Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

56 Impedimentos

Imaginar realidades en las que su amigo Luis no estuviera. Eso sí que lo había hecho Nicanor infinidad de veces. Mundos en los que no existiesen impedimentos entre él y Azucena. Algo muy distinto era desear que desapareciera. Ni siquiera le gusta pensar en ello ahora, con él de cuerpo presente. Aunque no por eso deja de mirar a su viuda —con ese discreto jersey de pico y esa falda por las rodillas que no consiguen disimular la hermosura que esconden—, de despojar con los ojos sus deseadas carnes de ese luto que tan bien les sienta. Se ha puesto de pie al verlo acercarse y lo ha abrazado con ternura. Está deshecha de dolor, y al escuchar sus palabras de pésame, rompe a llorar desconsoladamente, gimiendo de pena, expulsando el aliento en su oreja y chorreándole lágrimas y hasta alguna moquita por el cuello, balbuceando entre sollozos los detalles de la prematura muerte. Y Nicanor le mantiene el prolongado abrazo aparentando escucharla, aunque en realidad está repasando la lista de los reyes godos, las paradas de la línea siete del Metro, la biodiversidad de una charca de agua dulce, la inmensa gama de esencias florales usadas en perfumería.

55 Jaque mate

La sangre se mezclaba con la lluvia en el asfalto. Claudia apretó los dientes y contempló al hombre por última vez. El topo estaba muerto. Todo había terminado.

Una hora antes la espía se había derrumbado en silencio. Lo impensable había sucedido y lo que no podía ser había sido.

Un sobre, unas fotos, una evidencia.

«¡Si lograra hacer retroceder el tiempo!», suspiró frente al cadáver.

La noche anterior todo era perfecto. Acurrucada en su pecho, sonreía feliz. Lo amaba y solo eso importaba.

No sabía que las ruedas del destino ya giraban contra ella.

Tres días atrás había recibido una nota en clave: «El topo está en tu equipo. Identifica y elimina», eran las instrucciones.

«¡Imposible!», fue su primer pensamiento.

Y sin embargo…

─ ¿Estás segura de querer dirigir esta operación?, había insistido su jefe de unidad la semana  anterior.

─ Por completo. Conozco al equipo. Confío en ellos.

¡Maldita respuesta! ¡Siempre tratando de hacer lo correcto!

54. MILAGRO EN NAVIDAD

Un 22 de diciembre, de cuyo año no quiero acordarme, el tutor nos dio el boletín con las notas del primer trimestre para que lo entregáramos en casa.

Adiós a beber con los peces en el río, a la noche de paz, a los ricos mazapanes, a la Navidad, Navidad, dulce Navidad y, sobre todo, a los regalos de los Reyes Magos. Aprobar solo música y gimnasia suponía encierro, regañina y alguna que otra colleja. Negros días los que se aproximaban. Tan solo un milagro podría dar un giro a aquella situación. Y ocurrió. Ocurrió como ocurren en la vida las cosas milagrosas. No daré demasiados detalles, pero la mirada de mi padre y la mía se encontraron, cuando al salir del colegio cruzaba yo un semáforo y el coche en el que él viajaba, acompañado de una mujer que no era mi madre, ni hacía cosas con mi padre que mi madre hiciera habitualmente con él, se detuvo ante el disco en rojo.

Aprendí en el corto trayecto hasta mi casa lo que significaba el chantaje, antes de saber que hubiera una palabra que lo definía. Ni que decir tiene que esas fueron las mejores navidades de mi vida.

53. ESPACIO VITAL

Pobre…sólo quería consolarme.

“¡Yo quiero dormir cuando YO quiera, no cuando ella duerma, porque además no puedo!”

Ese fue mi grito desesperado después de pasar una noche entera a expensas de las ocurrencias de mi bebé que, por lo visto, ésa como tantas otras veces no había encontrado a Morfeo. Creo que mi instinto maternal no flaqueó nunca pero sí mis energías y claro, mi respuesta a cualquier comentario era una salida de tono a la altura de mi agotamiento y mi sparring era el papá de la criatura al que yo cerraba la puerta del dormitorio para que pudiera descansar y cumpliera en el trabajo al día siguiente. Esto ocurrió hace más de treinta años.

Hoy es sábado y nos hemos levantado con la idea de dar un paseo por la ciudad, sin prisas, sin plan preestablecido. Suena el teléfono…

“¿Mamá qué pasa?”

“No hija, no, es que como no has venido…y vienes todos los días…”

¿En serio?  ¿Estoy casi en la edad de jubilarme y tengo que dar más explicaciones que cuando era una adolescente?

Tal vez suene algo exagerado y hasta incorrecto pero el hartazgo a veces me supera.

52. La jerga de los gatopardos

No era suficiente aquel giro de poder para abandonar. Mi ausencia en la jefatura de los gatos implicaba un hecho político diferencial: un golpe de estado para trastocar la vigilancia de las farolas y la cópula de las hembras con la retórica de la renovación. Pronto intenté diluir responsabilidades de mi gobierno en los tejados de la noche, porque las ciudades, liberales de día, en la oscuridad se llenan de brisas lunáticas y ladridos de conspiración. Es ahí donde pululan otros felinos advenedizos para aprovechar una coyuntura, cultivar una cultura de entendimiento, una cultura política, una cultura de aceptación. Por consiguiente, tras un ejercicio de competencia, un ejercicio de prudencia, un ejercicio de humildad, me arrimaré al poder; mi feudo es una monarquía amenazada, pero mantengo mis micciones territoriales y la variedad de mis maullidos. Es el momento de saber esperar: no habrá restauración, ni gobierno bipartito, ni reforma, ni ley revolucionaria desprotegida del exceso verbal. Todos cambiaremos para mantenernos igual.

51. ¿Remordimiento?

La mujer se desmayó, cayó al suelo y de su mano se desprendió un pequeño y precioso  abanico de nácar, que quedó inerte, como ella. Me apresuré a socorrerla y grité  pidiendo ayuda. Acudió gente que intentó reanimarla y mientras yo me marchaba llegó una ambulancia. No supe más de aquella mujer; no se quién sería, qué mal le aquejaba, si aquello  fue un vahído, una bajada de tensión, un infarto o qué, si seguirá viva o murió aquella mañana. Solo espero que me perdone, no creo que tenga tanta importancia… siempre la tengo en el recuerdo, cómo olvidarla, si cada día veo su abanico decorando un rincón de mi casa.

50. Arroz en agua fría (A. Parada)

Fue un honor cuando mi mejor amigo, hermano por elección, me pidió actuar en su celebración más importante. El repertorio, compuesto de canciones de rumba de pueblo recomendadas por amigos y familiares, concluía con una canción lenta para dar a los recién casados su momento especial. “Sorpréndeme” me dijo él.

En un suspiro, el sol ya no era visible. Encendieron las luces del salón y acabé la penúltima canción. Despedí a toda la banda salvo al pianista y me propuse empezar.

Miré a la novia, se había puesto un vestido blanco, brillante, con una cola preciosa de la que se había desprendido al salir de la iglesia, siempre tan práctica y despreocupada. Su pelo largo, negro, ondeaba sutilmente a la brisa del verano. Se abrazó con dulzura a su ahora esposo y me miró esperando la entrada. Aquellos ojos verdes terminaron de traicionar mi razón. Giré y pedí a mi compañero cambiar la última.

Empecé a cantar nuestra canción, nadie pareció percatarse excepto ella. Mi amigo había empezado a bailar cuando se dio cuenta, ella no se dejaba llevar. Casi pareció comprender lo que pasaba y aflojó su agarre, cambiando su expresión. Fue entonces que ella aprovechó, para salir llorando.

49. TIEMPOS MODERNOS (Toribios)

El escritor maduro se puso ante el ordenador. Hasta entonces se había resistido a lo digital y seguía escribiendo con pluma en folios usados, que destruía una vez le pasaban el manuscrito a máquina. Recordaba aún los tachones del censor en rojo, con comentarios como: “Demasiado explícito”, o exigencias como: “Sustituir desnudó por desvistió”. También la necesidad de sugerir ciertas palabras con puntos suspensivos: “Es una p… desgracia”, por ejemplo.

Pero ahora están las redes sociales, le habían dicho en la editorial. Ahí puedes expresarte libremente y llegar a todo el mundo en instantes. Conviene a un escritor tener seguidores, o lo que es lo mismo clientes potenciales.

Así es que se puso. El primer día escribió sobre la guerra. Dijo cosas como “asesinos”, “genocidio”, “militarismo”. Se refirió a los “rusos”, a los “judíos”, a los “imperialistas”. Y resultó que “la red”, ese ser inconcreto, le vetó. Y el editor le dijo: “Pero, hombre, cómo se te ocurre, provocar al algoritmo”. Tienes que poner “g.e2ra” y “xu.ios”.

El escritor maduro puso los ojos como platos y se acordó de un refrán de su abuelo sobre un viaje y la necesidad o no de alforjas.

48. Secreto confiado

La madre sabía que fisgonear la bolsa de deporte del hijo era incorrecto. Aun así, lo hizo.

《¿Qué puede esconder una bolsa de deporte de un concejal cuarentón? 》, se preguntó.

《Nada raro》, se contestó mientras abría la cremallera con el cuidado de una artificiera.

En efecto, encontró lo habitual que suele llevarse al gimnasio. Bueno, y lo extraordinario que ya intuía.

《Quien más, quien menos tiene un secretillo 》, se repitió durante días tratando de disipar el remordimiento. O la decepción. O las dos cosas.

Pero no conseguía olvidarse del asunto. Decidió acercarse a la iglesia, solía ir en busca de alivio, y terminó confesándoselo al cura. El párroco, que dudaba de su fe y seguía una terapia de apoyo, se desahogó contándoselo a la psicóloga. La doctora, que no entendía de ayuntamientos, se lo comentó a su hermano, el del doble grado en derecho y contabilidad. El abogado, por abrir conversación durante la cena, se lo explicó a su pareja, una periodista de opinión que, esperando el ascensor, se lo relató a la vecina del quinto. Una vecina de toda la vida, que guardó el secreto de la madre del concejal.

 

 

 

47. El novel

El ilustre novelista volvió a escribir después de haberse retirado de la literatura, a finales del siglo pasado. Las razones no eran monetarias, ya que tenía una cuenta corriente saneada y ninguna deuda económica. Tampoco necesitaba volver a aparecer por los medios de comunicación, ni recibir más premios literarios de los que consiguió en su momento.
Solo sintió la necesidad de contar su infancia y juventud antes de olvidarlas, preparado para la despedida.
Llamó a varias editoriales grandes y pequeñas. A unas les pareció que en lo escrito había lenguaje racista y personajes de pocas nacionalidades. A otras les faltaba diversidad de género y sobraban expresiones machistas. Tacharon el libro por anarquista o franquista, en esto tampoco se ponían de acuerdo. Las descripciones detalladas y los diálogos cortos fueron otros motivos para rechazarlo.
Hasta que por fin un editor independiente le ofreció un contrato. Publicaría el manuscrito en cuanto tuviera espacio para lanzarlo en su catálogo. Cerraron el acuerdo con un plazo de compromiso de cinco años.
El autor octogenario salió feliz del despacho, mientras su nuevo editor guardaba la novela en un cajón.
Con suerte, a título póstumo, sería todo un éxito.

46. La censora del deseo

El oficio de doña Pura es censurar lo incorrecto. Visiona las películas antes de su proyección. Recorta besos, escotes y caricias que va guardando en su maletín… Hace lo mismo con las escenas ardientes de los libros y los desnudos de los lienzos. Pero su poder censurador no termina ahí: también pasea por las calles y retira las imágenes sensuales de la vida real, unos labios entreabiertos, un torso masculino o unas caderas que hacen temblar la tierra con su vaivén.

Satisfecha con la criba, doña Pura vuelve a casa con el maletín a cuestas. A veces, por las rendijas de la cremallera, se escapa alguna mirada lasciva, una lengua traviesa, una gota de sudor provocativa que alza el vuelo en forma de vapor. Las deja ir. Incluso ella, tan recta y casta, sabe que es casi imposible mantener el deseo a raya en un solo día. Hay que perseverar.

Para terminar la jornada, clasifica los recortes impuros de manera que las autoridades puedan proceder fácilmente a su inspección. Una vez en la cama, repasa los momentos más eróticos que ha capturado, saca su «juguetito» prohibido de la mesilla de noche y censura todo lo que viene a continuación.

45. Match Point

Cuando acordasteis vivir en común él te puso una condición: cada uno se responsabilizaría de la educación de su propio hijo, sin inmiscuirse en lo que el otro hiciera con el suyo. Su hija, una adolescente preciosa, amanecía siempre con los ojos llorosos y se acurrucaba en silencio en una butaca, alejada del sillón de su padre. El tuyo, que dormía pared con pared, te decía que por las noches escuchaba ruidos y golpes, que hicieras algo, pero tu insistías en que lo más correcto era no entrometerse, respetar lo pactado en su día. Una noche le sorprendiste forzando a la chiquilla en la cocina, acorralada en la encimera. Tú te interpusiste entre ambos, pero él se revolvió, te empujó contra la alacena de las sartenes e intentó asfixiarte con ambas manos. Tú te viste contra las cuerdas, como cuando tenías la edad de su hija y estabas a punto de perder aquel partido tan importante. Entonces, lanzaste un revés imposible y la bola se estampó en el vértice del campo, dejando a tu rival, que se creía ya vencedora, totalmente noqueada. El lance se saldó con victoria a tu favor, cal para borrar la huella y una sartén nueva.

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