Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

103. A ras de suelo (Adrián Pérez Avendaño)

La cosa siempre funciona igual. No importa si es un chiste en mitad de un vagón de metro, una canción de rima fácil bajo un sauce llorón o una concatenación de onomatopeyas, a cual más graciosa. Al principio, la gente lo recibe con cierto recelo pero a los pocos segundos aparecen las primeras sonrisas, las sonoras carcajadas, los silbidos de aprobación y los aplausos interminables. Y suele ser en este punto, una vez concluida la actuación, cuando las miradas se dispersan y alguien se da cuenta. Y enseguida los codazos, el murmullo, las bocas rígidas, el taconeo nervioso, el perceptible sonido de las gargantas tragando saliva, los ojos temblorosos. Y es que no es fácil contenerse ante un payaso sin zapatos.

102. CONSUMO RÁPIDO

Es una cafetería de sillas calientes, como tantas otras. Sus taburetes acolchados y blancos apenas suspiran unos segundos de aire antes de que otras nalgas los ocupen. Consumen. Nadie mira a nadie. Excepto él. Pero hoy tiene una mueca agria y los ojos tristes. “Ni siquiera así” piensa. Siguen, siguen sus vidas, cronometradas, sin desviar la mirada a sus lados, concentrados en su taza de café humeante, en su bollo, en su refresco azucarado. Nadie mira a nadie. Excepto él, con su mejor traje y su maquillaje más laborioso, buscando un gesto de complicidad, una sonrisa, un instante de encuentro en el vacío. Pero no. Nadie mira a nadie. Se consume tras sus párpados blancos el amago de una lágrima huidiza.

101. El método (Juan Antonio Vázquez)

Cualquier día al uso, enfundado en mi traje de chaqueta y corbata, apuro el café, me acomodo el catálogo debajo del brazo y espero junto a la puerta; en el ángulo ciego. Como allí no me ven, cuando aparecen les repiqueteo el hombro: todos se giran para recriminarme que les he dado un susto de muerte. Entonces solo me queda desplegar mis dotes de vendedor avezado y llevarlos a mi terreno: vamos a alguna mesa vacía y les enseño el muestrario con las fotos de los destinos que siempre han deseado. A veces cuesta, pero al final cerramos el trato. Les informo que el vuelo sale esa misma tarde, les acompaño a hacer la maleta y luego al aeropuerto. Es en la escalerilla de mi avión privado que caen en la cuenta de todo lo que dejan atrás: mujeres, amigos, familiares… Ahí les doy mi tarjeta de visita: salgo yo con la guadaña. Dejo que aten cabos y ya está hecho. Con los niños es más fácil, pero esos días odio mi trabajo: me acerco, les sonrío y les tiendo la mano; siempre me la dan y nunca se extrañan de que nadie me mire aunque vaya vestido de payaso.

100. Lo único que quiero es un bocadillo de calamares

Se había difrazado de gnomo, de torero, de bailarina de ballet, de drag queen e incluso de Lola Flores, pero nada daba resultado. Hoy había hecho el último intento, con un disfraz de payaso que pensó que sería la solución perfecta, pero todo había sido inútil. Por mucho que intentara llamar la atención, el camarero no le hacía ni caso. Y él seguía queriendo su bocadillo, puñetas.

99. TRAFICANTES DE SONRISAS (M. Belén Mateos)

Todo cambió en el pueblo el día que apareció un mohíno marchante interesado en las sonrisas que se repartían en cada esquina de cada calle, en cada cafetería, en cada encuentro amoroso, en cada balcón cuajado de brotes de alegría.

El alcalde siempre había sido un amargado codicioso, un envidioso de las risas y los colores, un individuo gris, un payaso.

El siniestro y oscuro visitante le ofreció traficar con ellas, venderles a los tristes pueblos lindantes, una porción a precio de cosecha, de la que él se quedaría un 60% y el resto iría a su granero personal. El regidor aceptó encantado pero no contaba con la picardía del negociante, que en cada entrega se quedaba con el doble de lo dado y con las tierras de provecho.

Tras varios meses, ya no había límite entre unos campos y otros, entre los residentes y los próximos. Todo era un gran solar blanco y negro, todo era pesadumbre.

Ahora, sólo el sonido de la guillotina, en la plaza principal, hacía sonreír a los lugareños y convecinos.

98. LEICA BLUES

En el Lower East Side hoy el viento muerde como pirañas de acero rápido.  Yo, con la correa de la Leica por única bufanda, sigo pateando el barrio en busca de lo que mi director llama una buena foto: la basura morbosa que nutre nuestro periodicucho. Pero sólo he conseguido un par de mendigos mugrientos y un borracho vomitando en la esquina de Norfolk. Nada nuevo en esta ciudad, donde sueños y preservativos rotos fluyen juntos por las alcantarillas.

Con las manos heladas entro al bar de Joe. Está atestado, como siempre: secretarias pizpiretas, mujeres maduras que perdieron a la vez el amor por sus maridos y la receta de la tarta de arándanos, oficinistas de traje gris y vida a juego. Desde mi mesa hago una foto a la barra, por entretenerme mientras espero la comida. Justo cuando disparo, el flash atrae la mirada de un hombre. Lleva una americana raída, un sombrero deformado por la humedad y el fracaso pintado en el rostro. Un pobre payaso más, pienso mientras ataco el estofado humeante.

Sin mucha convicción, me digo que quizá haya suerte cuando revele las fotos. A veces, casi por casualidad, captan la verdadera esencia de algún fulano.

97. Hacia el ocaso (towanda)

Ha vuelto a entrar. Fiel a su cita de cada mañana. Hoy arrastra un poco más los pies y observa, como asustado, a derecha e izquierda. Sus ojos se me antojan más viejos que de costumbre. ¿Lo de siempre?, pregunto mientras le sirvo un tazón de caldo. El mismo de todos los días. Me mira, pero ya no me recuerda. Saca una fotografía chamuscada de su cartera y me pregunta si la conozco. No, le digo tragándome las lágrimas, pero es la trapecista más hermosa del mundo. Al viejo le brillan los ojos cuando escucha estas cosas.

Cómo decirle que el circo cerró sus puertas hace años. Cuando el incendio.

¿Estoy bien maquillado, muchacho?, pronuncia con una sonrisa del chiquillo que conserva desde entonces. Sí, respondo, como los grandes payasos. Pero, una vez más, compruebo que su pulso ha fallado al intentar enmascarar las cicatrices que quedaron del fuego, cuando escapaba conmigo bajo las carpas. Para qué atormentarle recordando lo sucedido si mañana, cuando despierte, lo habrá olvidado todo. Volverá a pintarse su sonrisa; maquillará de colores su rostro y, como cada día, esperará sentado en la barra del bar que mi madre regrese a buscarle.

96. ACCIÓN DE GRACIAS (Yoya)

Esta ciudad es peligrosa. Sus habitantes parecen vivir anclados en una perpetua segregación racial. Siento un escalofrío, pero las últimas noticias sobre este cabrón lo situaban aquí, ¡se sentirá como en casa! Dejo mi viejo mustang rojo a la puerta del hotel y de mi equipaje rescato una excelente botella de bourbon. Me sirvo un trago y me llevo otro para tomarlo mientras me doy un baño. No puedo quitarme de la cabeza la imagen de aquel bestia jadeando sobre mi cuerpo. Aún puedo sentir sus sucias y ásperas manos sobre mi piel ¿a quién creerán? -me dijo sonriente-, no eres más que una estúpida camarera negra. Me enfundo el disfraz de payaso y pinto mi rostro de tristeza, llego a la barra del bar y le veo acercarse, tampoco sonríe, pero eso no es noticia. Descuelga su corpulento cuerpo hacia adelante hasta casi rozarme, arranca un sucio palillo de entre sus escasos dientes mientras masculla, no me gustan los payasos ¡vamos a cerrar! Abandoné el local tras el último cliente, desde el mostrador me siguió con mirada amenazante. El volumen de la televisión camuflaba el rítmico tic tac procedente de una pequeña bolsa en el suelo. Casualmente, negra.

95. Sympathy for the Devil (Mónica Rei)

Ángel llevaba horas en la sala de interrogatorios y por más que intentaba convencerlos de que no sabía nada, de que él no era más que un pobre camarero, el detective insistía una y otra vez en que era del todo imposible que no hubiera visto algo.

El policía, resoplando, mostró de nuevo la imagen que aquel fotógrafo había tomado apenas una hora antes de la tragedia:

 

—A ver, ¿qué ves en esta foto?

—La cafetería, llena de gente.

—¿Qué más?

—Toda esa pobre gente sentada en los taburetes.

—Bien. ¿Y?

—Y el fondo de la barra, y los grifos y…¿el cartel?

—¿Me estás tomando el pelo?, ¿¡es que no lo estás viendo, con el traje de rombos!?

 

Ángel sonrió bobamente y se colocó la bola roja en la nariz:

—¡Shhhhhhh!

94. The show mustn´t go on

Vivir es fácil si sabes cómo y, aunque el mundo no para de dar vueltas, yo sigo sintiendo vértigo cada día; no solo cuando subo al piso más alto del rascacielos donde ocupo un despacho heredado, sino también cuando bajo a la calle y piso un asfalto que se me antoja abrasador cada mañana.

Soy consciente de que esta zona de confort donde estoy instalado me mata, los gritos de auxilio retumban en mi cabeza y yo, siendo solo capaz de repetir el patrón marcado, envidio a aquellos incautos que siguieron sus impulsos y abandonaron sus deseos primarios basados en la riqueza, concediéndose la oportunidad de explorar aquello que les apasionaba por muy ingenuo y absurdo que fuera.

Y sí, así es como vago, cual payaso de feria; inhalando un oxígeno infectado con gas metano, enfundado en este ridículo uniforme firmado por Hermès y perfumado con Loewe. Musito mientras bebo a sorbos esta infusión de manzanilla, intentando que mis entrañas sean merecedoras de las tuyas, preguntándome si estas semillas que ingiero germinarán pronto en mi interior y me transportarán, por arte de magia, hacia la libertad donde habitas.

93. Intruso

Genaro había nacido payaso, con su traje de payaso, pero era un payaso defectuoso, sin sonrisa, inservible. No tenía espacio en aquella comunidad. Necesitaban un payaso, por supuesto, pero un payaso con pedigrí, que no enturbiara la pureza de la logia. Aquella mañana de frío invierno, poco antes del sínodo, acordaron disimular, disimular mucho y rezar a Dios para que no notara el regusto amargo del café.

92. Lo que me faltaba (Toribios)

Mira que soy pavo. Yo, vestido de estas trazas para divertir a niños que me odian. Sí, me odian, lo veo en sus miradas. Cuento un chiste, hago un juego de manos, y ellos me miran con desprecio. Y no me extraña, esas bestias huelen que siempre he detestado a las criaturas. Por eso me fui de casa, por no aguantar sus manos pegajosas y sus mocos, y los llantos de ella. Siempre lo mismo, que dónde has estado, que cuánto te han pagado hoy. Todos me decían “qué suerte has tenido, que encantadora familia”, pero yo solo quería que huir de allí, volver a recorrer mundo, como antes. Solo que, a veces uno tiene que buscar de comer en algún sitio y vendedores hay hasta debajo de las piedras. Y ahora este de la cámara, no puede uno ni tomar un café tranquilo en su rato de descanso. Y todavía publicará la foto, y hasta puede que se haga famosa y alguien se ponga algún día a escribir una historia sobre ella. Qué cosas pienso, este trabajo me debe estar reblandeciendo ya el cerebro. Pero pavo, eso sí, más que el de Acción de Gracias.

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