios días caminando por el bosque. Sin rumbo, perdido. No tenía ni hambre, ni sed, solo quería encontrar el camino de vuelta a casa. De repente, dos perros, al parecer enfurecidos, surgieron de entre los arbustos. Le miraban fijamente. Echó a correr tan deprisa como pudo hasta que logró subirse a la rama de un árbol. El corazón le palpitaba rápidamente. Empezó a gritar pidiendo auxilio. Al poco, un fuerte silbido procedente de algún lugar del bosque hizo que los perros abandonaran el lugar. Desde la rama en la que estaba subido escuchó el sonido de un motor. Se acercaba un coche.
“¡Socorro!¡Aquí!¡Arriba!-“, gritó. El auto se acercó y paró justo a los pies del árbol. Dos hombres salieron y, detrás, de nuevo, los perros.
 “Sí, lo hemos encontrado”- dijo uno de ellos. “Está aquí, en el árbol. Llama a sus familiares”- dijo el otro.
Sonriente, miró hacia abajo. Lo que vio fue su cuerpo desangrado y acuchillado. Por fin habían encontrado su cuerpo asesinado. Miró al cielo y desapareció.

672. LA EXTRAÑA HUESTE, de Raposo

Desde hacía algunos días, todas las madrugadas, a la misma hora, Rebeca creía oír pronunciar su nombre. Unas veces parecía ser el viento el que traía en sus efímeras alas aquellas tres sílabas inconfundibles; otras la lluvia al caer con fuerza inusitada sobre el tejado de pizarra de la casa rural donde vivía; algunas otras la quietud de las sombras nocturnas se interrumpía durante unos pocos segundos para dar paso a algo parecido a un susurro…
   Ella siempre intuyó que la respuesta a aquellas sutiles llamadas estaba en el bosque que envolvía con su misterio todo aquel hermoso y frondoso paisaje. Además, había aprendido desde niña que el bosque es algo vivo que respira, observa, siente y, de vez en cuando, se cobra algún que otro tributo.
   -Rebeca, Rebeca –parece gritar una y otra vez la noche.
   El aire trae olor a cera derretida mientras las dos hileras de túnicas blancas con capucha esperan, con velas encendidas, a que Rebeca coja la cruz y el caldero de agua bendita, y se ponga al frente de la extraña hueste. A los habituales sonidos nocturnos del bosque, hoy se ha unido el de una campanilla que alguien toca de vez en cuando…

671. CORAZÓN DE ROBLE, de Mestal

Mestal es su nombre, eso dice ella, pero también admite que no recuerda nada más que su nombre y un olor persistente a corteza de árbol. Abre sus ojos ámbar con desconcierto cuando le acaricio la mejilla y enredo uno de sus mechones de otoño en mi dedo. Pero me deja hacer porque nadie más se acerca a este robledal y ella tiene deseos de hablar con alguien, aunque esa persona tenga patas de gallo y haya nevado en su cabeza. Ella insiste en que sólo recuerda este robledal, como si yo tuviera la respuesta a la pregunta que no formula, como si pudiera pensar en algo más que en el embrujo de sus ojos y el tacto salvaje de su cabello. Cuando finalmente ella se aleja, entretengo mi nueva soledad con la romántica majadería de tallar en el roble un corazón atravesado con nuestras iniciales, pensando que ella apreciará un mensaje en corteza de árbol. Sólo al terminar oigo con claridad el grito de agonía y, cuando después de recorrer ciegamente el bosque encuentro el cuerpo de Mestal, comprendo la verdad. Pobre dríada, muerta por una herida en el pecho con forma de corazón.

670. EL AMOR SABIO, de Viento del Norte

Os voy a contar mi historia…
Vivía en tierra árida, rodeada de insectos, reptiles y otros chupasavias.
Poco a poco sentía que mi tamaño dismuía y que mis hojas verdes y llenas de energía se iban empequeñeciendo.
El entorno era asfixiante y poco relajado.
 Aquella mañana mire al sol y le pedí consejo: “gran sabio”, siento que estoy perdiendo mi condición de planta para convertirme en un captus, lleno de espinas y sin otra compañía que la de aquellos que fueron desterrados.
Te contaré tu historia, hace mil lunas los humanos que habitaban estos parajes cuidaban la tierra y convivían con ella en perfecta armonía pero se volvieron codiciosos y fueron agotando todos los recursos hasta convertirla en un desierto. Tus  tatarabuelos proceden de la familia Plantaristocrata de la Felicidad por su conocida savia de la alegría. Tú eres la última de tu especie y debes sobrevivir para compartir tu legado.
 Aquella noche no pudo dormir pensando que hacer! Eureka, lo tengo! Llamo al viento del norte con voz de siete leguas y le hizo un encargo.
 Nadie sabe como la planta de la felicidad se convierto en el árbol del amor pero hoy todos sienten el corazón lleno de sonrisas.

669. EL ALMA DEL BOSQUE, de Sauce Blanco

La joven Aileen vagaba por los senderos pedregosos cercanos a la ciénaga de las afueras. Era pequeña y ágil, de apariencia delicada. Andaba casi flotando en efímeros movimientos, sin echar la vista atrás.
Una lágrima ondeó en la suave brisa al no poder regresar, su pueblo no se lo permitiría. Muchos de los suyos habían puesto precio a su cabeza si la encontraban en territorio forestal, por eso tuvo que marcharse, aparte de no poder vivir con la carga de haber cometido el peor pecado que un elfo pueda llevar a cabo: dañar al bosque. Aun escuchaba sus susurros ahogados por el dolor tras la quema, aunque accidental, de una de las regiones más pobladas y arcaicas del reino, su reino. Oyó pasos de caballos acercarse hacia ella…
Alguien la había delatado en territorio humano, a lo lejos divisaba caballeros armados. Los elfos eran criaturas muy preciadas que otorgarían honor eterno al que capturase uno.
Notó un rumor en la lejanía. Los árboles la llamaban, los que fueron su refugio… ¿Qué debía hacer? Todo ser tiende a un fin y el suyo estaba en el interior del bosque, entre sus frondosas ramas, desapareciendo en la espesura del destino más cruel.

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