Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

73. La burbuja

Al comparar estadísticas desde que se tienen datos fiables, la Organización Mundial de la Diversión concluyó que las tardes de los domingos de invierno eran las más aburridas del año. Como el tedio genera desencanto y este induce a la tristeza y al fracaso decidieron eliminarlas del calendario. Fue el inicio de un ambicioso plan que llevó a suprimir la primera hora de trabajo de los lunes además del tiempo que transcurre tras las despedidas, el que llega después de hacer el amor y el que provoca la rutina. También se animó a la población para que no dejase de gastar bromas ni de contar chistes con cualquier motivo y en cualquier lugar, y todos obedecimos como si fuésemos auténticos payasos.

Y aunque con estas disposiciones se logró disminuir el porcentaje de suicidios a la vez que la alegría y el optimismo alcanzaban niveles inusuales, absurdos, incontestables, hubo muchos que desconfiaron y se los vio reservar otras tardes y otros momentos para sentirse tristes y acumular desilusiones, incluso detrás de una nariz roja. Fueron ellos los que se anticiparon a la catástrofe, los únicos supervivientes cuando la presión ejercida por el tiempo consiguió recuperar la realidad.

72. One meat ball

Percibes que los parroquianos no dejan de mirarte en tu lento caminar hasta el taburete libre, al final de la barra. Te sientas, palpas el bolsillo y extraes de él lo reunido a lo largo de la mañana. Tan solo quince centavos en la palma de la mano.

Distingues las risitas que tu traje de mimo y tu cara pintada suscitan mientras buscas en la carta algo que tomar con esos quince centavos. Le pides al camarero lo único que puedes permitirte.

Te sirve, al poco, una albóndiga en un minúsculo plato de postre. Comprendes que también está de guasa cuando deja, junto al plato, un tenedor y un cuchillo. Le preguntas si podría ponerte una rebanada de pan y te responde, con una sonrisa torcida, que tus quince centavos no dan para más. Clavas los ojos en la albóndiga, notas cómo se te humedecen, y vuelves a oír las bromas de los clientes. Son las mismas personas que, hace nada, pasaron por tu lado en la calle y te ignoraron.

¡Corten!, vocifera el director, satisfecho con la toma. Y tú, todavía con la mirada fija en la albóndiga, te arremangas, con parsimonia, buscas el cuchillo a tientas y obedeces.

71. Indiferencia

ACTO PRIMERO

Escena única. Alguien con bastón pone dinero en la gorra del clown cuando este finaliza su solidario número callejero.

ACTO SEGUNDO

Escena primera. Un cliente con bastón entra en la cafetería y el clown, ya dentro, le hace notar la indiferencia de la gente:

Cliente: Qué frío hacía ahí fuera, brrr…

Clown: ¿Puede cerrar la puerta?

Cliente: Perdón, plic…

Clown: Dele más fuerte.

Cliente: ¡Cataploc! Camarero…

Clown: ¿Pero qué le pasa? Llame más fuerte, hombre. Oiga… ¿necesita ayuda?

Cliente: No, gracias. ¡Camarero!

Clown: Vale, pero sepa que a la gente le interesa más el café que si usted se parte la cabeza contra la columna de enfrente.

 

Escena segunda. El camarero sale de la cocina y atiende al cliente como a uno más.

Camarero: ¿Turkey dinner, sir?

Cliente: Only coffe, please. Disculpe, ¿podría buscarme un sitio libre?

Camarero: Mire uno, ¿ve?, junto al que va de colorines hasta la gorra.

Cliente: ¿El clown, verdad? Mirar, ver… están fuera de mi alcance.

Camarero: Perdone, no sabía… espere que…

Cliente: No me coja. Deme el codo, que el ciego soy yo.

Camarero: Oiga… ¿cómo sabe que el clon está ahí?

Cliente: Tengo poderes, como Daredevil.

Camarero: Ah.

Cliente: Eso.

70. RIDI PAGLIACCIO (M.Carme Marí)

Nadie mira a un payaso triste.

Aquí estoy, con un café, cuando el cuerpo me pide un whisky. Aunque no sé si en el bar de un hospital infantil tendrían.

Hoy le tocaba a Jaime. Ayer quería adelantarse y, después de su compañero de habitación, tocar el órgano para acompañar mi «Canción del buen humor». Yo les enseño dónde colocar los dedos para los cuatro acordes, añado la melodía con mi armónica y vamos intercalando la letra y los gestos. Tanto si sale bien a la primera como si hemos de repetirla mil veces, nos reímos mucho. Cada día tengo un acompañante distinto para formar el dúo de la actuación, aún así Jaime insistía en formar un segundo dúo hasta que la hora de la cena nos obligó a dejarlo para hoy. Pero la operación que tenía prevista la semana que viene se ha reprogramado a esta mañana.

Cuando empiezas el voluntariado te previenen de estas situaciones, pero nunca estás lo suficientemente preparado para afrontarlas.

69. Performances

Para qué negarlo: disfrazado de payaso mi atractivo se resiente bastante. Lo pienso a cada instante mientras contemplo a Hanna realizar su fantástica Gilda, en perfecto blanco y negro si no fuera por esa rosada e incauta lengua que a veces asoma entre sus labios. El caso es que el personaje me funciona mejor que ninguno hasta ahora. Suelen ser los niños quienes frenan a sus padres para observarme, aunque también hay adultos que lo hacen por propia voluntad, riendo como los más pequeños con los malabarismos, traspiés, despropósitos y bromas de mi restringido repertorio. Cariblanco, patoso, inocente, vulnerable…, está claro que así lo tengo mal para provocar en Hanna nada de lo que yo quisiera. En las horas de poca gente me acerco a darle un cigarrillo y hablamos un rato. Suele escuchar con gusto mis cosas, por simples que sean, y se ríe mucho con las ocurrencias y los chistes que de natural me salen, pero sobre todo, y ese es el asunto, de mi insistencia en quedar para vernos después. El jueves pasado se fue a dormir con Poseidón, y anoche la vieron besándose con el Discóbolo. Hoy no le quita ojo a Conan, el Bárbaro.

68. ODIO A STEVE JOBS (TON PEDRAZ)

El circo corre por mis venas. Mi abuela era la mujer barbuda, papá fue trapecista hasta que se jubiló, mamá quiere morir junto a sus leones, y mis hermanos levitan de allá para acá sobre el alambre. A mí, me tocó ser el payaso. Desde pequeño me dediqué a hacer reír a todo aquel que se cruzara en mi camino, dentro y fuera de la carpa, con mi semblante tristón, mis zapatones de charol, y mi traje de arlequín.

Pero ahora el circo agoniza y a nadie parece importarle. Algo me dice que, a pesar de mi esfuerzo por hacerles felices, nada volverá a ser como antes, nadie es capaz de prestarme su atención un instante, ninguno sabe vivir sin despegar la vista del teléfono móvil.

67. En el circo de la vida, perdemos la mirada (Yashira)

Comencé en esta profesión pensando que haría felices a los niños, pero la mayoría se asustan.

Los padres me contratan, y al llegar a la fiesta, he de explicar a los más pequeños que no deben llorar, que vengo a hacerles reír. Claro, ellos saben, te miran a los ojos y saben que tú no eres lo que aparentas. Por eso, cuando salgo del trabajo procuro rodearme de adultos, así puedo pasar desapercibido.

– Ah, que mi indumentaria te hacía pensar otra cosa ¿verdad? – Pues no, así vestido nadie se fija en mí.

Ya en casa, cuando me desprendo de pinturas, ropas y demás, me muestro. Con los años he aprendido a vivirme, aceptarme y disfrutarme, tal cual.

¿Y tú cuándo te quitas la máscara? ¿O has crecido tanto que ya nunca te miras a los ojos?

65. Condiciones intrínsecas (Salvador Terceño)

Mi abuelo murió diciendo que ningún payaso reía de verdad.

–Son intrínsecamente tristes –dijo. Y expiró.

Él siempre los había considerado grandes profesionales. Era su tema recurrente. Incluso así, nos costaba creerle, pero lo encajaba bien.

–Seguid a uno tras una función y observad su comportamiento –decía.

Pero era solo una niña y ningún circo frecuentaba nuestro pueblo.

Luego el tiempo lo devoró todo.

Cuando crecí, emigramos a una ciudad sucia, bastante miserable. Papá apenas trabajaba. Bebía demasiado y mamá y yo acabamos buscándonos la vida. Mamá conseguía dinero fácil pero cada día envejecía un mes. Yo robaba lo que podía.

Mamá murió de repente de una meningitis y me quedé sola. No pensaba meterme ninguna polla en la boca, así que compré un abrigo y una pistola. Me sentaban de fábula. Habitualmente, subsistía a base de monederos y carteras. Cuando debía meses de alquiler, me acercaba a alguna barra, asomaba el revólver y pedía con educación el dinero de la caja.

El día de acción de gracias me acerqué a la barra del Harry’s de Lincoln Avenue y, cuando iba a sacar mi pistola, tropecé con aquel payaso. Tenía la cara más triste que había visto en mi vida.

64. A las cinco, café con pastas (Juana Mª Igarreta)

El sábado que Osman inauguró el restaurante, invitó a los vecinos a tomar café con pastas. Y puntuales acudieron a la cita de las cinco, incluida doña Remigia, la octogenaria del tercero, a pesar de que “el turco” no era santo de su devoción.
Osman se lo había currado. Él mismo se encargó de elaborar las tarjetas que anunciaban la apertura del local, para luego depositarlas en los correspondientes buzones. Además convenció a Urko, con quien había entablado amistad hacía poco tiempo, para que se vistiera de payaso y amenizara un poco la tarde. Después de la actuación, seguro que serían muchas las monedas tintineando en su sombrero.
Urko fue alternando los números que mejor se le daban. Pero las risas que consiguió arrancar en un principio, al tiempo que la gente le daba la espalda, enmudecieron.

¿Habrían reconocido bajo aquel raído disfraz y aquella voz distorsionada al viejo cerrajero? ¿Sería capaz de retener a los vecinos de Osman el tiempo suficiente para que su “socio” terminara el trabajo puerta a puerta?

Lo sentía por Osman, que era un buen muchacho. Pero ¿un parado de larga duración puede vivir de hacer el payaso?

63. Ausencia

Te envío la foto; así podrás cerciorarte tú misma de lo que hablamos. Han pasado muchos años y ya es tiempo de cerrar la herida. Por mi parte, he hecho lo que me pareció adecuado y no me arrepiento de nada. Mamá se encargó de disfrazar la realidad, nos dio su versión y hemos vivido a gusto con ella. Pero ¿qué quieres te diga? A mí, no me basta. Tenemos derecho a saber la verdad. La imagen como muy bien puedes comprobar en el reverso, es de los setenta. Así que papá no murió como ella nos había contado. ¡Y pensar que hemos tenido el retrato toda la vida delante de nuestras narices! Siempre me fijé en el payaso triste, hasta se me ocurrió recorrer los circos de Europa para ver si lo encontrábamos. ¡Quién iba a decir que nuestro padre era el hombre de la izquierda. A saber por qué lo echó de casa! Son muchas preguntas. Y de momento solo nos tenemos a nosotras. Y a papá, que estará en algún sitio y que quizá también nos ande buscando.

62. Alivio (Patxi Hinojosa)

Hoy he vuelto a fracasar, me doy por vencido. Dicen que no se puede ganar siempre; matizaría que hacerlo, aunque fuera una sola vez, no estaría de más.

Estoy cansado, necesito un café cargado antes de regresar a casa solo. La cafetería tiene buena pinta. Entro. Me dirijo a una mesa libre que incluye prensa. Mientras espero al camarero, echo una ojeada al mostrador y en ese instante se me para el corazón. Consigo reiniciarlo tosiendo con violencia y me concentro en la escena. Estás ahí, en esa concurrida barra, con la mirada perdida de costado. Veo tu cara en blanco y negro en contraste con tu figura, enfundada en ese disfraz multicolor. Eres tú, un par de decepciones mayor, y unas lágrimas que creía extinguidas aparecen por mi rostro yendo a mojar el periódico. Lo cojo y me parapeto detrás de él esperanzado; al contemplarte me sumerjo en tu tristeza, que siempre será la mía, porque hacer reír nunca garantizó felicidad, ¿no es cierto?

Entonces suspiro hondo, aliviado al fin, pues tu mirada carece ahora de aquella carga de soberbia con que te dirigiste a nosotros cuando juraste desaparecer para siempre y no seguir jamás mi vocación de payaso.

61. Diver<>gente (Mel)

No quiero volver al mundo de los muertos. Nunca. Aunque eso suponga que nadie aprecie mi sonrisa ni entiendan que un rombo es un cuadrado bailarín, no algo prohibido. No quiero estar siempre quieto, anclado a un trabajo gris y a la moda en blanco y negro. Quiero ser el arlequín que esconde mi corazón. Nunca más ser el borrego que come pavo cuando toca dar gracias, a Dios o al diablo, ni beber Coca Cola, la droga que nos pega al sueño americano. Es que no quiero ser de aquí ni de allí, quiero ser yo, y mirarle a la cámara de la vida de frente, saboreando lo que me ofrezca cada mañana y sabiendo que mi piel y mi alma tienen colores, aunque muchos me vean en negativo. Sé que hay más como yo y sé que esto es estar vivo.

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