Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

448. EL MENSAJE, de El Bosque de Tallac 2

Abril de 2288. Ya no queda resto de la exuberante vegetación que cubría nuestras tierras, ni de los espesos bosques que jalonaban nuestra geografía. Toda especie vegetal y animal ha desaparecido. No queda rastro de vida. Antes de los experimentos nucleares éramos muy felices en nuestro valle, en comunión con nuestro entorno, inmersos en un bosque de armonía y felicidad. Todo se tornó gris, el paisaje, desolador. Tierras humeantes, infértiles laderas, descubiertas ahora a la vista, dejaban entrever  estériles y ennegrecidas estampas de ausencia.
Nos queda poco tiempo. Las radiaciones del impacto han fulminado también nuestros cuerpos. Será inminente la desaparición de todo resto de vida en el planeta. Es éste un mensaje de advertencia a los futuros visitantes de este planeta, antes azul, la Tierra, para que no cometan los errores que llevaron a sus antepasados a arrasar tan extraordinario paraíso. Fue un planeta habitado, maravilloso, donde la vida se presentaba en sus múltiples variantes. Pero la avaricia, la codicia, los intereses económicos y el afán de destrucción del ser humano, entre otros, terminaron por arrasar todo cuanto había. A vosotros, futuros habitantes de este planeta: “ aprended a respetaros y a respetar la Naturaleza como nosotros no supimos”.

447. EL OTRO CAMINO, de Principe Azul

Había seguido el cartel de anuncio de los Cien Montaditos en la primera encrucijada, en lugar del que decía Casa de los Siete Enanitos. La pobre Blancanieves seguía perdida en el bosque.
Sentada en la puerta del local, ajada y echada a perder, cantaba desafinada y decía \»vasito, vasito, ¿quién es de entre todas la más gorda y borracha?\». Parecía que llevara allí meses abandonada.
La subí a mi caballo y la llevé por el buen sendero. Hacia la casa de los enanitos.
-Buenos días Siete Enanitos, os traigo a esta doncella. Está algo indispuesta, pero es buena chica –les dije-.
Se quedaron muy intrigados pero aceptaron.
Regresaba ya de camino a casa cuando una voz me preguntó: “Caballero, podría decirme si ha visto a una chica muy hermosa, llamada Blancanieves.”
-No la he visto, Príncipe Azul. Pero puedes venir conmigo a la taberna de los Cien Montaditos. Yo invito. –le dije.
-Sé dónde está Blancanieves, pero para contártelo antes tienes que hacer una cosa –le dije.
-Lo que sea –respondió.
-Quédate aquí. Comiendo y bebiendo sin parar durante un mes. Luego lee lo que pone en esta servilleta.
En la servilleta escribí: Está en casa de los Siete Enanitos.

446. ECHAR RAICES, de Duendecilla

Caminaba por el casi inexistente sendero observando cómo las hojas muertas lo cubrían todo. En primavera el bosque rebosaba vida por todas sus ramas, pero el invierno daba paso a una estampa moribunda, marchita, justo como se sentía ella.  Ya no le quedaba nada. Todos sus seres queridos ya no estaban. Mientras aún vivían se había aferrado a la vida pero ahora ya no le quedaban fuerzas para nada, sólo un miedo atroz a morir. El crujir de las hojas era lo único que se escuchaba y a cada paso que daba notaba como el bosque le echaba sobre los hombros el manto de la soledad. Sin darse cuenta su espíritu se fue entremezclando con el del bosque. De pronto se paró, se quedó muy quieta. Sus pies se hundieron en la tierra húmeda cual raíces y la humedad de la tierra comenzó a ascender por ellos. A medida que ascendía, su cuerpo se iba endureciendo y retorciendo formando nudos. Sus brazos se alzaron al cielo y de ellos brotaron ramas sin hojas. Ahora formaría parte de la esencia del bosque, de alguna forma se había marchado pero al mismo tiempo su esencia nunca moriría.

444. LOS ÁRBOLES DE MI NIÑEZ, de Hoja Verde

Es una hoja de plátano caída en el barro. Es un viejo tronco hueco para jugar al escondite. Es la Procesionaria de los pinos. Es un abeto que se adorna con luces de colores por Navidad. Es un par de palmeras junto a mi escuela, con cuyas palmas barremos el suelo. Es un acebo con bolitas rojas. Es un manzano caído que usamos de asiento en verano. Es un chopo junto al río, que da sombra cuando vamos a la hierba. Es un tejo bajo el que esperamos el autobús. Es un nogal al que trepamos. Es un “ocalital” que desde casa se oye si sopla el sur. Es un avellano tras el cual se entra a la fuente…
…son los árboles de mi niñez.

443. KARMA, de Ánade Azulón

Me topé con él al salir de la panadería.
En cuanto pude le pregunté por su hermana.
-Murió hace casi un año.
Una vez más no supe qué decir. Sentí unas cucharadas de cemento solidificándose en mi paladar. No tuve fuerzas para confesarle cómo llegué a querer a su hermana, cómo sigo queriéndola. Aunque ella nunca lo supiera.
Debió notar mi dolor.
-No te preocupes. Hemos podido contactar con ella y está muy bien. Ahora es pato en Laponia.
Me hice a un lado con la excusa de buscar la sombra. Hubiera deseado preguntar si sabía exactamente en qué bosque de robles estaba, o si era de esos ánades salvajes y libres que emigran hasta las marismas de Oyambre.
Me imaginé acariciando sus plumas sedosas, rozando su pico con mis labios.
Pero el hormigón seguía endureciéndose en mi garganta y sólo pude abrir la boca para aspirar al límite de la asfixia una bocanada de aire. Apenas tuve fuerzas para despedirme
 Siempre me sale todo mal, pensé, no entiendo lo que dicen los patos, y ni siquiera hablo lapón.

442. PLUMAJE, de Jara Sarmiento

Tenía la cabeza y el cuerpo pequeños, comía poco y andaba a saltitos. Por eso, y porque se distraía en la clase de Matemáticas, siguiendo el vuelo de los pájaros a través de la ventana, lo apodaban “gorrión”. En todas las familias hay un vago y en ésta eres tú, dijo su madre cuando lo expulsaron del colegio. Lo dejó por imposible. Y él se internaba todos las mañanas en el bosque cercano. Volvía a casa con la caída de la tarde, para comer algo y dormir. Cuando fue mayor, se ofreció a José “el rata” como espantapájaros por un cuenco de arroz y un jergón en el cobertizo. Pasaba los días en mitad del sembrado, cubierto de pájaros que comían de sus manos, cada día más ave y menos humano. Un atardecer de primavera, dejó de hablar, movió los brazos y desapareció en el cielo junto a una bandada de vencejos.

441. EL BOSQUE DE CRISTAL, de Alameda

Y se aferró con fuerza a las cuerdas del columpio. Las agarró con tanta decisión que nada podría hacerla caer. Hoy no.
Decidió darse el mayor de los impulsos y, así, en medio del sinuoso balanceo, comenzó a soñar despierta…
Imaginó estar en ese columpio de madera, en medio de un bosque cristalino, donde el vidrio esculpía todo cuanto podía existir allí.
Los árboles se erigían a través de sólidos troncos alunados. Las copas, frondosas de frutas, flores y hojas de mil tonalidades verdinas, todas distintas, deslumbraban con el sol repiqueteando en contra de los espejos que las formaban.
Todo era de puro y brillante vidrio. Uno inmaculado y destellante. Transparente como el iris, limpio como el cielo azul que todo lo iluminaba.
Las piedras también eran de cristal…Y los ríos, y las montañas…
Todo como congelado, permanecía en ese perfecto e inmortal cuadro de espejos y cristales. Cristales de cientos de colores. Colores que ni creía que podían existir.
Entonces el balanceo cesó. Su sueño pereció. Respiró hondo y con un eterno suspiro alzó la vista al mismo cielo azul que teñía así el riachuelo. Ese que no podía parecer más que de vidrio, aunque no lo fuera… Ojalá.

440. NUESTRO ÁRBOL, de Alameda

¿El mejor momento?
Tú. Siempre tú.
¿El mejor lugar?
Nuestro bosque. Nuestra ladera. Nuestro árbol… mágico.
Aún sigo volviendo a aquel árbol. Allí los recuerdos son más vivos, más frescos… casi más recientes, incluso.
Hay días que me paso horas y horas, como ausente, como sin querer nada más que estar ahí, escuchando el viento acariciar las hojas. Palpando el calor del sol, colándose entre los árboles. Respirando ese aroma tan único y especial de la tierra, cuando aún permanece impregnada por la humedad de estos inviernos que ahora, tan lentamente, pasan.
Hay días que estoy solo. Otros, sin embargo, me sorprende verte por allí, como curioseando. Como esperando a algo, o a alguien.
¿A mí, tal vez?
No hay nada que desee más que decirte que te sigo amando y que si quieres, siempre podrás volver a verme en nuestro bosque, en nuestro árbol.
Si quieres…
Pero ya no puedes escucharme. No desde aquel accidente. Ese en el que este mismo árbol me arrebató la luz con aquel maldito tropiezo. El traspié que me empujó a este eterno viaje…
Ahora sólo puedo aspirar a ser tu Ángel “de la guarda”, por siempre.
Vuelve pronto a nuestro árbol, mi amor.

439. ESPERANDO…, de Hoja Verde

…¡Uhmm! Ya casi es la hora. Creí que nunca llegaría el momento, pero ahora ya veo la luz. Tras varios meses de espera, la salida está al alcance de la mano. Ahora, la tierra que me ha rodeado todo este tiempo, ya no me parece tan negra y tan fría. Es más, ya no me siento tan solo como al principio, cuando mi madre adoptiva, Ardilla, lanzó un fruto de su agujero, desde la copa de mi padre. En unos días brotaré, y tras unos meses, creceré a su sombra, hasta que los gorriones puedan anidar entre mis ramas. La espera habrá merecido la pena, así que ya estoy tranquilo. Pronto seré como mi padre: un castaño…

438. CORRIENDO POR EL BOSQUE, de Hoja Verde

María corría entre los árboles. Ya casi oscurecía y no podía dejar de buscarlo. ¿Cómo era posible que estuviera tan desorientada? ¡Con la de veces que había ido allí a verlo!

Pero, esta vez, los árboles parecían haberse desplazado. Como ese roble que no estaba aquí en medio antes, o aquellas cajigas, que tampoco. O quizá se había acercado al río de forma inconsciente.
Si no lo hallaba, no sabía cómo iba a volver. Era el único nexo entre su pasado y su presente. Y por si no fuera bastante difícil la situación, empezaba a llover.
De pronto, María cesó su carrera y miró fijamente a su derecha. Allí estaba; lo había encontrado: era un pequeño claro en el bosque, alrededor de un alto y frondoso acebo, que parecía desprender un aura de paz.
María se acercó igual que había hecho otras tantas veces, lentamente, con su mano extendida. Acarició el corazón tallado en el tronco, un corazón con una “M” y una “X”, y se sintió feliz una vez más.
Justo entonces, sonó el timbre del despertador. María abrió los ojos sonriente y alargó su brazo hacia el otro lado de la cama.

437. UNA TARDE CUALQUIERA, de Sendero 4

Las grúas se ven a varios kilómetros de distancia: una nueva urbanización. Conduzco en la misma dirección cuatro veces al día desde hace ocho años y, por primera vez, siento la necesidad de pisar el terreno. Aparco el coche en una pista forestal al lado del segundo desvío. Empiezo a caminar por el sendero fijándome en las ramas de los árboles y en las piñas caídas en el suelo. Un paso y luego otro me alejan del ruido del tráfico. Por unos momentos, sólo silencio. Luego una rama cruje y se rompe, y a mis oídos llegan a tropel diferentes sonidos que no llegó a identificar. Quizá el canto de un pájaro o el movimiento arrastrado de un reptil. El bosque es poligloto.

Mi cuerpo humano se ve invadido por centenares de endorfinas que alborotadas me llevan en volandas por el bosque. Huelo a humedad, mis pulmones parecen querer arramblar con todo el oxígeno con el que se topan, toco la corteza de árboles centenarios con mis dedos y, de repente, me paro en seco. Una rara sensación. Y sonrío: su primera patadita.

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