Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

140. TERAPIA DE GRUPO

-Bienvenido Mut, ahora eres parte de nuestro grupo.

No he sido capaz de traspasar la verja, pero puedo oír la reunión mensual de Gatos Ladradores. Lince me habló de ella el otro día cuando estábamos en la peluquería felina. Son un grupo de gatos que se sienten perros. Me aconsejó acudir porque según él mi cerebro está atrapado en el cuerpo de un ser que no le corresponde. Tiene razón. Lo que no le he confesado es que esta desazón la arrastro desde la época de Tutankamón, cuando al morir junto al faraón éste me concedió un alma eterna, y desde entonces me reencarno cada cincuenta años en una raza de gato distinta a la anterior.

139. El chucho y la niña bien

De entre todos los rasgos físicos disponibles en los infinitos cruces que habían dado lugar a aquel chucho, las reglas de la herencia genética parecían haberse confabulado para adjudicarle justamente los menos bonitos. Tampoco le beneficiaba mucho su pelaje sucio y tiñoso, ni el sinfín de heridas y cicatrices que tenía en su flaco cuerpo, y mucho menos el chaparrón que le había caído encima momentos antes de que aquel Rolls Royce frenara en seco para no atropellarlo.

Vestida con su uniforme del colegio mayor, Candelaria estaba ahora frente a él tras haberse bajado del coche. Casualmente ella deseaba tener un perrito desde hacía tiempo, aunque había pensado en uno a juego con su lujosa realidad, y no en algo como lo que tenía delante. Aún así permaneció un buen rato allí, mirando pensativa cómo temblaba, observando su mirada suplicante… Porque hay que decir que Candelaria, bajo su apariencia frívola, atesoraba virtudes y valores más que suficientes para que esta historia acabara bien. Sin embargo decidió regresar al vehículo y ordenar al chófer que continuara.

Camino de casa, toda su riqueza interior palpitaba desbocada bajo la superficie. Pero sus bien cuidadas uñas ni nunca antes ni tampoco ahora quisieron rascarla.

138. LEALTAD

 

Siempre he mantenido mi lealtad, pese a que en más de una ocasión he sido el blanco de su ira, como aquel día que persiguiendo una mariposa por el campo me metí en un charco y me manché de barro, cuando regresé a casa además de recibir unos buenos azotes por ensuciar el suelo, me dejó el cuenco vacío de comida durante tres días, menos mal que pude desenterrar del jardín algunos tesoros escondidos y así logré sobrevivir.

Hoy cuando su carácter se ha ennegrecido tanto como su visión, su única compañía somos la oscuridad y yo, que sigo siendo su fiel perro guía.

137. JUANITA

Juanita no era nuestra mascota, sino un miembro más de la familia. Se acomodaba con nosotros en el sofá, haciéndose primero un ovillo para después esparrancarse sin ningún pudor. Como si tuviese el sentido de la oportunidad venía a nuestra cama cuando Eduardo estaba de noches y dormíamos juntas. Estaba encantada con la mudanza y nosotros disfrutábamos al verla hacer equilibrios malabáricos en las ramas de los arbustos o perseguir sin tregua a las pequeñas alimañas que se cruzaban en su deambular por el acotado jardín de nuestro nuevo hogar. Nos sorprendió verla una tarde haciéndose arrumacos con un imponente gato de vistoso pelaje. Las visitas del felino se hicieron asiduas y los ojos de Juanita brillaban de dicha. Una tarde observé restos de sangre seca en su inmaculado pelo blanco, pero no le di importancia. Empezó a no querer salir al jardín. Su pelo fue paulatinamente perdiendo brillo y sus ojos mudaron a tristes. Ayer llegó temblorosa y se acurrucó en mi regazo, escondiendo su rostro. Hoy Juanita yace desgarrada en el umbral de casa, aunque nunca computará en las escalofriantes estadísticas de violencia de género.
Dolores Asenjo Gil

136. La vieja de los gatos

Cuando me mudé al casco antiguo me llamo la atención la casa en ruinas que había junto a la mía, parte del tejado estaba hundido y sus muros agrietados amenazaban con derrumbarse.
A veces salía de allí una anciana decrépita, desaliñada, de pelo enmarañado y vestimenta decimonónica. Lo más curioso de todo era la presencia de cientos de gatos que invadían las tapias, ventanas, aleros y portales, en cuanto aparecía la vieja señora. Un día decidí seguir a la añosa dama con su corte de mininos, fueron hasta un barrio abandonado de las afueras.Tras torcer una de su maltrechas calles, reducidas a escombros, perdí su rastro, como si se hubiean esfumado en un instante.
Un día, tras una semana de lluvias torrenciales, un gran estruendo anuncio el desplome de la maltrecha vivienda.
Tras llamar a los servicios municipales, expresé mi preocupación de que dentro estuviera la anciana, entonces mis vecinos me dijeron, que allí no vivía nadie desde hacía más de 30 años. La última persona que la hábito, había sido una vieja demente por culpa del desamor, que consagró los últimos años de su vida a cuidar cuidar a los gatos del barrio.

135. Comportamiento animal

Cuando abrió la puerta, yo estaba que no podía aguantar más: tenía la vejiga a reventar. Salí del maletero de un salto y eché a correr. Oriné en el tronco del primer árbol que encontré. ¡Qué alivio! Cuando terminé, miré alrededor y advertí que me encontraba en medio del campo. Busqué al amo con la mirada, pero no le vi. Sin duda se había quedado junto al coche. Volví brincando al sitio donde había aparcado. ¡Se había ido! Sin duda al amo le había avergonzado mi comportamiento y me había dejado allí como castigo. Ladré de pena. Ladré pidiéndole perdón.

134. Psicólogos

Acababa de sumarme al club de hombres con perro. Ahora tocaba darle cariño, criarlo, educarlo y darle las pautas necesarias para su integración en la sociedad. Resultó ser un perro inteligentísimo. Poco a poco dejó de ser mi mascota y mi compañero para pasar a gobernar mi vida. Sus pautas eran mis pautas. Decidía todos los momentos de mi vida, puso horario a cada una de las actividades diarias, colocó actividades en cada uno de los ratos que el trabajo me dejaba libre. Un amigo, del club, me sugirió llevarlo a un psicólogo canino. El diagnóstico fue claro: complejo de amo. NI aquel psicólogo ni los que le sucedieron encontró remedio a ese trastorno. Pero yo tenía que solucionar ese problema que se había incorporado a nuestra relación. Ahora formo parte de otro club, el de hombres apegados a un psicólogo. Diagnóstico: complejo de mascota. Sin tratamiento eficaz. Pero formamos una gran pareja.

133. La carrera (Marta Trutxuelo)

Ella aparta la mirada, él percibe su tibieza; el sol del mediodía anuncia la hora de ponerse en marcha. Ella va un paso por delante, atenta. Él la sigue, confiado. Han llegado. La carrera va a comenzar.

Ella ha llegado la primera, exhausta, pero ligera; demasiado ligera; una vez más, mira hacia atrás. Él no está. Vuelve la cabeza hacia adelante, a un lado, al otro, da vueltas en círculo. ¡Él no está! De su garganta se escapa un gemido largo, agudo y desgarrador. Los demás participantes acuden en su ayuda. Está sola. ¿Y su pareja? Mientras organizan una batida de búsqueda ella ha desandado los pasos del recorrido. Observa a su alrededor, mira cada recodo, estudia las curvas… y en un repecho encuentra el dorsal. Se desliza bajo el talud y allí está él, tumbado, parece dormido. Ella no se aparta de su lado. Él despierta y le acaricia el pelo.

– No puede subir, lo siento —rechaza el conductor de la ambulancia.

– Es su compañera. Hoy ha ganado algo más que esta carrera —dice el organizador del canicross, ayudando a subir junto al herido a su perra-guía, radiante con su banda ganadora en el lomo.

132. El perro

Llueve. En la más recóndita esquina de un callejón sin luz, busca refugio. Entre basuras, jadea con la lengua que le cuelga inerte. Herido, tiene el pelambre sucio, con sangre seca. Huye de las alimañas como de un mal sueño. La oscuridad y la jauría le cierran el paso. Inquieto, duda entre saltar y seguir la huida, o quedarse agazapado. Le agitan las sombras, las gotas que caen desde la voladura de las cañerías, son un aviso. Tiene un mal presagio. Evoca su pasado; su hijo y esposa, también los otros, socios y enemigos. Todo por un ajuste de cuentas. Suelta el maletín y se restriega la cara. Con la mano agarra fuerte la pistola, el índice en el gatillo. Ladrador y perdedor, agachado sale y sube la calle; con el rabo entre las piernas.

131. Herencia (Patricia Collazo)

– Yo no puedo hacerme cargo

– Yo menos aún. Ricardito es alérgico…

– No esperaréis que yo, con un piso de treinta metros cuadrados…

Luna giraba sus atentas orejas mirando a uno y otro. Esperaba que alguien pronunciara la palabra mágica.

Pero durante unos tensos minutos no hablaron. Sentados en los sillones, nadie palmeaba un hueco libre a su lado para invitarla a subir, como él hubiera hecho.

Llamaron a la puerta.  Sus ladridos no fueron bien recibidos. Tuvo la esperanza de que él hubiera regresado. Aunque él nunca llamaba, él ponía la llave en la cerradura de un modo inconfundible.

Un hombre con olor a madera y hojas entró diciendo algo sobre llevarse muebles.

– ¿Usted no la querrá? Es mansa y educada. Nunca hace pis adentro y…

Luna volvió a mirar a unos y otros sin entender por qué él no estaba allí. Por qué nadie pronunciaba su nombre. Por qué ese individuo la miraba y negaba con la cabeza.

– Pues entonces no quedará otro remedio – dijo alguien mientras la cogía en brazos y la sacaba de su casa, sin darle tiempo a olisquear por última vez las zapatillas vacías que estaban junto a la cama.

130. LAS ANDANZAS DE LUCA

Me siento de nuevo dichoso. Que me quieren y he aprendido a quererles. Hasta están consiguiendo que olvide las vicisitudes pasadas. Pero aún recuerdo… Mi escaso volumen y proximidad al suelo, me dio cierta facilidad al abordar barcas repletas de gente, caminar sin caminos, entre barro, alambradas. Ir de hoguera en hoguera, acurrucarme de tienda en tienda del campamento de refugiados del momento. Esquivando inquietos bosques de piernas, botas, zapatos o desnudos pies. 

Ya en el Centro de Acogida del nuevo país, tampoco se mitigó demasiado mi existencia. Los más grandes dominaban, eran los que comían e implantaban sus normas. El pavor a la limpieza con manguerazos de agua. De nuevo cambió todo cuando ellos me acogieron, hasta mi nombre, Luca. Tengo alfombra, sofá, bañera, nuevo hogar. Pero no logro que entiendan, el porqué de mi pánico a los sonidos estridentes, petardos, cohetes. A mí me siguen pareciendo disparos o bombardeos. Tratan de convencerme de que no pasa nada cuando ocurre. Me acarician y atusan, nos miramos a los ojos. En los suyos atisbo que es verdad, no pasa nada. Pero no puedo evitar el temblequeo y el tirar de la correa para esconderme con el rabo entre las patas.

129. PEDIGRÍ (Sergi Cambrils)

Un perro y una gata bien avenidos tenían una servicial y cariñosa camarera en su casa. Cada día la sacaban a pasear para que se acostumbrara a hacer sus necesidades fuera, y la soltaban en un parque cercano para que corriera y jugara. Allí se reunían más razas: abogados, electricistas, profesores, músicos, arquitectos, informáticos… Siempre con sus respectivos amos. Un día, sin esperarlo, apareció una cuadrilla de políticos callejeros, rabiosos, deseosos de abordar a su dulce camarera. La pareja trató de ahuyentarlos, pero uno de los políticos se colocó tras ella y la montó, sin reparar en las consecuencias del cruce.

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