Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

55. LA GRAN CARRERA

Sonaba el despertador a las siete de la mañana, corría los cincuenta metros lisos que la separaban de la ducha para ser la primera, una vez conseguida esa meta, la siguiente era igual de importante, superar la carrera de obstáculos que suponían coger el autobús a tiempo para llegar a la oficina y por el camino deshacerse de los pelmas que le dirigían frases soeces a causa de su falda demasiado corta o su pronunciado escote.

La competición continuaba en el trabajo, con la participación en los relevos cuatro por cuatro entre sus compañeros para ver quien se llevaba el beneplácito del jefe, al tiempo que otros desde sus puestos de observación les jaleaban: coge ese impreso , entrégaselo a él ,tú al otro y ese al de mas allá.

A la hora de comer el salto de longitud entre las mesas era algo habitual. El final del certamen llegaba cuando la sirena marcaba las siete de la tarde y ella emprendía la marcha lenta hacia su casa.

Al entrar un maratón de cosas que tenía que hacer le estaba esperando.

54. El gran teatro (Pablo Núñez)

Desde un montículo, dando patadas a una pelota de trapo, Zozinho escucha las voces que el aire le trae desde el gran estadio. Himnos que nunca ha escuchado se suceden y, en el horizonte, vislumbra cientos de banderas que casi se rozan, colgadas de sus mástiles, para simbolizar que el mundo, por unos días, ha borrado sus barreras.

Su hermana y su madre están tejiendo sábanas blancas con cinco aros de colores para que las lleve al mercadillo con su padre y las venda, siempre que puedan burlar la férrea vigilancia policial que les prohíbe salir de su favela. No entiende que en estos días el mundo aparente no tener fronteras y él no pueda salir a pasear por el centro de su ciudad.

Al meter en sacos las sábanas tejidas, pregunta a su madre por el significado de los aros enlazados. Ella le explica que representan cada uno de los continentes que Dios regaló a los hombres. Zozinho los mira y le pide que le señale cuál es el que le dio a ellos. Rozilda le acaricia la cabeza, le mira a los ojos y, con la voz entrecortada, le susurra: «Ninguno, hijo mío. Dios se olvidó de nosotros».

52. CAMPEÓN

El fuerte viento barría la desvencijada pista de atletismo.
Asió la jabalina con la mano izquierda. Con 12 años, era su pasión.
La silla de ruedas de madera crujió con el esfuerzo de colocarse en posición. Había sido construida y arreglada, una y mil veces, por muchas manos diferentes, intentando que fuera un instrumento medianamente útil.
Cerró los ojos: las inexistentes gradas se llenaron de miles de personas que lo miraban con expectación. Por un momento le invadió la sensación de ser un atleta griego a punto de pasar a la historia.
Todos le observaban: la reventada pista de tartán, donde nadie había corrido desde hacía muchos años, el inexistente césped central en el que afloraban cactus y hierbas puntiagudas, el infinito horizonte, la nada … y su madre. Erguida, emocionada como siempre, plena de infinito amor.
Nació sin piernas y sin brazo derecho. Dijeron que por culpa de los fertilizantes.
Lanzó la jabalina con toda su fuerza.
Se clavó en la tierra.
Su madre, rápidamente, midió la distancia: 1,57mts.
– Hijo, eres maravilloso. Has batido tu récord.
– Mamá, ¿participaré en las Olimpiadas algún día?
– Sí, hijo, contestó, mientras una diminuta lágrima de orgullo resbalaba por su mejilla.

51. LA PASIÓN DE JULIETTA

Huyendo de un perro que le doblaba el tamaño, Julietta enganchó una vara larga y fina que el jardinero había dejado junto a otros restos orgánicos y se impulsó, atravesando como una exhalación la tapia del patio, dándose de bruces contra el césped.
Las cortes sangrantes de su nariz alertaron a su madre, pero el cerebro de Julietta emanaba tal cascada de endorfinas, que las heridas cerraron de inmediato.
Astuta, Julietta escondió de inmediato la vara para, más tarde, examinarla minuciosamente. Era fuerte como el acero pero flexible como un junco. La naturaleza había puesto a su alcance un objeto mágico con el que pasaba horas practicando saltos imposibles, cuando sus padres no estaban.
Un día, la confianza, enemiga de la prudencia, puso fin al secreto.
La madre gritó escandalosamente, haciendo perder la magia a la pértiga y el equilibrio a Julietta que salió despedida, de forma nada elegante, por encima del arco de rosas.
¡Tienes que hacer algo con esta niña, Cosme! Lloriqueó la mujer, y él, resolutivo, lo hizo.
En el pódium mientras el himno solemne imponía silencio entre el público, Julietta, en lugar de morder la medalla de oro, se rascaba, sonriente, las cicatrices de la nariz.

49. Samba (María José Escudero)

Olía mal y un zumbido de mosquitos invisibles nos perseguía a lo largo de aquella vía estrecha y caótica. Sofocados, sorteamos cables eléctricos  y mercadillos callejeros hasta llegar al parque Columbia. El funcionario Oliveira  se adelantó,  y pronto nos reclamó con un silbido: en el suelo, sobre la tierra aplanada, el joven atleta  español de piernas hercúleas se removía sudoroso y regresaba poco a poco de su delirio.

La había conocido en la ceremonia  de Clausura de los Juegos y todo desapareció a su alrededor, nos contó  más tarde en el salón del Gran Consulado. Mientras sonaban himnos de fondo, él, arrojado, se lanzó a bailar “el samba” con aquella azafata mestiza asignada a su delegación. Pero el laureado incauto ignoraba que la muchacha solía jugar con otras reglas y estaba decidida a robarle su espíritu protector en cuanto la ocasión lo propiciase. Por eso le sonreía con aquella insinuante insistencia. Luego, tras el ritmo frenético y sensual, tras los acordes vibrantes, lo abandonó resacoso a los pies de la favela.

—Tranquilos—nos dijo apesadumbrado. Aún conservo el oro Olímpico. Ella sólo  quería el escapulario de la   Virgen  que me ató mi abuela al cuello antes de venir a Río.

48. AL AZAR (PURIFICACIÓN RODRÍGUEZ)

Eligió aquella forma de matar porque ya tenía el arma en casa y así no dejaría pistas.

Sacó de la funda de fieltro el viejo florete con el que había sido campeón de esgrima su abuelo, se disfrazó de ridículo ninja y salió a la calle.

En el parque de enfrente, atravesó certeramente el corazón del primer desconocido con el que se cruzó al azar. Al contemplarlo muerto en el suelo, sonrió y se felicitó a sí mismo por el magnífico resultado de las prácticas que había realizado con aquél muñeco de trapo del desván.

A punto de amanecer, y ya en traje de calle, entró en su casa para darse una ducha e irse al trabajo.

La policía encontraría un florete oxidado, unos guantes baratos y un estúpido disfraz junto al cadáver de un famoso broker de la City, muy aficionado al footing.

47. Madrid 2016

La mirada concentrada en algo lejano que a los demás se nos escapa. Respira hondo. Dispone los brazos en cruz, las palmas de las manos hacia abajo. Afianza los talones. Hincha de nuevo el pecho y salta. Las piernas rectas y juntas, las plantas de los pies arqueadas como las de los bailarines de ballet. En su caída, flexiona el vientre, adelanta el torso hasta conseguir agarrarse las rodillas. Gira sobre sí mismo. Una vuelta y otra más. Un salto perfectamente ejecutado y que provoca el murmullo admirado del público, al cual sigue una entregada ovación.

Alguien interrumpe nuestra deliberación. Tampoco esta vez vamos a tener ocasión de puntuar. A este ritmo resulta complicado. Reclama la atención del jurado el siguiente saltador, el que hace dieciséis, cuya silueta suicida se perfila ya en la azotea.

46. «LA VOZ SORIANA»: NUEVOS TESTIMONIOS REABREN EL CASO DE LA ATRACADORA DISFRAZADA DE SUPERGIRL. (Petra Acero)

Llevábamos la frutería mi Manoli y yo. Ahora la atiende mi chico, el mayor, el que estudió en Escolapios (que para lo que le ha servido). El chaval del Cacho, ¡ese sí que ha llegao lejos!…

Le cuento: cada mañana, la “matajari vegetariana”, como la bautizó mi Manoli (mi Manoli era mucha Manoli), entraba en la frutería, sacaba su libreta, echaba una ojeada fuera y, sonriendo, apuntaba algo. Luego, con desgana, iba de barquilla en barquilla agarrando paraguayas, melocotones, nísperos o un puñao de cerezas. ¡Vamos!, que se notaba que la muchacha distinguía la fruta de temporada (mucho pantaloncico ajustao y mucha hostia, pero esa pájara era de campo como yo)…

Cuando atracaron la Caja Rural, el Fermín corría en Barcelona. Lo vimos en la pantalla gigante que la federación había plantao en la plaza mayor (y que, pasadas las olimpiadas, recolectó a escape). Al ganar la medalla de oro, el pueblo se desbarató en vocerío y jarana. Pero, la Manoli, como siempre, abrió la frutería. Solo entró la “matajari”: se atusó, miró su reloj, echó un vistazo fuera y salió sin comprar. De su mochila, a reventar, asomaba un trapo colorao…
Como dijo mi Manoli: ¡aquello sería la capa!

45. El secreto del éxito.

Cuatro años preparando la cita. Habían soñado juntos con estar en unos juegos olímpicos. Era la final de los cien braza,  y justo antes de virar, por calle cinco, se encontraba Pedro en cabeza. El trabajo del último año parecía haber dado sus frutos, récord nacional y mejor marca europea eran las credenciales.  José había pasado toda la noche sin dormir, recordando una y otra vez el día que la federación le hizo la oferta de trabajar como psicólogo con varios nadadores promesa. Aunque solo uno había llegado a Río y con ello la oportunidad de estar en el cuerpo técnico.  A falta de veinticinco metros Pedro seguía liderando la prueba. En la grada las lágrimas de José comenzaban a emanar amargamente, sus deseos disonantes detonaban ideales y valores.  Los nadadores de la calle dos, cuatro y siete se acercaron a Pedro y con ello  albergaban una luz de salvación que se desvaneció , entre  cortinas de agua  envenenada, en la última brazada.  Una confidencia,  hacía doce horas, revestida de testosterona, anabolizantes, esteroides y vitamina B 12, camuflada por Furosemide, les había hipotecado la vida y con ello la medalla de oro que acababan de conseguir.

44. ENTRENAMIENTO OLÍMPICO (Fuera de concurso)

Escondido de su padre, al que temía, traía locas a las sirvientas de su madre. Cuando esta podía escapar de la vigilancia de su esposo y visitar al niño, las jóvenes cuidadoras se quejaban de su comportamiento y de sus correrías por la isla: que si se les iban los días buscándolo entre las nieblas de la montaña, desde donde las llamaba entre risas; que si arramblaba la casa embistiendo como un toro, volando como un águila o aleteando como un cisne; que si una tarde de tormenta había bajado del monte chorreando, recortado al sol poniente como una lluvia de oro; que si la propia Amaltea, la nodriza, había tenido que darle una buena zurra por perseguir a la bella Glauca como un sátiro… Su madre escuchaba las quejas con una sonrisa de complacencia, convencida de que había de llegar el día en que su hijo Zeus dejase estos juegos para derrocar a Crono e inaugurar una nueva era.

43. Jabalina

Desde hace varios meses me fascina que mi amiga Julia me cuente anécdotas de la Grecia Clásica, como la de aquel gran atleta Milón de Crotona, que lanzó una jabalina que nadie vio caer y que, supuestamente, permanecía todavía suspendida en el aire. Yo aún me río de ella, del frenesí para relatar sus historias.

De las primeras chanzas pasé a interrogarme si podría contemplar la jabalina, sopesaba la idea de que se clavara en alguien o en mí mismo. Entre nubes, intuí verla en uno de mis paseos dominicales. Comencé a soñar con ella, a presentirla clavada en mi abdomen, y a mal dormir obsesionado por aquella pesadilla definitiva. Vigilaba el cielo por la calle, me protegía en portales y cornisas, cruzaba los pasos de cebra como basilisco, descartaba los días tumbado en la playa. Ya no salía al balcón, ya ignoraba las noches estrelladas.

Asustado por cualquier brisa repentina, vivo en la tesitura de no descubrirme, de no dejarme sorprender por la intemperie, atrapado por una ficción y por ese amor imposible, afilado y enajenado, con el que Julia me ensueña.

42. EL DURO MARATÓN DE LA VIDA

La mayor parte de las veces cuando se despertaba le venía a la boca una frase: «Quiero morirme». Luego trataba de borrarla pues no quería que se mantuviese en su cerebro ni unos minutos.

Temía dejarse arrastrar hacia la actitud más fácil, la de dejarse ir, empujada por la inercia como en una maratón. No quería que, inmersa en esa fatalidad, por ese pensamiento nefasto, se dejara caer en la tristeza más absoluta.

Aunque no eran demasiados los instantes positivos, pues carecía de la ilusión que le hiciera levantarse cada día, como en la prueba reina de los Juegos Olímpicos, se había planteado encontrar el tesón necesario para hallar una ilusión que le devolviera el gusto por la vida.

Y como cada vez era más difícil, se impuso vivir por obligación, levantarse como los atletas caídos a pocos pasos de la meta. Así pretendía demostrarle a la vida y a sus hijos: inmaduros, frágiles, perdidos y necesitados de una figura que les guiara en el discurrir de la vida, que podía lograrlo.

Mientras, se aferraba al carné de conducir o a los escasos relatos, que con desgana escribía, sabiendo que con su ilusión además se había evaporado su imaginación.

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