Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

111. ALLENDE EL OCÉANO

El baúl abarrotado. Para padre los puros. Aún lo veía liar con la picadura y no podía menos que sonreír. Disfrutaría con los habanos. Mirar cómo la cara llena de surcos se le alegraba y que, ufano, se regodeara detrás del humo del tabaco, frente a los hombres del bar. A madre, botellas de perfume de litro, con olor a limpio de lavanda. Y los mangos que ya con las semanas de la travesía maduraban más de la cuenta. Se la imaginaba con la fruta en la mano buscándole las vueltas y apartándola, por no saber qué hacer con ella. Pargo y cherna, secados al sol. Café y azúcar de caña. Dinero para arreglar el hórreo. A medida que pasaban los días, el mar se tornaba infinito, la espera insoportable. Tantos años, ninguna carta. Avistó por fin la costa, enredado en elucubraciones. Arribó el barco. Los demás pasajeros fundidos en abrazos con los que iban a recibirlos y él, solo, porque nadie sabía de su vuelta. Más allá de la ría enfiló por el camino de abajo y ganó la aldea, envuelta en la niebla de la mañana. Las casuchas caídas, vacías de gente, llenas de nada.

 

 

110. AL OTRO LADO DEL AZUL (Paloma Hidalgo)

Podrá encontrar trabajo, incluso de camarero. Tener varias novias hasta el día en que aparezca esa chica que con una sonrisa, le llenará el estómago de colibríes y los ojos de deseo. Alquilar una habitación, pequeña y barata, muy barata. Cada día está más convencido de que dentro de esas palabras extrañas, que le cuesta tanto aprender y pronunciar, está esperándole una nueva vida al otro lado del azul del Mediterráneo. Y la moto. Y un móvil nuevo, mejor que el que se ha comprado su amigo Ahmed. Un coche de ¿cuarta? mano, cuando se saque el carné de conducir, y una tienda de campaña de segunda, para poder ir a ver la nieve. Una nieve tan blanca como la espuma de las olas que morirán a sus pies, descalzos, negros, e inertes, tres meses y medio de lecciones más tarde.

109. El polizón

La tempestad había sido de esas que los viejos marineros gustan de contar a media voz y con ojos espantados en las tabernas del puerto. Como resultado, el navío había quedado destrozado y con los mástiles apuntando hacia el fondo. Su viejo casco aún mojado relucía bajo los primeros rayos del sol rodeado de toda suerte de enseres y muchos de los cuerpos sin vida de la tripulación. No había tierra a la vista ni nadie que hubiese podido divisarla. El único superviviente permanecía en la bodega aturdido, y diríase que marinado y casi ahogado en su propio vómito y excrementos, después de dos semanas de travesía y de que el barril donde se escondía diese mil vueltas. Una vez quietas las aguas había retirado el tapón de cera de la tapa, para renovar el aire, y enseguida lo había devuelto a su sitio. De ser descubierto, la mejor suerte que podía esperarle era la de ser alimento de tiburones, previo paseo por el tablón, y no estaba dispuesto a correr ese riesgo. Afortunadamente lo peor ya había pasado, se decía. El temporal había sido terrible y había retrasado el viaje, pero según sus cálculos pronto arribarían a destino.

108. Pequeñas cosas

Una vez, tuve un sueño que me llenaba el corazón .

Se parecía mucho al océano. Cuando estaba en calma, era cálido, transparente, si lo mirabas de cerca te hipnotizaba… era como mirar en el interior de una esmeralda. Cuando se encendía se llenaba de vida, era impredecible, vibrante… devolvía la luz todavía más hermosa.

Lo cuidé y alimenté, para que no se marchitara. Todos los días lo observaba, lo mimaba, y le daba forma . Era perfecto.

Algunos sueños se pierden, otros son olvidados y desaparecen,sin embargo otros …

Un buen día, el mío cobró vida. Ahora tú estás aquí. Te enseñaré a cuidar los sueños para que no se te olviden.

 

106. GARGARISMO

Él está encorvado como nunca y camina con la mirada menos alzada por las mañanas. Ella, en cambio, tiene la voz cada vez más modulada al cantar. Todos hacen ver que no la oyen, pero sonríen de medio lado al verlo pasar arrastrando los pies por cubierta. Saben que la tiene bajo llave, aunque nunca la han visto. Él no se fía de ninguno de ellos. Brillándoles los ojos, cuchichean que le acabará succionando el alma. Con la que ella parece estar afinando su garganta, añade algún socarrón. Sin imaginar cuánto hay de cierto en lo que dicen, matarían por ocupar el lugar de su capitán. Y es que sólo yo, la noche que embarcó, fui testigo de por qué la llevaba en brazos.

105. Agua, piel y sal.

Hazme el amor.  Si tienes aletas: nádame. Si tienes manos, rema. Si eres osado: bucéame. Elige el momento y lugar pero disfruta conmigo. De mí. Deslízate por mi espalda espumosa, explora lentamente mis playas. Admira mis texturas, colores y olores infinitos. Mécete sobre mí y siente el movimiento amable de mis mareas, que te reciben en calma. Agitaré mis olas para provocarte vértigo y risas. Déjate llevar. Confía en mí. Siénteme desafiante, embravecido,  finalmente rendido. Cubro tu cuerpo de espuma, juguetona, corres hacia la arena. Te sigo un rato pero no puedo ir más allá. Te giras, me sonríes pícaramente y cubres tu cuerpo con una toalla. Vuelve cuando quieras. Aquí seguiré tendido a tus pies. Esperándote. Trae a tus hijos y nietos. Pero por favor, suplícales que no me dañen. No me manchen. No me maltraten. Necesito permanecer  intacto para que me disfruten  muchas generaciones. Explícales que si me respetan les compensaré. Deleitaré su paladar con frutos exquisitos. Vestiré preciosas puestas de sol para sus ojos. Cantarán mis sirenas para sus oídos. Que vengan desnudos, sin aceites, ropas, perfumes ni joyas… que no ambiciono nada, solo quiero piel y caricias. A cambio ofrezco agua, sal y océanos de placer.

104. EN EL FONDO DEL MAR (Margarita del Brezo)

El nuevo trabajo era todo un reto; muchos lo habían intentado antes sin conseguirlo y esa responsabilidad me ponía nerviosa.

Comprobé el equipo de buceo antes de sumergirme. A medida que descendía, el frío y la oscuridad se hacían más intensos, pero el espectáculo merecía la pena; los documentales de la 2 no le hacían justicia. Nadé sobre fumarolas colonizadas por gusanos tubícolas y sonreí recordando a mi hermana, que chillaba cada vez que veía una lombriz. Un pez borrón chocó contra un objeto y me acerqué expectante, pero solo era una botella sin mensaje, falsa alarma. Intenté concentrarme en la tarea. La belleza de los arrecifes de coral, tan parecidos al campo de amapolas de mi pueblo después de llover, los cangrejos albinos, los calamares vampiro y el sinfín de extrañas criaturas marinas no me lo ponían nada fácil.

El tiempo transcurrió deprisa. Me disponía a subir cuando observé un destelló a la luz de un pejesapo que pasó por allí cerca. Al aproximarme, casi me ahogo de la emoción: junto a varias monedas, estrellas de hotel y clips oxidados estaban las famosas llaves, ¡lo había conseguido!

Y ahora… que cambie otro la letra de la canción.

103. TEMORES

La tormenta iba en aumento y el océano rugía como bestia enjaulada. El barco igual que una cáscara de nuez en medio de un charco se balanceaba en todas las direcciones y sus tripulantes aguerridos marineros sorteaban las olas que viajaban de un extremo a otro de la nave. Todo estaba perdido solo les quedaba rezar, cuando de repente entre las tinieblas una luz en el horizonte les anunció la proximidad de tierra firme, enderezaron el rumbo y consiguieron llegar sanos y salvos.

Cuando enfilaron el muelle se percataron de que un grupo de mujeres vestidas de negro les estaba esperando y a sus pies cada una de ellas tenía un féretro abierto.

Al desembarcar les fueron indicando cual era el suyo bajo la atenta mirada del sacerdote que les daba la extremaución , mientras iban cayendo cada uno en su ataúd al tiempo que entre lamentos ellas cerraban la tapa.

Capitán, capitán despierte que estamos llegando a puerto.

Desde el último naufragio aquella pesadilla le perseguía temiendo siempre no despertar.

102. ALMA MÍA (MARÍA ORDÓÑEZ)

Por fin, desde una nueva terraza, pude advertir tu belleza absoluta, el esplendor de tus aguas, ese azul profundo del que habla el poeta. Creí perder el aliento ante semejante inasible y gloriosa inmensidad. Y a pesar de haberte conocido casi desde siempre, fue sólo en ese instante, que te empecé a amar.

Para mí eras angustia, terror. Tus aguas persistían obscuras, lóbregas, merodeadas por pavorosos peces que hacían remecer la frágil madera bajo mis pequeños pies. Y no me abandonaba tu rugir constante, temible amenaza en mis noches de esa casa verde, prendida a delgados pilares hundidos en lo profundo de tus arenas. Casa que arrastró un tsunami que no vi, pero que intuía te alcanzaría en cualquier momento.

Hogar de pescadores, al final de un larguísimo muelle que invadía tu reino sin recelo alguno. Morada que acogió a mi madre con su pequeña hija, que huía tal vez, de su propio desamor…

Ahora, finalmente redimida, pude observar gozosa tu otro rostro, Pacífico mío. La tenebrosa compuerta de piso de aquella cocina, ya casi nunca se abre.

Y en ti, ancestral y mágico océano, reconozco mi alma: a veces resplandeciente, mansa y feliz, a veces oscura, amenazante y feroz.

101. Las dos orillas

Todos aquellos planes, aquellos sueños, lo tenían como ido, y ella lo notaba día a día viendo que su mirada estaba ya embarcada en una travesía incierta y prometedora a la vez.

—Te escribiré, repetía él constantemente.

Una nueva vida lejos de la casi segura miseria era suficiente como para echarse a la mar y probar suerte.

—Encontraré un trabajo, volvía a decirle.

Pocas cosas la ligaban a sus orígenes, pero los lazos con él se estaban desatando también a causa de su obstinación con el nuevo mundo al otro lado del océano.

—Vendrás cuando me haya instalado, insistía.

Viendo alejarse el barco por el océano, ella era un mar de dudas.

100. Un millón de gotas

Me llamaban Pacífico, como al océano. Yo los complacía y acataba sus órdenes: llévame hacia allá, tráeme alimentos, dame de beber… Jamás se me habría ocurrido enviarles un tsunami si ellos no nos hubieran atacado primero. Ingratos, pretendían convertirnos en estercolero. Desde entonces busco mi lugar, sin rumbo fijo, cual navío que navega a la deriva.

 

Cuando llegué a estas tierras, me rebautizaron con el nombre de Atlántico… como el océano. Será porque mi fuerza, sobrehumana y portentosa, evoca inspiraciones mitológicas, a pesar de mi insignificante tamaño. No escondo nada, soy transparente y vital, pero sé que puedo ser letal. También lo saben por aquí, por eso es hora de partir.

 

Iré tan lejos como mis fuerzas alcancen a llevarme, allá donde sin conocerme me llamen Índico, Ártico o Antártico… como los océanos. No quiero volver a ser nube que inunde campos y destroce cosechas, ni tampoco mar de engañosa apariencia que engulle a miles de seres que anhelan mejor vida.

 

Soy una entre un millón. Pero un millón somos muchas.

99. EL MAR DEL FIN (Sergi Cambrils)

Mi realidad ya no es sólida, es más bien líquida, acuosa. Claro, eso lo digo ahora que soy un ser branquial que habita en las profundidades del Océano Atlántico. Todo me fluye; soy puro, cristalino, y mi vida ya no es aplastante ni viscosa, solo se limita a tener sentido. Retengo una letanía de recuerdos: el tráfico de una ciudad hirviente, mis mocasines brillantes de abogado, un andar frenético lleno de obstáculos y el amigo tarotista que me indicó este camino.

Los brazos del mar me acogieron en su seno, y no hay nada que me haga más dichoso que formar parte de este medio; en completa armonía con la fauna marina y bien avenido con las enormes ballenas que, aunque parezcan defectuosas por tener agujereada la parte de arriba, más vale tener de cara.

Gracias a ese amigo que no olvido y a su interés por la cartomancia, comprendí que debía ir a la playa y adentrarme confiado hacia lo más profundo; pues, un aciago día que me sentía perdido, él me echó las cartas y, en escasos minutos, dejó bien claro dónde estaba mi destino.

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