Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

55. Autorretrato

Se había pintado en más de cien cuadros. En el último se representó frente al caballete y un espejo en el que él se reflejaba pintando, y así sucesivamente hasta plasmar todas las obras de la serie. La perspectiva que consiguió fue tan real y minuciosa que se podía leer la firma de cada retrato. A pesar de la perfección de la obra, el público no supo valorar la perspectiva y el resultado conseguido, por lo que el artista, decepcionado, cogió un cuchillo y lo destrozó.

Comenzó una nueva serie de más de cien cuadros en los que se le veía rasgando un cuadro frente a un espejo. En el último se representó frente al caballete y un espejo en el que él se reflejaba rompiendo el lienzo, y así sucesivamente. Cuando presentó su obra, el público no supo valorar la perspectiva y el resultado conseguido, por lo que el artista, decepcionado, lo destrozó y se volvió iracundo a los presentes.

Comenzó una nueva serie en la cárcel, en la que se le veía disparando a un grupo de personas que miraban asustados el cuadro frente a un espejo.

54. El círculo (Pablo Núñez)

Francisco nació con una meta en sus genes: ser único. Pronto empezó a dar muestras de su talento, creando una excelente sonata para piano con tan solo seis años. Lástima que aquella pieza, que jamás había escuchado, ya había sido escrita por Mozart, doscientos años antes. Abandonó la música para dedicarse a la pintura y en su primer cuadro plasmó, con una espectacular fuerza, unos girasoles que, desgraciadamente, eran idénticos a los de Van Gogh.
Para no reincidir en el plagio involuntario, quiso volcar las últimas luces de su ingenio en algo tan novedoso como el cómic, dibujando unos personajes que, por su originalidad y estilo, nadie hubiese imaginado antes. Cuando llegó a los estudios de una famosa editorial y enseñó sus viñetas, el director creyó ser víctima de una broma pesada al ver reproducida la primera aventura completa de Tintín.
Abatido por el fracaso, acudió a un hipnotizador para que limpiara de sus recuerdos todo lo que había realizado. En el proceso, fueron desapareciendo de su memoria la música, la pintura, el cómic, e incluso el motivo por el que recurrió al olvido. Al día siguiente, se puso a componer una sonata que, estaba seguro, iba a ser única.

53. ENCONTRARSE

Yo era uno de esos pintores buscando encontrarse. En mi pueblo triunfaban los bodegones y jamás vendí un solo cuadro.

Una noche, a punto de desfallecer, me encontré tumbado en un erial, arrancando raíces y lombrices a la tierra para comer algo. Estremecido por la catártica experiencia, prendí fuego a mi casa –debió arder una manzana– y huí.

Caminé varios días sin detenerme. Sucio y maloliente llegué a una explanada junto a un pueblo. En ella acampaba un humilde circo rodeado por una reata de pintorescos vehículos. Caravanas, carromatos, grandes remolques para animales… Olía intensamente a excrementos y el hedor me reconfortó. Un tipo cepillaba el lomo a un escuálido caballo mientras susurraba obscenidades. Enfadado, un payaso deshojaba una margarita. Varios felinos rumiaban tristes en una jaula mientras su domador bailaba el hula-hop.

Dentro de la carpa, una anciana rebuscaba colillas y un anciano allanaba meticuloso el albero de la pista mientras canturreaba.

Sentada ante su carromato había una pitonisa.

–¡Casi quemas tu pueblo, animal! –me dijo.

–¿Dónde está la chica? –respondí.

Señaló hacia un elefante y supuse que estaría detrás. Al asomarme, encontré una hermosa bailarina estirando los gemelos siameses.

–Siento el retraso –le dije.

Y ella, sonriendo, eructó.

52. Esbozo de la locura (María José Escudero)

 

No sé si fue por aquella luz mediterránea o por el viento Mistral—hay quien le echa la culpa de todo al viento—, el caso es que mi hermano gemelo siempre fue un niño melancólico, insatisfecho, que estaba condenado a ser un adulto infeliz. Con los años, una cólera insana se apoderó de sus actos y le condujo, primero, a autolesionarse con frecuencia y, más tarde, a pegarse dos tiros en la soledad de su tambaleante habitación. Yo, a diferencia de él, nunca fui un artista, sólo un joven vagabundo y vividor acostumbrado a respirar en la sombra. Y cuando lo hallé moribundo sobre aquella cama sangrienta, un deseo de revancha se adueñó de mí.

En su mesa desordenada había muchos dibujos y pinceles a punto de caer al suelo. También había un retrato inacabado, un lienzo borroso y desconcertante que parecía desafiarme. Entonces, me decidí. Noté que había trabajado a un ritmo frenético, y lo calculé. Después adopté su rictus exaltado, manché mi camisa con los colores terrosos de su perturbación y rematé. Además, añadí algunas pinceladas vanguardistas a su obra, y lo vendí todo. Pero su imagen sigue anclada al caballete, vigilante… Por eso conservo la pistola.

51. Faquir por correspondencia

Cogió aquel fular rojo y se lo puso en la cabeza, como si fuera una especie de turbante; sacó la vieja flauta que tenía cuando iba al colegio y se puso a tocar, sin atinar con ninguna nota, sin ritmo ninguno. La gente se agrupó alrededor de tan extraño artista, que se veía que no tenía un don para la música, esperando cual sería su verdadera actuación.
De repente, de un cesto, apareció una serpiente de cascabel que no se movía al ritmo de la música; más bien parecía molesta e incluso se diría que hastiada, miró al extraño faquir y le mordió dos veces. La gente gritó asustada durante un instante, luego aplaudió ya que veían que el artista seguía tocando; con lágrimas, pero seguía tocando.
Tras media hora y veinte mordiscos más, el faquir acabó moribundo la actuación; guardó la serpiente en la cesta y pasó, con la piel amoratada, la gorra entre el público asombrado por aquella dantesca actuación. Cuando llegó a la última persona se desplomó en el suelo, y farfullando entre susurros se le escuchó: «maldito curso a distancia».

50. PASABA POR AQUÍ

Yo solo pasaba por aquí cuando le vi. Hacía toscos aspavientos con una bocina atronadora que se llevaba al sobaco y provocaba un gran alborozo entre las criaturas. Cuando la flor de su solapa empapaba al público de la primera fila, los de la segunda estallaban en carcajadas que contagiaban a los de la tercera y la cuarta. Para que os hagáis una idea de lo que hablo, os diré que hacía reír incluso cuando, con una falsa torpeza infantil, daba paso a su número del suicidio. Enredado en unos pantalones cortos a rombos que dejaban al descubierto su flacura, intentaba subir al bordillo para, poco después, arrojarse al vacío con ademanes valerosos y decididos. La explosión de un globo indicaba que el número había finalizado.

Todos aplaudimos enfervorizados, excitados ante una muerte ficticia tan jocosa y bien interpretada. Para nuestra sorpresa, tras una resurrección inesperada, se sentó en un taburete con forma de elefante y empezó a desmaquillarse la sonrisa. Fue cuando se quitó la nariz roja que descubrimos el rostro de un anciano ajado y triste. Entonces, sin echarle una moneda, comenzamos a desperdigarnos, como si ninguno de nosotros hubiese pasado nunca por aquí.

49. Pearl (Janis Joplin)

La música siempre me ha acompañado. Puede que la primera nota la escuchara antes de nacer. A mamá siempre le gustó cantar.
De niña me escogieron para el coro de la iglesia. Voces blancas ‒decían. Los juegos, en el colegio y en la calle con las amigas, eran acompañados de cantos infantiles y, en las fiestas, me sentía la reina con un micrófono.
Fui vocalista de grupos efímeros y cuando no era feliz buscaba refugio en las notas de mi Autoharp.
Con sólo veintisiete años debería tener una vida llena de música por delante, pero las notas que suenan hoy en mi memoria, las grabé hace tiempo.
Hoy, 4 de octubre, también la música me acompaña en mi despedida.

48. Los sonidos del silencio

Rasgo con furia el papel. La melodía que sonaba tan prometedora en mi cabeza se convierte en bazofia cuando trato de plasmarla en acordes. Mi guitarra permanece muda mientras trato, desesperadamente, de recordar la sintonía que mi aturdido cerebro me ha permitido entrever.
No recuerdo la última vez que he dormido, me mantengo a base de alcohol, café y estimulantes, pero siento que mi creatividad está en su momento más álgido.
Ella llega del trabajo y sube a mi estudio. Me besa suavemente y empieza a contarme su día, pero soy incapaz de prestarle atención. Su voz monótona se superpone a la música de mi cabeza, interfiere con ella creando un terrible caos de ruido y discordancia. Cierro los ojos con fuerza, tratando de no perder la cordura en medio de esa vorágine de sonidos. De pronto se hace el silencio y comienzo a escuchar en mi interior la canción que buscaba. Allí está: perfecta, limpia, sin fisuras.
Entusiasmado tomo la guitarra para reproducirla antes de que desaparezca, pero mis dedos producen una resonancia extraña. Contemplo la falta de una cuerda con estupor que se convierte en pánico al descubrirla enrollada en el cuello de mi ahora silenciosa chica.

47. Póstumamente

Su carrera dio un giro espectacular nada más morir. Aún estaba caliente cuando sorprendió con su memorable interpretación de difunto en un funeral; un hecho que sirvió para que a continuación le ofrecieran tres papeles nada desdeñables: uno de caído en combate, otro de cadáver en la mesa de autopsias, y un tercero, ya algo hinchado, como víctima en un naufragio, quizá su más lograda actuación, si bien pasó algo desapercibida. Tampoco encarnó mal a un muerto recién exhumado, con gusanos y flemas por entonces, en pleno auge ascendente de su popularidad. Aunque su mayor éxito le llegó, pasado un tiempo, haciendo de momia egipcia en una prolongada saga. La película original, muy taquillera, tuvo tantas secuelas como su cada vez más estropeado aspecto permitió, por falta de un sustituto que estuviera a su altura. Todavía hoy las ofertas se siguen amontonando sobre su mesa, pese a que solo puede hacer de esqueleto. También la crítica lo trata mejor ahora, llegando algunos incluso a lamentar que no hubiese fallecido antes. Claro que no falta quien opine que sobreactúa, que resulta poco creíble o que acabará encasillándose. Unos y otros, no obstante, coinciden en reprobar sus continuos desplantes a “La Academia”.

46. Ceñido de oro -Calamanda Nevado-

Tras la intensa semana lo había conseguido. Allí estaba el torero chorreando sangre, una sangre  espesa y morada, sobre un charco rojizo, un paisaje de arena y unas flores vagas. El blanco frío de un poquito de  cielo, las lágrimas de nácar espectral  de sus ojos abiertos, la calidez del capote, los dorados  tonos del traje, los negros brillos del pelo; la nariz  manchada del toro, el polvo al trasluz,  las rosas en  el pequeño ramo, mudas; la sombra del ruedo, la textura de gasa de las mantillas, el crujido trasparente  del   vino cayendo de las botas, la banda de música; y las gentes. Las pobres gentes asustadas, cerrando los ojos de pronto ante la tragedia, algún llanto tierno, las nubes redondas y el viento mordisqueando la muleta cuanto se le antojaba, abriéndole puertas a los pitones para descubrirle ese  caminar corto y el placer con el que ejecutaba la faena.

Recogiendo los pinceles sonó un tiro de pistola en su espalda.  Contestó con una brusca caída y un rodar menudo.

-Te  vestiré con este lienzo-. Escuchó en la voz hueca de la  esposa del torero, su amante. Con la mano aun manchada de rojo  pintó su herida mientras agonizaba.

45. PREHISTORIA

Sintiéndose vacío, el hombre de las cavernas decidió que, para combatir la barbarie no hacía falta más barbarie sino todo lo contrario, de modo que se afanó en barrer el rencor, en pulir la desconfianza, en abrillantar la convivencia…, pero al ver que ni aun así era posible la civilización, entonces se dibujó a sí mismo y a los demás unidos en tareas comunes, y así nació el arte.

44. Flor de almendro (Javier Ximens)

Mi abuela se recogía el moño con aquel tipo de redecilla, pero no era lo mismo. A mí me gustaba mucho más en las larguísimas piernas de las bailarinas que anunciaban las funciones del Teatro Chino de Manolita Chen. Por entonces, yo estudiaba en el seminario de Toledo pero, al llegar el verano, volvía a Talavera de vacaciones y echaba una mano a mi madre, como recadero en su mercería. Cuando tenía quince años, la mañana del primer día de las ferias, una joven de belleza forastera trajo varias medias de nailon para que mi madre le cogiera los puntos, pues la zurcidora del teatro se había roto. Así fue como conocí a Adelina Li-Mee —cuyo significado chino dijo ser «flor de almendro»—, una chica que quería ser cantante y vedete, pero aún no tenía la edad. Por la tarde se las llevé reparadas, y me lo enseñó todo: el mundo multicolor tras bambalinas, dónde finalizaban las piernas con medias de mallas, cómo se colocaban las ligas, qué se ocultaba bajo las estrellitas sobre los pechos Todo. Agradecido le entregué mi virginidad. Cuando terminaron las fiestas, Li-Mee se marchó con el teatro, y se llevó mi vocación.

 

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