Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

6. Manantial

Dibújame la piel, me dijo.
¿Qué quieres?.
Un manantial.
Desnuda, tumbada, serena, esperó a que preparara pincel y acuarelas.
El delicado trazo azul comenzó en sus labios.
Bajó sinuoso por su cuello.
Llegó rebosante de agua traviesa a sus pechos, bordeando ambos pezones.
Continuó por el vientre, haciendo un requiebro en el ombligo.
Respiraba entrecortadamente.
La suave punta del pincel, húmedo, se aproximó al triángulo donde todo nace.
Se retorcía.
Bajó por el muslo derecho.
Rodilla.
Pantorrilla.
Al llegar al empeine emitió un gemido largo y profundo.
Cuando el pincel acarició la planta de su pie, estalló.
Bañada en sudor, el manantial se había transformado en incontenible cascada.
Una amalgama de todas las tonalidades posibles de azules inundaba por entero su cuerpo.
Varios espasmos hacían temblar las diversas cataratas.
Me miró con ojos extasiados.
Únicamente pudo susurrar:
“Manantial”.

4. MI ÚLTIMA MIRADA (Purificación Rodríguez)

Mil gracias, queridos. Sois lo más bello que poseo. O al menos eso es lo que todo el mundo me decía siempre cuando me descalzaba y yo, halagada, solía mostraros desnudos con cualquier excusa y, a menudo, hasta sin ella.

Mis pies. Mi soporte y mi lujo. ¡Tantas veces disfruté de la brisa, del agua, del sol y de la mullida arena gracias a vosotros dos!

Esta tarde he dado mi último paseo. Largo, intenso, como recién estrenado. Igual que aquel primero en el que supe que, caminando sobre mis pequeños pero ya sólidos pies, podía descubrir el mundo. ¡Tenía tan pocos meses y tantos pasos por ensayar!

Hoy he sabido que no me queda apenas futuro y, serenamente, he decidido despedir la vida dedicándoos a vosotros, inseparables compañeros, mi última mirada.

 

03. ALGO LE OCURRE A MI NIÑA (María José Sánchez) (Fuera de concurso)

La noche envuelve cualquier pensamiento en azabache plateado. Selene se refleja en el océano, y este le devuelve una imagen mejorada. La belleza lunar se suma a la de las aguas. El resultado es de ensueño. Los pescadores echan horas interminables a bordo de pequeñas embarcaciones para pesca menor. Son hombres rudos, de piel curtida por el sol, castigada por gélidas madrugadas, pero de gran corazón. Mientras trabajan, recuerdan a tantos compañeros perdidos. Miran al cielo y los ven en cada estrella. Eolo despierta e inspira para soplar bien fuerte, poniendo a prueba la fortaleza del María del Mar, del Rosario y del Carmencita. Todos llevan nombres de personas muy amadas y despedidas en cada partida. Con el tiempo se hacen más largas, harto difíciles, las ausencias. Madres e hijas se encomiendan a la Virgen marinera.
Mar sale de verbena con sus amigas. En pleno mes de agosto, no paran las fiestas. Bebe demasiado. Se pierde, desorientada por los efectos de una primera borrachera, y va a parar al puerto. ¡Dios! ¡Se sienta con tremenda melopea en el borde… ! No sabe nadar. Su cuerpo cede. Cae.
Marino regresa anticipadamente. Justo para salvarla. Es pescador, padre y, ahora también, brujo.

02. VUELO MARINO DE UNA QUEJUMBROSA POETA ALADA (María José Viz)

 

Estoy acercándome. Espera.

Apenas me faltan unos metros para alcanzar tu esencia.

Hasta hace muy poco te reías de mis bromas

y admirabas mi manera de pensar, tan loca;

pero últimamente te has mostrado excesivamente esquivo,

me has apartado de tu camino.

¿Han influido los vientos alisios en tu decisión?

¿O, tal vez, una sirena te ha enredado en su cola de ardorosa pasión?

¡Ya la veo! Confirmo que ha sido ella la que te ha embaucado.

Dile que no le guardo rencor, pues admito el magnetismo que te atrapó en sus lazos.

He decidido que mi vuelo marino se desvíe,

aunque aún no sé muy bien a dónde se dirige.

Estoy alejándome. No me esperes.

Apenas me faltan unos metros para conseguir que me anheles.

01. La ninfa (Jesús Garabato)

 

Ante él,  se viste con la  máscara  del más fuerte, gritándole a la ausencia  de su  madre. Eso es lo que él desea, un fiel reflejo de su  imagen  orgullosa y triunfadora. «Y nada de jugar con muñequitos ni mariconadas de esas», le advierte  a diario.

Ya en  su habitación, sentado ante la única foto que conserva de ella,  se pinta, por última vez, las  uñas con el  Betadine. Mientras se adentra en la noche, sonríe.

 

106. ESPEJOS (M.Carme Marí)

Vanesa

¡Qué pasada de fiesta! Ya me gustaría poder regalarle a mi Manoli algo así. Bueno, parecido, porque con tanto lujo creo que ni mi vestido nuevo encaja. Quién diría que mi hija tendría este tipo de amistades. Hay que ver lo elegantes que están la muchacha y su madre, junto a ese precioso espejo. Se les nota la buena vida.

Leonor

Como celebración no está mal, pero para una puesta de largo esperaba unos invitados más escogidos. Esa mujer del rincón está fuera de lugar, parece abducida de un barrio de la periferia. Hablaré con Borja Junior, tiene que ser más selectivo con sus amistades. Además la mamá de la cumpleañera es de lo más estirado, mirando a todos por encima del hombro. Doña perfecta. Allí está, tan presumida ella, mirándose.

Adriana

Me mantendré alerta. Sospecho que Cayetana compra maría a Manoli. No puedo desfallecer. ¿Dónde estará Alberto? Me dirá que en el trabajo, claro, aunque ya sé que no. A ver si recoloco ese mechón rebelde.

 

Frente al espejo, Adriana se mira a los ojos. A sí misma no puede engañarse. Esa expresión complacida es una fachada, debajo esconde el ceño fruncido y una mueca de tristeza.

105. La puerta de atrás

Antes de que salga el marmitón, Cate ensaya sus mejores muecas, como había aprendido en The sistem, la academia de interpretación en la que estudiaba el método Stanislavsky, cuando todavía podía pagarla. Consciente de que su actuación no provocará ningún aplauso ni levantará a los espectadores de sus asientos, concentra sus esfuerzos en ablandar el corazón del aprendiz de turno. De ello depende que tenga que hurgar en los contenedores, como todos los demás, o que le hagan pasar a la parte de atrás de la cocina. Cada gesto, cada movimiento, cada ademán está preparado, con el esmero de una prima donna, para provocar la compasión de su ínfimo auditorio. Hasta el último puchero una vez dentro, con el hambre satisfecha y la autoestima a punto de resquebrajarse, es ejecutado con la determinación que lo haría en un estreno, con el afán de conseguir un precio justo que la libere de acercarse al pilón o a la yacija que espera en un rincón escondido del almacén.

104. El benefactor (Juana Mª Igarreta)

Llamó a mi puerta una gélida mañana. Nos entendimos enseguida sin necesidad de palabras. Ella necesitaba un techo y comida. Yo, después de la desaparición de Nadia, estaba solo. ¿Por qué no volver a intentarlo una vez más?
Al principio, me alegró constatar que aprendía rápido. En pocos días tenía muy claro que en mi casa las cosas caras y las caricias eran directamente proporcionales. Pero ese júbilo pronto se tornó sospecha y me dispuse a vigilarla. La pillé con el diccionario abierto en la página de “socorro”. Recordé las palabras de mi madre: “No te puedes fiar de esas chicas del este, son todas iguales”.
Lleva días llorando, pero dudo de que su arrepentimiento sea sincero. Como vengo haciendo últimamente con cada una de mis protegidas, he llevado una muestra de sus lágrimas al laboratorio. Los resultados suelen ser infalibles. Espero que esta vez, después de tantas decepciones, esos incesantes mohínes de aparente aflicción con los que intenta ablandar mi dadivoso corazón, hagan honor a su nombre, “Verania”. En caso contrario, deberé contar de nuevo con la ayuda de mi abnegada madre. Tras la mirada de unos implorantes ojos claros pueden agazaparse las más oscuras intenciones.

103. LA EDAD DE LA INOCENCIA

A solas frente al espejo ensaya las muecas y sonrisas que interpretará en próxima actuación. Después pinta su cara de blanco y se pone la nariz roja de payaso y la pajarita a juego.
El toque final de su disfraz, una peluca azul, no le haría falta, pero aun así se la pone por los viejos tiempos.
En el pasillo la esperan sus compañeros de trabajo. Caras de tristeza y preocupación bajo el maquillaje. Todos juntos recorren el pasillo que separa las habitaciones.
Al entrar, los payasos dejan tras la puerta todas sus preocupaciones y momentos después de hacer su aparición, un niño se siente feliz y olvida que se encuentra postrado desde hace meses en una cama de hospital.
Más tarde, mientras recibe la quimioterapia a través de un gotero, el niño descubre que la mujer con la cabeza rapada al igual que él de la camilla contigua a la suya, tiene restos de pintura blanca detrás de la oreja. Ahora sabe la verdad, los payasos no existen, y por lógica Papá Noel tampoco.
Así que no sirve de nada pedirle volver a estar en casa de nuevo por Navidad.

102. Miradas

Gesticula frente al teléfono, como si fuese una gran actriz o una famosa instagramer, de esas que ganan 1.000€ por ponerse una camiseta de tirantes y un bolso de rafia. A su padre no le gusta que suba fotos. Piensa que, aunque todas sus amigas lo hagan y no haya nada malo en ello, el mundo está lleno de depravados. A veces la sermonea, pero nunca se lo ha prohibido y ella sigue colgándolas. Saca la lengua. Junta los labios, como si fuese a dar un beso. Abandona la mirada en el gotelé que lleva pegado a la pared más años de los que ella tiene. Gira la cara con sonrisa seductora. Guiña un ojo. Camina con aires de modelo por la pasarela de la adolescencia, a 200 megas por segundo, sin saber que en cualquier momento podría tropezar con su padre. Esa misma noche se irá a la cama enfadada, incapaz de entender que le requisen el móvil solo porque hay mucho depravado suelto.

101. Costuras

 

A sabiendas de que nadie me observa, ensayo mi cara de domingo frente al espejo. Los arcos de mis cejas dibujan dos paréntesis en retirada; no consiguen aclarar esta mirada perdida. La culpa es de la fugaz imagen de tu beso al despertar, que se ha quedado prendida bajo mis párpados. Con un leve pestañeo cae en el lavabo y es arrastrada por un chorro de agua fría. Por un momento, he recordado la sed que me provoca tu cercanía y mis mejillas se han arrebolado.
Con la vista puesta en mi rostro, busco el fino hilo que borda las comisuras de mis labios y, suavemente, tiro de él hasta encontrar el equilibrio de una sonrisa perfecta; la anudo fuerte a nuestros días de sofá y manta, a los paseos por la playa, a las rutinas de hogar y sábanas empapadas.
Estrenando la primera sonrisa del día, me giro despacio sobre mis talones para mostrarle al mundo mi feliz semblante.
Pero entonces recuerdo que me dejaste hace dos días, y la daga afilada de tu abandono descose con brusquedad los hilvanes. Y, de nuevo, aparece esa oscura mueca de infinita tristeza que me desbarata la estudiada pose.

100. La mujer que olvidó sonreír

Al despertar, notó cómo las comisuras de los labios le pesaban como si colgara acero de ellas. Se levantó de la cama, y caminó desorientada. No era capaz de recordar quién era.  Avanzó mecánicamente por el pasillo de la casa, y se adentró en el cuarto de baño. Se observó en el espejo. Sus labios dibujaban una curvatura pronunciada que apuntaba hacia el suelo. Intentó corregir su expresión, pensar en algo divertido; pero nada surgió efecto. Sin embargo, pese a no recordar cómo se sonreía, tampoco sentía la necesidad de hacerlo. Regresó al dormitorio. Encontró una mujer tumbada en la cama de la que se acababa de levantar. La miró sorprendida. La extraña tenía en su mano derecha una foto. En ella se veía un hombre y unos niños que le resultaban familiares. En la izquierda, las llaves ensangrentadas de un coche. Se quedó mirando el rostro de aquella mujer. Tenía la sensación de haberla visto antes. Pero aquella sonrisa plácida que podía ver en su cara, sobre la que se deslizaban lágrimas aún recientes, la despistaba. Sin aquella sonrisa, casi podría decir que la acababa de ver, hacía solo unos instantes, en el espejo del cuarto de baño.

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