Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

206. XANAS, NÁYADES Y TRASGUS, de Xana

De niña cuando entreba en el bosque, siempre permanecía atenta, callada y con perspectivas de encontrar alguna Xana blanca o la Nayade de agua. El Abuelo me acompañaba en tan difícil tarea, rebuscábamos en el manantial donde no quedaba piedra sin remover, nos asomábamos en el hueco que había en el viejo roble pero no había manera de oir ni ver ningún Duende, sólo percibíamos el viento meciendo los árboles y un ligero aroma a madera humedecida con un toque a musgo.
Quizás, decía el abuelo, vino el Trasgu y las asustó pero yo no desistía en el intento de volver a casa y poder decir: «Mamá, vi la Xana». Sin más regresábamos al pueblo, y merienda en mano, hechaba un último vistazo en un intento de descibrir su magnífico escondite.
Hoy, es el día que aún regreso al bosque y miro en el manantial y en el viejo roble, aunque ya mi inocencia se perdió y sin embargo,siempre me queda la esperanza de que el bosque permenezca mágico y tuviera razón mi Abuelo, el Trasgu las ahuyentó.

205. ALQUILO PRECIOSA CASA RURAL, de Oso

He heredado la casona familiar de la Colina Roja. Es lo que llaman en la región una «Casa del Bosque», es decir, que no se sabe dónde empieza la casa y dónde acaba el bosque. Y viceversa. La vivienda me trae maravillosos recuerdos de infancia, pero curiosamente ahora no me parece tan divertida. Paso los fines de semana allí y sobrellevo como puedo sus caprichos de indómito hogar de floresta. Las mesas tienen raíces, las sillas echan brotes verdes en Primavera, las ranas instalan sus nenúfares en el fregadero, las setas crecen en los pucheros, las ardillas saltan por las lámparas, el viento se esconde en los armarios, el oso hiberna en la bañera, la cascada baja por la chimenea y las arañas tejen calcetines de plata en cajones y alacenas. Incluso una vez descubrí un nido de petirrojos en mi maletín de la oficina. He pensado en transformarla  en alojamiento rural para turistas. Mi paciencia ha llegado a su límite. Ni siquiera una sola de mis novias ocasionales ha querido quedarse nunca a dormir. No soportaban hacer el amor mientras un tropel de ninfas de agua nos observaban, curiosas, sentadas en el cabecero de la cama.

204. EL HORTELANO, de Oso

Vivo en el bosque. En mi cabaña apenas hay muebles. Sólo una cama desvencijada, unos pocos utensilios de cocina y algunas cestas de mimbre que utilizo para recoger lo que planto en el corral trasero, junto a los robles. Sólo así puedo leer, rodeado de paredes desnudas. Silencio y rumor de viento en los árboles, fuera. Silencio y rumor de hojas impresas, dentro. Vacío que se llena con las historias de los libros que devoro. Los cultivo yo mismo. Hago un agujero, echo algunas palabras inconexas, riego, fertilizo y en unas semanas crecen unos libros grandes y hermosos. Al principio me gustaba la poesía y abonaba las letras con alas desmenuzadas de mariposa pero cada vez me gusta más el ensayo. Así que, he tenido que cambiar de abono. Lo consigo en el pueblo. Acecho a algún vecino, lo degüello y después lo entierro en el huerto.

203. LOS CUERVOS, de Cazador Furtivo

Aquel invierno de mala suerte, una bandada de cuervos, una enorme bandada salió del bosque para apoderarse de la ciudad. Era un invierno seco, oscuro, sin nieve; una interminable helada había petrificado tanto los edificios como las esperanzas de los habitantes. La crisis había mordido despiadadamente las porciones de comida en las mesas, los fuegos de las chimeneas, el dinero de los bolsillos. Uno, dos, cien, mil cuervos ocuparon con sus negras siluetas y su siniestro croar las ramas de los abedules de la Plaza Central. ¿Qué querían los cuervos? ¿Qué más agoraban?
       Detrás del mostrador del bar desierto, Miguel miraba la tele. Toda la mañana habían transmitido la sesión parlamentaria extraordinaria. La agitación de los trajes oscuros, las agresivas e ininteligibles palabras, aquel confuso croar humano acentuaron su mal humor. Apagó la televisión. Sacó un puñado de monedas, tiró tres en el cajón y tomó del tarro un par de caramelos para sus hijos. Agarró la escopeta del patrón, salió del bar y empezó a disparar ráfagas de tiros contra los cuervos que, asombrados, echaron a volar por encima de la Plaza. «¡Atrás¡ ¡Atrás al bosque de donde saliste!» gritó, pensando: «…¡Sólo el inicio, miserables!…»

202. ¿VES EL BOSQUE?, de Nido

¿Ves los árboles?
Verón miró hacia el punto que señalaba su padre. Veía.
Son abedules. En otoño consiguen ese aspecto plateado, fíjate. Y mira cómo se extienden por allá, bajando por la ladera. Todo esto es la naturaleza, siéntela en tus pulmones. ¿A que aquí se respira diferente a la ciudad, eh?
Verón se encogió de hombros
 Este era un bosque grandioso, ¿sabes?, cuando yo tenía tu edad me parecía enorme. Yo vivía un poco más abajo, detrás de aquella loma. Entonces nadie se atrevía a cruzarlo. Ya sabes, nadie regresaba…
¿Ahora también?
No, ahora no. Ahora ya construyeron la carretera. Se puede atravesar en línea recta, ¿no te diste cuenta?, por donde hemos llegado.
Asintió el hijo aunque dudara cual de todas las carreteras que cruzaban el bosque podía ser.
El mejor terreno que hay sobre el valle… Fíjate, hijo mío, que espectáculo para la vista. Un lugar maravilloso. Imagínate poder despertarte, abrir la ventana y descubrir este cielo, este bosque…
Vale, pero donde está tu oficina. Dijiste que me enseñarías donde trabajas…
Te lo estoy enseñando, hijo mio. Yo construyo sueños: aquí es donde tu padre  construirá el complejo de hoteles más grande que exista.

201. EL BOSQUE, de Tronco 2

-¿Tu título?, «EL BOSQUE». ¡Qué poco original!…
Oigo tus palabras pero no dejo que su desprecio me hiera. Hace tiempo, mucho tiempo que me acostumbré a que tus voces no fueran ecos en mis entrañas, a que el veneno destilado se diluyera entre las aguas, a que ya no pudieras talar mis troncos ni romper mis ramas, dejé que tu ira fuera viento pasando por mi cara, tus rayos entre ramas no dañan mis ojos, me acostumbré a mirarte con piedad y a perdonarte.
Comprendí, que depositabas en mí, lo que no te gustaba de ti. Pero, hoy, este día de invierno, frío y con escarcha, me ha enseñado a ser valiente.
Me he colocado mi abrigo, mi bufanda y con un par de buenas botas, salgo y te digo:
-Agur, hasta siempre. No, hasta mañana. Seremos felices separados, como la noche y la madrugada.

200. SILENCIO, de Arce

El viento levanta las hojas. El rocío resbala por miss hojas y mi tronco, y tras caer al suelo, comienzan a crujir las hojas del otoño. Los pasos se acercan, y después de un silencio; el llanto de un hombre corrompe el bosque y resquebraja el crepúsculo. Me acerco a él, y poso mis hojas en su espalda. Sin siquiera mirar a su alrededor, se duerme el hombre hecho y derecho cual niño en el regazo de un desconocido árbol.

199. SUBIR Y BAJAR, de Enebro

Subir y subir escaleras ; eso es lo que hacía Alberto sin saber muy bien nunca a qué realidad le llevarían, a pesar de que ya las había subido miles de veces. Y luego bajarlas.
Cada vez que iniciaba la ascensión, una especie de congoja se apoderaba del interior de su garganta y si trataba de hablar, el nudo era tan grande que no era capaz de emitir un sonido reconocible.
Los diferentes periodos del día o las variaciones que cada estación conllevaban no lograban modificar esa conducta timorata. Y ni hablar de ascensores, que le hacían perder aún más el juicio.
Sus manos acometían esa sucesión de peldaños desde primera hora, sudorosas, dentro de unos delicados guantes blancos. Mientras, sus ojos iban entrecerrándose a causa de la incipiente luz que se colaba por las ventanas que le perseguían en su inclinado avance, y apenas podían ver la frondosidad del bosque vecino.
Y siempre el mismo final: “¡Toc, toc. Servicio de habitaciones, Señor. Le traigo su desayuno!”.
Por muchos años que llevara trabajando en aquel hotel  rural, su timidez para con los clientes era un rasgo que ya todos admitían como parte de su personalidad.

198. CUENTO DE LLUVIA, de Enebro

Una gotita de agua viajaba en el seno de una gran nube negra junto a otras innumerables gotas y gotitas. Ella aún era muy pequeña, pero ya soñaba con caer pronto y si era posible, sobre un majestuoso bosque, rodeado de impresionantes montañas, igual que hizo antaño una vieja gota que conoció en la charca en la que nació.
Un relámpago seco y un trueno fueron el pistoletazo de salida y millones de gotas comenzaron a precipitarse desde la nube.
La pequeña gota, ufana, sentía una emoción muy grande y ansiaba ver cumplido su sueño de ser parte de un hermoso bosque…
Antes de finalizar su existencia como gota y poder integrarse en el ciclo de la vida de un espacio arbolado, una traicionera ráfaga de aire empujó a la gotita sobre la cara de un niño. Y coincidió allí con otra hermana gota, parida por un ojo del infante. Ambas resbalaron juntas hasta que un pañuelo las convirtió en simple humedad.
La gotita nunca imaginó que su desgracia y la alegría de un niño por haber llegado a su lugar de vacaciones se unirían de esa manera.

197. SOLO EN EL BOSQUE, de Enebro


Se oyen pasos cerca del arroyo y retumban con estruendo. Caminar solo por este bosque no fue una buena idea y mucho menos romperse la pierna. El dolor ha paralizado mis ansias de conseguir llegar a algún sitio para poder pedir ayuda y la hiriente humedad se cuelga de mi ánimo como un yunque macizo, conminándome a adoptar una postura de postración penosa.

De qué sirve un “smartphone” cuando ya no tengo batería para marcar el 112… Los pasos se aproximan hacia mí cada vez más.
¿Gritar para pedir ayuda? Sí, sería lo lógico. Pero quién sabe si en lugar de ayuda encuentro mi fin. Desconozco al propietario de esos pasos y ello me inquieta sobre manera. La maravilla que me envuelve sería un bonito marco para descansar eternamente, pero no sé si estoy preparado.
Los pasos se paran ante mí y una sombra difusa los acompaña. Me tienden la mano y me ayudan a incorporarme. Es mi Coraje. Me acompaña hasta mi alojamiento rural mitigando con sus caricias el dolor.
Al final sólo era un pequeño esguince y puedo finalizar felizmente mis días de descanso en la Naturaleza, con un nuevo amigo al que nunca creí que podría conocer.

196. QUE AL OÍDO ES MUCHO MEJOR, de Cuervobalboa

Los de uniforme de piel también somos raíces, no solo los árboles, esta es nuestra jungla, nunca salimos; y a pesar de SABER que es nuestro único lugar, la matamos lentamente como buen asesino, así como me enseño Jack el Destripador.
Quién diría que los pulmones del mundo son los árboles…, parece que es un mito urbano, pero es un hecho irrefutable; son la representación de los sabios en La  Tierra, son la tan deseada experiencia, el espejo del tiempo corriendo sin piedad y con él el miedo desapareciendo, las arrugas que muestran que hubo un pasado, tantas cicatrices, -devoradoras de futuro-, y una vez más no nos interesa, nos olvidamos, así como cuando miras una foto con tu “onda”, cargadito de sueños y con ganas de comerte el mundo pedacito a pedacito… pero, miras el presente y te acuerdas que te vio el veneno y eres el hombre de traje que odia los trajes y se come petróleo a cucharadas gigantes, te convertiste en ese otro que crearon para ti y te abandonaste.
Y, en esta madrugada con tanto silencio, caminando directo hacia el alba,  me paralizo al ver tanto verde Máma Tierra.  -Ha sido sintética-.

195. LEJOS DE LA BATALLA, de Zorro Gris

Atravesó el umbral de la puerta del hostal, observó los primeros rayos de sol en el horizonte y, chapoteando sobre las lágrimas de la noche anterior, emprendió su camino hacia el bosque. Acostumbraba a pasear bajo ese entramado de pinos y abedules siempre que le era posible; de alguna forma, la arboleda le infundía un soplo de aire fresco lejos de la batalla diaria. A sus pies, cientos de huellas huérfanas. El sendero parecía sitiado por un ejército de pezuñas de corceles en pleno desfile ante el altar de la naturaleza. Su mirada pesaba como un grillete prensado al pie de un reo en la cárcel, al tiempo que sus pulmones se inundaban de la fragancia de saberse libre de la esclavitud del trabajo. Realmente, su alma no necesitaba mayor equipaje que el proporcionado por esos parajes. Horas después, bajo un cielo pintado de rojizo sublime, regresó al hostal y, con voz de satisfacción, dijo: “Tras sentir el incombustible latido del bosque y ayudar en su vuelo a un gorrión malherido, he fraguado la lanza del destino de un alma afligida. Creo que es hora de volver a casa”.

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