Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
3
horas
1
9
minutos
4
9
Segundos
1
3
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

58. De buenas partidas y buenos partidos

Una pareja observa pastar a un rebaño de ovejas.
—¡Qué paz! Por mí estaría siempre así…
Ella lanza una mirada de espanto y musita: «¿Siempre? ¿Dejé a un cerdo para acabar con un borrego?»
—Isidoro, a mí me gusta esto, tus ovejas…
—Y te gustan otras cosas, mi borreguita, la reina de mi rebaño… —Isidoro la estrecha entre sus brazos.
—¿Reina? ¡Mejor viven tus ovejas! —intenta escurrirse del arrumaco.
—¿No te alegras de haber dejado a tu Nicolás? Yo no vuelvo más a ese maldito pueblo, con lo del Macario… —Isidoro hinca su cayado en la tierra.
—¿Qué es eso del Macario?—recuerda ella interesada.
—Lo perdió todo a las cartas.
—¿En una de vuestras partidas?—puntualiza.
—Sí.
Nicolasa respira con dificultad. Isidoro argumenta al compás del que pacen sus ovejas.
—¿Quién ganó la partida? —pregunta con indiferencia.
—Yo —responde Isidoro con una sonrisa que se refleja, como en un espejo, en ella. —Pero la siguiente mano la ganó el Faustino, y yo perdí lo del Macario y lo mío, ¡todo!
—No lo sabes tú bien —sentencia Nicolasa, se levanta como impulsada por un resorte, y con un brillo de codicia en su mirada, pone rumbo de vuelta al pueblo.

57. No more Heidis (Esperanza Tirado Jiménez)

Apoyada sobre la portilla de su granja medita sobre todo lo que la ha llevado hasta su nueva vida.

Vendió su coche porque era altamente contaminante, se hizo vegetariana y decidió vestir prendas de algodón.

Y vivir una vida sana y biosostenible.

En un sorteo ganó un fin de semana en una casa rural. Rodeada de verdes prados, cielo azul y amables moradores de aldeas que subsistían de lo que la tierra daba, cambió su chip urbanita.

Dando un contundente giro a su vida dejó su trabajo en una firma de abogados, olvidándose de stress, contaminación y atascos.

Para volver a la Tierra.

Transitar con calma.

Disfrutar de la Naturaleza.

 

Ahora, madruga casi más que el Sol, camina kilómetros buscando pastos frescos para sus ovejas, a las que ordeña a mano, cría a sus gallinas y recolecta sus propios alimentos. Luchando contra las inclemencias del tiempo, enfermedades desconocidas y plagas invasoras.

Y contra el Monstruo de la Burocracia, que extiende sus tentáculos hasta su verde montaña. Desde donde recibe cientos de notificaciones, exigiéndole DNIs biológicos, certificados de bienestar y registros de movimientos de todos sus animales y productos.

Respirar.

Ir paso a paso.

No rendirse.

La Naturaleza es Sabia.

56. PARTIENDO…

Caminaba con paso austero, templando el frío en los recuerdos más cálidos, los que ahogan el lagrimeo indiscreto… De pelo cano, otrora castaño, de fuerte carácter, otrora risueño… Sustentando la pena en su otrora ancha espalda, ahora corva… Su caminar se hizo un poco más pausado hasta casi cesar por la incipiente  tempestad, que no entiende de dolor.

Los funestos cielos grisáceos atraparon sus pensamientos hasta desvanecerlos, obligando a su  mente a dejar de pensar, así sus piernas parecieron ceder, y por un segundo doblaron hasta dar las rodillas con el suelo…

El viejo párroco le ayudó en el levantar, a proseguir el camino, con la diestra tendida… La siniestra indicando a los predecesores a continuar… El carro, tirado por dos mulas, tentando el camino a trozos nevado, se internó en la cuesta que llevaba al Campo Santo…

Y tras las bestias, la comitiva, de unas 50 almas, avanzó en procesión de duelo con un andar silencioso: sólo el golpear de las viejas albarcas al pisar, sólo el viento desgastado en las calles estrechas, sólo un par de plañideras, sólo el susurro de uno de los vecinos:

“No puede haber nada más terrible que volver a enterrar a un hijo”.

55. MI PUEBLO ERES TÚ

Querida Laura:

Hoy la lluvia me trae olores de tormentas escampadas contigo. De veranos con mis abuelos en el pueblo donde tú vivías. Había muchos niños, pero a mí me gustaba tu piel tostada y a ti mi palidez de ciudad. Compartimos tiritas, cromos y nocillas infantiles. Admiré a la adolescente intrépida, que lo mismo segaba que planchaba. Nadando en alguna poza descubrimos el escalofrío del deseo prohibido. En septiembre todo volvía a su lugar: yo al instituto, las hojas al suelo y tú quedabas allí, perenne. Mis inviernos se calentaban recordando momentos contigo apilados como troncos. Llegó agosto veinteañero, el calor y las tormentas, corríamos esquivando el chaparrón y tanto corrimos, que nuestros labios se encontraron. Al día siguiente, hui a la ciudad.

Te he evitado tanto como te he pensado, pero en la última visita al pueblo choqué con tu serena madurez, tu mirada y sonrisa sin maquillaje. Me dijiste que cuidas de tus padres, ya mayores, haces cerámica y conduces un tractor. Siempre tan práctica, Laura. Por favor, haz algo por ti. Rompe prejuicios. Porque quiero recuperar estaciones contigo, saber cómo besas en invierno. Compartir tus sueños e insomnios. Volver al pueblo.

Siempre tuya: Maribel.

54. ME LO CONTÓ MI MADRE (Beto Monte Ros)

Olvidado en una meseta de la cordillera septentrional, de República Dominicana, está el caserío donde la tía Inés atendía (detrás del mostrador) la pulpería de su padre. Durante las sequías y las malas cosechas los clientes eran escasos; pero sobraba el tiempo para otros menesteres, como el de espantar a las moscas que revoloteaban alrededor de la caja del bacalao. A veces tenía suerte y lograba derribar a algunas, las que recogía y colocaba en hileras dentro de un plato.

Los pocos compradores que entraban, la mayoría no cargaba un chele en el bolsillo, iban para pedir fiao y el negocio familiar podría confrontar problemas, si continuaba apuntando promesas de pago en un cuaderno. Para disuadir a los que pensaban que aquello era un lugar de beneficencia, ella le mostraba el plato con las moscas muertas y ponía como condición que para despacharles los viáticos debían comerse uno de aquellos bichos; pero para su sorpresa y como la crisis en la comarca provocaba hambre en las familias, ninguno decía: —no.

53. Surcos

Las piedras del camino restallaban entre el quejido de las ruedas. Por la pendiente del camino viejo de la cantera, madre conducía el carro, adormecida por las chicharras y la rutina severa de la guerra. Me entretenía nombrando los pájaros que sobrevolaban las arboledas, cuando se escucharon los gritos de un hombre pidiendo auxilio, un gemido lejano de sufrimiento y certeza.

– No has oído nada…¡nada!…¡mira hacia adelante…!- se enfadó madre sin moverse de su asiento, sin dejarme rechistar.

Una mirada última en la nuca me fusiló el alma. Ni mirlos ni grajos ni alondras. Tan solo me abrazaba el vuelo de la costumbre añeja, maternal, de mirar hacia otro lado. Las piedras del camino restallaban entre el quejido de las ruedas y dibujaban tras ellas surcos de silencios.

52. POR EL FUTURO (Luisa R. Novelúa)

La mirada de la abuela Carmen se asoma a sus ojos verdes como si quisiese ser testigo de la concentración de tractores que colapsa la ciudad. No es la primera vez que se cuela en su vida sin avisar, y no se sorprende.

Aunque apenas la recuerda, siempre le han dicho que es la nieta que más se le parece, la que camina con paso firme cuando quiere marcar su territorio; la única que sabe interpretar las señales más sutiles, como si tuviese el don de la clarividencia.

Si alguien del pasado la observase ahora, vería a la mujer joven que fue Carmen al frente de la manifestación, exhortando con un megáfono a los cientos de ganaderos que la siguen para defender la supervivencia de sus granjas. Y de su manera de ser y de entender, también.

Muchos dirán que es el milagro de la genética. Pero ella siente cómo su abuela, que afrontó las penurias de la posguerra para criar sola a cinco hijos, ya la adivinó con orgullo en su futuro.

51. CON LOS PIES EN LA TIERRA

Necesito diez minutos, un pequeño espacio de tiempo para pensar en lo que le debo a la vida. Sentarme al borde de la cama, dejarme caer sobre ella e ir poco a poco hacia mi interior.

Siento mi corazón latir con la fuerza suficiente para mantenerme viva. Siento mi respiración pausada con la suficiente tranquilidad para ayudarme en esa espera que siento que llega. Lo he dado todo…

Todas mis arrugas recolectadas de años de siembra, bañadas en días de lluvia y tiempos de sol, abonadas de duro trabajo sin descanso, manteniendo firme la tierra que doblega mi espalda…

El tiempo sigue pasando y con él un futuro que intento frenar, se me escapa la vida y la tierra me atrapa.

¿Ha merecido la pena?

Abriré las ventanas, de momento brilla el sol…

Campos dorados por el trigo, futuro pan para mis hijos.

¿Si ha merecido la pena? Soy mujer de campo, donde falta tiempo para reflejos, mandil desde la mañana y agua para la cara, peine fino pero peine, soy ruda pero con sueños… soy mujer de campo, dame tu mano y comprueba, cinco dedos cómo tú.

Sentada en la cama, cansada, espero el abrazo reconfortante y pienso

50. La última aldeana

Desde niño siempre vi cómo mi madre fingía llorar con desconsuelo cuando el autobús se alejaba cada mañana por la carretera en dirección al colegio situado a un buen trecho de la aldea. Nunca comprendí aquella puesta en escena que tanta vergüenza me daba y de la que se burlaban mis compañeros de clase llamándome paleto. Y del mismo modo que lloraba al irme, también daba incomprensibles signos de alegría cuando, por la tarde, llegaba de regreso en la misma camioneta y por el mismo camino, ante la burla de mis camaradas que, desde la ventanilla, me veían sonrojado.

Nunca supe el motivo de aquello siendo niño, pero de mayor, cuando dejé el pueblo para irme a la capital, y dejé la capital más tarde para irme a otra mayor y más lejana, descubrí que mi madre ensayaba para cuando me marchara de su lado y la dejara como la última habitante de mi pueblucho.

Hoy regreso a casa de mi madre tras tantos años de destierro. Sin embargo, aunque yo regrese, ella ya se ha ido, y yo no tuve tiempo de ensayar ni una palabra de despedida, ni un gesto de orfandad.

49. Mujer urbana (Pablo Núñez)

El día que la mujer del nuevo médico se instaló en nuestro pueblo, quiso conocernos a todas. Al principio propuso un almuerzo, pero como era época de vendimia y terminábamos la jornada al atardecer, decidió invitarnos a cenar. Vicky comenzó la velada hablando, con verdadero entusiasmo, de un tal Louis Vuitton. Ambrosia le comentó que lamentábamos no conocer a don Luis. En nuestras tertulias habíamos llegado hasta la influencia que Faulkner tuvo en los escritores del boom latinoamericano, por lo que los autores posteriores aún nos eran desconocidos. A Prudencia se le ocurrió que podría tratarse de algún personaje del Ulises de Joyce. Vicky no lo negó, aunque tampoco lo confirmó. Amalia pensó en Borges: repasó mentalmente su obra, mas no recordaba a nadie con ese nombre. Nuestra anfitriona bromeó al preguntar si Borges no era la marca de unas ciruelas, lo que provocó grandes carcajadas. Lástima que tras su chascarrillo no volviera a abrir la boca. Mientras, las demás discutíamos sobre la aportación que Proust había supuesto para las generaciones venideras. Al despedirnos, la notamos algo cambiada: no parpadeaba, aparentaba tener espasmos y emitía un extraño zumbido. Entendimos rápidamente que estaba haciendo un homenaje a La metamorfosis de Kafka.

48. Domingos (Arantza Portabales Santomé)

Pienso en como eran los domingos cuando vivíamos en la ciudad. Desayunábamos en silencio. Tú leías el periódico y yo hacía zapping en la tele de la cocina. Tú salías a correr y yo me quedaba leyendo en el salón. Comíamos en casa de tu madre. Tú veías el partido mientras yo ojeaba una revista. Casi siempre íbamos al cine. Luego, tomábamos algo en la de Luis. Nos acostábamos tarde, tras ver la tele un rato. Y no me amabas.
Pienso en como son los domingos ahora. Igual que los lunes Y que los jueves. Siempre hay algo que hacer. Madrugamos. En esta época toca prepararnos para la vendimia. Yo alimento a las gallinas. Tomo un café en casa de Susana. Hago mermelada de tomate. Los tomates vienen todos juntos. Tú vuelves a las dos, justo para comer. Me cuentas que las uvas están casi a punto. Y que mañana bajarás al pueblo a contratar jornaleros. Y dormiremos la siesta. Y llamaremos a tu madre. Nos sentaremos en el porche. Poco. Ya refresca. Daremos un paseo, con Laika, la perra que me regalaste aunque sabes que no me gustan a los perros. Tampoco aquí. Tampoco aquí, me amas.

(Relato fuera de concurso)

47. Estelas en el aire

Primero fueron la bomba H y ese cacharro metálico, el Sputnik. Después vinieron la perra Laika y Yuri Gagarin. Y hoy le han contado lo del Apolo XI del que todos hablaban. Y mientras se pregunta cómo rusos y americanos son capaces de tales maravillas, se seca el sudor de la frente, allí donde el pañuelo no le cubre la cabeza. A continuación, con movimiento rápido y seguro se coloca la hoz en la faja que, por encima del vestido, le cubre los riñones doloridos; y, con las manos ya libres, ata con pericia la gavilla. El calor aprieta, y por un momento desea que hubiese un cacharro metálico que le hiciese el trabajo. Ha sido un pensamiento fugaz, como la sombra que cubre el campo, como esa nave en descenso que chafa sus gavillas, como el ser que sale de su interior y le habla con sonidos guturales; fugaz como el experto movimiento de su hoz que siega la cabeza del visitante. El abundante y aromático flujo verdoso que mana de su tronco riega el campo, cuyo trigo se disputarán los molinos de la comarca por el suave sabor que proporciona al pan candeal.

Nuestras publicaciones