Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

103. Equipo de uno (Patricia Mejías)

Cada curva de sus brazos es un torque de músculos que potencia la fuerza del remo contra la corriente marina. Trae a sus espaldas el peso de una docena de inmigrantes. Seis mujeres, dos bebés moribundos y cuatro hombres hambrientos. Golpea con fuerza las crestas enharinadas de las olas como si fueran cabezas que sobresalieran del mar. Con las salpicaduras de agua salada, el maquillaje se le destiñe. Hace mucho que no usa kohl. Desde los bombardeos en Homs. Cuando posó, sin burka y con una sonrisa, para un fotógrafo extranjero. Mientras el fuego, con sus dedos crocantes, rebuscaba entre los escombros a los sobrevivientes del bombardeo. Mientras decidía que era hora de marchar hacia Occidente con aquel grupo de refugiados.

Le pesa en la conciencia el azul marino teñido con sangre. Al fin divisa la playa. Y el relumbrar de las cámaras. Solo cien metros más. Pero aquella carga extra de remordimientos se lo impide. Con una rápida maniobra mental, se desprende de una estela de rostros suplicantes que se hunden en sus recuerdos. Rauda la embarcación embiste la meta. Medalla de plata. Y el ofrecimiento de un contrato de modelaje que compensa ese segundo lugar en las Olimpiadas.

102. Maldita la duda.

Te acuestas cansado; exhausto por el entrenamiento, cada vez más intenso, cada vez más duro. Enseguida concilias el sueño y te ves en la última curva, ante el último esfuerzo. El estadio está lleno, notas su rugido, percibes su aliento, y aprietas los dientes, dándolo todo  hasta el final,  y conteniendo la respiración con el miedo a que el más mínimo suspiro sea la décima de segundo que necesitas para ganar.

Cruzas primero, cae el record del mundo, que queda a tus pies, asombrado por tu hazaña. En ese momento te dejas llevar. Vuelta de honor, fotos, abrazos; todo reconocimiento es poco.

En el podio, con el himno de fondo, la emoción te embriaga, y apenas reparas en sus caras.

Vuelves a la tierra y te fijas en ellos, que siguen mirándote; y entonces te das cuenta. Te señalan. Vuelves la vista y la ves, clavada en tu brazo, delatándote.

Te despiertas sobresaltado, enciendes la luz y te tocas los brazos. Nada. Suspiras aliviado; pero maldices en voz baja y saltas de la cama. En la cocina abres la nevera; coges esa caja del fondo y la abres.  Sigue ahí. Y tú sigues maldiciendo. Maldita la hora. Maldita la duda.

101. GRACIAS, PETER

Han sido muchos años de preparación, de entrenamientos en verano en pistas de atletismo y en campos de fútbol en invierno para no perder el tono físico. Los nervios te abruman instantes antes de que el pistoletazo de salida marque los veinte segundos más importantes de tu vida.

Corres con cada fibra de tu cuerpo, corres con cada hálito de tus pulmones, corres con cada bombeo de tu corazón.

Cruzas la línea después de doscientos metros. Segundo. Record de tiempo en tu país, Australia. Medalla de plata aquí, en los Juegos.

Es tu momento más álgido y todo el mundo entendería que pensaras solamente en tu gloria, en la recompensa de tu esfuerzo, en tu meta culminada tras tantos años de tesón. Tal vez, el inicio fulgurante de una carrera olímpica que pueda llevarte, en el futuro, a colgarte la medalla definitiva: el oro. Pero no lo haces. Tu gloria no ofusca la realidad de una desigualdad presente y decides sumarte, en tu momento, a otro momento cuya significación consideras por encima de honores y personalismos.

Pides la insignia. La colocas sobre el escudo de tu país. Subes al podio.

100. MÁXIMA TENSIÓN (M.Carme Marí)

Por fin han comenzado los Juegos Olímpicos. Llegar hasta aquí ha sido desde un principio mi meta, la fecha prevista en que alcanzaría el crecimiento esperado tras superar las dificultades iniciales.

Puedo oir la voz de papá resonando en mi cabeza: «Atento chaval, el pistoletazo de salida será de un momento a otro». En el sofá de casa, con mamá, siempre me hablaba del «pistoletazo» y de los meses de preparación que llevábamos para que todo fuera bien. «Va a ser la carrera de nuestra vida», decía, «ya verás». Y es que habían invertido sus ahorros en mí.

Se acerca la hora de la verdad. En estos instantes, aunque no vea a mi familia, imagino su nerviosismo. A mi padre le habrá empezado a temblar el párpado izquierdo -según mi madre es su máxima expresión de estrés-. Yo intento calmarme.

Ahora voy a salir. Desde donde estoy se palpa la expectación de fuera, oigo los gritos. Ya veo unos focos de luz. Me recibe el médico del equipo, que me da una palmada en la espalda y, cogiendo aire por primera vez en mis pequeños pulmones, rompo a llorar mientras me colocan sobre mi madre que sonríe extenuada.

99. Madrid, Año 2040 de la Nueva Era

Madrid anochecía envuelta en un calor espeso. Isidro caminaba con paso ralentizado entre las ruinas de lo que un día fuera el proyecto de Villa Olímpica.

El muchacho conservaba algo de sentido, pues su cerebro no se había escurrido del todo por el orificio que perforaba su cráneo.

En su cuadrícula era el líder, los demás le seguían y llamaban por su nombre, con un gruñido parecido a una larga i. Conseguirlo le había costado largos años de empeño, pero el tiempo carecía de importancia pues su existencia ahora era eterna.

Isidro tenía en su vaga memoria un único recuerdo. Personas ágiles desfilando tras una tela ondeante. La sensación que invadía entonces su carne putrefacta era maravillosa.

Por ello se había entregado a una misión. Todas las noches agrupaba a sus compañeros y elegía a los mejor dotados, por decirlo de alguna manera. Era difícil porque de una noche para otra se perdían piernas, pies, brazos, manos e incluso cabezas y ya sin estas últimas era complicado entrenarles.

Aún así, la noche del 24 de agosto de 2040, Isidro cumplió para Madrid un antiguo sueño.

Inauguró de forma solemnemente  babeante, los Primeros Juegos Olímpicos de la Nueva Era Zombi.

 

98. RECUERDOS DESBOCADOS (Edita)

El azar quiso que se encontrara despierta frente al televisor cuando empezó la competición hípica. Los familiares se extrañaron al oírla balbucear, ya que hacía varios meses que no emitía sonido alguno. Luego llegaron los aspavientos impropios, y al poco tiempo pudieron escuchar con claridad la palabra papá. Nadie sospechó que aquellos jinetes olímpicos la habían transportado al rincón más antiguo de la memoria, donde permanecía indeleble la primera imagen de su padre cabalgando con ella a lomos de un percherón; ni que se tapaba los oídos para evitar los gritos de la madre que, por miedo, pretendía bajar a su pequeña de la cabalgadura. Cuando llegó la hora de acostarse, hubo que desconectar el aparato simulando avería. Resignada y triste, dejó que la llevaran a la cama. Pero a las pocas horas, tuvieron que colocarla otra vez delante de la pantalla, repitiéndose la escena anterior en cada retransmisión ecuestre. Después de papá, llegaron otros vocablos inteligibles como mamá, caballo, arre…

Ya se acabaron las olimpiadas y sigue pendiente de la televisión. Come  mejor y dormita menos; incluso ha comenzado a sostenerse en pie de nuevo. El médico no tiene explicación para esta sorprendente mejoría de la abuela.

97. Ace

Tras lanzar el Juez la moneda al aire, ella decide iniciar el partido con su servicio.  Antes de comenzar con su saque, me mira,  me sonríe, me arrebata. Pienso en decirle algo, o hacerle un gesto cómplice, pero prefiero no desconcentrarla. Es su primera final olímpica.

Bota la pelota con mimo, despacito, como si en esas caricias pudiera seducir a la esfera para ese punto.  Todo ese ritual me excita, pero es, en esa manía tan suya de mojarse los labios con la punta de su lengua, cuando mi corazón bulle. Mantiene las piernas flexionadas, una más adelantada, el tronco levemente inclinado hacia adelante, eleva los brazos, el izquierdo con la pelota y el derecho con la raqueta, en armonía hasta el impacto. Fuerte, certero, letal.

El silencio del encuentro se rompe con su sonoro gemido que me hace estremecer. Cierro los ojos y veo su sudor golpeando mi pecho.

Son  los aplausos los que como un jarro de agua fría me devuelven a la pista. La veo acercarse, clavar sus ojos en mí, atisbo entonces que quizá quiera la toalla, o que le pase dos pelotas.

96. DEL ROJO AL AZAFRÁN (Toribios)

Cuando Alberto dijo en casa que quería practicar boxeo, se armó una tremolina con gritos, lloros y amenazas. “¿Cómo se te ocurre?”¬–decía el padre, que era ajedrecista y apasionado de la música barroca–. “¿Qué hemos hecho mal?” –sollozaba la madre, pacifista, animalista y votante de los Verdes–. Hasta su hermanita pequeña, Patricia, le tiraba de manga y le decía contrita: “Tato, ¿ya no nos quieres?” Pero, Alberto, estaba decidido a cultivar el pugilato, aunque tuviera que pagar el gimnasio trabajando los fines de semana descargando camiones en la plaza. Entrenó con ahínco y demostró valor y garra en los combates, ante el asombro de quienes conocían su carácter pacífico y casi melindroso. A los dos años ya ganaba combates de ámbito regional, pero sus padres no solo se negaban a asistir, sino que le tenían retirada prácticamente la palabra. Cuando llegó el triunfo y las apuestas millonarias, los padres se ablandaron y acabaron siendo sus mejores fans. Fue entonces cuando Alberto decidió de pronto donar todos sus bienes y hacerse monje tibetano.

95. CADA DÍA UNA NUEVA META

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Hoy mientras engrasa las ruedas a su máquina, como él la llama, recuerda su olimpiada, cuando encima de su bicicleta entregó hasta su alma para cruzar en primera posición la línea de meta. Luego todo fue una nube, la medalla, el himno, las felicitaciones, los abrazos…

Pero la nube se esfumó, el tiempo pasó, volvieron los entrenamientos, el accidente y llegó el olvido.

Y ahí está de nuevo dispuesto a luchar y volver a dar hasta el último esfuerzo, pero ahora ya no le hace falta viajar a Pekín, Londres, Río o Tokio, él cada día vive su propia olimpiada en su ciudad subido a su silla de ruedas.

 

94. La final (Mar González)

Había soñado con este momento desde pequeño, cuando escuchaba con su padre las retransmisiones deportivas. Durante los partidos, bajaban el volumen de la tele y subían la radio donde los goles hacían temblar las paredes y ponían la piel de gallina.

En el patio del colegio, sus compañeros se repartían por equipos mientras él se subía a aquel banco oxidado que había en un lateral y, desde allí, narraba a gritos el desarrollo del partido.

Ha pasado mucho tiempo. La universidad, las prácticas en aquella pequeña emisora donde se radiaban los partidos de pelota mano, la oportunidad de seguir al equipo local de fútbol, su ascenso… y ahora rumbo a las olimpiadas.

Una progresión perfecta, como diría para describir la evolución de algunos deportistas. Años de duro trabajo y un día para demostrar su valía y luchar por las medallas. La primera para España se juega hoy en la piscina. Y él está allí. Miles de oyentes al otro lado y, sin proponérselo, millones siguiéndole después en todas las redes sociales. Inexplicablemente, con la última brazada de Mireia Belmonte se le apagó la voz. Así quedará para la historia: «Periodista afónico en la final de natación».

 

93. TLACHTLI

En alto, entre sus dos manos, mantenía el sacerdote mi corazón aun latiendo. La sangre chorreaba por entre los dedos y su rostro se transfiguraba por el éxtasis al ofrecer a los dioses su alimento.

Es lo último que vi. Las formas se difuminaron rápidamente y viví orgulloso mis eternos instantes de muerte en una luz sin sombras y sin dolor.

Es costumbre en aquel gran altar de Tikal que el capitán del equipo que había demostrado su valía cortara la cabeza de los jugadores sacrificados en la ofrenda y las alineara en el campo de juego. Entonces el ardor del público se exacerba hasta lo increíble y los vasos de pulque viajan en un mar de manos.

Con suerte Tláloc, satisfecho, bendecirá la tierra con la lluvia.

Ahora mi conciencia es un gran espacio que se va quedando vacío. En el horizonte ideas cómo pequeñas llamas se consumen y apagan.

Vislumbro el engaño. Entiendo que la competición no es motor de nada, que en toda victoria hay siempre una derrota y mañana esa derrota será la tuya. El éxito y la vida son otra cosa.

Es tarde.

Entro en el submundo y los dioses…

¿Dónde están los dioses?

Desaparezco.

 

92. Desafío

Correré. Correré como nadie. Como un guepardo hambriento. Cinco mil metros… lisos, ondulados, retorcidos, como me los presenten… Y llegaré. Me verás agarrar ese trozo de oro, y entenderás que sí que soy capaz. Dejarás de penar por mi piel pálida, mi cuerpecillo enclenque y mi mirada triste. Porque llega el momento en que la fiera que me habita se despierte a golpes de tus miradas de resignación. Joder, sí que podré. Podré como un día pude desanclarme  de ti y atreverme a vivir. Y ¿sabes cuál será mi mayor recompensa? Pensarte oyendo el eco del redondel de oro cayendo pozo abajo en busca de la negrura de la paz.

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