Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

98. Canto de sirenas (E. Cuesta)

Despertó sobresaltado por el tañer arrebato del bronce. Mientras sus piernas volaban colina abajo hacia el puerto, los chapoteos desesperados y el grito atroz de las gargantas clamando ayuda lo golpearon con la misma fuerza que el viento de poniente. Y su pensamiento huyó, sin saber porqué, hasta la primera vez que sintió el impacto de una mano en su cara: «sirena», había respondido al maestro cuando le preguntó qué quería ser de mayor. Después llegaron las burlas del pueblo y los bastonazos del padre cada vez que abandonaba las tareas por contemplar ensimismado el mar. Y el anhelo creció y creció como las olas en un tsunami, pero íntimo y secreto. «Sirena», se imaginaba, para arrastrarlos a todos al fondo del océano.
El alba lo encontró exhausto en la playa. Junto a él, pocos cuerpos pudieron levantarse. La mayoría, casi un centenar, yacía sin vida; seducidos por la melodía y escupidos de nuevo a tierra. Entonces, vomitó sus sueños mezclados con el agua salada.

97. Del mar, la vida

Vendrá del mar, tendrá el sabor de la sal y la piel del agua. Su corazón latirá con el ritmo de las olas y como las mareas, unas veces, te arropará y te sentirás acompañada, y otras, se retirará despacio para que disfrutes de tu soledad. Vendrá del mar, con el sol tatuado en el cuerpo y con el tacto de las algas en el alma. Contará historias de marinos y de otras costas, de peces y de otros fondos. Vendrá del mar, te soplará la brisa marina que guardan sus pulmones y te cubrirá con el agua que guarda su sexo. Engendraréis charcas, lagunas y mares… La única certeza, Sara, es que vendrá del mar.

Así decía la carta que me dejó mi querida abuela siendo yo muy niña. De niña fue íntima compañía, de adolescente dulce promesa, de adulta un bello cuento y hoy, sesenta años después, maravillosa realidad.

96. CAMPANADAS A MUERTO

         Desde nuestro barco y en la distancia era de gran belleza, brillante, reflejaba multitud de colores, era un verdadero arco iris recostado sobre el horizonte, moviéndose en armonía con las olas.

         Poco a poco conforme nos acercábamos, nos llamó la atención la presencia de peces muertos y su belleza ya no era tal; además estaba aquel olor, cada vez más fétido, que penetraba en nuestras fosas nasales.

         Su resplandeciente colorido cambió por un sonido seco al golpear las olas con aquella masa, era como si sonasen campanadas a muerto por las almas de los seres marinos ahogados por la falta de oxigeno al verse atrapados bajo aquel manto de inmundicia y horror.

         Habíamos llegado a nuestro destino, y por mucho que lo imaginásemos nunca creeríamos que aquello sería así. Iba a ser muy difícil nuestra lucha contra ese mar de plástico que navega sobre nuestros océanos y que está acabando con su vida y al mismo tiempo con la nuestra.

95. INMERSIÓN

 

Se alegraba tanto de ver a su abuela que casi la echa al agua, desequilibrándola en aquel estrecho pantalán. Intercambiaron una mueca y subieron al barco por el acceso de popa.

La adulterada  mirada de su madre, vestida completamente de blanco, les esperaba recostada a bordo, abrazada a su padre. Su tía Marta, oculta tras unas gafas negras, le acarició con las manos las mejillas y le besó.

Parecía imposible verlos de nuevo a todos juntos en aquella rejuvenecida cubierta, vestidos rigurosamente de blanco por imposición de su padre, para realizar otra escapada familiar.

La gorra de patrón, situada por primera vez en la cabeza de su hermano, tomó su liviano equipaje y gritó: -¡Ya estamos todos! ¡Zarpemos!-

La salada brisa les acompañada en armonía con el inestable oleaje atlántico, con un rumbo que les alejaba paulatinamente del brillo de las doradas marismas.

Sobrepasadas algunas millas, su hermano señaló el lugar perfecto para la inmersión.

Su madre se acercó a la proa y esparció a su marido, dando una pincelada de gris al turquesa de aquel océano. Al mismo tiempo, el repetitivo kiik-kiik de la cigüeñuelas daba ritmo a una desconsolada oración.

94. El emisario

Las ramas de olivo, baldías y cansadas, vuelven a intentarlo de nuevo. Se divulgarán en absoluta soledad por los cuatro vientos y surcarán los cinco océanos de la Tierra. Están preparadas para una larga travesía sin dimensión. Abrazadas a la fina tela de las barbas corneas de las ballenas azules, como si fueran las velas de un barco, se agitan al compás del latido del músculo cardiaco. Desde la proa, una cabeza ancha y plana dirige su rumbo y con fuerza las aletas triangulares reman sin cesar. Tras una brusca sacudida salen expulsadas por el orificio nasal con el aire y vuelan como flechas de plata hasta alcanzar, desde los polos al ecuador, los más delirantes destinos en los que la violencia y la guerra las ignoran. Quieren encontrar de nuevo su sentido. Y todas ellas nos unirán algún día como la nervadura de un inmenso cetáceo.

93. El lamento de los ahogados

Después de un naufragio, las viudas de los marineros acuden descalzas a la playa para cumplir la penitencia. El mar las acoge con su tristeza, como si quisiera pedirles perdón, mientras va enredando las algas entre sus dedos. Las olas también se aferran a sus pies desnudos y juntas tiran de las mujeres, animándolas a escuchar los recuerdos que susurraron los hombres con el último aliento de sus pulmones. Ellas se dejan arrastrar por la sal de sus lágrimas, y las que tienen suerte, o la perseverancia de la fe, consiguen desatar del agua, envueltos en una burbuja, los besos, las caricias y las promesas de amor eterno que nunca más recibirán.

Cuando regresan a sus hogares, el mar, al retirarse, imprime su huella húmeda en la arena, y recupera el silencio frío de los días despejados que ellas habían roto con su llanto, aunque sabe que algunas no van a renunciar al lamento de los ahogados. Él las espera paciente, acunándose seductor entre la orilla y el horizonte, y no olvidará ofrecer cada tarde las olas que darán cobijo a sus cuerpos sin consuelo.

92. Amor de madre (Santiago Eximeno)

¡Qué feliz vemos a Dulce cuando entra en el mar!

Sonríe desde que la bajamos de su silla de ruedas y no deja de hacerlo mientas la llevamos en brazos por la arena. Después, cuando sus piernas, finas como palillos, entran en contacto con el agua salada, grita de emoción.

¡Qué alegría verla nadar!

Se sumerge bajo el agua y aparece de nuevo entre risas y espuma. Y salta y se hunde y vuelve a saltar, y después nos saluda con un movimiento de su cola.

Pero termina la tarde y debemos volver a casa, así que mamá nos ayuda con la red y la atrapamos y la arrastramos por la arena, de vuelta a su silla de ruedas. Dulce llora y grita y nos amenaza, y creo que si pudiera nos daría patadas con sus pequeñas piernas, pero mamá la abraza y la consuela y le susurra cosas bonitas.

Yo siempre digo que eso sí es amor de madre.

91. ¡Mirad!

Ni si quiera los gritos de << ¡Tierra! ¡Tierra!>> de mis compañeros me distraen de mis cuentas matutinas: <<…ochenta y cuatro del génesis del horror, día ciento treinta  y siete de la muerte de mi padre, día noventa y dos de la muerte de mi madre, día cincuenta y tres de la última vez que vi a mi hermano…, día veintiséis del inicio de este viaje>>. Terminados los rezos, levanto los párpados; todo un océano ante los ojos, una única esperanza a la vista.

90. Cosas que ver por la ventanilla de un tren (Arantza Portabales Santomé)

La mujer se parece a ti. La niña también. Habla por el móvil mientras la niña salta a la pata coja intentando no pisar las líneas asimétricas que dibuja el pavimento. Cuando ya estaba seguro de que ella no eras tú, me he dado cuenta de que tiene tu lunar bajo el ojo derecho. Luego ha gritado dirigiéndose hacia Paula, que no es Paula, pero que tiene los ojos de Paula, sus coletas y su sudadera rosa. No sois ellas. Todas las niñas del mundo tienen una sudadera de ese color y una madre que les grita que no se acerquen al borde del andén. No sois ellas. Solo es un lunar. Y Paula ya tendría veintitrés. Seguro que no llevaría coletas, sino dos piercings, como la pelirroja del asiento de al lado que escucha música en el móvil mientras golpea rítmicamente el reposabrazos con un boli BIC.
Pego mi cara al cristal, absorto en la mujer que no eres tú y en la niña que no es Paula. Hasta que el tren inicia su traqueteo y el lunar, las coletas y el andén se difuminan.
Desaparecen. Desaparecéis.
Como gotas de lluvia que se depositan sobre la superficie del océano.

(RELATO FUERA DE CONCURSO)

89. La leyenda del capitán

Atravesé la puerta de la taberna en el momento en que los dedos del pianista comenzaban a acariciar las teclas del decrépito piano. El humo y la falta de luz difuminaban los rostros y en el aire se palpaba un rancio aroma, mezcla de sueños rotos e ilusiones perdidas. Cuando ella comenzó a cantar los murmullos se apagaron, mientras el dulce arrullo que surgía de su garganta iba haciendo brotar lágrimas en los ojos de aquellos encallecidos marineros. Su voz aunaba viento, olas y salitre. Cruzamos las miradas y sonrió al reconocerme. En aquellos maravillosos ojos azul cobalto volví a ver la profundidad del océano al que nos había arrastrado junto con sus compañeras, cuando mi tripulación enloqueció con sus cantos. Mis hombres penan hace siglos sus culpas en el infierno, pero para mí el diablo eligió una tortura mayor, dejarme vagar eternamente tras sus pasos buscando venganza. El piano enmudeció al fin, y ella se retiró dirigiéndome una última sonrisa triunfal que me hizo estremecer. Como tantas noches solté el cuchillo que aferraba en el bolsillo de mi gabán, y volví a suplicar al diablo que, en lugar del alma, me arranque de una vez este maldito corazón enamorado.

 

 

88. OFRENDA (Cristina Requejo)

El mar es una ballena que se lo traga todo.

Su oleaje, la ciclotimia de sus mareas, la sal que irrita los ojos, el hombre que, desde una roca apartada, observa a una niña, mientras con  una mano, juega dentro de su ceñido bañador, ajeno al vaivén de las gaviotas. El mar es dolor.  Lo sueño  como una inmensa vasija de semen capaz de  preñar a esa ballena que se lo traga todo.

Conocí a un hombre que estaba sentado en una  roca, vertiendo sus fluidos en el agua. Quiso volar conmigo una cometa. Jugamos hasta que esta se desprendió del hilo,  y entonces él se entretuvo  con mi pelo.

Pasado un tiempo dibujé aquella tarde de juegos en un papel y la pinté por encima con acuarela blanca, para que permaneciera oculta.

El mar sigue doliendo.

Hoy, deseando que lo devore, he ofrecido mi dibujo a la ballena.

Dicen que el mar nunca devuelve nada, pero tal vez con mi inocencia, decida hacer una excepción.

87. PIÉLAGO (María Jesús Briones)

Había nacido en uno de los pedacitos de tierra que salpican el Océano llamado Mundo.
El destino lo hizo hombre, le llamó Tristán y la fatalidad le privó de piernas.
En la playa tomaba baños de noche al borde del agua, jugueteando con un tridente y su caracola preferida.

De la madreperla surgían acordes cuya sonoridad llegaba hasta el «Palacio Submarino». Allí preparaban los esponsales
de Nereida con Tibúr, príncipe marino, temido por su ejército dental de destrucción masiva.

La novia, aterrada por la voracidad de Tibúr, rechazaba, una tras otra, las colas nupciales incrustradas de corales y brillantes gambas transparentes. Emitía gemidos tan graves que arrastraron a Tristán a las profundidades.

Tibur custodiaba la entrada formando un muro con su aleta impenetrable. Al percatarse de la presencia del intruso, buscó sus extremidades y, al no advertirlas se revolvió hacia el tronco, sintiendo el peso del arpón, que Tristán alzó como un trofeo a los ojos de ella.

Nereida, emocionada, dio masajes y caricias a los muñones de él. Una larga cola crecía y crecía, hasta convertirlo en el tritón de sus sueños.

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