Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

17. ¿Me das un abrazo? (Jose María Escudero Ramos)

En un lugar de paso, a un lado de la plaza Mayor. Hierático, estático, expectante. Brazos en cruz. A mis píes hay un cartel que reza: «¿Me das un abrazo?». Una venda en mis ojos no me permite ver quién viene hacia mí, así puedo sentirte en cada uno de ellos. Corazón con corazón.

Ya he disfrutado del calor de varias personas. Lo más llamativo es el olor que cada una desprende, ¡y la efusividad con la que me abordan!. Algunos, entre sonoras carcajadas, pareciera que quisieran tirarme al suelo.

Muchos me preguntan por qué hago esto. ¿Acaso hemos de buscar excusas para abrazarnos?

Te echo de menos y la mejor forma que tengo de alejar este sentimiento de amor eterno, cercano en la lejanía, es sentir a los desconocidos que quieren parar frente a mí para regalarme unos abrazos que juntan los trozos de un alma desgarrada.

Con cada abrazo que recibo te siento, te añoro y, a la vez, te amo. Todas estas bellas personas me hacen recordar que por muy grande que sea la distancia que nos separa, estamos unidos por un hilo dorado, centenares de corazones anónimos que hacen que la vida sea digna de agradecer.

16. Infelice

Segismundo se retuerce de dolor en la torre mientras cree recordar en una especie de bruma aquello que soñó anoche.

¿Pero fue sueño entonces?

¿Acaso no fue real?

Y, tras desgarrarse la piel en la lucha constante que tiene consigo mismo _ese endiablado carácter suyo_, y con las cadenas que lo aprisionan, al fin concluye y se deja caer al suelo exhausto, vencido por el cansancio.

Reflexiona en silencio según le embarga un cosquilleo de angustia y recaba en que quizás era más feliz antes cuando no sabía, cuando no esperaba…

Vuelve a renacer en él ese sentimiento rabioso y violento que le lleva a imaginar los peores escenarios posibles: Segismundo maldiciendo, Segismundo pegando, humillando, asesinando, blasfemando…

Pero escondida ahí, diminuta, asoma victoriosa y tenue, como una llamita incipiente, la peor de todas las emociones. La que le desgarra la sangre y emponzoña su entendimiento. La más mortífera, la que le postra definitivamente. Y Segismundo hunde los ojos en sus cuencas para espantar la purulencia que, poco a poco, se instala en todo su ser.

Dándose cabezazos contra la roca una risa amarga surge del malhadado cuerpo del hombre-fiera en enconada pendencia contra lo que nunca existió.

15. DESPUÉS DE TODO (Juan Manuel Pérez Torres)

En un rincón ignorado del universo, el planeta Korworath brilla con tonos esmeralda y zafiro. Allí vive Tal, un extraterrestre de ojos profundos y piel luminiscente. Aunque Korworath es un paraíso de maravillas tecnológicas y paisajes deslumbrantes, Tal siente desde hace tiempo una punzada constante en su corazón, una sensación que los korworathianos no comprenden: saudade.

Tal había visitado la Tierra en una misión de exploración. Durante su estancia, había experimentado la calidez de los abrazos humanos, el aroma del café recién hecho, la melodía del viento entre los árboles y la caricia de la brisa marina. Esos recuerdos se habían grabado en su ser, creando un anhelo profundo por algo que ya no podía tener.

Por eso, cada noche, Tal se sienta bajo el cielo estrellado de Korworath, mirando hacia la constelación donde se encuentra la Tierra, cierra los ojos y deja que la saudade lo envuelva, recordando los momentos fugaces de conexión y humanidad que había vivido. Aunque intuye que nunca podrá regresar, esos recuerdos le dan fuerzas para seguir adelante, con la esperanza de que algún día, en algún rincón del cosmos, encontrará un lugar que pueda llenar ese vacío en su corazón.

 

14. Nostalgia

Viene de noche, en silencio, agazapado entre las sombras. A veces le empuja esa lluvia tenue que cubre con sus lágrimas los ventanales. Se le conoce con diferentes nombres. Y nos provoca el mismo temor que a un niño, el monstruo del armario. Quizá sea el mismo ser que ahora regresa a nosotros. Por eso aquí en la residencia tememos que llegue la hora de acostarnos y a ese cielo arañado por oscuras nubes. También a las visitas porque a pesar de vuestras cálidas sonrisas, lo traéis con vosotros.

13. El delantal mágico

Me acerco a la edad en la que ella murió, yo tenía quince años y la necesitaba.

En la casa donde vivían había dos reinos. En el salón, sentado en el sofá, estaba él con el ceño fruncido, mirando la televisión y esperando que alguien se acercara para discutir.

En la cocina, ella, con su pelo gris ondulado y un delantal de cuadros sobre las rodillas. Sentada junto a la ventana, no se distinguía su cara al trasluz, como si tuviera un halo que la protegiera. Me acercaba y me daba un beso de abuela que duraba más de un minuto, después buscaba debajo del delantal y me cogía la mano para pasarme una moneda, con cuidado de que nadie lo viera. Todos los nietos recibíamos el beso, nadie habló nunca de los cinco duros y aún me deleito pensando que yo era la única, su favorita.

Hijos y nietos permanecíamos en la cocina; era un milagro que pudiéramos caber en un espacio tan pequeño. Él bramaba desde el sofá: «¿Dónde estáis?», pero nadie respondía. Ella temblaba cuando escuchaba sus gritos.

Han pasado más de cuarenta años y todavía me duele que se fuera la primera sin vivir en calma.

12. PERO SIEMPRE FALTA ALGO

Se encuentran a diario en el coro bajo del templo, desde donde se encaminan hacia la cabecera de la nave central, flanqueada por esbeltas columnas con motivos vegetales y marineros. El que parece más viejo, según indica su larga barba patriarcal, trae andares arrogantes propios de quien ha abierto mares para su rey; pasos desenfadados el otro, favorecido por las musas que dieron aliento épico a las octavas sobre las que navegan las glorias de su país. Llegados al crucero, ambos dirigen sus pasos hacia la sacristía y pasan al claustro del monasterio. Allí, ya sea en la galería baja o en la alta, se cruzan una vez más con ese extraño personaje que un día dice llamarse Ricardo Reis, otro Álvaro de Campos o Alberto Caeiro, y que a veces les habla en inglés.

Por más que los suyos fueran otros tiempos, siguen sin comprender que este hombre de triangulado bigote y gafas redondas, místico y sebastianista convencido, se empeñe en añorar no las gestas de sus heroicos compatriotas ni la inmarcesible belleza de las mujeres de la corte, sino la amarga infusión del grano que viles comerciantes traen desde remotas colonias hasta A Brasileira.

10. ESCALOFRÍOS (Paloma Casado)

Se ajustó las gafas, pero los lentes solo hicieron más nítidas las huellas del tiempo en ese hombre que, a pesar de todo, era Él. Con los ojos de la memoria volvió a verle jugar al baloncesto y a bromear con sus compañeros del instituto, como cuando le seguía escondida en un anonimato que entonces deseaba romper. Eran los días de corazones sangrantes sobre una “G” y una “M” y de poesías cursis en sus cuadernos. Regresó a la fiesta del colegio donde la sacó a bailar. Esa tarde se había pintado los labios con el carmín de su madre y estrenaba un vestido con el que parecía mayor. Recordó sus manos en la espalda y un escalofrío volvió a recorrerle la columna vertebral.

-Mari, ¿ese de ahí no es Gonzalo Villalba? Desde que salimos del instituto no lo he vuelto a ver. Casi no lo reconozco sin la melena rubia que tenía, ya se sabe, con los años todos calvos. Y pensar que volvía locas a todas las de clase… tú no le recordarás porque ibas unos cursos más atrás. ¿Sabes de quién te hablo, Mari?

-No, no lo recuerdo. Volvamos a casa, tengo frío.

 

09. SAUDADE CANINA (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Lo llamaban Fido y acompañaba a su amo a la estación de tren de un pequeño pueblo de Italia y a ella volvía cada día a recibirlo. Un día su dueño fue movilizado al frente ruso y no volvió. Fido durante siete años lo buscó entre los viajeros en aquella estación.

Similar historia sucedió en Estados Unidos con Hachico, el perro de la película “Siempre a tu lado” protagonizada por Richard Gere.

Canelo, en Cádiz, iba con su amo, cada tres días, a la clínica donde este se dializaba. Doce años esperó ante la puerta del hospital a que su dueño saliese.

Guacho, en Uruguay llegó, tras atravesar montes ríos y llanos, al hospital en que su amo fallecía y al igual que, Bobby en Edimburgo y Collie en Argentina, también pasó años sobre la tumba de su dueño.

Se llama Lola. Ayudó durante tres años a mi hija en su sordera. En casa, ahora, no se separa de la pierna de mi yerno viudo y cuando este no está se tumba, su rabo quieto, su quijada pegada al suelo, arquea y levanta sus cejas y mira triste la foto enmarcada de su dueña, la que pusimos en sus exequias.

08. Fórmula magistral

A la farmacéutica se le ilumina la mirada y le da un vuelco al corazón siempre que Vanko le extiende la receta sobre el mostrador. Viene, como todos los meses, de su médico de cabecera; educado y atento con esa tristeza en los ojos que a ella le provoca tanta ternura.

Mientras él se queda observando los tarros antiguos expuestos en la vitrina, Rosa entra en la rebotica, aparta la fórmula prescrita de antidepresivos y se dispone a preparar su fórmula mágica:

tres cuartas partes de esperanza para superar la nostalgia por su lejana tierra, una cucharadita de ilusión que apague la pena, el zumo de un recuerdo dulce y sereno para no olvidar, varios golpes de entusiasmo que ayuden a afrontar el futuro, unas gotas de deseo y después de mezclar bien lo termina con un chorrito largo de cariño.

Rosa con una sonrisa le acorta el tiempo de pauta del medicamento

Vanko también prefiere pasarse por la farmacia una vez a la semana.

07. Un cúmulo de circunstancias (Francisco Javier Igarreta)

Para sobrellevar la vida de recluso era conveniente mantener rituales y rutinas. Intentar hacer un pacto con el tiempo. En definitiva, estrategias para matarlo. Como cada tarde, Mortimer se encaramó a las rejas de su celda para contemplar la puesta del sol. Un privilegio de veterano, condenado sine die a la pena capital. Dadas las circunstancias, aquellos momentos constituían una sus escasas posibilidades de evasión. O de caer preso de la nostalgia. Pese a todo todavía podía rescatar algún recuerdo feliz.

Mortimer había tenido una infancia difícil. Los años de reformatorio le llenaron de rabia y resentimiento. Su escasa empatía, unida a una extrema meticulosidad, conformarían su particular modus operandi. Pagado de sí mismo, cobraría por objetivos. Alérgico a los escrúpulos de conciencia, lo importante era mantener la distancia. Entre su punto de vista y el punto de mira sólo había un problema de balística. En cierta ocasión se cruzó en su trayectoria un imprevisto. Un lamentable daño colateral.

Ahora que su sentencia estaba al caer, la mortecina luz del atardecer parecía empeñada en recordarle aquel muerto, y la imagen largamente encriptada del niño que aquel día se puso a tiro, le dio de lleno.

06. SUERTE

En la iglesia parroquial repartían comida tres días en semana y, los jueves, daban ropa usada.
Como mamá cuidaba niños y papá salía a buscar trabajo (algo complicado para un republicano perdedor de la pasada guerra), yo iba a recoger esa comida al salir del colegio.
Mientras esperaba a que abrieran la cripta, aterida de frío en la cola de la acera, sólo pensaba en qué habría ese día para llevar a casa y poder comer mis padres, mi hermano chico y yo.
En la mochila guardaba mis dos fiambreras, que solían llenar con algún guiso caliente y un pescado frito o albóndigas con puré. Ni pan ni fruta, claro, sólo esos dos cocinados.
Se abrió la puerta al fin y miré la larga escalera que bajaba al sótano de la cripta, siempre más fría que la misma calle.
Sobre la mesa de los perolos, puse mis fiambreras y una monja las llenó con el guiso y el pescado, recordándome, una vez más, la suerte que teníamos.
Despejaba la niebla cuando volvía a casa, feliz porque ese día comeríamos bien los cuatro.
Mamá vendría el jueves a por alguna ropa usada.

05. MORRIÑA (Edita)

Conozco los síntomas: mirada en un punto fijo, mueca de media sonrisa, ojos húmedos, atención dispersa… Aunque mi madre esté a gusto viviendo conmigo, sé que no puede evitar rememorar con tristeza y felicidad simultáneas los momentos dichosos de su existencia anterior. Cuando esto ocurre, debo apartarme, dejarle su espacio, procurar que ese encuentro agridulce con el pasado sea lo más privado y reconfortante posible. Pero, desde hace unos meses, ha sustituido poco a poco esa actitud melancólica por comportamientos esporádicos extraños. Hasta hoy. Todo vuelve a la normalidad, deduzco erróneamente. Entonces, animosa, me atrevo a preguntarle en qué cavila. Espero una evasiva o un silencio; sin embargo, contesta tranquila que piensa en sus nietecitos porque ya le tarda volver a verlos. Salgo corriendo para ocultar mis lágrimas. Yo no tengo hijos ni sobrinos.

 

 

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