Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

51 . ARRIAD LA MAYOR (Andrés M.)

Las noches de agosto me sentaba en el patio para despojarme del sofoco diario. Había una enorme y desvencijada mecedora, era mi lugar de descanso. Al fondo, sobre el muro cuarteado de cal, mi abuela colgaba la ropa blanca después de remojarla durante horas con hatillos de añil en lebrillos de barro.

Los días de suerte, cuando había luna llena y la brisa corría entre las sábanas, yo jugaba a balancearme al ritmo de ellas y observaba los efímeros y azules reflejos de luna sobre los lienzos de algodón de la Antonia. Me encantaba imaginar que eran velas al viento y mi mecer, las olas rompiendo contra la quilla de aquel barco pirata. Cuántos navíos habré abordado con enormes tesoros, con un parche en el ojo y la espada en mi mano. En cuántos puertos lejanos habrán amarrado mis cabos para llenar las bodegas…

Construí con los palos de escoba el mástil, las vergas y trencé mis recuerdos y jarcias con las cuerdas de aquel tendedero. Guiado de las estrellas, navegué los mil mares sobre losas de piedra. Retazos de infancia cosidos con hilos de paño en un patio de Córdoba.

50 . CUANDO LAS SÁBANAS SE AIREAN (A. BARCELÓ)

Día tras día, me humedece con sus lágrimas y muchas veces se hace pipí sobre mí sin querer. Su madre está preocupada porque sabe que algo no marcha bien, pero él no quiere contarle nada, ni a ella, ni a nadie.

El miércoles, me utilizó para construirse un refugio entre cuatro sillas, se metió debajo y no quiso salir de allí hasta que mamá, enfadada con él, le obligó a hacerlo.

Ayer, antes de ir a la cama, jugó conmigo a disfrazarse de fantasma. Estuvimos asustando a unos malos imaginarios hasta la hora de dormir, momento en que me prometió que no volvería a mojarme jamás.

Esta mañana, nos hemos despertado secos los dos, me ha retirado del colchón, me ha extendido sobre la mesa y ha pintado algo sobre mí. Luego, me ha llevado al colegio y me ha colgado sobre la fachada principal.

El director acaba de dejarme sobre su mesa tras concertar una reunión urgente con sus padres. Van a alucinar cuando descubran que su chico ha hecho público que, en realidad, se siente chica. También alucinarán los padres de los chavales cuyos nombres llevo escritos, al enterarse que sus hijos pueden ser expulsados por practicar bullying.

49 . Mapamundi (Blanca Oteiza)

Como un fantasma su silueta se dibujaba bajo la sábana tan blanca como la luz del sanatorio. “Te he dicho que no puedes jugar entre la ropa” le repetían una y otra vez las voces. De niño con la mirada cabizbaja lloraba. Con los años esas lágrimas se habían convertido en carcajadas que resonaban ahogadas entre paredes acolchadas. Ese niño sólo quería ser niño: correr, jugar, reír, esconderse entre la colada. A ese pequeño le robaron los sueños el día que le dejaron en la puerta entre toallas. Siempre fue diferente, el rebelde que buscaba amigos donde los demás veían aire, el que hablaba con las ramas de los árboles del jardín, el que cantaba cuando llovía en mitad del patio. Alguna vez intentó escapar campo a través buscando tesoros bajo piedras de colores. Ahora el único color que ve son las pastillas que la simpática enfermera le suministra cada día. Les ha puesto nombre a cada una de ellas con países que sólo ha visitado en su imaginación. Es hora de tomar el avión y despegar.

48. GESTO (Concha García Ros)

GESTO

Siempre nos enamoramos de alguien que no existe, pero, a veces, cuando nos damos cuenta ya queremos demasiado a ese otro que duerme a nuestro lado. Esta es la historia de un amor o quizá de un espejismo, visto a través de la sábana tendida a contraluz.

Aunque me regañara yo seguía correteando entre la ropa tendida. Me gustaba el olor a limpio, ese aroma que mecía la brisa. Y me encantaba esa forma suya de fruncir el ceño cuando me sermoneaba. De adulto busqué ese ademán en decenas de rostros, hasta que al fin lo encontré. Mercedes, se llamaba, aunque eso lo supe después. Me gritó porque, al chocar con ella en la calle, le había tirado los apuntes a un charco que parecía reflejar toda mi culpabilidad. Y ahí estaba, la misma expresión, idéntica.

Y así es como ocurrió, construí toda una vida alrededor de un único gesto. Tan absurdo, sí. Ese mohín tan amado al principio, tan odiado después, cuando inevitablemente se pervirtió o quizá simplemente se dejó ver tal y como era.

Cuando extendí la sábana ya no quedaba nada de la fantasía, sólo un cuerpo rígido y frío que cubrir.

 

47 – LA LEY DE SÁBANA ( M. BELÉN MATEOS)

Mi madre era severa, como esas madres que se sonrojan a gritos tras una travesura.

No había día en el que su mano no me señalara castigando mi comportamiento, pero me encantaba cuando lo hacía mientras tendía la ropa con ese aroma a lavanda. Las ordenaba por colores igual que las pinzas; las sábanas blancas con blancas pinzas igual de radiantes, los calzoncillos de papá con esas amargas pinzas rojas, mis braguitas con las del color rosa nube, las suyas con aquellas verde esperanza…Y así el resto de las prendas que el viento se empañaba en hacer volar.

 

Los días de calma dejaba alguna sin sujetar y la contemplaba durante horas, como si quisiera que se fuera muy lejos para no volver, como si le diera alas para que emprendiera su destino hacia ningún lugar.

Yo la miraba escondida entre las ramas de la higuera y rezaba al cielo para que él no volviera nunca más a ensuciar la colada, esa que ella, al despertar, extendía sobre las inseguras y encallecidas cuerdas de nuestras vidas.

46 . CRECIENDO DEPRISA (Beatriz Carilla Egido)

El niño se acostó sin que le leyeran un cuento. En la opacidad de la noche escuchó cigarras, golpes, gritos, portazos y llantos. Sintió frío, pero nadie le arropó para que desapareciera el castañeteo de dientes. Se tapó los oídos, pero seguía escuchando la voz del miedo. Quiso levantarse para hacer pis, pero fue incapaz porque sus piernas parecían de goma. El pequeño mojó la cama y se durmió agotado. A la mañana siguiente su madre, con rostro desencajado, le ordenó tender los fantasmas al sol para madurar cuanto antes.

 

Mi página, aquí.

45. LAS PROMESAS DEL PADRE

Hoy, por fin, papá me ha regalado el teatro de sombras chinas. Me lo ha dejado montado y me ha confiado mis primeras figuras. «Cuídalas», me ha dicho; y se ha marchado. Son una mujer y un niño: una señora hacendosa y entregada, sin duda, y su hijo, obediente y cariñoso. Pero, cuando las he colocado tras la sábana y las he iluminado, mis certezas se han desvanecido. Ahora me parece que se mueven en un terreno ambiguo delimitado por el lienzo blanco que nos hurta a la vista sus auténticos perfiles y la luz que nos las dejaría al descubierto. Al llegar mi compañero de juegos, le he explicado mis dudas y me ha comprendido perfectamente. Entre los dos hemos ideado una historia que se ha ido desplegando ante nuestros ojos con inapelable exactitud. Hasta que ha llegado mi padre; ha sorprendido la inquietud en los ademanes de nuestras figuras y de un manotazo terrible ha derribado el teatro. Después me ha prometido pensar en algo para que logre comprender las dificultades de los seres humanos para vivir su libre albedrío. Y a Mefisto ha vuelto a echarlo de casa.

44. INFANCIA (Nani Canovaca)

Inconfundible el olor que desprendía la ropa recién tendida o cuando se metía entre las sábanas limpias, frías y recién planchadas; era como volver al remanso del vientre materno. Todo se relacionaba y quedaba unido en un mismo paquete. Siempre le contó ella que el jabón casero era el que ejercía el milagro, pero bien sabía  que había algo más, algo que se llamaba madre y que incluía amor y dedicación. Algo que resultaba suave y delicado a pesar de aquellas manos broncas, agrietadas y cargadas de faenas domésticas, labores en el campo y sogas restregadas, bien para lanzar y recoger el cubo dentro del pozo, retorcer y trenzar espartos en los días lluviosos, apilar alpacas y pleitas, cargar serones, subir y bajar cargas al pajar, hacer limpiezas después de las cosechas y para colmo, cuando fueron pequeños aún le quedaban ganas en las noches veraniegas, de recortar en los periódicos atrasados anuncios de juguetes o ropa del Corte Inglés, coserlos con alfileres y cuando ya entrada la noche, hacer que aquello se moviera con ayuda de una linterna para crearles la ilusión de estar sentados en una silla del cine de verano, mientras sorbían un tazón de leche migada.

43. » Mi secuencia favorita»

Dos meses después de su fallecimiento, regresando del cine de verano, mi hermano Fermín y yo descubrimos que mi madre pidió ser enterrada cerca del río. Por desgracia, los adultos de mi familia optaron por seguir los cánones establecidos.

Al día siguiente, mi tía Julia tendía la colada, tranquila por cumplir la promesa de casarse con mi padre y hacerse cargo de nosotros. Cuando me levanté, mi hermano ya había volado rumbo al parque. Decidí quedarme en el jardín dibujando los bucólicos paisajes de “El hombre tranquilo”, primera película que me dejaron ver completa la noche anterior. Sobre las doce, Fermín regresó acompañado de una vecina y con sus manos manchadas de barro. Al parecer, había intentado escarbar la tumba de mi madre con el fin de cumplir sus últimas voluntades. Mi tía abandonó sus ocupaciones y se acercó a Fermín con la seguridad de quien intuye los entresijos del espíritu. Por más atención que puse, no conseguí descifrar sus palabras. Sólo recuerdo que, tras la improvisada pantalla blanca, aparecía ante mí una nueva secuencia del film de John Ford y que, gracias a su rostro difuminado en sombra, imaginaba que era mi madre la que continuaba procurándonos sus atenciones.

42 . RECUERDOS DE CRISTAL

Hoy no ha venido nadie a visitarme, a pesar de ser sábado. Mientras otros han  disfrutado de la presencia de nietos e hijos, yo  he tenido que desollar las horas haciendo acopio de fuerzas, a pesar de lo mucho que éstas me fallan ya, y presumir de entereza, cuando ni siquiera he sabido deletrear jamás esa palabra.

Y no, ser analfabeta no ayuda a que los desprecios duelan menos, o  a que la frontera entre lo correcto y lo que no, se desdibuje en la niebla de la ignorancia. Como tampoco ayuda a quitarme esta pena, el olor a ropa limpia que sube desde la lavandería. ¡Cómo echo de menos los días de colada cuando mis hermanas y yo bajábamos al río con mi madre a lavar las pocas piezas de ropa que teníamos, con el jabón artesanal que hacíamos nosotras mismas! A veces quisiera ser sábana para secarme al sol, mientras otros contemplan mi blancura. Pero tan sólo soy una vieja más. a la que todos contemplan con lástima, que desvaría más de lo que habla y calla más de lo que piensa.

 

41 . CUENTOS Y CUENTAS DEL ASERRADERO (Amparo Martínez)

Hace 1 año, 2 meses, 3 semanas, 4 días y mi dedo índice que padre nos abandonó. Desde entonces, madre no me señala con el suyo. Además, inventa cuentos para consolarme por mi doble pérdida. ¡Como si, todavía, fuera aquel mocoso de 12 años!

Érase una vez un dedo acusica, metomentodo; un dedo ni largo ni corto, ni gordo ni flaco; un dedo marimandón y sabelotodo, orgulloso y presumido. A la menor oportunidad se estiraba, para ser el primero en contestar, en salir voluntario, en señalar culpables, en exigir silencio, en probar todas las tartas. Hasta que un día, de tanto moverse de izquierda a derecha y de derecha a izquierda (¡no, no, noo, nooo!), se desenroscó de la mano y salió volando hacia las nubes. Ahora, es feliz haciendo cosquillas a los nubarrones que les cuesta llover, o agujereando la niebla para que el sol se asome.

¡Pobre madre! No sospecha lo orgulloso que estoy de mi mutilación… Tras la paliza que la dejó inconsciente, padre se lanzó a sacudirme a mí. Pero, no perdí el dedo índice en el forcejeo -como cree madre-, sino en alguno de los 5 cortes transversales que le practiqué a ese cabrón.

40. Sombras de vida

Mi niñez ya es una sombra, mi madre ya es una sombra.  Entre las sombras recuerdo cuando mi madre me reprendía, cuando me consentía, cuando me estimulaba, cuando respondía a mis preguntas sobre su música favorita; porque conocí a Juan Arvizu, a Pedro Infante, a Margarita Cueto, a Juan Legido, a Alfonso Ortiz Tirado… al lado de su radio siempre encendida.  Con el padre ausente, por trabajo, la madre era mi referente y yo era su sombra, a donde quiera que fuera, me iba yo.

Vemos ahora proyectados sobre un lienzo esos años de la niñez y los revivimos; jugamos con las sombras de nuestros amiguitos de infancia; veneramos las sombras de nuestros primeros maestros, de los que sí asumieron su papel de maestro; nos complacemos en la sombra de nuestro primer amor; temblamos con las sombras de nuestros fracasos.  De repente, nos hacemos conscientes de la sombra que estamos proyectando hoy a la luz del mañana.

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