Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

80. SOLO VEINTICINCO PALABRAS (Javier Puchades)

El doctor realiza la autopsia a los cadáveres que le ha llevado Manuel. Mientras tanto, él permanece en un rincón de la sala. Sentado en el suelo intenta escribir una carta, pero casi no puede plasmar ni una letra. Sus manos se encuentran ateridas de frío, ya que apenas están cubiertas por unos zarrapastrosos guantes que le arrancó a un compañero, que por desgracia ya no los necesitará más.

Como cada mes, comienza la misiva de la misma manera: “María, te quiero. Estas letras y contemplar tu ajada fotografía son mi única compañía. Solo me mantiene con vida pensar que puedas leerme. Añoro ver balancearse tus pies sobre…”. Entonces, como siempre, detiene su escritura y empieza a contar palabras: “Una, dos, tres… veinticuatro y veinticinco.” Sabe que está prohibido excederse de esa cantidad si quiere que llegue a su destino.

Cuando el médico termina de desmembrar los cuerpos y, mientras realiza las últimas anotaciones en su libreta, le dice a Manuel: “¡Imbécil! ¡Español de mierda! Recoge todo y deshazte de esta basura. Y cuando termines, al salir, cierra bien la puerta del pabellón. No soporto los sollozos, ni el olor a carne quemada de esos judíos.”

79. Reloj de arena (Blanca Oteiza)

La arena va cayendo grano a grano vaciando mi alma, limpiando mis pies, borrando las huellas del tiempo. Me ahogo en el agua infinita de las lágrimas. Como un náufrago busco una orilla donde amarrar mi vida que se tambalea entre ruinas de un amor que ya se ha ido. Los sueños me despiertan en mitad de la noche mostrando tu rostro. Ríes y corres mirando hacia atrás. Quiero perseguirte, pero mis pies no pueden andar, cuelgan sobre el vacío oscuro de tus ojos.
Sentado sobre la azotea cuento las nubes que adornan el cielo. Quisiera ser valiente y saltar. Tenerte entre mis brazos de nuevo. Poder besarte y acariciarte el pelo mientras te quedas dormida. Quisiera decirte tantas cosas que no pude expresarte cuando compartíamos días enteros. El calendario ha quedado quebrado entre semanas mezcladas de nostalgia.
El aire despeja mis pensamientos mientras miro al horizonte escondido entre edificios. La distancia se antoja corta si miro hacia abajo. Quisiera ser valiente y salir corriendo detrás de mis sueños. Esta noche cuando me despierte llamaré a tu puerta y te contaré los trozos en los que se partió mi corazón el día que te fuiste. Quiero decirte que te quiero.

78. Un curioso tratado del siglo XVIII sobre la importancia de los pies (Carlos Sánchez)

Del “Tratado sobre la importancia de los pies, uso debido y cuidado esmerado”, escrito hacia 1732 por el dominico fray Manuel Blany, no se conserva ejemplar alguno. Sin embargo, tenemos noticia de su existencia gracias a una carta que el Marqués de Picos remitió al dominico agradeciéndole su dedicatoria.

El noble alaba algunas de las frases del texto. Considera un laudable acierto que fray Manuel defina los pies como “la base sobre la que se asientan la dos columnas que sostienen el cuerpo, templo del alma”. Entiende de gran provecho que “así como la imaginación tiene alas, los pies pueden llevarnos allá donde queramos, incluso a La Liébana”; y la advertencia de que “hay que ser cuidadoso para no transitar por caminos tenebrosos que lleven a la perdición”.

El dominico resalta que “los pies pueden ser motivo de alegría al  rozarles suavemente con una pluma de ganso o de otra ave”. Según advierte, “nunca deben ser arrastrados, sino ligeramente alzados al caminar”, ello “evitará tropiezos y caídas”, pero en tal caso “son los benefactores pies los que nos ayudan a erguirnos de nuevo”. Algunos estudiosos, no todos, opinan que de ahí proviene la maternal conminación: ¡no arrastres los pies!

77. La tregua de la nostalgia

Mirando al infinito, escucha las palabras varadas que le dejó un marinero en la orilla de sus desvelos. A pesar de que el recuerdo de su Neptuno se va gastando con el paso de los días, lo sigue esperando sentada en el muelle. Los años se han deslizado por su cuerpo sin la costumbre de mirarse a un espejo, y se sorprende al ver sus arrugas reflejadas en el agua. Aún no sabe lo caprichoso que puede ser el destino, mientras respira los trozos de brisa que le quedan al atardecer. Antes de volver al andamiaje de su rutina, en el horizonte atisba, asomado a la proa de un bote descascarillado, a su príncipe azul con una sonrisa casi imperceptible, como dibujada con un lápiz sin punta. En las manos le trae unos zapatos de cristal y en el pecho, atadas por el salitre del mar, cada una de las promesas que le hizo.

76 – La muerte del cisne (Virtudes Torres)

Siempre he tenido un sueño recurrente.  Me veía en una exhibición de gimnasia rítmica. Entre todos los aparatos el aro era mi favorito, las cintas y las mazas se me resistían pero siempre acababa por dominarlas.

Otras veces el sueño me reflejaba en un gran espejo donde me veía con mis punteras rosas ensayando “La muerte del cisne”. A mi alrededor, la vida se detenía para gozar admirando mis proezas, después un gran aplauso premiaba mi actuación que yo agradecía saludando aún con mi cuerpo alzado sobre las puntas de mis pies.

A la mañana siguiente cuando mamá venía a despertarme le contaba mi sueño, el mismo que había tenido tantas veces. Mamá sonreía, me llamaba campeona, en vez de aplaudir me daba montones de besos y me entregaba como premio mi peluche favorito.

Cada noche el mismo sueño, cada mañana el mismo ritual a la vez que iba poniendo sobre mi cuerpo el arnés y me trasladaba a la silla de ruedas.  

75 – ELECTRA

Una vez, siendo niña, mi madre me mantuvo la cabeza en la piscina durante un buen rato. Se había enfadado conmigo por algo que no recuerdo bien y que ahora no viene al caso, pues enseguida se arrepintió y me hizo la maniobra de resucitación. Supongo que debió tener un mal momento, una chifladura de viento de levante, cuando yo cantaba en la cama con papá. El caso es que, después de aquel incidente, todo cambió.

Ahora, sólo me atrevo a escudriñarla a hurtadillas y siempre desde este lado de la piscina. Las dos sabemos que entre nosotras apenas cabe un dique de llovizna, pero ella prefiere aislarse en su hamaca, con su libro cerrado, pensando en quién sabe qué. Yo aun con todo, cuando logra adormecerse, me atrevo a acercarme a susurrarle coplillas para mendigar caricias. Pero nada, no le apetece siquiera adentrarse conmigo en la piscina a sofocarse el baldío de la cabeza. Tan sólo busca abstraerse velando su reflejo en el agua: un espejo arisco que se empeña en deshacer a escupitajos (ella, que nunca supo cantar) con tal de borrar la imagen de papá junto a la mía.

74 – Almas ajenas

Ellos no entienden la sed, ni el dolor de mi piel herida por el sol.
Gritan que su playa no me pertenece; que no podré alcanzar tierra firme.
Llevo horas observando mis pies descalzos sobre el eterno bamboleo del mar.
Hoy no me reconozco en los ojos de aquellos que creía de mi misma especie.
Quizás padre no mentía en sus cuentos infantiles, y yo sea una sirena.
Tal vez solo tenga que saltar.

73. Plaza Roja (Javier Ximens)

 

Nos preguntaron si los podíamos fotografiar frente a la Catedral de San Basilio. Dijimos que sí. Eran valencianos, veinteañeros, muy guapos, de una belleza de azahar.

No soy ducho en la cámara del móvil y debí tocar alguna tecla equivocada que me mostró una pantalla con una fotografía del desnudo de unas piernas embellecido por una tobillera de cuentas multicolor, como revelada sobre una radiografía pulmonar o sobre los mismos adoquines de la Plaza Roja. Eran las piernas ebúrneas de la joven sentada en una roca junto al mar, paralelas a la superficie en calma, de un tenebroso gris oscuro.

Él la sentó en las rodillas y ella le echó los brazos al cuello. Luego, la joven alzó las piernas en forma de tijeras y quedaron al descubierto. Mientras posaban, ella me pidió que no saliera la silla de ruedas. Disparé justo en el momento en que sus miradas se abrazaban.

72. Confesiones al espejo ( Camilo Casalana)

-Tienes los pies de tu madre.
Es lo único que me dicen de ella.
Nunca me hizo trenzas, ni explicó los misterios de mis estaciones, ni a bordar las telas.
Escapó sin dar noticias, marchó al país del otro lado, es la explicación que siempre da abuela.

Hoy supe que espero un hijo, algo que he temido a mis veintitrés años.
Un sabor a lágrimas se aposenta en mis labios y se enrojece la nariz.
Mi imagen se refleja en un lago indiferente,
Su corriente ha arrastrado trozos de otras historias como la mía.

Pero insisto a que me escuche sin interrupciones por esto estoy aquí.
Cómo extrañar algo que nunca tuve?
Volar sin alas. Escribir sin papeles, empezar una historia al revés.

Atandolas sandalias que me trajo, descanso mis manos en vientre y le digo a mi criatura

-De tu madre no solo tendrás sus pies.

71. Creación

Acababa un viaje de años y él lo sabía. Aquel era un día especial y no como esos otros en que vino a llorar aquí, pero sería el último. Aparcó sus grandes manos sobre los húmedos maderos y echó sus hombros hacia atrás,  el torso totalmente recto y sus interminables piernas estiradas al infinito, completamente desnudo. Decían sus amigas que era la postura perfecta y siempre quiso tomar el sol así. Aquellos primeros rayos solares recorrían ya sus facciones y toda su piel palmo a palmo, sentía perfectamente como la calentaba y la doraba.

Respiró profundo el salitre y por primera vez sintió paz y sosiego. Él había vertido aquí vejaciones, vacío, soledad y hastío, pero ya no. Hoy termina todo, piensa, catarsis finalizada, y ríe. Pasa largo tiempo, así, tomando el sol. Después abre los ojos, se levanta, no recoge su ropa, solo lleva en la mano un ligero pareo y comienza a caminar.

Atrás va dejando aquel inmenso mar de prejuicios y dolor, un mar engordado con sus propias lágrimas. Hoy comienza todo, fin del reseteado. Ahora, ella camina segura, orgullosa y con paso firme, pero contoneándose completamente desnuda.

70. Fotogramas sueltos

Fotogramas sueltos. La vida son fotogramas sueltos que lanzamos al aire vestidos de olas de metal. Pulgares arriba y smilies. Soy una yonki de los pulgares arriba. Nuestras fotos en la playa fueron diez. La boda nos trajo cien. La luna de miel en Bali, cincuenta. Los pies minúsculos y arrugados de nuestro recién nacido conformaron una explosión de quinientas dosis. También nos dieron cien corazones, aunque a mí sólo me gustan esas manos cerradas con la manga azul y con el dedo en alto.
Nuestro primer beso en público, en cambio, nada más que atrajo un índice acusador, una carrera por el centro comercial, una mujer conduciendo un coche y una farsa de adulterio. Tres pulgares abajo. Sigo colgada de esas malditas falanges, con la cabeza en una nube y los pies buscando firme.
Fotogramas sueltos. La vida son fotogramas sueltos que enviamos al cielo como palomas de microondas. Ojalá tuviera una cámara ahora. Sería mi primera foto desnuda, insinuante, con esta preciosa tobillera de Dior, la soga al cuello y tres gotitas de Chanel. Fotogramas sueltos. La vida son fotogramas sueltos.

69. Escamada

¡Qué susto! ¡Y qué vergüenza! ¡Si hubierais visto cómo corrí! En un instante comprendí lo que sucedía y a la velocidad del rayo escapé de allí. ¡Ay, Dios! ¿Qué habrán pensado de mí? Pero ¿qué otra cosa podía hacer si ya empezaba mi cuerpo a transformarse? Pensé que no lo lograría, que descubrirían mi impostura y para siempre me enjaularían como a un absurdo y vulgar monito de feria. ¿Y qué creéis que hubiera sucedido entonces? Expuesto mi secreto a la curiosidad malsana de tanto entrometido, mi vida ya nunca habría vuelto a ser la misma. Sé que yo no hubiera podido soportarlo y por eso fue que me asusté tanto. Sí, me asusté muchísimo, lo reconozco. Y pese a todo… ¡Ay! ¡Haber tenido que huir de esa manera! ¡Quién iba a imaginarlo! Y justo, lástima, cuando mi plan rodaba ya a las mil maravillas. Aquella hechicera maldita tuvo la culpa ¡mira qué confundir el embrujo…! ¡Las doce campanadas pertenecen a otro cuento! Todo el mundo sabe que nunca −¡nunca jamás!− tuvieron nada que ver con el mar y sus sirenas.

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