Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

444. LOS ÁRBOLES DE MI NIÑEZ, de Hoja Verde

Es una hoja de plátano caída en el barro. Es un viejo tronco hueco para jugar al escondite. Es la Procesionaria de los pinos. Es un abeto que se adorna con luces de colores por Navidad. Es un par de palmeras junto a mi escuela, con cuyas palmas barremos el suelo. Es un acebo con bolitas rojas. Es un manzano caído que usamos de asiento en verano. Es un chopo junto al río, que da sombra cuando vamos a la hierba. Es un tejo bajo el que esperamos el autobús. Es un nogal al que trepamos. Es un “ocalital” que desde casa se oye si sopla el sur. Es un avellano tras el cual se entra a la fuente…
…son los árboles de mi niñez.

443. KARMA, de Ánade Azulón

Me topé con él al salir de la panadería.
En cuanto pude le pregunté por su hermana.
-Murió hace casi un año.
Una vez más no supe qué decir. Sentí unas cucharadas de cemento solidificándose en mi paladar. No tuve fuerzas para confesarle cómo llegué a querer a su hermana, cómo sigo queriéndola. Aunque ella nunca lo supiera.
Debió notar mi dolor.
-No te preocupes. Hemos podido contactar con ella y está muy bien. Ahora es pato en Laponia.
Me hice a un lado con la excusa de buscar la sombra. Hubiera deseado preguntar si sabía exactamente en qué bosque de robles estaba, o si era de esos ánades salvajes y libres que emigran hasta las marismas de Oyambre.
Me imaginé acariciando sus plumas sedosas, rozando su pico con mis labios.
Pero el hormigón seguía endureciéndose en mi garganta y sólo pude abrir la boca para aspirar al límite de la asfixia una bocanada de aire. Apenas tuve fuerzas para despedirme
 Siempre me sale todo mal, pensé, no entiendo lo que dicen los patos, y ni siquiera hablo lapón.

442. PLUMAJE, de Jara Sarmiento

Tenía la cabeza y el cuerpo pequeños, comía poco y andaba a saltitos. Por eso, y porque se distraía en la clase de Matemáticas, siguiendo el vuelo de los pájaros a través de la ventana, lo apodaban “gorrión”. En todas las familias hay un vago y en ésta eres tú, dijo su madre cuando lo expulsaron del colegio. Lo dejó por imposible. Y él se internaba todos las mañanas en el bosque cercano. Volvía a casa con la caída de la tarde, para comer algo y dormir. Cuando fue mayor, se ofreció a José “el rata” como espantapájaros por un cuenco de arroz y un jergón en el cobertizo. Pasaba los días en mitad del sembrado, cubierto de pájaros que comían de sus manos, cada día más ave y menos humano. Un atardecer de primavera, dejó de hablar, movió los brazos y desapareció en el cielo junto a una bandada de vencejos.

441. EL BOSQUE DE CRISTAL, de Alameda

Y se aferró con fuerza a las cuerdas del columpio. Las agarró con tanta decisión que nada podría hacerla caer. Hoy no.
Decidió darse el mayor de los impulsos y, así, en medio del sinuoso balanceo, comenzó a soñar despierta…
Imaginó estar en ese columpio de madera, en medio de un bosque cristalino, donde el vidrio esculpía todo cuanto podía existir allí.
Los árboles se erigían a través de sólidos troncos alunados. Las copas, frondosas de frutas, flores y hojas de mil tonalidades verdinas, todas distintas, deslumbraban con el sol repiqueteando en contra de los espejos que las formaban.
Todo era de puro y brillante vidrio. Uno inmaculado y destellante. Transparente como el iris, limpio como el cielo azul que todo lo iluminaba.
Las piedras también eran de cristal…Y los ríos, y las montañas…
Todo como congelado, permanecía en ese perfecto e inmortal cuadro de espejos y cristales. Cristales de cientos de colores. Colores que ni creía que podían existir.
Entonces el balanceo cesó. Su sueño pereció. Respiró hondo y con un eterno suspiro alzó la vista al mismo cielo azul que teñía así el riachuelo. Ese que no podía parecer más que de vidrio, aunque no lo fuera… Ojalá.

440. NUESTRO ÁRBOL, de Alameda

¿El mejor momento?
Tú. Siempre tú.
¿El mejor lugar?
Nuestro bosque. Nuestra ladera. Nuestro árbol… mágico.
Aún sigo volviendo a aquel árbol. Allí los recuerdos son más vivos, más frescos… casi más recientes, incluso.
Hay días que me paso horas y horas, como ausente, como sin querer nada más que estar ahí, escuchando el viento acariciar las hojas. Palpando el calor del sol, colándose entre los árboles. Respirando ese aroma tan único y especial de la tierra, cuando aún permanece impregnada por la humedad de estos inviernos que ahora, tan lentamente, pasan.
Hay días que estoy solo. Otros, sin embargo, me sorprende verte por allí, como curioseando. Como esperando a algo, o a alguien.
¿A mí, tal vez?
No hay nada que desee más que decirte que te sigo amando y que si quieres, siempre podrás volver a verme en nuestro bosque, en nuestro árbol.
Si quieres…
Pero ya no puedes escucharme. No desde aquel accidente. Ese en el que este mismo árbol me arrebató la luz con aquel maldito tropiezo. El traspié que me empujó a este eterno viaje…
Ahora sólo puedo aspirar a ser tu Ángel “de la guarda”, por siempre.
Vuelve pronto a nuestro árbol, mi amor.

439. ESPERANDO…, de Hoja Verde

…¡Uhmm! Ya casi es la hora. Creí que nunca llegaría el momento, pero ahora ya veo la luz. Tras varios meses de espera, la salida está al alcance de la mano. Ahora, la tierra que me ha rodeado todo este tiempo, ya no me parece tan negra y tan fría. Es más, ya no me siento tan solo como al principio, cuando mi madre adoptiva, Ardilla, lanzó un fruto de su agujero, desde la copa de mi padre. En unos días brotaré, y tras unos meses, creceré a su sombra, hasta que los gorriones puedan anidar entre mis ramas. La espera habrá merecido la pena, así que ya estoy tranquilo. Pronto seré como mi padre: un castaño…

438. CORRIENDO POR EL BOSQUE, de Hoja Verde

María corría entre los árboles. Ya casi oscurecía y no podía dejar de buscarlo. ¿Cómo era posible que estuviera tan desorientada? ¡Con la de veces que había ido allí a verlo!

Pero, esta vez, los árboles parecían haberse desplazado. Como ese roble que no estaba aquí en medio antes, o aquellas cajigas, que tampoco. O quizá se había acercado al río de forma inconsciente.
Si no lo hallaba, no sabía cómo iba a volver. Era el único nexo entre su pasado y su presente. Y por si no fuera bastante difícil la situación, empezaba a llover.
De pronto, María cesó su carrera y miró fijamente a su derecha. Allí estaba; lo había encontrado: era un pequeño claro en el bosque, alrededor de un alto y frondoso acebo, que parecía desprender un aura de paz.
María se acercó igual que había hecho otras tantas veces, lentamente, con su mano extendida. Acarició el corazón tallado en el tronco, un corazón con una “M” y una “X”, y se sintió feliz una vez más.
Justo entonces, sonó el timbre del despertador. María abrió los ojos sonriente y alargó su brazo hacia el otro lado de la cama.

437. UNA TARDE CUALQUIERA, de Sendero 4

Las grúas se ven a varios kilómetros de distancia: una nueva urbanización. Conduzco en la misma dirección cuatro veces al día desde hace ocho años y, por primera vez, siento la necesidad de pisar el terreno. Aparco el coche en una pista forestal al lado del segundo desvío. Empiezo a caminar por el sendero fijándome en las ramas de los árboles y en las piñas caídas en el suelo. Un paso y luego otro me alejan del ruido del tráfico. Por unos momentos, sólo silencio. Luego una rama cruje y se rompe, y a mis oídos llegan a tropel diferentes sonidos que no llegó a identificar. Quizá el canto de un pájaro o el movimiento arrastrado de un reptil. El bosque es poligloto.

Mi cuerpo humano se ve invadido por centenares de endorfinas que alborotadas me llevan en volandas por el bosque. Huelo a humedad, mis pulmones parecen querer arramblar con todo el oxígeno con el que se topan, toco la corteza de árboles centenarios con mis dedos y, de repente, me paro en seco. Una rara sensación. Y sonrío: su primera patadita.

435. EL PARAISO, de Abeto

7.45 horas. La estación de cercanías de aquella ciudad de impronunciable nombre se atesta de gente que espera la llegada del tren para acudir al trabajo. Era otoño. Adán y Eva tenían un importante examen ese día. 8 horas. Todos suben. La pareja de novios accede al vagón de cola y se sienta junto a la ventanilla. Sacan sus apuntes para repasar. Parte el tren, alcanza su máxima velocidad. Minutos después se hace la oscuridad, el silencio más profundo.

-Tu risa me asusta-, susurra Eva a Adán.
-Antes te gustaba-, contesta él.
-Antes estábamos vivos-, replica Eva mientras se pierden en la niebla infinita del bosque de los sueños…

434. EN EL BOSQUE SIN SALIDA (minicuento a cuatro manos), de Orang Pendek y Perenquén

Si en medio del bosque te encuentras una pitillera metálica con tu nombre, y tiene un pendrive dentro, se genera una inquietud repentina, proporcional a la superficie de bosque que te separa de tu ordenador. Durante unos instantes dudé si continuar con mi caminata o regresar al aparcamiento, donde tenía el portátil.
Cuando volví al coche encontré la puerta abierta, alguien se había llevado mi ordenador; sobre el salpicadero había una nota: “No salgas del bosque en una semana o la información que contiene el pendrive será pública”.
Tenía que darme prisa, estaba anocheciendo y necesitaba encontrar cobijo para pasar la noche en el bosque.

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