Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

41. ¿Tú qué crees?

El agua era tan cálida que supo inmediatamente que no era el Glacial Ártico ni tan siquiera la zona más caribeña del Atlántico.

Había llegado a él como quien dice por obligación, puesto que tras despertar aturdido, como de una mala siesta, se encontró al principio de un camino con un letrero que tan solo indicaba “Al Océano”.

Llegado a su orilla, el buen hombre que parecía el guardián de ese lago infinito, tras comentarle que a él le habían llamado de muchas maneras sin que eso mutara su esencia, le invitó a desnudarme antes del baño en el que encontraría respuestas.

Dicho está que así lo hizo y, mientras lo hacía, las preguntas se fueron diluyendo dando paso a un flotar placentero que colocaba cada cosa en su nivel de importancia. Su sonrisa complacida no se avino a concluir ni tan siquiera cuando un poderoso remolino le fue engullendo hacía el fondo como en un túnel donde su respiración, inexplicablemente, no se resentía.

Cuando percibió que el camino llegaba a su final, tan solo le quedaba una duda, no sabía si estaba naciendo de nuevo, trasladándose a una existencia paralela o muriendo en su sentido más definitivo.

40. Más que una ventisca

Lo parió un velero, creció entre pantalanes y se curtió al pairo del alisio. Por aquel entonces sus amigos lo llamaban peje cuero, sentía una medusa latiéndole en el pecho y el agua salada corría por sus venas. Ahora sigue haciéndose a la vela, dice, para preservar amistades, disfrutar sensaciones y vencer al tedio. Hace unos meses le sorprendió la noche y una ventisca de descalificaciones sopló, sopló y sopló zarandeando la embarcación. ¡Vaya! Aquello le recordó el cuento del tiburón y los tres pescaítos que contaban divertidos los abuelos. Pero se sorprendió aún más al echársele encima unas envidiosas olas que pugnaron por arrebatarle el timón de sus recias manos. Y ya no fue sorpresa sino estupor cuando, pasada la medianoche, entre cantos de tritones y sirenas, sibilinas corrientes le arrastraron hacia el Tártaro aunque, como hiciera Ulises, logró sortear derrochando esfuerzo, audacia e imaginación. Ofuscadas, ventisca, olas y corrientes arreciaron haciendo zozobrar, por fin, la Marinera. Los daños fueron irreparables y las consecuencias, dolorosas: la tripulación jamás volvió a ser la misma. No recordaba nada igual desde la Bounty. Mientras tragaba sapos y buscaba fuerzas para regresar a puerto, calentaba ya el sol por lontananza.

39. El sinuoso sonido de la soberbia

Durante años, siguió el mismo ritual: se acercaba a la costa, desnudaba sus pies y, provocadora, dejaba que las olas los acariciasen, sonreía altanera, e inundaba el aire con su voz angelical, desafiando al canto eterno del océano.

Hoy, la leyenda habla de la joven que el mar engulló, y de la dulce melodía que escuchan los barcos antes de naufragar.

38. Donde tú estés

Mi cuerpo oscila sobre las olas, y dibuja sombras imposibles bajo la luna. Las algas, gusanos de caricias acuosas, acunan mi desmemoria en un constante vaivén. Me siento como un delfín entregado al juego de las mareas, en alguna vida anterior, en otro mar. Más la brisa nocturna es fría y me hace estremecer. Este no es mi lugar; me desconozco. Mi pesada naturaleza insiste en sumergirse para hallar refugio; un hogar sin olor a sal, sin estrellas en el cielo. El abrazo del océano hunde el miedo, lentamente, y regreso a una ingravidez familiar, a mi primer silencio, a mi esencia última. Soy un pez perdido en un cruel descenso. A cada bocanada, una punzada salvaje me arranca recuerdos a jirones, sensaciones que me llaman desde la luz. Me resisto a subir. No puedo… no quiero. Solo entonces descubro mi humanidad, mis piernas inmóviles, mis manos vacías aferrando la nada en mi regazo. Al apretar mis párpados veo de nuevo la barcaza naufragar. No encuentro a mi niño. Araño feroz el muro de agua que me aplasta, y solo me devuelve la inmensidad de mi pérdida. Vencida, me rindo a las profundidades en busca de mi pequeña criatura abisal.

37. LA ISLA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Se dice que aquí cayó, rodeado de cientos de plumas.
Que de sus ojos fijos y abiertos, el Egeo se bebió hasta la última gota de azul.
Que aguas curativas rodean nuestras costas, y que no conocemos demencia o depresión alguna.
Lo cierto es que disfrutamos: la alegría del vino y del sexo burbujea en nosotros hasta bien entrados los cien.
Ya nadie busca llegar al sol; ni el tiempo ni los años nos preocupan. ¿El secreto de la eternidad? Aquí, en Icaria, el presente y una vida simple.

36. Penumbra. (El Moli)

El cercano rumor de la olas me mantuvo despierto, costaba conciliar el sueño por lo que decidí salir a caminar. La playa estaba desierta, la luna en cuarto creciente teñía de plata el mar, el susurro de la brisa me trajo tu nombre sabiendo que estabas lejos.

Siempre te gustó como a mí la montaña, pero debí quedarme junto a mi soledad y tu recuerdo. Mi cuerpo acusa el frio de la noche, siento un estremecimiento cuando me salpican gotas salobres de la rompiente que se mezclan con las mías mientras que mi mente divaga por momentos ya lejanos cuando estabas acurrucada en mis brazos, me parece sentir el calor que trasmitía el roce de tu piel.

No puedo aceptar que tras la despedida y ese beso que no fue, estés tan lejana como ese horizonte que vislumbro en la penumbra y nunca he de alcanzar…

35. GOTAS

Una gota corriendo por mi mejilla observando el horizonte donde por fin creo verte esperándome.

El charco en el que juego mojando mis viejos zapatos camino del colegio.

Un pequeño arroyo en el que bebo extenuado después de la larga travesía por la montaña.

El río en el que me baño jugando con los peces que saltan alrededor.

El lago azul trasparente como el amor que te proceso.

Un mar del color del cielo y donde no se distingue la frontera entre ambos.

Y en el extenso océano me pierdo buscando aquella gota de lluvia que corría tras aquella otra por mi mejilla, al no haberte encontrado como pensaba, para besarte y abrazarte, ni a ti ni a ellas.

34. De la ausencia del canto de sirenas ( M. Belén Mateos)

Siempre había deseado internarme en la profundidad variable del océano. Conocer esa capa templada de su superficie y adentrarme en la gélida agua de su abismo.

Cada noche con ese deseo me bañaba en las salinas aguas desnuda de toda prenda y desvestida consciencia. Hacía algunos años que este ritual lo lleva a cabo sin pensar en sus consecuencias.

 

Ahora nadaba sin talento. Dejaba que las olas se marearan en mi cabello y avistaba desesperada  la costa. Aquella en la que hacía un tiempo perdí lo que en este momento añoraba. Ya nunca volvería a pisar la arena, ni las piedras del acantilado. La escamosa cola de pez fue gestándose durante todo ese tiempo, hasta hacerme una criatura mitológica dotada de una gran belleza  pero con ese maldito poder de seducir y engañar a quien dejé, sin yo pretenderlo, estancado en la orilla.

Hoy lo observo y unas lágrimas afónicas se vierten sobre las olas, su espuma siliente humedece sus perfectas piernas y su mirada ya no se dirige al horizonte, queda prendida en otros ojos provistos de alas y calzados con sandalias.

Nunca aquello que deseas llega ser como sueñas.

 

 

33. LA MAR DE PROFUNDOS.

Mares profundos y misteriosos son tus ojos en los que quiero verme siempre reflejado. Me asomo a ellos para hallarme pero a veces no me atrevo. Inexistente tengo miedo de hallarme. Otras horas estoy fuertemente asido a tus pupilas que dilatan mi sin razón, y me ahogo en su profundidad infinita.

Océanos enteros habitan tus cuencas que a veces rebosan y mi alma, cual barcaza vieja a la deriva, se estremece desvencijada y chirría por doquier. Sin rumbo me dejas cuando no me miras pero si lo haces sirenas de cantos inaudibles me atrapan.

Insondables tus cristalinos con diligencia mueves para escrutar mi ánimo y, sin quererlo, hacen trotar mis calmadas mareas. Hasta verter y perder la sal que contienen haces cuando quieres, convirtiéndolas en lagos de agua dulce solo con una mirada.

La vida en tus ojos rezuma y pasan por ellos muchas sombras pero que ninguna acierta a quedarse perpetua. Tus párpados no lo permiten, las aparatan con aplomo y señorío.

Brío en el aire, también ternura callada cuando con instinto ancestral las miras. Perlas cultivamos juntos que relucen, ¡tanto brillan amor!, que iluminan hasta los abismos de esos océanos la mar de profundos que son tus ojos.

32. OTRO CRISTO (Edita)

Se creía Dios. Desde que las compañeras del instituto empezaron a pelearse por sus dotes extraordinarias. Seguro como estaba de que la sabiduría le era innata, pronto dejó de cultivar el intelecto y se concentró en entrenar otras capacidades divinas mirando a todo el mundo desde arriba. En busca de aquella actividad que verdaderamente estuviera a la altura de sus gallardas proporciones y lo hiciera sentirse en el cielo, llegó a ser atleta, modelo, culturista… Pero quiso dar un paso más en su afán por demostrar la deidad que llevaba dentro: se hizo vigilante de la playa; al fin, lo adorarían como se merecía cada vez que salvara a una persona.

Dicen que ayer al atardecer, cuando apenas quedaba una docena de bañistas en la costa, lo vieron caminando con decisión sobre las olas del mar de Finisterre. Todavía lo siguen buscando.

31. UN PEQUEÑO OCEANO

Cuando llegó todo le causó sorpresa. El jardín y sus flores, la casa, su dormitorio y el árbol que acariciaba la ventana, pero lo que más atrajo su atención fue la pecera que año tras año mi padre había creado. Miraba y remiraba los corales, las plantas y sus peces multicolores, sobre todo uno amarillo con franjas azules.
Es cierto que todos disfrutábamos con ese mar nuestro y particular; tal vez nos perdíamos en sus aguas, relajándonos con el parsimonioso movimiento de sus habitantes, pero era Nico quien no se apartaba de la pecera. La conjunción con aquel pez era extraordinaria.
Ninguno encontramos extraño que se entretuviese de esa forma, hasta que las horas en las que permanecía junto al acuario fueron más que las de sueño, comida y aseo.
El pez aguantó cinco años a su lado, los anteriores a la agonía de mi hermano, a la aparición de unas aletillas en su costado y a esos azules y amarillos que su piel adquiría.
Fue entonces cuando sospechamos que la adopción de Nico no había sido tal y como nos la contaron, (post morten de una mujer en una patera) a pesar de haber sido encontrado en el océano.

30. Superextragrande – Luisa Hurtado González

Fue difícil, no te voy a decir que no; como quizás sepas, murieron algunos de los nuestros durante la cacería. Pero nadie nos engañó, todos sabíamos qué nos estábamos jugando y qué poníamos en juego por volver a casa y llenar la cazuela a la familia. ¡Y lo logramos! Ahora sólo hemos de esperar a que el calamar esté hecho. Tenemos unas ollas rápidas muy buenas pero la espera, con la que no contábamos, de días, nos está poniendo peligrosamente a prueba.

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