Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

76. ROSWELL (Isidro Moreno)

Observatorio de Heidelberg-Königsthul. Nueva captura de señales espaciales procedentes de Kepler-22b

Cada nuevo mensaje de nuestro planeta hermano era interpretado con mayor precisión. El problema radicaba en el desconocimiento de fechas de origen de aquellos testimonios que se atrapaban aleatoriamente, como por un cazamariposas bregando a través del espacio y tiempo interestelar.

La comunicación trataba del abandono de un lugar para colonizar o establecerse en otro. En el tramo final del mensaje, sorprendían unas declaraciones de afecto intenso o, lo que en nuestro planeta denominamos, amor y añoranza  que manifestaban aquellos extraterrestres a otros, al parecer de su misma familia, especie o planeta, pero ¿a quiénes y hacia dónde iban dirigidos?

Investigadas unas coordenadas cartográficas y aplicadas a nuestra Tierra, intercedían en un territorio de Nuevo México: ¡Roswell!

Fue célebre el Caso Roswell por el accidente de una nave extraterrestre en julio de 1947, existiendo imágenes publicadas de inertes cuerpos humanoides y, ante las dudas y evidencias de la Defensa Nacional de USA, la información fue confidencial y clasificada por la CIA.

¿Por fin se conocerían los orígenes de los primeros inmigrantes espaciales?

Hoy, en 2035, persiste la migración entre pueblos y la emigración hacia las estrellas ya ha comenzado.

 

IsidroMoreno

75. Reparto bíblico

Los hijos de Sem tocaron a rebato

 

Pusieron redes en las playas para contener a los incómodos cadáveres.

Esputaron lamentos.

Repudiaron las insidiosas imágenes de Alan Kurdi.

Obligaron a usar cordadas para facilitar la recuperación de los cuerpos.

 

Quemaron bosques y cabañas.

Uncieron a los hijos de Cam.

Encendieron una estrella en el portal de las mentiras.

 

Hicieron máquinas para testar el nivel de humanidad.

Impulsaron la cría del tiburón.

Jalearon a los perros.

Ocultaron faros y luces en la costa.

Simularon miseria en sus propias tierras.

 

Desecaron mares.

Esterilizaron con fuego su manos y conciencias.

 

Proyectaron un inmenso muro.

Urdieron técnicas de “tierra quemada”.

Trenzaron vallas y alfombras acuchilladas.

Agrandaron osarios y navetas.

 

Mientras, Dios y Noé, pidieron otra ronda.

74. La reina de África

Abro la página de Google. Pongo las palabras Frankfurt y Eritrea. Pulso el botón de búsqueda.

Estaba sentada junto a la minúscula barra del bar, no de su lado sino del otro, en uno de los taburetes del confesionario. El local tenía un aire acogedor, tribal como la selva de ébano de su pelo; aún no había clientes y ella, la reina de África, hacía un crucigrama o buscaba habitación en las páginas de un periódico. Al vernos se levantó y nos señaló una mesa con el tímido destello de una sonrisa que iluminaba también el tono oscuro de su piel.

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Desde el centro de la mesa fuimos dando cuenta de un guiso de carne que debía arroparse con las manos sobre unas finas tortas de harina envueltas a modo de canelones. Bebimos cerveza de plátano o de fruta de la pasión, mientras pronunciábamos el mantra de las conversaciones leves.

Ella, mientras tanto, permaneció allí, junto a la barra, no de su lado sino del otro, haciendo un crucigrama, buscando habitación, dibujando puentes con sus trenzas sobre la memoria, desde Frankfurt a Eritrea.

73. Magdalena (Mª Asunción Buendía)

El niño se durmió acunado en aquellas extrañas palabras. Ese era el momento mágico en que ella se transformaba con una expresión nueva que desprendía paz, quizá la que le habían robado, junto a su familia y la propia tierra que la viera nacer.

Él, maravillado, se daba la vuelta para disimular la emoción que arañaba sus ojos y que sin poder evitarlo le hacía llorar.

Magdalena había sido una pequeña huérfana rescatada de un campo de refugiados veinte años atrás. Sin embargo parecía que no podía, o quizá no quería recordarlo y jamás hablaba de ello. Aunque él, sospechaba que no había quedado del todo atrás porque una sombra invisible cubría a veces sus ojos, tan limpios y un halo de extraña melancolía la envolvía en ocasiones. Entonces respetaba su soledad, esperando paciente a que el color y la sonrisa volvieran a su cara, tan perfecta.

Hasta que había nacido su hijo, desde entonces, cada noche ella besaba la pelusilla de su cabeza, aspiraba su olor dulce y meciéndole, le canturreaba en aquél desconocido idioma.

72. Al otro lado del mar

Incapaz de lanzarse, unos brazos firmes lo empujan. Cae con fuerza.

El agua helada le corta la respiración.

“Sigue adelante, no te pares”—le susurra la noche.

Tiene miedo, pero no es capaz de llorar. Como un autómata se mueve rápido, sin hacer ruido, buscando la invisibilidad que le otorga el silencio.

Su hermano va tras él. No puede verle, pero lo sabe. Su respiración agitada lo delata.

Tras interminables brazadas, las olas lo empujan hacia la orilla. A lo lejos unas luces intermitentes iluminan la escena. El no lo sabe, pero en tierra firme una nube de desconocidos les aguardan agitando los brazos.

A ciegas se deja llevar, mientras su mano infantil  sujeta con fuerza la bolsa de plástico que guarda su corta vida en el interior.

El sol empieza a despertar cuando una áspera manta le cubre el cuerpo empapado.

Lo ha conseguido. Ha llegado… a no sabe dónde.

Entre palabras de aliento, una mano helada le oprime el pecho en el momento en que  una traicionera lágrima, la primera, se escapa rodando de vuelta al mar.

71. ÉXODO

Un recuerdo se le coló en el alma y cuatro niños abrieron el gran portón. Salieron de la casa a la carrera, atropellándose, gritando «el último que cierre». Y se reconoció. Cuando desaparecieron por la calle Grande quedó Joaquín con sus fanegas de años a las espaldas y la llave de su casa en la mano sin saber muy bien qué hacer.

Se alejó de allí.

El paso tardo le acompañó por el camino que serpentea junto al cementerio. Allí abandonó un suspiro, escribió un adiós en papel oficial y dejó la llave sobre la tierra que abraza a su Genara. Confundido flanqueó la tapia casi comida por zarzas y enredaderas.

Las nubes como pulmones lanzaban su voz profunda contra la carcasa mineral del pueblo. «Mal día para marchar» pensó, pero continuó camino hasta llegar a la vega.

Entonces estalló la tormenta. Un rayo esquivo la anunció desenredando furioso la gran cruz de forja que coronaba el lejano campanario.

Navegaba desarbolado. Al encallar en el chozo descansó apoyado sobre su maleta. Ya emigrante, una lágrima selló el pasaporte y sintió el intenso frío de un invierno adelantado.

Y quedó la anochecida sin hacer porque la pena le paró la vida.

70. El trenico de Blanca Oteiza

Mi padre tuvo la suerte de poder volver al pueblo. Siempre retornaba con varios kilos de más en el equipaje: fruta, verduras u hortalizas de temporada y con fortuna, algún que otro chorizo o morcilla de la matanza. No todos tenían la oportunidad de saborear productos que en la ciudad escaseaban. A mí me gustaban los veranos, cuando acompañaba a mis padres en el trenico que unía la ciudad con el pueblo. Aún recuerdo el traqueteo que nos hacía saltar sobre el asiento de madera y el túnel que se hacía interminable donde se quedaba a oscuras el vagón. Me pasaba las vacaciones en casa de los abuelos que conservaban la casa con su huerta y unas cuantas gallinas y algún que otro cerdo. Me encantaba callejear asustando a los gatos, correr por los campos de cereal y montar en el burro de mi abuelo.
Mi padre tuvo la suerte de haber emigrado a una ciudad cercana, porque así podía salir de casa un sábado a la mañana con la maleta vacía y regresar el domingo por la tarde con la maleta bien llena.

69. UN DÓLAR MENOS, UN DÓLAR MÁS (Beto Monte Ros)

Fue dejado junto a un hombre que extendía su mano, sentado en la acera; quien, por un breve instante, lo acarició con sus dedos sucios y lo llevó al bar de la esquina, allí lo recibieron con indiferencia y lo entregaron al último borracho de la noche. Un proxeneta lo encontró escondido entre las tetas de una chica con acento extranjero que, buscando una buena vida, encontró un burdel de mala muerte. Lo apartaron de ella con violencia y fue acogido en el bajo mundo.
Era muy eficaz circulando entre drogadictos, traficantes, coyotes y policías; navegó por ríos de sangre, codo a codo con la muerte, hasta que, en un intercambio de favores, pudo emigrar al alto mundo a donde llegó cubierto de polvo. Un señor de aspecto distinguido lo recibió con una sonrisa y prometió ocultarlo, tan pronto regresara de Disney, a donde iría de vacaciones con sus hijos; entonces lo lavaría y lo pondría a descansar, con otros de su clase, en una mullida cuenta de banco.

68. Todos extraterrestres

—No sé qué problemas ves, Jenny, será una fiesta de Navidad como ha habido otras y nada más.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? Esto no tiene nada qué ver con la que organizaron los Sakura el año pasado, o la de los Abdel ya hace dos; tampoco con la de los hindús del cuarto derecha, ¿te acuerdas?

—Los Mishka, los del cuarto derecha son los Mishka; y fue una celebración fantástica. Tú misma lo dijiste.

—Que sí, que lo fue. Pero ahora es diferente. Lo he comentado con algunos vecinos y no soy la única que piensa de este modo.

—Entonces, ¿qué propones?, ¿que nos quedemos en casa, solos, viendo la tele? Yo no podría, Jenny, de verdad que no podría. Nuestra familia aquí, en este país que no es el nuestro, somos toda esa gente, los Sakura, los Salom, los Juárez y los que vengan.

—Pero… este año ha de prepararla el del primero interior y…

—¿No es educado? ¿Ha ocasionado algún problema?

—No, no es eso, pero es que…

—¿Qué miedo tienes, mi amor? ¿Acaso temes acabar volando en bicicleta sobre el parque?

67. EN TIERRA DE NADIE

Yusuf Ben Omar, miraba sin ver  la taza de café entre sus manos absorto en sus pensamientos. Ante él,  los aviones aterrizaban y despegaban uno tras otro.

Dejó que el líquido, todavía demasiado caliente,  le quemara entre sus delicadas manos provocándole un dolor insignificante comparado con la desesperación que se adueñaba de su ser cuando pensaba en sus hijos.

No haberlos llevado consigo en su huída,  era aquello que le  quitaba el sueño y no los asientos de plástico del aeropuerto,  hogar improvisado  durante el último mes transcurrido,  mientras las autoridades estadounidenses decidían si era o no  un terrorista.

No podía poner un pie en la calle, pues le deportarían inmediatamente de vuelta a su país, donde como mínimo, le esperaba la cárcel.

Pero, ¿Quién en su lugar no habría  hecho lo mismo?, aquella niña de once años, violada y repudiada que acudió a él,  seguramente hubiera muerto en el parto.

La tremenda bola de fuego, precedida de una explosión en la pista le sobresaltó. Sin importarle nada, echó a correr hacia allí.  Entre la confusión, nadie reparó en él.

Quizás el mejor médico de Urgencias  de Arabia Saudí, si le daban la oportunidad podría salvar algunas vidas aquel día.

 

66. En un lugar de la Mancha

Anochece sobre los campos de Montiel. El viento azota con furia las aspas de los molinos que, fantasmales, se divisan al final del camino. Ya nadie los visita. Pesa sobre ellos una leyenda maldita de encantamientos y hechicerías que, de tanto en tanto, revive en el relato despavorido de algún caminante curioso, ahuyentado del lugar por los gritos del viejo loco que guarda sus puertas. Sólo él conoce el secreto que tras ellas se oculta y, cansado ya de vagar por el mundo, triste y  derrotado en mil batallas, a protegerlo ha decidido destinar sus últimas fuerzas.

El tacto frágil de una manita entre las suyas saca al viejo de sus ensoñaciones. Sonríe con dulzura y, recostando sus huesos maltrechos sobre la encina fiel que cada noche acompaña su guardia, acurruca a la niña entre sus brazos. La más pequeña del grupo de expatriados que el azar puso un día en su camino, supervivientes doloridos de un naufragio de mil sueños imposibles, resguardados ahora del desamparo y el frío del invierno en este lugar perdido de la Mancha. Refugiada en su abrazo la niña duerme tranquila. Tal vez sueña. Desde el primer instante fue su favorita. Su nombre es Dulcinea.

65. BLANCO DESEO

Todos sus hijos ya habían emigrado y de alguno todavía no había tenido noticias, a pesar del tiempo transcurrido. La última, la pequeña como a ella gustaba llamarla, había partido con su otra pequeña, que no había querido dejar con la abuela.

Se había quedado sola y todos, uno a una, habían prometido en sus despedidas que tan pronto quedaran bien instalados en sus países de acogida la harían llevar con ellos. Allí ella viviría como una reina, usaría bonitos vestidos, tocaría la nieve blanca mientras llevaba a sus nietos a bonitos parques, en los que los perros atados a una cuerda corrían con sus dueños y tenían lugares especiales donde hacer sus necesidades.

Mientras, miraba a sus dos raquíticos canes retozando junto a las gallinas que buscaban ansiosas cualquier cosa que picar en el suelo alrededor de su choza, espantando con una pequeña hoja de palma las fastidiosas moscas del asfixiante mediodía, bajo un moribundo árbol sobreviviendo a la prolongada sequía. Sólo pensaba si de verdad podía tocar la nieve con sus negras manos, y poder en ese momento morir tranquila de frio.

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