Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

85. CERCANÍAS

Se acerca la próxima estación y el tren no reduce lo más mínimo la velocidad. La gente comienza a inquietarse y manifiesta su descontento con un murmullo ensordecedor. Por el pasillo, con paso ágil, se ve al interventor sortear vagones para alcanzar el vagón principal. Algunos pasajeros, al notar que la velocidad va en aumento, intentan acercarse a él para pedir explicaciones, pero a la velocidad del convoy les es imposible mantener, a duras penas, el equilibrio. De la indignación se pasa al miedo y acto seguido al pánico. Las lágrimas y los abrazos entre perfectos desconocidos, el chirrido de las ruedas volando sobre los raíles y las chispas, que saltan de la catenaria, crean un escenario dantesco…
Mientras, en la cabina del maquinista, dos hombres celebran haber pulverizado todas las marcas y el tren comienza a perder velocidad. Saben, también, que no les darán ninguna medalla pero, con la carta de despido en el bolsillo por ese injusto recorte en la plantilla, pasan olímpicamente de las consecuencias.

84. El beso

Aquellas vacaciones estivales en el pueblo parecieron despertarnos a todos al unísono el deseo y la pasión amorosa.

Las chicas, mucho más maduras, se comportaban con bastante naturalidad, y seguramente lanzaban guiños a sus pretendidos sin que nosotros los pilláramos.

Los chicos intentábamos impresionarlas de la única manera que sabíamos, compitiendo continuamente como machitos para ver quien corría más rápido a pie o en bici, trepaba mejor a los arboles, lanzaba más lejos el pedrusco, ganaba los pulsos, etc. Pero por más que te gustara una chica, si tus cualidades no daban de sí, poco podías hacer excepto en la prueba de la alberca. Ahí sí que fue Juan el que demostró que estaba enamorado como ninguno y lo que era capaz de hacer para impresionar a Julia. Nos ganó a todos aguantando bajo el agua.

Me gusta pensar que de alguna manera él llegó a enterarse de que fue ella la que le hizo el boca a boca incansablemente y que tuvieron que despegársela de encima a la fuerza.

83. Alter filia (Mel)

Cuando te despojan del título de la mejor del mundo  supones que la rival será más joven, más guapa o más simpática. Pero no. Nadie te prepara para descubrir una maleta en el felpudo y preguntarte cómo es que nunca la viste fuera del armario. Como la diferencia entre oír y escuchar que tú ahora no comprendes. Solo sabes que estás tan repudiada como la alianza abandonada en su mesilla. Y se va, y te mueres. No hay mayor dolor que el silencioso. Quizás por eso pones la tele, para que entre el sonido y rellene los huecos. Al otro lado de la pantalla, y del mundo, sonríe Lidia Valentín con sus labios rosas mientras besa el bronce tras haber levantado 141 kilos, vosotros dos juntos, si es que estuvieseis juntos o si aún fueseis vosotros. Y entonces dejas de mirar y  ves, y quieres ser como ella, más fuerte, con ese amargo bronce que sabes que un día llegará a ser de oro.

82. Correr

Corría. No para llegar primero. Ni siquiera para llegar. Huía. De una infancia infeliz. De un padre severo. De una educación de disciplina y sacrificio. Corriendo sobresalió en las pistas del colegio y más tarde, en los campeonatos universitarios. Y corriendo llegó   a formar parte del equipo olímpico de su país, aspirante a una gloria que en realidad no deseaba. Hasta que algo ocurrió que le dio sentido a todo y por primera vez soñó una meta que tenía nombre de mujer. Que ella volviera a mirarlo, ya como a un triunfador, se convirtió en todo su anhelo, su verdadera medalla a conseguir, cien metros lisos más allá. Y dispuesto a vencer, colocado en su puesto de salida, sintió el disparo que, rompiendo el tenso silencio, pareció atravesarle el pecho en un destello luminoso y deslumbrante. Y cegado corrió. Corrió tanto, con tanto afán, con tal entrega, que no quiso percatarse de que su cuerpo quedaba atrás, ante el asombro de millones de miradas, desplomado e inerte sobre el azulado tartán del estadio olímpico.

81. Ceremonia inaugural (Patricia Collazo)

En Mangueira, robar entre colegas se paga, le han repetido desde siempre.

A lo lejos, la silueta destellante del Maracaná se recorta entre las luces de la ciudad. El tejado puede ceder, por eso se mueven como en cámara lenta.

Joao ocupa el sitio privilegiado en la parte alta. El resto de la panda se disemina a sus pies. Para hacer tiempo bromean sobre cuál es la disciplina olímpica con más gays. Esos que dan volteretas en el aire, parecen chicas, opina el jefe. Peor los de las espadas… ¿los habéis visto?, pronuncia una voz en la oscuridad, pero la hacen acallar. La ceremonia inaugural está por terminar dando lugar a los esperados fuegos artificiales.

David se cuela tejado abajo y se hace con el pegamento. Cuando se den cuenta lo molerán a golpes. Aunque si entrega al Paulo, se repite, lo perdonarán. Paulo le saca dos cabezas. La única forma de llegarle es volar.

Se recuesta en el suelo de tierra de la chabola, aspira con fruición y se queda mirando el reflejo parpadeante de los fuegos que se cuela por un agujero del techo.

Vuela, por primera vez en sus diez años. Pero no sabe aterrizar.

80. El mito de la jabalina de Astylos (Javier Ximens)

            En el museo de Olimpia se muestra una jabalina del siglo IV que se encontró clavada en la arena del Panatenaico horas antes de la inauguración de la I Olimpiada Moderna. Debajo, un friso romano representa a un atleta que lanza una jabalina, un templo ardiendo y la inscripción «Astylos de Heraclea». Cuenta el filósofo Plutarco de Atenas (†432) que se trata del último niño que subió al olivo sagrado y con el cuchillo de oro cortó las ramas con las que se glorificaba a los vencedores. Meses más tarde, Astylos entrenaba en el gimnasio decidido a ser el ganador del pentatlón. Con el cuerpo tenso, la jabalina en la mano y la mente concentrada en un lugar lejano, inició la carrera, tomó velocidad y la lanzó con una fuerza sobrehumana. No la vio caer, lo cegó el dolor que le produjo la espada del pretoriano del cristiano emperador. Recuperada la consciencia todo era destrucción y holocausto. Se arrastró hasta el altar y quiso ofrecer su muerte a Zeus que, conmovido, le concedió la inmortalidad por haber lanzado la vara de fresno más allá del falso nuevo dios. A la jabalina le ordenó errar por el firmamento como estrella fugaz.

79. NADERÍAS (Sergi Cambrils)

El señor de espalda ancha suele caminar moviendo los brazos, pero no como imagináis; más bien como si estuviera nadando. Cada mañana, mientras se dirige al trabajo, practica algunos métodos natatorios, y lo hace en seco, en el aire. Su desarrollo favorito es el que inicia apuntando los brazos al frente, abriéndolos hacia atrás y quedando en línea con los hombros; al estilo braza. Se mueve ondulante y parece que flote; patalea violentamente contra el adoquinado de la acera y, a trote ligero, adelanta a la muchedumbre, cogiendo el aire por la boca y estirando el cuello en cada brazada.

78. Mundo interior (montesinadas)

Suena el disparo y me sitúo en los puestos de cabeza. Mantengo el ritmo. En cada zancada siento la textura del terreno, la dureza del asfalto. Una  respiración cercana me persigue y detecto la pronación en su mirada.

Comienza a llover, un agua tibia, agradecida. El trazo de mi pisada queda grabado en la moldeable arcilla de la que surgen, burbujas de oxígeno de algún insecto, que intenta llamar la atención para no morir aplastado.

Comprimo el empeine y los músculos extensores hasta conseguir, de nuevo, una pisada regular que soporta bien las vibraciones que emiten las maderas del puente que cruzamos.

Evito algunos restos de dietas disociadas mal asimiladas, y rostros pálidos tendidos de cúbito supino con la mirada desgastada y el ritmo a la deriva.

En el barrio antiguo sorteo los cuerpos que  resbalan y  dejan codos y rodillas tatuadas o trozos de piel de atleta, hecha fósil, sobre los adoquines milenarios. En la última cuesta tenso con fuerza el pie y marco bien el talón para evitar la onda de choque.

Cuando rompo la cinta, lo primero que hago es mirarlas. Me gustan mis nuevas zapatillas.

77. ALMA DE KAYAK

Con los pies descalzos, Lucho cargaba en su hombro un largo bote de resina color azul, subía como tantas veces la vieja rampa de madera, chorreaba agua.
Sus ojos color musgo, su piel bronceada, delataban su naturaleza de hombre de río.
Mientras tanto en sus recuerdos alguien le enseñaba a mover sus brazos a ritmo y le proponía correr su primera competencia con solo 8 años.
La voz de Esteban lo detuvo.
-Profe, cuando bajamos? es la hora-
-Ya salimos- dijo
Dejó su bote en el galpón de colores y tomó las llaves de la lancha.
Junto bajaron al agua.
Los tiempos y los sueños se entremezclaron en las cabezas de ambos, tan unidos estaban que el cansado río se movía y removía acompasado.
Antes del ocaso, el kayak y la lancha viajaban de vuelta, otra vez las rugientes maderas serían el camino obligado hacia el fin de la jornada de entrenamiento.
Con pocas palabras y mucho sudor se miraron cómplices, amaban el río, la soledad del palista, las costas arboladas.
Con un brazo en el hombro del niño, el profe le dijo –Ya es tiempo, correrás tu primer competencia-.
Dos infinitos niños de río, con alma de kayak, sonreían.

76. Olimpia juega en casa (Cristina Aguas)

El joven macedonio se sirvió una tercera copa de vino mientras esperaba en el jardín de Epiro a su madre. Olimpia apareció vestida de púrpura. Se saludaron con un leve roce de labios. Ella fue la primera en hablar.
-Vuelves de campaña hace dos días y ya te han visto por la palestra.
-¿Qué hay de malo?.
-Eres mayor para competir. Continúa con tus juegos militares.
-¡Yo quiero ser héroe! –gritó Alejandro, con voz disonante y apretando los puños. Un brillo animal encendió sus ojos resaltando los ambiguos colores, uno de león y otro de leona.
-El oráculo ha hablado.
-Me aclamarán en el graderío y los poetas cantarán mis hazañas.
-Esas no, no ante Zeus, como el rey el día de tu nacimiento. Yo te pondré sobre los cabellos una corona de oro.
-¿Y Filipo?.
-Tú eliges, ser héroe por un día nada más o rey por siempre jamás.
Alejandro apuró otra copa mientras atardecía en el vinoso ponto. ¿Qué tal unos juegos para los reyes y no para los dioses?.
Olimpia no olvidó. Hizo colocar, años después, una dorada corona de olivo sobre el templete que adornaba el sarcófago de su hijo.

75. El combate por la libertad (Rubén José Huertas Rojo)

Por fin lo había logrado, estaba en las olimpiadas, pensé alegre mientras recibía la paliza de mi vida. Estaba compitiendo contra el que sería seguramente el medallista de oro en boxeo, pero debía aguantar el tipo, así lo había planeado. Un derechazo, mandíbula; un gancho y a volver a besar la lona. Era normal, era la primera vez que boxeaba, había sobornado al que iba a venir en mi lugar; pero debía levantarme, debía continuar. Seguía recibiendo golpes, mientras la gente gritaba que pararan el combate, pero yo debía continuar; todavía no era el momento.
La delegación de mi país no se explicaba como tenían un boxeador tan malo y fueron a pedir explicaciones a mi entrenador; él sólo les decía que el contrincante era muy bueno y qué se le iba hacer, al menos se demostraría que sabíamos aguantar los golpes; por si no lo sabíais a él también lo había sobornado.
Llegó el último asalto; tras darme un certero derechazo en toda la cara, me desplomé en la lona y no me volví a levantar. Tumbado, esperé a que llegaran los sanitarios y me llevaran al hospital; allí escaparía, no volvería a mi país, por fin sería libre.

74. El Arte del Tiro con Arco en los Juegos Olímpicos

Instalado en la final de los juegos olímpicos, tomó su arco y flecha y avanzó hacia el lugar de tiro. Cada paso, suave y lento, iba al ritmo de su calmo corazón. Era el favorito indiscutido a lograr la medalla de oro, e incluso, su cabizbajo rival, lo sabía. Su puntería, muy superior a la de sus contrincantes, lo hizo sentirse ganador desde la primera ronda de dieciséis arqueros.

Entonces ¿Por qué no sentía ser el dueño del mundo como tanto había soñado? Donde debiera existir orgullo y complacencia, solo se encontraba un enorme vacío.

“El blanco al que debes acertar esta en tu interior, si solo buscas el blanco exterior, serás un simple artista del arco”. Las palabras de su viejo maestro japonés de arquería zen volvieron a su cabeza en tan importante momento. Nunca le intereso el aspecto espiritual de la arquería, solo hacerse un renombre como el mejor tirador.

“Tus pensamientos ambiciosos son un enjambre de moscas que te impiden ver”.

Fue en ese momento que lo comprendió… y disparó.

Obteniendo el menor puntaje, la flecha dio en el borde externo del blanco, atravesando una mosca que, para su templado tirador, valdría más que cualquier medalla olímpica.

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