Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

40. UNA TAPA

UNA TAPA

 

Llegué al parque de la ermita de Salas, muy cerca ya de la antigua Osca, hastiado de la soledad de los caminos. Tras cinco días de andar, había perdido ya la esperanza de fraguar una amistad o tan siquiera un compañero de andadura. Me tumbé en un banco de piedra bajo las moreras sorbiendo una lata. De pronto una mujer venia hacia mi sosteniendo algo entre sus manos. Me acercó aquello con una tímida sonrisa: una tapa dijo. Cogí el cuenco de cuyo interior asomaba un gran muslo asado con patatitas. La miré perplejo. Su sonrisa de ojos oscuros y brillantes no cejó cuando se iba, envuelta en su tez morena de azúcar, un poco redondita. Pasado mi estupor me acerqué para agradecerle. Pedí permiso para sentarme con ellas; estaba con su hijita.

Brasileña, a Huesca la había traído el amor; lo dijo bajando la mirada y entornando los ojos hacia la niña. Nunca dejó de sonreír.

Acabé con el suculento bocado. Ellas pararon su manta y se recostaron regocijándose. Monté mi mochila a la espalda y continué emocionado mi camino en busca del albergue. Alegre y sonriente.

39. ¿LAS RECUERDAS? ¿QUÉ QUERÍAN? (REVE LLYN)

Había tomates en el huerto, así que supongo que era verano, pero solo recuerdo que hacía frío. Las tres llevábamos tiempo dando forma al sueño de cruzar a una vida mejor e intentamos inútilmente aprender a nadar.  Vi sus cuerpos a la altura de mi pecho, cubiertos, salvo la cara, por unas sábanas blancas.  Hubiera bastado agacharme un poco para comprobar si respiraban o no. No creía que pudiesen estar muertas de verdad, no había sangre, tampoco heridas. Sólo una quietud turbadora en su cara y los ojos cerrados. Seguro que si levantaba la tela encontraría lo que se había estropeado en sus cuerpos  y podría repararlo.

Últimamente ya no recuerdo sus caras, se me han borrado como algunas palabras de mi idioma y las canciones que solía cantarme mi madre.

Ojalá pudiera olvidarlo todo, como olvidé mi nombre para cambiarlo por otro, como olvidé los nombres de los ríos que recitábamos en la escuela (que inútil nombrar al agua si el agua no obecede a ningún nombre). Ojalá pudiera olvidarlo y volver a nacer aquí como si nunca hubiese pertenecido a otro lugar.

Solo recuerdo que aquel día hacía mucho frío, y que ya, desde entonces, siempre tengo frío.

38. Infierno en vida (Alberto BF)

Un violento segundo lo cambió todo. Salif sintió la zozobra. La raíz que le unía a su amada tierra fue arrancada de cuajo, y la barbarie decidió por él que no podría ser trasplantada en el mismo terreno.

Su instinto de supervivencia le aconsejó huir, de manera inconsciente, sin rumbo y con la quebrada raíz al hombro, en busca de nunca supo qué. Futuro, esperanza, porvenir, paz, dignidad… conceptos huecos y vacíos de contenido, sólo aceptados por aquellos seres con autoridad moral para decidir lo más conveniente a los desarraigados contra su voluntad.

Fue cruel el éxodo, pero no lo fue menos la acogida. Culpable a la vista de todos de su indeseada desgracia, sospechoso, señalado y repudiado allá donde le llevaron sus pasos. Su extirpada raíz, cada vez más pesada y putrefacta, no encontró nunca abono en el que sustentarse, y lentamente se le acabaron las ganas de luchar.

Logró descansar en paz, con la satisfacción de no volver a sufrir a su propio género y con la certeza de que más allá no iba a esperarle paraíso alguno; perdió la esperanza durante su infierno en vida.

37. Suicida en Nueva York

Cuando cercené el cordón umbilical que me unía a mi tierra y emigré en busca del sueño americano, no imaginé que despertaría subido a la cornisa de la última planta de un rascacielos. Allí arriba la realidad es que eres una mota insignificante de polvo. Y, si miras hacia abajo, no verás a gente ansiosa esperando el veredicto de si saltas o no, solo los contornos difusos de los vehículos atascados y de las personas yendo de un lado para otro mientras miran una y otra vez su reloj, sin percatarse de que no van a llegar a tiempo para disfrutar la vida. En lo más alto de la ciudad, solo tú, las nubes y los rayos de sol alumbrándote como si fueran los focos de un circo. Incluso cuando saltas al vacío y caes en la calle de pie y sigues caminando con tu maletín lleno de despechos, nadie se inmuta.

36. Jardín humano

Noche cerrada, oscura, solo una tenue luz por el blanco de la luna.

No hace frío, no hace calor, ligera brisa.

No hay silencio, no hay ruido, solo el vaivén del agua.

Mujeres, hombres, niñas, niños, roces de piel con piel, olor, sudor y miedo.

Un bebé… ojos muy grandes. Muy abiertos, secos, sin expresión, mirando sin ver, sin decir nada y diciéndolo todo.

Un sentir volar, un abrazo, un pestañeo de agradecimiento, un pensamiento… ya no se ve tan lejos la otra orilla.

35. OCÉANO DE INCERTIDUMBRE (M. Belén Mateos)

Su origen no estaba tan definido como creía: rubio, ojos azules, tez blanquecina y labios sonrosados.

Su sangre latía igual que la su hermano de tez plomiza y mirada perdida. Dos vidas, dos úteros y un mismo pecho henchido de leche para amamantar dos bocas sedientas.

Caricias repartidas, besos intermitentes y  nanas al unísono de un compás lejano en una emigración obligada.

Ahora, diez años después, deseaba habitar una nueva vida reflejada en el instinto de supervivencia, entre las olas y la barca desprovista de víveres, cargada de esperanza.

La tierra se avistaba casi al alcance de su mano y el mar rugiente en la punta de sus ojos; ávido de carnaza le devoró en un último estertor de su anhelado destino.

 

 

34. POR FIN LIBRE

Zoila, navega sujeta sobre una de las mil tablas, en las que se ha deshecho la barcaza. Es rechazada por el mar e incluso por los peces (querían devorarla). El cielo, también la mojaba, con aquella tormenta. Nadie quería arroparla. ¿Qué culpa tiene ella de no tener patria? En su tierra la religión absorbe, el machismo domina, las mujeres son violentadas. Goloso líquido negro, codicia de poderosos. Gobiernos mandando armas «Guerras» guerra en su casa. Viaja a la deriva, nadie quiere acoger esa tabla… Ahora por fin es libre, lleva en su rostro la felicidad. Sin rumbo, su cara descubierta, su pelo largo y oscuro centellea reflejos de libertad. Atrás, ya no queda nada, solo unos muros destruidos, que sujetaban su casa.

33. La oquedad del Amor (Antonio Bolant)

En una noche ebria huiste río abajo, hacia la desembocadura de lo desconocido, buscando cualquier lugar que te mantuviera alejada de la cara oculta de la familia. Hoy, en la orilla opuesta del Caribe, envuelta en el horizonte, te preguntas si mereció la pena ser forastera en otro rincón del abandono.

Evocación y abatimiento se encontraban forcejeando mar adentro, cuando salpicaduras de espuma te regresaron al rosario de rocas del malecón que, irrompibles, continuaban plantando cara al continuo embiste de las olas. Observándolas, la sombra de tu entereza titila como un tenue títere apenas hilvanado bajo la luna de Florida, e imaginas que alguna de esas olas se eleva afable ciñéndose a tu cintura para posarte suavemente sobre la marea, para que sólo ella pueda zarandear tu cuerpo.

Pero hoy no; hoy el mar volverá a esperar. El crepúsculo ya ha caído y se alzan sombríos los neones rotulando un momento que ha dejado de pertenecerte. El oleaje continuará embistiendo arrogante contra las caderas del malecón, y como cada noche, sudor, salitre e indiferencia saldrán furtivos a buscarte para dejar un poco de dinero, algo de su soledad y el inmenso vacío de las cuatro letras más hermosas.

32. Demasiado tarde (Patxi Hinojosa)

Corrían años sombríos en los que la utopía, con la ligereza que otorga la soberbia, nos engañaba disfrazándose de esperanza. Un nudo en la garganta le impidió calzarse el disfraz que requería la ocasión; ni siquiera fue capaz de colocarse la máscara adecuada. Titubeó al ofrecer una modesta propina a aquel operario al que vio bajar las escaleras a la par que lo hacía su ánimo, pues como casi siempre era portador de unas noticias que hubiera deseado no portar jamás; entonces cerró la puerta y, en una reacción vehemente, hizo una bola deforme con el papel del telegrama y la arrojó con furia contra una pared que apenas la sintió.

Hacía días que algo no iba bien, que en aquel rincón de Mar del Plata que lo acogió años atrás y en cuyas playas solía perderse buscando el reflejo y la llamada de su tierra cuando le invadía la morriña, sólo encontraba plomo, y esas olas que le confiaban sus secretos desde lejos antes de romper en sus orillas, lo hacían ahora en un dialecto que no lograba entender, o no quería…

Acudiría a la llamada, sí, mas con la seguridad de que sería ya demasiado tarde.

31. YUJUUU

Yujuuu.
Cómo me gusta.
Hoy ha salido este viento enorme, inmenso, brutal.
Todas mis jóvenes compañeras de juego se han quedado cerca de la costa.
Yo me he venido adentro, muy adentro.
El cielo está negro.
Me cuesta encarar el tremendo embudo de aire.
Pero avanzo y avanzo.
Subo y bajo, aleteo desenfrenada, me dejo caer, rozo la espuma de las gigantescas olas y me elevo riéndome.
Me encanta.
En la negrura diviso lo mismo que he visto últimamente.
Desapareciendo y apareciendo, hay algo que flota entre las montañas de agua. Llena de seres. Algunos visten cosas luminosas. No se mueven.
Está claro que no saben hacer lo que yo hago, volar.
Si caen al agua, no se les ve más. Así que no son como mis amigos delfines.
Me acerco. Quiero verles de cerca. Me atraen sus ojos, grandes, que miran sin mirar.
Hoy la mar tiene ganas de guerra.
Les ha dado vuelta a la cosa en la que flotan.
Todos están en el agua. En silencio.
Uno de los seres más pequeños me mira.
Me acerco.
Su diminuta mano toca mi blanca ala.
Con el pico me despido.
Desaparece. Él y todos.
Me elevo rápido.
Yujuuu.

30. MAISHA (vida en swahili)

 

¡Vamos aguanta, vamos! Repetía insistentemente mientras aplicaba nervioso las técnicas de reanimación que le habían enseñado en el hospital de la Misión. Otra voz cercana le indicaba lo contrario: ¡Deja ya a ese cabrón! Él se lo ha buscado por agredirte.

Maisha luchaba por salvar la vida de ese energúmeno que antes le había recriminado y golpeado mientras vendía deuvedés en el top manta: ¡Vete a tu país negro de mierda! ¡Por vuestra culpa los nuestros no tienen trabajo!…….Tanta vehemencia le pasó factura a su corazón.

Maisha no podía olvidar sus orígenes: su empobrecido país, el hambre, los que le decían márchate a otra tierra y busca un buen trabajo. Tras gastárselo todo y pasar muchas vicisitudes se convirtió en un simpapeles con el alma en vilo vendiendo  película pirateadas sobre un mantel tirado en la calle de una ciudad cualquiera.

Ahora, mientras oía la sirena de policía, sabía que todo se iría al traste, pero su condición humana le impedía huir mientras socorría a aquel individuo. Pese a los avisos de sus compañeros no se fue y pudo salvar la vida del enemigo blanco. Más tarde la noticia en los periódicos consiguió el salvoconducto para que no le deportaran.

29. Aurora la emigrada . María Rojas

Al graduarse con honores de Ingeniera mecánica, supusimos que iba por esos derroteros. El problema surgió, dice su tía Efigenia, cuando le dio la ventolera de irse a vivir a Londres. Allí no halló trabajo en lo suyo.
Una tarde se encontró con Wiliam Wilson Zapata, quien también andaba sin trabajo. Repasando las reminiscencias de la tierra, les aletearon las partes poderosas y, ya derrumbados entre las sábanas, él le dijo:
—Muñeca, lo tuyo es esto, en estos malabares y con esa belleza que palpita entre tus piernas, no hay idioma que se te resista por mas arrevesado que sea.
Aurora viajó a su ciudad para que tías y primas la adiestraran en el oficio de retozar en todos los tiempos el verbo sexear.
Aplicó sus conocimientos de ingeniera en la dinámica de la mecánica de fluidos, en la resistencia de los cuerpos y en los esfuerzos internos y cortantes. Todo esto fue lo que enganchó a Eleuterio González, un pintorcito putero.
Hasta la fecha, funciona. A los tres los une un amor desaforado por el sexo y un indisoluble desamparo.

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