Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
4
horas
0
2
minutos
2
6
Segundos
2
9
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

67. Ticket to London

Pisar podio iba a costarle caro. En la salida no había contacto visual y las suprarrenales secretaban adrenalina como surtidores de REPSOL. ¡Pum! Un maremágnum de ciclópeos gemelos patearon el tartán como si fueran a pillar sitio en una conferencia de Stephen Hawking: ¡Toño!, lo que faltaba (¿…?). El primer trescientos lo corrió tras los clavos de marroquíes y keniatas. Mantuvo la zancada y el segundo paso por meta lo hizo en cuarto lugar. Aumentó el ritmo pero recibió un codazo (¡ouch!) que le impidió colocarse en tercera posición: ¡Toño, cálmate ya, que me tiras de la cama! (¿Qué…?). Sonó la campana y aprovechó el tirón para hacerse con el segundo puesto. Lo peleó a muerte y al enfilar el último doscientos recibió un empellón que lo lanzó al suelo (¡cataplof!) como un fardo: ¡Ahora no, Toño, joder, que ya compré los pasajes! Ma, ¿qué le pasa a pa? Nada, Pacita, una – taque – pilético. ¿Nada?, pero si está convulsionando: ¿se va a morir? Qué va, Pacita, ni de coña, para eso trabajo en una clínica. Pero de conserje, ma, de conserje. Da igual: lo empastillamos con Depakine y de aquí, Paz, tiramos pa´ Londres como Gloria que me llamo.

66. Calor humano

Era una tarde fría, tal vez más de lo acostumbrado, pero ahí estaban los corredores afrontando el trazado de la prueba. Y en la línea de llegada, con su manta térmica, estaba el atento auxiliar.

De pronto, al fondo la vio, delgada y sutil, con elegantes zancadas, y hacia ella se fue con la manta extendida como para recibirla y envolverla.

El calor que sintió la atleta envuelta en la manta la reconfortó, pero aún más el inusual abrazo del socorrista, que la rodeó por completo estrechándola contra sí.

La imagen fue portada en la prensa local.

65. El sabor de las hogazas

Cuando saltaba los charcos, Mario observaba su reflejo distorsionado sobre el agua, la amplitud de sus piernas fibrosas rodeadas por un cielo de nubes. Los días de lluvia, al salir del colegio, el camino del bosque se convertía en una pista de obstáculos y entonces corría, saltaba y corría sin manchar demasiado sus zapatos gastados para que no le regañara madre. Los árboles le alentaban desde la vereda con un rumor húmedo hasta el umbral de la casa. Luego era el beso en la frente, la hogaza de pan preñada de matanza, la chimenea y sus fuegos de artificio.

Mientras escuchaba el himno en su honor, Mario pensó en el tiempo, en cómo salta y observa su reflejo distorsionado sobre la memoria; el tiempo, que siempre le ganaba porque corría más rápido, un poco más rápido que sus zapatos gastados, que el rumor de los árboles y el crepitar del fuego; el orgulloso tiempo, que nunca subía al podio a recoger sus medallas porque no tienen el sabor de las hogazas; el tiempo, que sabía cómo ganarle, pero no cómo vencerle, porque aún seguía corriendo, en días de lluvia, por el camino del bosque.

64. En el bosque de Sherwood… (Marta Trutxuelo)

Bosque de Sherwood. El astro rey dibuja una circunferencia cegadora en el lienzo azul del cielo en aquella diáfana tarde estival. Otras cuatro circunferencias de cuatro círculos concéntricos cada una se distribuyen de forma lineal. Cuatro árboles, cuatro ojos observando desde las cortezas pintadas, cuatro dianas blancas retando a los arqueros, que se colocan paralelamente frente a ellos. El sheriff de Nottingham toma la mano de lady Marian, que rechaza el gesto y dirige una mirada suplicatoria hacia el último de los participantes. Una capucha esconde su rostro, pero su brazo libera una flecha del carcaj. Toma el arco con su otra extremidad y estira la cuerda con la flecha dibujando una horizontal perfecta. Continúa la tensa danza vigilada por su mirada experta, que acepta el reto del iris coloreado del tronco y lanza su réplica liberando la flecha, que emprende un vuelo veloz. El silencio se rompe con un silbido que rasga el aire y que muere con un golpe lacerante. Diana. El graderío estalla en salvas y aplausos. El sheriff de Nottingham condecora al ganador. Lady Marian ofrece un ramo de flores a Robin Hood. Prueba de tiro con arco (exhibición). Olimpiadas de Londres 2012. Bosque de Sherwood.

63. Campeones agroecológicos (María Rojas)

Marcial Terrero es campeón olímpico en la preservación de semillas. Las produce, recolecta y, con esmero, selecciona las mejores.
Lola, la Genésica, su compañera de faena, conocedora de la importancia de este deporte, tan viejo como la vida misma, las fecunda y, para beneficiar el espíritu olímpico, las propaga por los cinco continentes.

62. REGRESIÓN (Yolanda Nava)

Del pecho derecho de mi madre pasé al izquierdo sin ayuda. Me salté el inútil gateo y coroné el fondo del pasillo dejando en mi haber tan sólo un par de chichones. Más adelante, poseer una bicicleta, facilitó otro de mis retos: subir la pendiente que llevaba a la plaza y mezclarme con los mayores y sus impresionantes bicis sin ruedines.

Crecí. Conquistar el tacto del pelo de Mariana no fue fácil. Esta vez el obstáculo medía diez centímetros más que yo y lucía potentes bíceps. A falta de otros, eché mano de mis recursos literarios. Por fortuna, la pasión por las letras de Mariana superaba su atracción hacia los cuerpos fornidos.

Pero la carrera no había terminado. Me hice adulto y aparecieron metas que pusieron otros. Las fui sorteando y logré un puesto directivo en una multinacional importante, me casé con una mujer enamorada (de mi billetera) y ahora, ya retirado, confinado en una lujosa atalaya con vistas al infinito, cierro los ojos y corro: en pos del aroma del pelo de Mariana, del bullicio de la plaza del pueblo, del calor del pecho materno.

Y aunque tengo experiencia y me las sé todas, no avanzo en mi retroceso.

61. REBAJANDO MARCAS (Rafa Olivares)

Por fin, el gran día ha llegado. Durante meses he preparado a conciencia la carrera más importante de la temporada. Seleccioné el calzado con mejores prestaciones en esa oscura y brillante pista. Estudié minuciosamente el recorrido planificando ritmos y tiempos de paso. Entrené en idénticas condiciones de altura, luz, temperatura y humedad a las del circuito de la prueba. Ahora, situada en mi puesto de salida –¿o es de entrada?–, percibo en mis rivales el hedor del miedo al fracaso rebozado en ansiedad. A la señal esperada, irrumpimos todas en veloz estampida. Utilizo mis codos para ganar posiciones. Al paso del primer obstáculo varias contrincantes caen trabadas. Después, agarro el antebrazo de la corredora que me precede y me impulso rebasándola. Ya solo delante, con un cuerpo de ventaja, la joven de piel tostada y zancada de gacela. Entonces echo mano –pie sería más apropiado– del recurso que tenía en reserva; le piso el talón y aquella se trastabilla y alfombra el suelo. El triunfo es mío. Tras los trámites de rigor, abandono el escenario del éxito luciendo orgullosa, en el cuello, el abalorio que evidencia mi victoria. Una buena marca de 24,99. Ayer me habría costado 119,99 euros.

60. Cien metros. Una vida

Recuerdas…

La meta. Salir de este lugar. De estos anclajes. Correr libre sin mochilas. Sin cargas. Sin historias de vida frustradas.

… cómo llegaste al centro.

Sin aliento. Enfadado. Triste. Rabioso. Ansioso. Con necesidad de huir. De arrancar. De regresar al lugar de dónde venía para seguir creyendo en la mentira. Y escapar de la verdad.

Recuerdas  qué aprendiste.

A cuidarme. A quererme. A valorar el esfuerzo. A controlar la furia. A medir mis momentos de dolor con los de alegría. A valorar las confidencias. A sentir la vida. A no juzgarla.

Recuerdas cuando empezaste a…

A leer entre líneas. A no ser tan literal. A no esperar de los demás. A escribir mi vida. A correr. A jugar. A indagar por aquello que deseo conocer. A no hacer lo que otros me digan. A diferenciar mi coraza de mi corazón.

Y ahora qué.

Veo la meta. El final acelerado de todo este proceso. Veo más allá de una recta, de unos carriles, de unos números. Veo más allá de unos jueces. Veo mis posibilidades y mis miedos. Veo, por fin, una posible vida. Mi vida

¡Ves a por ella! ¡No te lo pienses más! ¡Corre! ¡Cuídala y te cuidará!

59. Olimpiavidas (Blanca Oteiza)

5 de agosto, me preparo para las olimpiadas. Me levanto con los cantos de los pájaros y los cohetes anunciando las dianas, toca escuchar misa en honor de la patrona, hoy es el día grande de las fiestas de la ciudad. Tras la eucaristía marcho corriendo a desayunar con los amigos que me esperan en un bar cercano. Con el sabor del chocolate en la garganta salgo veloz a la ofrenda floral en la catedral con mis nietos ataviados con su traje típico. Tras unos vinos y los bailes de gigantes y cabezudos, nos sentamos a la mesa. No hay tiempo para la siesta, la corrida espera sobre la arena. Unas cervezas vespertinas y los bailables en el kiosco de la plaza. La cena de bocadillo en la terraza de un vecino.
Con los fuegos artificiales adornando el cielo y la música de verbena de fondo decido irme a casa esquivando una carrera de obstáculos. Ya en la cama me doy cuenta que han comenzado las olimpiadas y no he podido disfrutar ni un minuto de ellas frente al televisor, aunque pensándolo bien, no he parado de correr la maratón mientras juego un día más al deporte de la vida.

58. INSTINTO DEPORTIVO (GINETTE GILART)

Siempre con un balón entre los pies, pasaba horas chutando contra una pared. Siendo un niño enfermizo de constitución delicada, a menudo tenía que recogerse pronto y antes de las seis de la tarde estaba en su cama escuchando el jolgorio de los demás críos que jugaban en la calle; en esos instantes de soledad, rodeado de libros sobre la vida de grandes futbolistas, soñaba poder llegar a jugar algún día en el equipo de su pueblo, su mayor ilusión. Gracias a los cuidados maternos y a las inyecciones de Don Mariano, el practicante, su salud fue mejorando. Cuando consiguió pertenecer al club regional de primera división y debutar con veinte años frente al FC Barcelona, sintió que su sueño se había realizado y sus expectativas más que cumplidas. Al pisar, por primera vez, el césped del Camp Nou, ver a los miles de espectadores y oír su clamor, pensó que había llegado a lo más alto, que nunca más viviría un momento tan intenso.
No imaginaba que unos años más tarde, en el mismo escenario, ya con la selección española, disputaría el partido ganador de los Juegos Olímpicos, de los mejores de la historia del deporte.

57. EL HOMBRE PEZ (Homenaje a Eric Moussambani)

Le contaron cosas extraordinarias de héroes guineanos, coleccionaba postales y cromos de las olimpiadas, soñó que algún día sería campeón.

Le gustaba correr por la selva, saltar obstáculos y trepar. Sin embargo, le asustaba el agua, creía que un dios malvado dormía en el lecho del río al acecho de los nadadores.

Un día llegaron unos hombres  a su aldea, hablaron de las olimpiadas Sidney 2000. Pensó que podría ser su momento de gloria. En las pruebas las cosas no salieron  bien y no le seleccionaron para correr. Entonces, temerario, propuso participar en natación, no había nadadores en su país. Fue aceptado y, aunque no sabía nadar, marchó para tierras australianas.

Llegó el día del debut, solo se había preparado en una pequeña piscina de hotel. La casualidad hizo que no tuviera en la previa ningún rival, habían sido descalificados. Se tiró al agua pensando en el malvado dios acuático. El trayecto era interminable,  le faltaba el aire, sintió la mano del dios tirando de él, pero la multitud le gritaba. Entonces notó que le salían aletas y nadó, nadó en pos de la victoria. Al llegar exhausto subió al podio invisible de los héroes anónimos. Había nacido una leyenda.

56. JJOO del hambre: 100 metros lisos (Luisa Hurtado González)

Aprovechando un descuido de los agentes, el caco, un gitanillo fibroso muy profesional y competitivo, inició la carrera hacia la puerta de la comisaría que estaba a unos cien metros.

Si bien no tuvo un buen arranque, ya que no disponía del mejor calzado y tuvo que esquivar un par de sillas antes de poder encarar el pasillo ancho y recto, pronto pareció encontrar el mejor ritmo para conseguir su propósito. Sabía la carrera que tenía que ejecutar, la tenía desde hacía tiempo en mente, y se limitó a hacerla realidad con zancadas amplias y seguras, controlando tanto la respiración como todos y cada uno de sus movimientos.

Un par de segundos más tarde, sus oponentes se dieron cuenta de que la carrera se había iniciado pero, como no había nadie para declarar nula la salida, se vieron obligados a seguirle.

Los policías, con un nivel de forma sustancialmente peor, declararon después que había sido una carrera en la que no se habían sentido cómodos y que el caco había alcanzado la calle en poco más o menos diez segundos.

Nuestras publicaciones