Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

10. El cazador

Los dos perros brincan, juguetones, a su alrededor y la chica de la mochila verde les dedica unas caricias. Silbo y vuelven a la carrera. Cuando la peregrina llega a mi altura, me disculpo y ella le resta importancia al episodio y me sonríe. Les sonríe. Mis perros jadean. Están contentos. Nos miran. Buen camino, le digo. Entonces descubre el bote de pintura detrás del tronco donde está pintada, todavía fresca, la última flecha amarilla que la ha conducido hasta mí.

9. Carta a Jana

El silencio suave de tus huellas, la calidez de tu presencia, el ancla a la realidad de tu mirada. Lo siento aún como si nada nos hubiera sucedido. Mis dedos, huérfanos de caricias, se retuercen ansiosos. Mi alma, despojada de amor incondicional, amenaza con filtrarse para siempre en la niebla. Ya nadie logra taladrar mi máscara ni percibirme detrás. No hay lengua que enjuague mis lágrimas, ni juegos que arranquen ese extraño ruido de mi garganta que decían que era risa. Sólo cuatro paredes, sábanas blancas, luces frías.

Llegaste envuelta en la chaqueta del vecino que te rescató de aquel útero de plástico atado con cinta aislante. Tu condena y renacimiento fueron nuestra salvación. La abuela dejó de romper palabras, papá dulcificó sus gestos y a mamá la inundabas del cariño que yo no sé expresar. Pero fue a mí al que entregaste tu adoración. A mí, que no sé salir a ese mundo en el que viven los demás. A mí, al que todos miran con lástima.

Era Nochevieja. Las bombas incomprensibles te asustaron. Corriste. Manchaste un coche blanco con tu sangre.

Contigo desapareció el hilo que me comunicaba con el mundo.

Y encima te culpan de mi crisis.

8. SIETE DÍAS (Ángel Saiz Mora)

Lunes. Tras otro fin de semana solitario vuelvo a reunirme con lo más parecido a un amor que tengo. Los orines en la rueda delantera izquierda de mi apreciado deportivo me hacen entrar en cólera.

Martes. La llanta de aluminio, el neumático con sus dibujos simétricos, de nuevo amanecen mancillados. Antes de ir a trabajar desinfecto el conjunto con lejía.

Miércoles. Repetida la infamia, aplico un repelente para perros.

Jueves. Maldigo a ese animal de costumbres empeñado en marcar territorio donde no debe. Contra el dueño acumulo un odio progresivo.

Viernes. Aparco por la tarde en el lugar habitual. Pertrechado de bocadillos y agua, monto guardia desde un banco cercano.

Sábado. Nada más amanecer descubro a quienes causan mis problemas. Lejos de actuar como tenía previsto, quedo desconcertado y pensativo. A media mañana acudo a una asociación de animales.

Domingo. Saco a pasear a Rocky por primera vez. Él se encarga de romper el hielo. Se entiende a las mil maravillas con Wanda, tanto, que comparten la rueda para hacer sus cosas. Yo congenio igual de bien con su dueña. Acompañamos a las damas a casa, aunque no van a perderse, Wanda es una perrita lazarillo perfecta.

7. CONSIDERADO (EDUARDO MARTÍN ZURITA)

La soledad no cabía en ninguna parte. Los días oprimían como aire difícil de respirar. Escocía cada noche en los ojos lo mismo que gotas de un colirio hecho de aros de cebolla bien licuados. Mi compañero se había ido. Hirió su adiós sin hasta luego, tras el alud de palabras malsonantes salidas de su boca. Y, al mes, aquellas uñas tocaron en mi puerta. Una presencia que apartaría las tinieblas de mi corazón. Le gustaba olisquear, con su nariz chata, los zapatos de la gente. Se entusiasmaba con los pinchos morunos y con el borgoña. Con ser niño entre los niños; y con ponerles esos ojos a los ancianos, tumbándose bajo los bancos que ocupaban, quizá porque tenía también demasiados años. Ladraba, entonces sí, deseoso de morder, a quien tirase, descuidadamente, de cualquier correa. Dudé al ponerle nombre, convencida de que Consi se merecía los mejores adjetivos. Dormía junto a la moto desde que supo que la llamaba mi «cabra». Me escuchaba. Se duchaba conmigo. Comprendía mis versos, estoy segura. Se consumió y se fue. Dolió más que dos muertes próximas. En su tumba, vacía, quise que figurase, con letras de oro de ley: Aquí yace una bella persona.

6. Lección magistral (Susana Revuelta)

Los pelos del bigote negros y relucientes; el rabo tieso y bien peinado hacia atrás; y los colmillos, blanquísimos. Qué gustazo, se decía Matthew, el aprendiz de taxidermista. Y es que no había nadie en el mundo que fuera más feliz que él mientras pasaba el cepillo por la pelambrera, aplicaba esmalte a los dientes o coloreaba de marrón el hocico al gato.

Pero cuando de pronto una garra le arrancó de la mano el pincel y le seccionó la oreja, dejándole tres surcos rojos y goteantes que le llegaban hasta la nariz, se quedó como atontado mirando al minino maullar, saltar sobre la mesa y derramar en el suelo los frascos de acetona y tinte.

Al oír el jaleo, el profesor no tuvo más remedio que dejar de cabecear en el sofá e intervenir. Abrió su cartera de piel, sacó de un estuche un escalpelo, lo clavó en el pecho del animal y mientras le extraía el corazón le repetía al cariacontecido discípulo que lo primero y más importante, antes de empezar a disecarlos, era matarlos bien muertos.

 

5. Él nunca lo haría (Paloma Casado)

Ahora que ella no estaba, le tocaba a él en exclusiva ocuparse de Kaiser. Y ahí lo tenía, aturdiéndole con sus ladridos y mirándole expectante. Echó un vistazo al reloj; era la hora de su paseo nocturno. Fastidiado, dejó el martillo sobre la mesa de trabajo, cogió la chaqueta, la correa y abrió la puerta.

El perro salió como una exhalación. Maldita sea, tenía que haberlo atado antes. De nada sirvió que lo llamara, corría como loco hacia el bosque cercano hasta que encontró el lugar. A duras penas, consiguió arrastrarlo a casa; no paraba de olfatear, gruñir y remover la tierra con las patas. Debía de echarla mucho de menos.

 

4. Un día de perros (Jesús Garabato)

A pesar del tiempo desapacible, caminaron hasta el Palacio de La Llana, dejando en el aire las monsergas del dueño de la fonda donde se alojaban para celebrar sus bodas de plata. De regreso, al comenzar a oscurecer y arreciar la lluvia, decidieron guarecerse en el tugurio que se toparon velando las ruinas de una ermita. Dentro, atendía un astroso carcamal secundado por su gato, que dormitaba aburrido. El viejo les informó de que las tapas del día eran morros y manitas. Aunque esas no eran sus apetencias culinarias, asintieron, pidiendo unas cervezas. Empinándolas, escucharon unas delicadas risas femeninas, de pronto solapadas por el creciente rugido de lo que les parecía una caterva de bestias embravecidas. El anciano les sorprendió, arrebatado, con una fluida serie de sartenazos mientras el gato, ufano, ronroneaba.
Cuando Eduard consiguió salir, ya sin manos, abandonando a su adorada Martina entre las ensangrentadas fauces de aquellos malditos chihuahuas, pudo vislumbrar el reclamo de semejante antesala del infierno, ahora resaltado por el límpido fulgor de la luna: “Taberna Hijas de Luz y Fer, especialidad en carne de matanza”. A su espalda, gato, vejestorio y sartén aguardaban, de nuevo, su turno. Lamentablemente.

3. FOBIA (María José Viz)

Aquel mordisco le seguía hiriendo en lo profundo. “Estaba jugando”, le decían, pero un miedo irracional se apoderó de la niña. En la calle se paralizaba en cuanto veía, aunque fuese de lejos, algún perro, del tamaño que fuera. Le dolía, en momentos así,  el muslo que aquel pastor alemán dejó marcado. Era una llaga que la volvía vulnerable y que ella odiaba sentir.

Con 22 años, Alicia regresaba, sobre las siete, de sus clases. En una de esas tardes, notó una presencia tras ella. Se giró, con miedo, y vio que se trataba de un perro. Probó a darle esquinazo, pero… ¡nada!

El momento de entrar en casa fue complicado. Se giró hacia el animal, envalentonándose, y le dijo:

-¡Anda, bonito, vete! ¡Déjame en paz, por favor!

(Prefirió tratarlo con “cariño”, por si se enfadaba). El animal seguía sin despegarse de ella. Fue en ese momento cuando Alicia se detuvo a observarlo, a pesar del temor. Tenía el cuerpo lleno de mordiscos y le impresionó ver su escuálida delgadez. Su aspecto resultaba penoso y lamentable.

Justo cuando el animal empezó a emitir unos lastimosos aullidos, Alicia notó que una lágrima resbalaba por su rostro. Luego, el llanto incontrolable la invadió.

2. LA CASA DEL SEÑOR (JAMS)

Aunque su vida transcurra diariamente en una franja hostil cercana al suelo, su salvación está allá arriba. De allÍ llega la voz de quien les guía, de quien dispone su existencia. Alzan la vista complacidos de poder servirle, señor de todas las cosas, artífice de todo lo bueno, pero también de lo peor; de la recompensa, pero también del castigo. Debidamente educados desde el primer camastro, asumen un antiguo principio que interpreta el origen de la sabidurÍa como la obediencia a su palabra, el temor a servirle acertadamente y la única esperanza de su reconocimiento. Así, ante el amo, elevan un ruego solícito por el sustento diario, y reclaman la justa indulgencia en el desempeño de sus mandamientos considerando su limitada naturaleza de pobres y desamparados hijos de perra.

1. SOY AILUROFÍLICO – EPÍFISIS

Oigo un ligero maullido, seguido de un ronroneo que me electriza, me dirijo al dormitorio, abro la puerta y me quedo en el quicio, admirándola.
Mi gata está encima del edredón, acicalándose las uñas, con un bufido, hace que me acerque y coloque un bol con champán a su vera, del que a lengüetazos lo vacía, eleva su cabecita, me mira y cierra sus ojos verdes, me atrae y empieza a rasgarme el pijama de seda con sus garras y dientes.
Me desnuda y empujándome, me tumba, se sube encima y frota su tripa peluda con la mía, marcando territorio y acerca su lengua a mi miembro, los dientecillos mordisquean mi escroto y me agarro al edredón para no caerme.
Sube y baja por mi cuerpo, me tira el champán por encima, me escuece y me gusta, no me da tregua, me araña, ya no puedo más, la agarro por el lomo.
Ahora soy yo el que bufa, Perla se da la vuelta y se me ofrece, terminamos y nos limpiamos a lametazos, arrullándonos y frotando nuestros cuerpos entramos en un sopor reparador.
Se incorpora, deja deslizarse por su cuerpo el disfraz de tigresa, se viste y saca la bacaladera.

123. Lugares comunes

Ya está, al fin pulsé la flecha verde de “enviar”.

Desde primera hora de la mañana ha empezado el goteo cansino de mensajes, felicitaciones, buenos deseos, fotografías, vídeos, gifs…

Mientras los leo no dejan de asaltarme duras imágenes de guerra, de refugiados, de ahogados en el mar, de niños llorando su horror con ojos de interrogación, de un planeta agonizando por nuestra depredadora civilización y que nos arrastrará con él al caos. Y me cuesta contestar.

No, la verdad es que no quiero que se cumplan nuestros deseos, ni nuestros sueños, ni que seamos felices el año próximo. Quiero que nuestra conciencia nos consienta un sueño reparador pero que, al despertar mañana, nos empuje a emprender un camino nuevo: que la humanidad triunfe sobre el miedo, la solidaridad sobre el ‘cubrirse las espaldas’, la empatía sobre la ceguera emocional, y que no podamos ser felices mientras haya un solo niño sufriendo sobre la tierra.

Así es que, como os digo, finalmente he enviado a todas mis amistades mi hermoso y nada perturbador mensaje navideño: “Que paséis una feliz noche y mis mejores deseos de paz, salud y amor para el 2017. Muchos besos”.

122. SOLIDARIOS

Fue en el amanecer cuando lo descubrieron:

El flautista luchando contra los molinos.

Alonso Quijano cuidando la frágil rosa del diminuto planeta.

Gepetto tallando el blanco lomo de Mobby Dick.

Y a los camellos que , ignorando la estrella cambiaron el rumbo para llevar a los magos hasta la larga fila de niños, que pisando barro y nieve, buscaban un refugio, siquiera humilde para guarecerse de la larga, eterna  noche.

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