Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

79. MALABARES

En la calle, Malena hace dibujos por cinco euros a las personas que pasan. Trazos firmes o delicados según lo requiera el contorno del rostro. Tiene destreza con el lápiz, y el carboncillo no guarda secretos para ella. Malena no quiere que posen, les dice que miren el escaparate de la tienda de al lado o que observen las palomas que se amontonan en el banco de enfrente. A veces retrata tristes a las personas aunque sonrían, y es que Malena dibuja lo que ve un poco más allá de ese velo de piel que, en ocasiones, llevamos todos puesto como un burka.
Migue hace malabares en la esquina. De vez en cuando, le echan unas monedas en el gorro de lana que Malena le tejió el invierno pasado. Ahora Malena ha vuelto a tejer; unos patucos y una mantita para la cuna que Migue está haciendo. Cuando él trabaja, ella dibuja esa cara de cierta preocupación que Migue no puede disimular mientras lija la madera, pero el carboncillo de Malena esboza una sonrisa; una sonrisa enorme aunque los dos sepan que los verdaderos malabares, para sacar adelante a su gran obra de arte, comienzan ahora.

78. Colores efímeros (Alberto BF)

Abrió los ojos repentinamente, y bajó del catre, meditabundo. Una voz le susurraba.

Estiró el dedo en el aire y comenzó a hacer círculos desiguales. Primero lentamente, luego con más ritmo y cada vez más grandes, hasta donde sus brazos podían abarcar. La voz le servía de guía. Este en azul, aquel en verde… trazo a trazo iba dejando su impronta en el pesado lienzo de su esquizofrenia.

El oscuro entorno se fue llenando de vida en cada pulsión disfrazada de pincelada.

Giró sobre sí mismo emulando a un derviche, con las manos convertidas en brochas rebosantes de pintura de infinitos colores. El círculo cromático al completo embadurnó las paredes de su estancia, esa en la que se debatía entre la anodina cordura y la estimulante pérdida de juicio. Se sintió orgulloso de su arte.

Un golpe seco en la puerta y la aparición de aquel altivo enfermero le hicieron aparcar su creación momentáneamente. Portaba una bandeja con agua y algunas pastillas, y al acercarse no mostró ningún aprecio por su obra. Fue como si no la viera.

La voz se transformó entonces en un grito de ira insoportable. Y el llanto posterior restituyó su fugaz colorido en difuminada decepción.

77. Revelación

Entre bambalinas, la Muerte curiosea.

Cuando la bailarina se mueve, hechiza el aire. De sus brazos nacen músicas inefables; de sus piernas, misterios lejanos; fuegos de rebeldía en los giros. El auditorio vanguardista aplaude estupefacto los felices años veinte y grita su nombre: Isadora Duncan.

Al bajar de las tablas, Cotton Club y diadema, Bugatti, charleston y lentejuela. En la herida del deseo, los amantes se turnan entre plumas de mujer fácil y despedidas de artista difícil. Vive de forma urgente como si sus huellas y saltos, mezclados con lunes de alcohol, se disiparan en el olvido. Se tornarán ceniza tras un accidente de automóvil. Su recuerdo tiene el tacto frágil de un calendario y enseña que es menos complicado ser artista que mujer.

La Muerte se contempla bella imitando los pasos de danza de Isadora. Pero se turba al escuchar al mismo tiempo extraños ecos que desconoce.

 

76. CORAZÓN DE ARCOÍRIS

Tranquila y silenciosa, te envuelve como una caricia. Todo lo observa con curiosidad, a través de esa mirada de noche estrellada que vive en sus ojos y luego lo guarda en el universo infinito que ha creado en su interior.

Siempre intenta pasar desapercibida. Se oculta en su caparazón mientras afila sus lápices de arcoíris y entonces, es cuando fluye su magia. Diseña e imagina otro mundo, donde sus creaciones son su lenguaje y el paisaje se cubre del color de su imaginación.

Brilla con ese halo de luz que solo poseen los artistas, pero su humildad demuestra la grandeza de su arte y la belleza que esconde su corazón.

Es tan especial que es inolvidable.

75. Por la senda de Atenea

Su forma de patear la vejiga, el despatarre a lo largo y ancho del útero, anunciaban ya sus aptitudes para la danza. Pero había mucho más en la pequeña pelirroja. Tres años más tarde la vieron jugar con la arena de la playa y levantar en apenas quince minutos, una reproducción exacta de todos los edificios que bordeaban el paseo marítimo. Decían también que le gustaba imaginar y modelar unicornios y dragones con las nubes, colgar miles de zapatillas sobre los cables eléctricos para escribir sinfonías sobre la ciudad, perfilar y colorear girasoles, meninas y náufragos sobre las paredes de gotelé, pero siempre mantenía un gesto triste y pensativo. Nada parecía aliviar la ansiedad que le provocaba tanta imperfección. Decidió entonces arrancar teselas al paisaje con su flamante cámara fotográfica, deshilachar el inmenso tapiz de la realidad y guardarlo cuidadosamente en discos de celuloide. Y así fue como hizo desaparecer todo su mundo. El universo había quedado reducido a una página en blanco, una matriz inmensamente vacía y fértil.

Fue entonces, y solo entonces, cuando volvió la serenidad a su rostro. Siempre tendría la palabra para comenzar de nuevo.

Como al principio de los tiempos.

74. Seda y arroz

Mientras el discípulo molía los colores, el Maestro apresaba auroras y crepúsculos, observaba el cristalino mundo de las estrellas y las transparentes alas de las libélulas.

Viajaban por el reino de Han con los pinceles, las lacas y los rollos de seda y de papel de arroz. Recalaban en tabernas, donde intercambiaban pinturas por escudillas de mijo y tazas de vino. El anciano amaba la bebida, que plasmaba en manchas rosadas como pétalos.

De sus pinceles surgían las altas montañas que sujetan el mundo, las azules corrientes marinas, los verdes arrozales, el vertiginoso vuelo de las cascadas y la cara sonriente de la luna en el estío.

Una noche, ebrio de vino, navegó sobre las aguas de plata. Supo que sus pinceles nunca alcanzarían la belleza de la luna llena y quiso abrazar su reflejo.

La luz del alba descubrió su cuerpo depositado en la orilla, como un junco, por un mar de jade.

73. Maestro de su destino (Luisa R. Novelúa)

Traza una línea que define su horizonte. Es un primer paso. El siguiente, logar un estilo propio que lo identifique sin necesidad de estampar su firma. Como la pincelada gruesa y los colores puros de Van Gogh, o el virtuosismo de Velázquez en el tratamiento de la luz. No necesita nada más para llegar a ser su gran obra maestra.

72. OSCURO AMANECER

            La caja de lápices, con los que ella pintaba cada mañana, había desaparecido y eso que la tenía bien escondida. Pero no estaba, tal vez la encontraron en el último registro. De nada había servido envolverla en una bolsa de plástico y meterla en el interior de la cisterna. Ya la avisaron: “Si no dejas de emborronar las paredes con esos dibujos, te quitaremos los colores”.

Desde que la encerraron allí, aquellas pinturas habían sido su luz, su libertad. Ahora, además de la soledad, su única compañía sería la oscuridad, ya que no podría dibujar más amaneceres al despertar.

 

71. De paraguas a cuadros (Blanca Oteiza)

Adela tiene una paragüería. Ella sabe algo de paraguas y mucho sobre nubes. Diferencia todos los tipos de nubes habidos y por haber que existen en el cielo: las que traen lluvia, las que asustan, las que adornan, las viajeras, las perdidas, las que acompañan al amanecer, las que despiden al día, las solitarias, las dispersas, las de algodón y las de mentira. Encuentra distintos colores en ellas, no sólo son blancas o grises; también pueden ser azuladas, rosáceas, amarillentas, anaranjadas o rojizas. Se la puede ver a través de la amplia cristalera de su negocio con sus pinceles atrapando las nubes que pasan por delante de su calle. Hace meses que no llueve, así que tiene mucho tiempo para dedicarse a ellas. Las pinturas van ocupando el hueco de los paraguas que aguardan a la lluvia en la trastienda cada vez más llena. La mujer es feliz entre lienzos, no le importa no tener clientela.
Hoy es un gran día en el pueblo, no sólo por ser una tarde lluviosa de finales del otoño. En breve se inaugura la galería de arte donde unos viejos paraguas adornan la fachada; el cielo ha bajado para quedarse en su interior.

70. LLÁMALO X… (Inés Z*)

Creo en ti desde mis propios sentimientos, desde mi propia práctica. Las palabras de otros siempre inspiran; pero la fortaleza de la fe solo es firme por la experiencia.

Disfruto en mi comunicación contigo… conmigo.

Porque puedo sentir aquello en lo que creo y me ayuda a sonreír, a soñar, a vivir…

Tú eres el artista que me forma desde tu verbo y yo tu obra de arte más pura y volátil.

Puedo cambiar, restablecerme y restaurar.

Tú me has dado el poder de crear.

69. De poetas, putas, vivencias y supervivencias

Soy feo, inmensamente feo para los cánones actuales y pasados, y aunque lo de que la belleza está en el interior tiene su parte de verdad, hay que conseguir que te dejen acercarte lo suficiente. Y en mi caso no es así.

Por tanto, para estar con mujeres recurro a la prostitución. Eso sí, siempre son autónomas, como Julián, mi fontanero de siempre.

Dejo que se desnuden porque me inspira, pero una vez lo han hecho les digo que lo que quiero es leerles unos poemas míos. Eso las relaja muchísimo porque así se sienten liberadas de acostarse con un adefesio.

Conforme voy declamando mi amor sienten que es por ellas, y sus rostros van mutando hacia el embeleso. No les falta razón, porque son lo único que tengo de similar enjundia.

Sé que el momento de parar es cuando sus ojos me piden que me acerque y les haga el amor susurrándoles al oído.

Luego, ya exhaustos, me piden más versos. Y es ahí, cuando con cierto pudor, les hago saber mi tarifa. Siempre un poco más que la suya, para las lentejas.

68. Allègro (Mª Asunción Buendía)

Como cada noche a punto de comenzar llaman a su puerta. Pegado a la pared,  queriéndose fundir con ella, tiembla. Le ocurre siempre antes de cada función. Minutos después llaman de nuevo, ahora ya con insistencia. Durante una milésima de segundo observa su cara en el espejo. Rostro de niño, ¿Soy yo? Cierra los ojos, se separa ágilmente, asiendo la barra que instalaron a instancia suya en el camerino, único capricho de un genio que no sabe que lo es. Respira hondo e improvisa un arabesque. Bien definido, piensa. Se quiere perfecto, pero duda. Vuelve a respirar y sonríe. Repasa su pelo, se ajusta las zapatillas. Un brisé de volé, brisa voladora que recuerda a sus profesores, humilde les pide mentalmente perdón por sus errores.

Ya está listo.

Sale del camerino y es llevado como en volandas por sus compañeras, que corretean en balancé a su lado.

Un atronador sonido se apodera del teatro, la ovación parece no tener fin, hasta que deja paso a suaves acordes de flauta. Un solo foco enciende la soledad de la pequeña figura que reina en el escenario y un solo pensamiento se adueña de todos los presentes.

Inmenso.

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